Comentario a la lectura evangélica (Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23) del XXIIº Domingo del Tiempo Ordinario "Sólo una pizca, para que no le quite impulso a la fe, pero la religión también es necesaria"
"El capítulo 25 de Mateo nos dice que para entrar en la felicidad del Señor no bastan los sellos de las prácticas religiosas, no es necesario el sello de la pertenencia cristiana"
"El creyente en Jesús confiesa que no se basta a sí mismo y que ha encontrado en Otro la piedra angular de la existencia, el horizonte del sentido"
"La religión, con sus cánones/preceptos, como pedagogía colectiva de la fe. Sólo una pizca, para que no le quite impulso a la fe, pero la religión también es necesaria"
"La religión, con sus cánones/preceptos, como pedagogía colectiva de la fe. Sólo una pizca, para que no le quite impulso a la fe, pero la religión también es necesaria"
"Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí". El primer nivel de lectura del pasaje de hoy queda claro ya en las palabras de Jesús: el contraste entre el respeto formal a la ley escrita (de las costumbres,...) y la adhesión de la vida al espíritu de la alianza con Dios.
Las polaridades son claras, podemos resumirlas en las categorías religión y fe. Cada uno puede dividir el "material religioso" entre los dos contenedores y, al hacerlo, preguntarse sobre los contenidos que más le interesan.
En la categoría de "religión", la tradición encaja bien, en el sentido de tradiciones cristalizadas y consolidadas hasta convertirse en norma. ¿Y qué escribiremos como polaridad opuesta? ¿Qué escribiremos para no desequilibrar la balanza ya en la elección de las palabras? El excedente creativo que viene, o puede venir, del Espíritu. Para distinguir la autenticidad de este excedente están las palabras de discernimiento de la comunidad de creyentes.
Un versículo de la primera lectura "No añadiréis nada a lo que os mando ni quitaréis nada de ello" nos guía en la comprensión del Evangelio "Descuidando el mandamiento de Dios, observáis la tradición de los hombres". La existencia de una comunidad de fe no puede prescindir de explicaciones, aclaraciones, preceptos; es decir, de cánones que regulan la vida de la comunidad unida por la misma fe. Muy probablemente Jesús alude a las palabras humanas (y, con las palabras, a las estructuras) que, paso a paso, poco a poco, van creciendo hasta convertirse en un peso insostenible, en un obstáculo o lastre o, simplemente, en un adorno inútil. De esta manera, la discusión sobre la fe vivida en comunidad se desliza hacia el lado religioso, en el sentido de organización de la práctica religiosa.
El capítulo 25 de Mateo nos dice que para entrar en la felicidad del Señor no bastan los sellos de las prácticas religiosas, no es necesario el sello de la pertenencia cristiana. Lamentablemente, los cristianos no siempre tenemos una visión clara al respecto. Una vez adquirida esta enseñanza, ¿deberían abolirse las prácticas y las membresías? Basándome en mi experiencia personal, intenté darme una respuesta.
En la segunda lectura leemos "Acoged con dócilmente la Palabra que ha sido plantada en vosotros y puede conduciros a la salvación". Es una frase importante, si también es retomada por la comunidad reunida en oración. Nada podemos decir sobre el misterio de la vocación cristiana: a algunos el mensaje del Evangelio no llega, a otros llega y no es acogido formalmente... y luego estamos nosotros, los que acogimos la semilla y quienes la carta Santiago los define como "primicias de sus criaturas". En lugar de obsesionarnos con la "colección de méritos" de las prácticas religiosas, dejémonos seducir por la Palabra escuchada. El creyente en Jesús confiesa que no se basta a sí mismo y que ha encontrado en Otro la piedra angular de la existencia, el horizonte del sentido.
En esta confesión de insuficiencia, también se abre paso la necesidad de una pizca de religión. La religión, con sus cánones/preceptos, como pedagogía colectiva de la fe. Sólo una pizca, para que no le quite impulso a la fe, pero la religión también es necesaria. Al menos para mí y mi pobre fe es así.
Sí, confieso que me es necesaria la Eucaristía para mantener mi vida cristiana. Traducido: para amar como Dios quiere, debo ser capaz de alimentarme espiritualmente. Ahora bien, me parece que este principio es ciertamente de sentido común, el efecto de una buena ética filosófica. Pero tantas veces dudo de que esté en consonancia con la raíz ética profunda del Evangelio.
Jesucristo parece indicar muy a menudo una especie de principio inverso: para alimentarme espiritualmente, debo amar como Dios. Todas las indicaciones éticas evangélicas apuntan en la dirección de la entrega como fuente de vida: Mt 5,43; Mt 22,37; Mc 12,29; Lc 10,26; Lc 18,19; Jn 13,34; Rom 6,13; 12,1 y 13,8; Gal 5,14; 2 Cor 8,5 y 9,7; 1 Pe 1,22; Stg 2,8; 1 Jn 2,10; 3,11; 4,7 y 4,20. No es necesario leer estas citas. Solamente quiero señalar que no se trata de un pasaje esporádico del Nuevo Testamento, sino de su melodía sonora ética subyacente. Y más allá de las palabras, el comportamiento de Jesucristo es aún más elocuente. Él, que podía sentarse felizmente alimentado por el Padre, en el seno de la Trinidad, acepta distanciarse de su fuente espiritual, por amor a los hombres. Y la culminación de este movimiento de amor llega en el don de su propia vida, precisamente allí donde experimenta la imposibilidad de acceder ya a su fuente espiritual: "Dios le hizo pecado" (2 Co 5,21) y "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15,34).
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