Integran folklore de las fiestas del Corpus valenciano Danzas de diablos a la Virgen del Carmen, Madre y Reina de Chile
Las Diabladas, danzas de diablos, que ejecutan argumentos de bailes históricos y tradicionales españoles, sobre todo valencianos, del siglo XVI, que allá se llevaron nuestros misioneros en sus catequesis
Estas Danzas se mezclaron, se hicieron criollas, y se fusionaron con las de los nativos indígenas que bailaban en los ritos de su religión
En las afueras de Iquique, norte de Chile, la gente que no tiene casa araña el desértico monte para levantarse una. De esta manera, la ciudad va creciendo, a veces desordenadamente, por la empinada cuesta arriba. La carretera que conduce a La Tirana subirá tanto en tan poco tiempo que te destroza el oído con pitidos, hasta que desinfla la bolsa de aire que forma. A los 60 kilómetros aparece Pozo Almonte, que tiene por pedanía o aldea a La Tirana, con su santuario dedicado a la Virgen del Carmen, Patrona de Chile y su Ejército.
De las fiestas de este país son las más singulares por sus Diabladas, danzas de diablos, que ejecutan argumentos de bailes históricos y tradicionales españoles, sobre todo valencianos, del siglo XVI, que allá se llevaron nuestros misioneros en sus catequesis. Danzas que se mezclaron, se hicieron criollas, con las de los nativos indígenas de su religión. El esquema siempre, el mismo de nuestra Moma. La lucha entre el Bien, la Virtud, y el Mal, los diablos. Nuestros momos son diablos, los siete pecados capitales.
Iquique, que hiciera famosa el conjunto Quilapayún, con su Cantata de Santa María, a partir de la época de Allende, se encuentra en territorio arrebatado a los bolivianos cuando la Guerra del Pacífico Iquique- conflicto armado acontecido entre 1879 y 1884 que enfrentó a Chile contra Perú y Bolivia - y, por ende, tiene un sustrato antropológico y cultural propio de quienes eran sus propietarios y usuarios. Por ello, las Diabladas son una curiosa mezcla del folklore español llevado allí por los misioneros, mezclado con el folklore boliviano y adherencias de Chile y Perú. La Tirana, en la región de Tarapacá, provincia del Tamarugal, queda relativamente cerca de la ciudad boliviana de Oruro, famosa mundialmente por sus carnavales. Y los bailes en honor a “la Chinita “, como le llaman cariñosamente a la Virgen del Carmen, Reina del Tamarugal, tienen en su esencia mucho de indumentaria y ritmo de carnaval.
El esquema siempre, el mismo de nuestra Moma. La lucha entre el Bien, la Virtud, y el Mal, los diablos. Nuestros momos son diablos, los siete pecados capitales
Grupos de Baile de Oruro acuden siempre en julio a las fiestas del Carmen de la Tirana. Las sienten como propias que les pertenecen por ADN cultural, geográfico y patrio. Aprovechan con su presencia y testimonio para recordar, memoria histórica, también para reivindicar lo que les fue y es suyo, que un día se les quitó por la fuerza de las armas. Bolivia no ha olvidado y sigue insistiendo en los Tribunales Internacionales en que se les devuelva el territorio usurpado, o, al menos, se les dé un pasillo para poder salir al mar que tenían y les es necesario, pues se quedaron sin puerto ni mar. Hoy su Armada navega en precario por el lago Titicaca.
La leyenda que se ha creado en torno a la Tirana es legendaria y épica. Una princesa indígena, muy tirana, Ñusta Huillac, y un apuesto colonizador portugués buscaminas, Vasco de Almeyda, en tiempos de la conquista, se conocieron al caer éste preso. Se enamoran hasta el extremo de ella convertirse al cristianismo, matan a los dos, pero ella antes de morir dibuja una cruz en tierra. Llegó por allí un fraile mercedario, andaluz, de apellido Rondón, e interpretó que donde fue marcada la cruz había que levantar un templo a la Virgen. Así se hizo. Y más tarde fue construido un santuario. La teoría del origen de La Tirana debido a la princesa indígena me la desmintió el cronista de Pica, pueblo cercano que visité. Contaba que lo de La Tirana es una corrupción de Triana, de la Virgen de Triana, de Sevilla, lo cual es fácil que pudiera ser, por cuanto Fray Antonio Rendón, a quien se atribuye la orden de levantar el santuario, era un mercedario de Jerez de la Frontera, recriado y formado en Sevilla.
