Nada hay oculto que no quede manifiesto. Reflexiones en torno a la película Spotlight
“Pues nada hay oculto que no quede manifiesto, y nada secreto que no venga a ser conocido y descubierto” (Lc 8,17). “Spotlight” es una película no solo necesaria sino de visión imprescindible para los católicos- obispos, sacerdotes, religiosas/os y laicos- por este orden de prioridad. Para el espectador creyente tiene un claro componente penitencial. Los casos de pederastia son presentados como un síntoma gravísimo de otra enfermedad fundamental que supone la muerte del Evangelio, la asociación de la Iglesia con el mal a través del poder.
En el cine los casos de pederastia en la Iglesia Católica habían sido tratados recientemente por diversas películas. “Líbranos el mal” de la directora Amy Berg sobre el padre Oliver O’Grady, un depredador sexual que llegó a ser entrevistado para el documental. La sugerente y compleja “La duda” (2008) de John Patrick Shanley que cuenta la sospecha de una estricta religiosa, directora de un colegio, contra el capellán del mismo que ha podido abusar de un menor. «En la búsqueda del mal, uno se aleja un paso de Dios pero se acerca uno más a su servicio». El documental “Mea Maxima Culpa: Silencio en la casa de Dios” (2012) de Alex Gibney, este film examina los crímenes del padre Lawrence Murphy, quien abusó de más de 200 niños sordos en una escuela. Recientemente la más ideológica “El club” (2015) de Pablo Larraín, esta ficción chilena cuenta como cuatro sacerdotes viven apartados en una especie de casa de penitencia tras haber cometido diferentes delitos –incluyendo pederastia- de los que no han sido juzgados civilmente.
Spotlight supone un salto cualitativo. Perteneciendo al terreno de la ficción se basa en hechos reales, cuenta la historia del trabajo de la unidad de investigación del periódico Boston Globe, llamada “Spotlight”, que sacó a la luz un número elevado de abusos sexuales perpetrados por distintos sacerdotes de Boston y que supuso un salto cualitativo en el desenmascaramiento de los casos de pederastia en las diócesis de EEUU y en otros lugares del mundo. Con ese motivo el Globe ganó el premio Pulitzer al Servicio Público en el año 2003. Además estamos ante una película que desde el punto de vista comercial ha tenido una gran aceptación, tanto por parte del público como de la crítica, y que está nominada a los Oscar en cinco categorías entre ellas mejor película, director y guion.
Uno de los valores de la película del director y guionista Thomas Joseph McCarthy – del que hemos de recordar el guion de “Up” (2009) y la dirección de la excepcional “The Visitor” (2008)- es la impresión de veracidad y equilibrio. El proceso de desvelamiento de los casos de pederastia por parte del grupo de periodistas resulta convincente. El acceso a la primera víctima y las dudas sobre su equilibrio, el temor de los abogados defensores ante la dificultad de que prosperaran las denuncias, la confirmación progresiva en las dolorosas declaraciones de otras víctimas cada vez más numerosas, las pistas sobre el apartamiento y traslados de sacerdotes denunciados, las intervenciones del cardenal Law cerca de las familias para mantener ocultos los casos, los abogados de la Iglesia llegando a acuerdos económicos privados que imponer el silencio, la presión social de distintos estamentos eclesiales sobre los periodistas en una ciudad donde todos y todo se conoce, la existencia de investigaciones policiales y judiciales que llegan a punto muerto y desaparecen hasta llevar al espectador a la progresiva certeza de la magnitud en extensión del número de víctimas y las enormes consecuencias de sufrimiento para las personas que son llamadas supervivientes.
La narración modula con equilibrio y administra hacia el clímax las emociones. Resulta sobrecogedor asistir a las confesiones de las víctimas, crece la indignación al comprobar los mecanismos de presión de la iglesia en el ocultamiento de la verdad, permite tomar conciencia de la lucha interior de los creyentes que ven como quienes representan la bondad y la fe agreden a los más débiles - niños y familias pobres-, ensalza el valor de aquel periodismo que no se doblega ante la injusticia y que se coloca del lado de las víctimas. El guion, en su posicionamiento tajante de denuncia, establece contrastes interesantes como la confesión de autojustificación enfermiza del único sacerdote abusador al que se lograr brevemente entrevistar, la descripción de la complicidad de una sociedad en la que en el fondo todos están implicados en el silencio (policías, educadores, abogados, jueces…) o el respecto-aprecio por la experiencia religiosa más allá de los desmanes institucionales.
Ver “Spotlight” para los creyentes es recomendable ya que permite comprender el verdadero alcance de la cuestión de la pederastia en la Iglesia católica. Es verdad que para quienes se oponen a la presencia de la fe en la vida personal o pública la película ofrece amplios argumentos para confirmar su posicionamiento ante la rotundidad de los hechos. Pero también ofrece un ejercicio de purificación necesaria para los que vivimos la fe en Jesucristo desde la iglesia. Apuntemos algunas cuestiones necesarias. Cuando la institución oculta el Evangelio, olvidando la prioridad de las víctimas y los pobres, el sentido de la iglesia se disuelve, aunque su imagen social prevalezca. El acceso al celibato y al ministerio de personalidades desequilibradas que asumen responsabilidades que luego traicionan. El peligro que corre la iglesia al convertirse en un poder social que prioriza sus intereses al anuncio del Evangelio y el servicio a los más débiles.
“La corrupción de lo mejor engendra lo peor”. La importancia de los casos de pederastia en la iglesia descubre una forma de articulación institucional que exige una profunda conversión. Los funcionamientos cerrados de protección de intereses olvidan la misión de Jesucristo abierta a toda la humanidad y especialmente los más débiles. La tentación de los mecanismos de poder siempre pueden deslizarse hacia el mal y la exigencia de desprendimiento y humildad es un correctivo imprescindible. Por eso la penitencia que supone ver Spotlight es necesaria.