"Sí, la duda… Porque la fe no es una posesión definitiva " La cátedra de los no creyentes… mi personal elogio a Santo Tomás, discípulo y apóstol
"Confieso que amo a Santo Tomás. Ese discípulo que dijo que quería ir a Jerusalén para morir con Jesús (Jn 11,16), pero que luego, en realidad, huyó como todos los demás"
"Siento mía su obstinación en querer ver, en querer tocar. A veces, siento mía su incredulidad, siento mía su duda"
"Y es que el relato mítico de la lucha del ángel con Jacob contiene un arquetipo fundamental de toda relación con Dios: es una lucha, de la que se sale con una nueva identidad (ya no te llamarás Jacob, sino Israel), pero también con la cadera dislocada"
"Me parece oportuno que los creyentes erijamos simbólicamente en nuestro seno una cátedra en la que el no creyente pueda tener voz y ser escuchado; y es igualmente oportuno y útil que el no creyente pueda dar su voz y ser escuchado por el creyente"
"Y es que el relato mítico de la lucha del ángel con Jacob contiene un arquetipo fundamental de toda relación con Dios: es una lucha, de la que se sale con una nueva identidad (ya no te llamarás Jacob, sino Israel), pero también con la cadera dislocada"
"Me parece oportuno que los creyentes erijamos simbólicamente en nuestro seno una cátedra en la que el no creyente pueda tener voz y ser escuchado; y es igualmente oportuno y útil que el no creyente pueda dar su voz y ser escuchado por el creyente"
Confieso que amo a Santo Tomás. Ese discípulo que dijo que quería ir a Jerusalén para morir con Jesús (Jn 11,16), pero que luego, en realidad, huyó como todos los demás. Siento mía su obstinación en querer ver, en querer tocar. A veces, siento mía su incredulidad, siento mía su duda. Sí, la duda. Una palabra que hemos desterrado del vocabulario del creyente. Sin embargo, compañera de tantos que buscamos creer.
Aún recuerdo vívidamente la emoción que sentí cuando leí por primera vez la carta que Dietrich Bonhoeffer escribió desde la prisión de Tegel el 21 de julio de 19444: "Recuerdo una conversación que mantuve hace trece años en América con un joven pastor francés. Nos planteamos de forma muy sencilla la pregunta de qué queríamos hacer realmente con nuestras vidas. Él dijo: Me gustaría llegar a ser santo (y creo que es posible que lo haya llegado a ser); esto me causó entonces una fuerte impresión. Sin embargo, yo le contradije y respondí: Me gustaría aprender a creer".
"La duda. Una palabra que hemos desterrado del vocabulario del creyente. Sin embargo, compañera de tantos que buscamos creer"
Mi fe no es un hecho pacífico
En última instancia, la fe nunca es una experiencia fácil. Para la mayoría de la gente es una experiencia difícil. Incluso quienes permanecemos dentro del recinto de la Iglesia y participamos regularmente en su vida, sentimos que la fe no es un hecho pacífico. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento nos muestran caminos de fe no lineales, a menudo enrevesados y fatigosos, precisamente por parte de quienes se convierten en las Escrituras en destinatarios privilegiados de la acción de Dios, en sus testigos y, por tanto, también en modelos para el discípulo. Ésta es también la experiencia de las mujeres y de los hombres de hoy.
"Y es que el relato mítico de la lucha del ángel con Jacob contiene un arquetipo fundamental de toda relación con Dios: es una lucha, de la que se sale con una nueva identidad (ya no te llamarás Jacob, sino Israel), pero también con la cadera dislocada"
Para nadie la fe es un largo itinerario tranquilo, sino que es siempre una tensión que no pocas veces vive más en la duda que en la certeza, que a menudo tiene la connotación de la lucha con Dios que nos recuerda el famoso texto de Jacob (Gn 32,23-32). Y es que el relato mítico de la lucha del ángel con Jacob contiene un arquetipo fundamental de toda relación con Dios: es una lucha, de la que se sale con una nueva identidad (ya no te llamarás Jacob, sino Israel), pero también con la cadera dislocada. Es decir, es una prueba que deja cicatriz. Dios es otro, es el otro, está siempre más allá, más allá de nuestras experiencias, y la única manera de entrar en relación con Él, de continuar una relación con Él, es cuestionar siempre la situación existente.
La noche de la fe
Que es una lucha también lo han contado creyentes de alto nivel. Pienso en Teresa de Lisieux, proclamada Doctora de la Iglesia por Juan Pablo II el 19 de octubre de 1997, y en sus dolorosas "noches de fe" en la última estación de su corta vida. Pienso en la Madre Teresa de Calcuta, cuyas cartas de hace unos años causaron conmoción en muchos. En una de ellas escribía: "Hay tanta contradicción en mi alma, un profundo anhelo de Dios, tan profundo que duele, un sufrimiento continuo, y con ello el sentimiento de no ser querida por Dios, rechazada, vacía, sin fe, sin amor, sin celo... El cielo no significa nada para mí, me parece un lugar vacío". Y en otra carta: 'Dicen que el castigo eterno que sufren las almas en el Infierno es la pérdida de Dios... En mi alma experimento precisamente este terrible castigo del daño, de Dios que no me quiere, de Dios que no es Dios, de Dios que no existe realmente. Jesús, por favor, perdona mi blasfemia".
