"Quien es infalible es la verdad cuando se convierte en principio samaritano de caridad y de misericordia" Algunos apuntes a vuelapluma sobre la infalibilidad
Francisco ha identificado en el sentido de fe del Pueblo de Dios el elemento de equilibrio y discernimiento en medio de los momentos complejos y difíciles de controversia en la Iglesia. Y ha insistido precisamente en este punto: es hora de aprender a caminar sinodalmente refiriéndose al Pueblo de Dios
El ecumenismo sólo tiene sentido como acercamiento de visiones diferentes, provocado por la urgencia del amor, "¡Que sean uno!", pero no de una unidad rígida a modo de medida uniforme que hace todo sea igual, sino de reconocimiento mutuo entre los cristianos que invocamos a Cristo
Fue el Concilio Vaticano II el que invirtió en gran medida las orientaciones del anterior magisterio pontificio. Los acontecimientos canalizaron el ejercicio de la infalibilidad hacia la colegialidad. El Papa dio su apoyo al cambio y su figura quedó aún más realzada, no mortificada, como muchos temían. La colegialidad no sólo entendida como el sentimiento de los obispos vivos, sino también como la herencia dejada por todos aquellos que los precedieron.
El cambio de época que vivimos hoy, donde todo está conectado, refina aún más como el oro el servicio de la infalibilidad como camino en la verdad: resplandece la infalibilidad del Pueblo de Dios, el sensus fidei, como, por ejemplo, en la proclamación de los dos últimos dogmas marianos -Inmaculada Concepción y Asunción de María-.
El Papa Francisco ha identificado en el sentido de fe del Pueblo de Dios el elemento de equilibrio y discernimiento en medio de los momentos complejos y difíciles de controversia en la Iglesia. Y ha insistido precisamente en este punto: es hora de aprender a caminar sinodalmente refiriéndose al Pueblo de Dios. Se trata de enseñar escuchando y aprendiendo del Pueblo que es la fuente, especialmente en las dificultades: ellos son capaces de levantarse y de caminar juntos también en la fe. Es el camino de la sinodalidad el que sustenta la colegialidad y el ministerio petrino. Seguramente no pocos consideran imposible emprender este camino desde un punto de vista práctico y prefieren caminos ya conocidos y transitados de restauración.
El Espíritu Santo nos ha mostrado y nos seguirá enseñando que la infalibilidad no es sinónimo de poder, sino de servicio en amor a toda la humanidad por una Iglesia de Cristo verdaderamente universal y por un Reino de Dios abarcante e inclusivo. Quien es infalible es la verdad cuando ésta se convierte en principio samaritano de caridad y de misericordia.
Si las "entrañas misericordia" son el nombre de Dios, a la luz del cual vivir e interpretar nuestra fe y nuestro comportamiento cristianos, seguramente se nos invita a emprender un cambio significativo. No es lo primero la "verdad" sino el "amor misericordioso". Si hablamos de la infalibilidad de un amor misericordioso quizá hasta privilegiaremos elementos de sensibilidad espiritual, de gestos simbólicos, de acogida emotiva y de respuesta cordial, privilegiamos elementos de muerte y resurrección (de dar y de recibir vida), de "poética "más que la "lógica" de la existencia...
Seguramente la verdad, en esta perspectiva, se convierte en elemento de medida y rectitud pero en el estallido y primado del amor. Y es que la verdad no existe aparte o fuera del amor. No tiene el carácter de una idea platónica, de una ley inmutable inscrita en un Libro dictado por la Divinidad suprema, de un concepto desligado de su contexto imaginativo, afectivo y apasionado... Si la verdad puede designar una "esencia" pensada fuera del tiempo, también es cierto que se manifiesta en un cuerpo y en el tiempo y que son estos elementos los que la califican.
El ecumenismo sólo tiene sentido como acercamiento de visiones diferentes, provocado por la urgencia del amor, "¡Que sean uno!", pero no de una unidad rígida a modo de medida uniforme que hace todo sea igual, sino de reconocimiento mutuo entre los cristianos que invocamos a Cristo como Alfa y Omega, Hijo de Dios, Señor….
¿Y la infalibilidad? El Syllabus (1864), las Encíclicas Pascendi (1907) y Humani generis (1950)… formularon pronunciamientos auténticos y solemnes, que han orientado la fe y práctica a lo largo del tiempo en que fueron publicados y son pronunciamientos "definitivos" también porque contienen una "cantidad de verdad". Pero la lectura que se hace de estos documentos no sería cierta si estuviera desconectada del momento histórico en que aparecieron, de las categorías disponibles en la época, del temperamento, de la teología, de la historia humana de los Papas que los publicaron, etc.
Sí, esos y otros, fueron y son pronunciamientos "verdaderos" porque tienen el carácter, a la vez firme y frágil, de todo pronunciamiento expresado con palabras humanas en un momento histórico determinado para ayudar a realizar el primado más sublime -bello y verdadero- del amor misericordioso.
La primacía del amor misericordioso no conduce en absoluto al relativismo, sino a la responsabilidad, y quizás por eso nos asusta. Las palabras y los gestos, puestos bajo el impulso de un amor misericordioso impregnado de la verdad evangélica, son arriesgados, como todo lo que tiene que ver con el amor: tanto por parte de los Papas como por parte de los cristianos. Esas palabras y gestos del amor misericordioso son "infalibles" porque siempre son verdaderos: señal inequívoca del discipulado cristiano.
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