El Evangelio de Lucas nos dice que «cuando Jesús empezó tenía unos treinta años» (Lc 3,23). Y en el Evangelio de Mateu se nos dice que «después de haber nacido Jesús en Bet-Lèhem de Judea, en tiempo del rey Herodes» (Mt 2,1). Así, si el rey Herodes el Grande murió en 4 a.C., Jesús nació antes de esta fecha. Y si su ministerio duró unos tres años, cuando Jesús «compareció ante el gobernador (Pilatos)» (Mt 27,11), que gobernó Palestina durante diez años, entre el 26 d.C y el 36 d.C., Jesús de Nazaret debería de nacer probablemente entre los años 7 a.C y el 4 a. C, muriendo un viernes cerca de la Pascua judía, el 14 de Nisan en el calendario hebreo, que corresponde al 7 de abril del año 30 d.C. o el 3 de abril del año 33 d.C.. Podemos concluir que Jesús de Nazaret probablemente empezó a predicar entre los años 27 d.C. y 29 d.C., después de ser bautizado por Juan el Bautista, reinando Tiberio César.
Teniendo en cuenta que en tiempo de Jesús, si una persona sobrevivía a la infancia, podía vivir hasta los cincuenta o sesenta años, Jesús sale a predicar por Palestina con plenitud de edad. Nos podemos preguntar: Cómo ha sido hasta este momento la vida de Jesús en Nazaret? Volviendo al principio, tenemos lol que nos dice el Evangelista Mateu: «Muerto Herodes, el ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto, y le dijo: Prepárate, toma el niño y su madre, y vete a la tierra de Israel, pues ya han muerto quienes maquinaban contra la vida del niño. Él se preparó, tomó el niño y su madre, y entró en tierra de Israel» (2,19-21). Ni Galilea ni Nazaret eran dignos de ser el lugar de origen de Mesías, es por eso que Mateo lo sitúa en Bet-Lèhem. «Pero, al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí. Asi que, avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea y se fue a vivir en un pueblo llamado Nazaret» (2, 22-23).
Nazaret era un pueblo pequeño, con una población estimada de unas trescientas personas. La vida era sencilla, con una economía basada en la agricultura, el pastoreo y los oficios manuales. Jesús creció en una familia judía humilde pero piadosa. Maria, su madre, y José, su padre, jugaron un papel importante en su educación religiosa y formación moral. Según los Evangelios, Jesús tenía hermanos. El Evangelista Mateu nos dice: «¿No se llama Maria su madre, y sus hermanos, Jaime, José, Simón y Judas? Y sus hermanas, ¿no viven todas entre nosotros» (13,55-56). Como cualquier niño judío, Jesús asistió a la sinagoga local, donde aprendió a leer y recitar la Torà. También participó en las festividades y tradiciones judías, como el descanso de los sábados. En el Evangelio de Lucas, después de decirnos que Jesús «crecía y se fortalecía y se iba llenando de sabiduría; y la gracia de Dios estaba en él» (2,40), menciona que, a los doce años, Jesús impresionó a los maestros del templo en Jerusalén con su sabiduría, mostrando ya su singular relación con Dios: «Todos cuantos le oían estaban estupefactos, por su inteligencia y sus respuestas» (2, 47). Después, continúa el Evangelista Lucas, «Jesús bajó con ellos, fue a Nazaret y los era obediente… Jesús crecía en sabiduría y aumentaba en gracia tanto ante Dios como ante los hombres» (2, 51-52).
Así, pues, Jesús creció en un contexto rural, próximo a la naturaleza, pero también expuesto a la influencia de la cultura grecorromana y los conflictos sociales entre judíos y romanos. Como joven judío, experimentó las tensiones de vivir bajo la ocupación romana y la pobreza de su pueblo, lo cual influenció su mensaje posterior sobre la justicia y la misericordia. Jesús trabajó junto a su padre, aprendiendo el oficio de técton, palabra griega que se traduce como carpintero, pero que también puede referirse a un artesano o constructor: «¿No es este el hijo del carpintero?» (Mt13, 55). La carpintería implicaba construir herramientas, muebles y estructuras, además de trabajar con piedra y madera, materiales comunes en la región. La vida de Jesús en Nazaret fue un conjunto de trabajo humilde, formación religiosa y vida comunitaria típica de un judío del siglo I en Galilea. Este periodo de vida sencilla y próxima a las dificultades de la gente común lo preparó para su ministerio posterior, en el cual proclamó un mensaje profundamente arraigado en la experiencia cotidiana de su pueblo.
