"Un amor incondicionado" Caminos de esperanza
Con esta pandemia necesitamos que la esperanza no acabe, que tenga fundamentos verdaderos, que perdure y no se agote en unos momentos. No podemos vivir sin esperanza
Quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza. Es el amor absoluto que nos da certezas absolutas, quien nos da y nos mantiene en la esperanza
Te invito a que entres de lleno a descubrir esta presencia de Dios en la historia, a ver y comprobar cómo ha sido su visita
Te invito a que entres de lleno a descubrir esta presencia de Dios en la historia, a ver y comprobar cómo ha sido su visita
La esperanza es constitutiva del ser humano. Siempre se ha manifestado como una necesidad fundamental del hombre, aunque muchas veces hemos ido tirando con esperanzas pasajeras. Dada la situación que vivimos todos, con esta pandemia del coronavirus, esto ya no es válido. Necesitamos que la esperanza no acabe, que tenga fundamentos verdaderos, que perdure y no se agote en unos momentos. No podemos vivir sin esperanza.
Nada de lo que hacemos los hombres o que proviene de nuestras fuerzas personales o de nuestras estrategias redime al ser humano, es decir, le da esa esperanza que fundamenta toda su existencia. Hay algo que únicamente redime al hombre: el amor. Cuando experimentamos un gran amor en la vida, ese momento concreto constituye para nosotros un momento de redención y de esperanza. En este sentido, encontrarnos con Jesucristo y descubrir en Él un amor incondicional es esencial.
Hemos de entender bien esto: si este amor proviene de los hombres, por sí solo no soluciona el problema de la vida y no me entrega la esperanza que necesito para vivir, pues puede ser destruido por la muerte o simplemente porque el ser humano que me ama, me lo retira. Tú y yo, como todos los hombres que vienen a este mundo, necesitamos de un amor incondicionado, como nos decía el Papa Benedicto XVI en la encíclica Spe salvi. Necesitamos la certeza que nos hace expresarnos como el apóstol san Pablo: «Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Rm 8, 38-39).
Es el amor absoluto que nos da certezas absolutas, quien nos da y nos mantiene en la esperanza. Por eso, qué importante es conocer a Jesucristo, la revelación del amor mismo de Dios a los hombres.
Quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza. Por eso este tiempo de la pandemia nos está invitando a entrar en las verdaderas cuestiones que afectan a lo más profundo del ser humano; hoy tenemos una llamada a esperar a Dios y esperar de Él el culmen de todo, pues como nos dijo Jesús: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo» (Jn 17, 3). Es en relación con quien es la Vida misma cuando vivimos y somos invadidos por la esperanza. La esperanza viene con el gran abrazo de Dios a los hombres. Déjate abrazar por Dios que viene a este mundo y tendrás y te colmarás de esperanza.
En este momento histórico que vive la humanidad, los cristianos hemos de invitar a los demás a ponernos en camino. Un camino que hacemos para vivir el misterio de Cristo en la historia. ¡Qué fuerza tienen estas palabras! «Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre» (Hb 13, 8). Pero la historia cambia y necesita ser evangelizada constantemente, necesita renovarse desde dentro.
¿Qué novedades podemos ofrecer los hombres desde nosotros mismos, por nuestras propias fuerzas? Muy pocas. Y sin embargo, los cristianos podemos ofrecer la única novedad verdadera, que es Cristo y que alcanza a todos y a todo. Pues en Cristo está la realización plena y el futuro luminoso del hombre y del mundo.
La palabra esperanza para los cristianos se puede traducir por alguien que llega a la historia y manifiesta su presencia, su venida. En el lenguaje antiguo utilizaban un término técnico para indicar la llegada de un funcionario, la visita del rey o del emperador a una provincia. Hoy necesitamos vivir, mantener, dar esperanza. Y eso es lo que quiere Jesucristo, Él se manifestó con fuerza en la historia de los hombres. Los cristianos hemos adoptado la palabra Adviento para expresar nuestra relación con Jesucristo: Jesús es el Rey que ha entrado en esta pobre provincia denominada tierra para visitarnos a todos y nos invita a participar en la fiesta que es de esperanza para todos los hombres. Hay que volver a decir a la humanidad que Dios está aquí, no se ha retirado del mundo, no nos ha dejado solos.
Te invito a que entres de lleno a descubrir esta presencia de Dios en la historia, a ver y comprobar cómo ha sido su visita. Es la visita de Dios que quiere entrar en tu vida y quiere dirigirse a ti, que quiere entrar en esta historia y en la vida de todos los hombres. Capta una presencia, que es la presencia de Dios, haz silencio y descubre que los acontecimientos de cada día son gestos que Dios nos dirige, signos de su atención para cada uno de nosotros. Y entiende también el sentido del tiempo y de la historia como un kairós, como ocasión propicia para nuestra salvación y una ocasión de gracia, alegría y de espera de lo eterno.
Escucha cosas como estas, te llevarán a entrar en caminos de esperanza:
1. El Señor te quiere coger el corazón: «Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor» (cf. Mt 24, 37-44). Se te invita a estar vigilante, entre otras cosas porque el Señor es sorprendente, viene cuando menos lo piensas. Pero no viene a robarte tus cosas, quiere robarte el corazón. ¿Dejarás que te robe el corazón? Deja que sea un ladrón amigo, pues te va a llenar el corazón de su amor. Te lo roba para llenarte el vacío que tienes.
2. El Señor es el Rey verdadero, entrégale tu vida: «Yo os bautizo en agua para conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo. […] Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego» (cf. Mt 3, 1-12). Un profeta que quiere cambiar el pueblo, pero anuncia que viene el Rey verdadero, Jesús, que cambiará el corazón de los hombres. ¿Dejarás que cambie tu corazón? ¿Lo aceptarás como Rey de tu existencia y de la historia personal y colectiva de tu vida?
3. Ten confianza y seguridad en el Señor: «Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!» (cf. Mt 11, 2-11). Juan en la cárcel pasa por una noche oscura, él que había dedicado la vida a anunciar la llegada inmediata de Jesús. Jesús le envía a Juan un mensaje de confianza y de seguridad, diciéndole que ha llegado con misericordia y gracia. Este mismo mensaje nos envía a ti y a mí. ¿Depositaremos la confianza y la seguridad en Jesucristo? Aquí está el porvenir de nuestra vida vivido en alegría y esperanza o en la desesperanza y desilusión. Fíjate en lo que hace el Señor. Él es diferente a todos los demás, pero te hace ser lo que tienes que ser.
4. Vive la fe como una adhesión incondicional a un Dios que te ama entrañablemente: «Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (cf. Mt 1, 18-24). El anuncio del ángel iluminando el misterio que había sucedido en María, y José creyó como también lo había hecho María. ¿Me dejo envolver por el misterio? Con fe, ¿muestro una adhesión incondicional a Dios como lo hicieron María y José?
En esta nueva etapa de la historia, marcada por el sufrimiento de la pandemia, tengamos esta seguridad: Dios no ha abandonado a su Pueblo, Dios quiere visitar a su pueblo y darle esperanza.
Con gran afecto y mi bendición,
+Carlos, Cardenal Osoro
Arzobispo de Madrid
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