"Que encontremos, Madre, los caminos de reconciliación en nuestra querida patria" Peregrinos de la esperanza

Aguiar
Aguiar

"¿Cómo orar? ¿De qué manera tiene que ser nuestra oración? La mejor manera es mediante la escucha de la Palabra de Dios y su aplicación en la vida"

"La Palabra de Dios, cuando la escuchamos, no se queda en nuestra mente, baja a nuestro corazón, toca nuestras fibras más íntimas, nos mueve"

"Hemos venido a visitarte, como Arquidiócesis de México, para expresarte nuestra gratitud por todo lo que nos diste a lo largo del año 2024"

"Ponemos en tus manos al Papa Francisco, fortalécelo y acompáñalo en su ministerio pontificio, especialmente en este Año Jubilar 2025"

Antes de iniciar esta homilía, les propongo preguntarnos: ¿por qué y para qué peregrinamos?

Piense cada uno de ustedes: ¿por qué he venido hoy aquí? ¿Para qué he venido aquí? ¿Por qué peregrinamos? Quizás caigamos en la cuenta de que nuestra vida, los que ya hemos recorrido varios años, algunos menos, o incluso los niños, tiene una concepción de que la vida es una peregrinación. ¿Hacia dónde vamos? ¿Cuál es nuestro destino final? La Casa de Dios Padre, donde hay muchas moradas, nos dijo Jesús, y allí nos espera.

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México DF

Para ello, Jesús prometió enviarnos al Espíritu Santo para guiarnos y orientarnos. Y nos ha enviado al Espíritu Santo, y ese mismo Espíritu fue el que trajo a María a estas tierras de nuestra querida patria. Es necesario, entonces, para no perder el rumbo, siempre tener claridad de dónde partimos y adónde queremos ir también en la vida. En general, para no perder el rumbo, es indispensable una relación constante con la oración, porque la oración es la que mueve nuestro corazón por la acción del Espíritu, para que invoquemos a Dios, nuestro Padre, y podamos seguir a Jesucristo, nuestro Pastor. Nuestro auténtico Pastor, Él dijo: “Yo soy el buen pastor”.

Ahora bien, ¿cómo orar? ¿De qué manera tiene que ser nuestra oración? La mejor manera es mediante la escucha de la Palabra de Dios y su aplicación en la vida. Escuchar esa Palabra y decir: Esta luz que me da la Palabra me hace pensar sobre mi conducta, mi manera de actuar y de relacionarme con los demás. Porque la Palabra nos lleva a la vida, como lo expresó la primera lectura: “La Palabra de Dios es viva, eficaz y más penetrante que una espada de dos filos; llega hasta lo más íntimo del alma”.

La Palabra de Dios, cuando la escuchamos, no se queda en nuestra mente, baja a nuestro corazón, toca nuestras fibras más íntimas, nos mueve. Así nos dice la Carta a los Hebreos: “Llega hasta la médula de los huesos y descubre pensamientos e intenciones de nuestro corazón”. Porque cuando llega a nuestro corazón, o caminamos rectamente o la torcemos, depende de la vigilancia que tengamos para que nuestra conducta sea adecuada a lo que escuchamos de la Palabra de Dios.

¿Por qué? Porque ante la Palabra de Dios, continúa diciendo la Carta a los Hebreos: “Todo queda al desnudo y al descubierto ante los ojos de Aquel a quien debemos rendir cuentas”. Jesús es el Hijo de Dios; Él mismo ha pasado por las mismas pruebas que nosotros, excepto el pecado. Él fue siempre fiel, mientras que nosotros somos frágiles, nuestra condición humana es débil, pero tenemos siempre clara nuestra esperanza de que tendremos la mano abierta de parte de Dios para levantarnos.

“Acerquémonos”, termina diciendo la primera lectura, “con plena confianza”. Depende de nosotros acercarnos. Nadie debe obligarnos, debe moverse nuestro corazón para decir: “Quiero estar contigo, Señor. Quiero estar contigo, María. Quiero recibir y ser guiado por el Espíritu Santo”. Acerquémonos con plena confianza para, como dice el texto de la Palabra de Dios, “recibir misericordia, hallar gracia y obtener ayuda en el momento oportuno”. Por eso cantábamos en respuesta al salmo: “Señor, Tú tienes palabras de vida eterna”.

Debemos, pues, tener plena confianza en Jesús, nuestro Maestro, a quien escuchamos en el Evangelio de Marcos, cuando lo cuestionaban por sentarse a comer con publicanos y pecadores. Él aclaró: “No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos”. Por tanto, cuando tengamos una caída, consideremos que somos los enfermos que necesitan al Médico, que es Jesús. Él dijo: He venido para llamar a los pecadores y traerlos a mi Padre; no he venido para llamar a los justos. Ellos ya caminan bien, pero los que se caen son los que necesitan que les dé la mano. Pues ahí está Jesús.

Por eso los invito a que también nosotros abramos nuestro corazón, no solamente nuestra mente, sino nuestro corazón, y nos preguntemos: ¿a quién y por qué estamos aquí, peregrinando a esta casita sagrada de nuestra Madre, María de Guadalupe?

Pongámonos de pie, abramos nuestro corazón, y en un breve momento de silencio, digámosle que necesitamos interceda por nosotros ante su Hijo, Jesús.

Madre Nuestra, María de Guadalupe, como Isabel exclamó cuando la visitaste en casa de Zacarías: “¿Quién soy yo para que la Madre de mi Señor venga a verme?” Así también nosotros, los mexicanos, siempre agradecidos y sorprendidos por tu presencia en medio de nosotros, exclamamos: ¿Qué viste en estas tierras? ¿Qué te hizo venir al Tepeyac? Sin duda, fue la fe de nuestros antepasados y tu deseo permanente de seguir, generación tras generación, dándonos a conocer a tu Hijo, Jesús, para que nos convirtamos en sus enviados por todo el mundo.

Por tanto, habiendo experimentado la inmensa alegría de ser amados y la firme convicción de ser discípulos de tu Hijo Jesucristo, hemos venido a visitarte, como Arquidiócesis de México, para expresarte nuestra gratitud por todo lo que nos diste a lo largo del año 2024, y pedirte que sigas auxiliándonos para manifestar a todos nuestros prójimos el inmenso amor con que Tú nos amas. Madre Nuestra, fortalécenos para que encontremos los caminos de reconciliación en nuestra querida patria y logremos la paz en el interior de cada familia, en la relación de unos con otros, y especialmente en nuestra manera de comportarnos al transitar por las calles y entre los comercios.

Con gran confianza, ponemos en tus manos al Papa Francisco, fortalécelo y acompáñalo en su ministerio pontificio, especialmente en este Año Jubilar 2025. Ayúdanos a responder a su llamado para que renovemos nuestra aspiración de ser una Iglesia sinodal, donde todos seamos capaces de escuchar, discernir la voluntad de Dios Padre, ponerla en práctica y transmitirla a nuestros prójimos.

Todos los fieles aquí presentes de nuestra querida Arquidiócesis Primada de México, y todos los que nos visitan, hoy nos encomendamos a Ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y esperanza: ¡Oh, Clemente, Oh Piadosa, Oh Dulce Virgen María de Guadalupe! Amén.

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