Ha habido un discípulo de Jesús de Nazaret del siglo XX, Carles de Foucauld, que ha valorado mucho el tiempo de Nazaret, en el sentido de que si por nuestra redención Jesús vivió treinta y tres años, y treinta en Nazaret, habrá que valorar mucho lo que nos quiere enseñar y valorar: la vida humilde de un pobre obrero, insertado en una familia y una comunidad. Esto es el que dice el hermano Carlos en un retiro que hace viviendo en Nazaret, el 6 de noviembre de 1897: «Y como Él venía a la tierra para rescatarnos, enseñarnos, y para hacerse conocer y estimar, ha tenido a bien darnos, desde su entrada en este mundo y durante toda su vida, esta lección del desprecio de las grandezas humanas, del desinterés completo de la estimación de los hombres… Ha nacido, vivido y muerto en la más profunda abyección y los últimos oprobios, habiendo elegido de una vez para siempre, de tal manera el último lugar que nadie ha vivido más bajo que Él». Y más adelante escribe: «Vuestra vida era la de un hijo modelo, viviendo entre un padre y una madre pobres obreros. Esto era la parte visible. La parte invisible era la vida en Dios, la contemplación en todos los instantes». Y al referirse en la vida pública nos dice: «Fue una vida de fatiga: aquellas caminatas continuas, los largos sermones, los retiros en el desierto, sin abrigo, no eran sin grandes fatigas. Sufrimientos materiales: la intemperie de las estaciones, las noches sin abrigo, la alimentación tomada irregularmente; Sufrimientos morales: la ingratitud de los hombres, sus orejas cerrándose a mi voz, su mala voluntad, endurecimiento, todas las miserias humanas del cuerpo y de las almas que diariamente experimentamos…; Persecución: Perseguido por todas partes y por todos; en Jerusalén y en Nazaret se me quería lapidar y despeñarme». Cómo dice el Evangelio de Lucas: «Al oirr esto, todos se indignaron en la sinagoga y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad y lo llevaron hasta un saliente de la montaña, sobre el que se elevaba el pueblo, con ánimo de despeñarlo. Pero él, pasando por medio de ellos, se marchó» (4,28-30).Y cuando habla de la Pasión de Cristo nos dice: «El perfecto servidor tiene que ser como su Maestro. Seguir lo más exactamente posible todas vuestras enseñanzas y vuestros ejemplos mientras que vivimos y morimos por vuestro Nombre, he aquí el medio de amaros y probaros que os amamos». Y al hacer referencia a la Resurrección dice: «Cuando estemos tristes, desanimados de nosotros mismos, de los otros, de las cosas, pensamos que Jesús está glorioso, sentado a la diestra del Padre, bienaventurado por siempre jamás, y que si le estimamos como debemos, el gozo del Ser infinito tiene que estar infinitamente por encima de nuestras almas, sobre las tristezas provenientes de estar agotados y, por consiguiente, ante la visión de alegría de Dios, nuestra alma tiene que estar joiosa y las penas que lo ahogan desaparecer como las nubes ante el sol». Y cuánto se estima, «no encontraremos perfectamente empleado todo el tiempo pasado junto al estimado? No es este el tiempo mejor empleado, excepto aquel donde la voluntad, el bien, del ser querido nos grita por otro lado?».
Para concluir, Jesús el obrero de Nazaret, toda su vida fue la de un pobre integrado en su familia y en su comunidad, y que cuando predica el Reino de Dios lo hace como un pobre y con medios pobres, muriendo desnudo por nosotros en una cruz, llamando a la fraternidad y condenando el dinero injusto. Sería una contradicción flagrante que sus seguidores, que tenemos que ser otro «Cristo», vivamos como ricos insolidarios de los hermanos que más sufren; que nuestros templos, hogares y monasterios, que tienen que ser humildes, como lo fue el hogar de la Familia de Nazaret, sean suntuosos; y que el anuncio del Reino de Dios, en vez de hacerlo como lo hizo el obrero de Nazaret, con medios pobres, lo hagamos como si fuésemos una multinacional cualquiera. El Reino de Dios va pasando de mano en mano, de corazón a corazón, en el testimonio de vida que hace cada uno de los cristianos: por la bondad, el amor y la amistad.