La duda no es contraria a la verdad
La duda no es lo contrario de la verdad, sino que puede situarse dentro de ella. Es lo contrario del dogmatismo. En tiempos de verdades graníticas que ven en la duda un relativismo peligroso, es hermoso observar la escena de Tomás y su encuentro con Cristo que se presenta a los discípulos en un momento de temor. La verdad siempre necesita ser buscada y redescubierta.
No es verdad que quien busca no cree y quien cree no busca; no se puede prescindir de buscar para creer y se deja de buscar cuando se deja de creer. Creo que cada uno de nosotros lleva dentro un no creyente y un creyente, que se hablan interiormente, que se interrogan, que se devuelven continuamente preguntas espinosas e inquietantes. El no creyente que hay en mí inquieta al creyente que hay en mí, y viceversa. La apropiación de este diálogo interior es importante, ya que permite a cada uno crecer en el conocimiento de sí mismo. La claridad y sinceridad de ese diálogo es síntoma de haber alcanzado la madurez humana.
"Me parece oportuno que los creyentes erijamos simbólicamente en nuestro seno una cátedra en la que el no creyente pueda tener voz y ser escuchado; y es igualmente oportuno y útil que el no creyente pueda dar su voz y ser escuchado por el creyente"
Me parece oportuno que los creyentes erijamos simbólicamente en nuestro seno una cátedra en la que el no creyente pueda tener voz y ser escuchado; y es igualmente oportuno y útil que el no creyente pueda dar su voz y ser escuchado por el creyente. Quizá, yo no lo sé, algo de esto pretendió el Cardenal Carlo Maria Martini con la «Cátedra de los no creyentes» allá por el 17 de noviembre de 1987, y que ha permitido a intelectuales laicos y hombres de fe confrontar los temas más candentes de la actualidad y de la religión. Yo lo echo de menos entre nosotros... al menos como estilo y talante de encuentro y de diálogo.
Para mí sigue siendo así. La fe no es una posesión definitiva, una certeza adquirida de una vez por todas. Más bien forma parte de la inseguridad que caracteriza mi libertad, y por eso creo que en mi corazón de creyente hay una cierta simultaneidad de fe e incredulidad. La duda forma parte de mi creer, por tanto la precariedad, la incertidumbre forma parte de mi fe: cada día mi fe se renueva superando la duda, aceptando no saber, accediendo libremente a una promesa, viviendo como peregrino que nunca soy residente, sintiéndome no solo, sino junto a otros, como en una caravana de peregrinos. Al fin y al cabo, siempre he encontrado la oración más hermosa de todo el Nuevo Testamento en el Evangelio de Marcos, en las palabras del padre del niño epiléptico que se dirige a Jesús en estos términos: "¡Creo, ayúdame en mi incredulidad!". (Mc 9, 24).
Cuántas dudas e incertidumbres hay dentro de mí no sólo hoy… ¡sino que siempre están ahí!
¡Qué cansado es creer! Desde luego, no soy de los que no tienen dudas ni de los que tienen una fe sólida como una roca. Ni mucho menos.
¿Cómo es posible creer en la resurrección en este mundo? ¿Cómo creer en la victoria de la vida sobre la muerte? ¿Cómo puedo creer en la paz del Resucitado? ¿Cómo puedo creer que Cristo está vivo en su Iglesia?
Gracias Tomás por tus dudas...
Y gracias también a vosotros, discípulos y apóstoles del Señor, que en los diversos relatos de la resurrección de Jesús no teméis contar vuestras incertidumbres y mostrar vuestra lucha por creer...
A mí no me resulta fácil creer en Dios hoy, y me consuela saber que a vosotros os ocurría lo mismo entonces, a pesar de que teníais a Jesús resucitado delante de vosotros, con todo lo que había hecho ante vuestros ojos.
Cuando las mujeres os dijeron que había resucitado no creísteis sus palabras e incluso cuando se apareció lo confundisteis con un fantasma.
Y fuiste tú, Tomás, el que quiso verlo por sí mismo porque no creías las palabras de tus amigos que te decían convencidos "hemos visto al Señor"...
Y gracias también a ti, Señor Jesús, que aunque conocías la lentitud de fe de tus discípulo y apóstoles, no les retiraste tu bendición y aun así los enviaste a ser tus testigos.
Sé que Tú también conoces mis dudas de fe y comprendes mis muchas preguntas que no encuentran respuesta inmediata.
Una cosa, sin embargo, he comprendido.
Puedo dudar de ti, de tu resurrección y de tu presencia... ¡pero no puedo dudar de que hay tantas personas a mi alrededor a las que amar y no puedo dudar de que tengo la capacidad de amar!
A diferencia de Tomás, no puedo ver tus estigmas ni tocar tus heridas. Pero puedo tocar las heridas de los que, como Tú, sufren, y a esas heridas debo atender.
Entonces, amando concretamente, yo mismo me convertiré en la prueba que busco para comprender tu resurrección y creer que la vida vence a la muerte.
Si camino en el amor y trato de construir una parcela de Reino, al mirarme en el espejo podré ver la prueba de la resurrección. Es una prueba pequeña y frágil, pero me basta para creer al menos un poco y aportar mi pequeña contribución al testimonio de tu resurrección.