Hoy la Chinita, la Virgen del Carmen, es el motor de la religiosidad del norte de Chile. Todo gira en torno a ella. Todos los julios en torno al 16 son miles las personas que acuden a rezarle. Se pasan día y noche sin descansar, sin tregua, bailándole y cantándole. Viven acampados de cualquier manera, no hay lugares donde alojarse. Soportan temperaturas extremas de su clima desértico, en la zona preliminar del Atacama.
Los bailes tienen expresiones cristianas y de las religiones naturales ancestrales de las regiones andinas, una mescolanza los ritos de la ecologista Pachamama y traiciones católicas. Entre las danzas autóctonas la Antawaras, los Chinos, los Chunchos, las Diabladas,… pero, y éstas seguro fueron importadas por los frailes evangelizadores tienen nuestro Ball de la Magrana (Baile de la Granada que al finalizar se abre, pero aquí no sale la figuración del Sacramento, sino una rama de árbol) y el Baile de las Cintas, éste tal cual lo tenemos en España.
Cuando fui me llevé fotografías de nuestros bailes y quedaron asombrados, porque algunos de los suyos y los nuestros son idénticos, no han sufrido mayor transformación. Como ocurrió años atrás con la “influenza” este año la pandemia va a alterar la fiesta y no va a dejar se celebre. Cada ocasión reúne en la aldea un cuarto de millón de personas y las condiciones desérticas no son las mejores para afrontar tal evento en condiciones de salubridad, sobre todo por la falta de agua y alojamiento, por las dificultades para alimentarse varios días allí. También por el calor y frío que se pasa, durante el día calor agobiante y a partir de las seis de la tarde un frío insoportable.
Chilenos, bolivianos, peruanos… no temen la incomodidad, lo hacen todo por la Chinita, la quieren inenarrablemente, la evocan, la advocan, le rezan, le bailan y cantan sin parar, con sus vistosos y hermosos trajes, extrañísimos diseños, sobre todo los de los diablos, con su sencillas coplillas cargadas de teología popular.
Es la fe de un pueblo, su gran motor, lo que entiende la gente, lo que le llega al alma y el corazón, algo inexplicable, difícil de contar. Una fiesta que, además, políticamente, sirvió para chilenizar más el territorio usurpado a los bolivianos, pues la supremacía o la jefatura de los bailes se le dio al baile chileno El Chino, tras expulsar o arrinconar a los bolivianos.
Curioso es que estos bailes vienen de cientos de años en dicho lugar, sin que la Iglesia Católica les hiciera mucho caso. No sería hasta 1917, con el obispo José María Caro, quien luego sería un gran cardenal, quien al percatarse de su gran fuerza religiosa, del gran potencial de religiosidad popular que tenían, cuando la Iglesia dejó de darles la espalda a las celebraciones que allí se hacían por su cuenta, y comenzó a unirse a ellas, se anexionó, y hoy es la Iglesia la que manda de estas fiestas que medio paganas rodaban a su aire.
El Papa Francisco, al finalizar su visita a Chile, el último acto de masas que presidió fue en una campa cercana al aeropuerto de Iquique, donde coronó la venerada imagen de la Virgen del Carmen, la Chinita, como “Reina y Madre de Chile”. El santuario hoy es el templo que más dinero ingresa de toda la Diócesis de Iquique y durante el mes de julio son tantas las entregas de la gente que a diario acude un furgón de seguridad con vigilantes a recoger las recaudaciones y llevárselas a Iquique. También en ese aspecto este año la fiesta será diferente, o inexistente con la voluptuosidad y masificación de otros años, debido al coronavirus.