Saberse acogido

Una mujer paseaba con Dios por la playa. En el horizonte veía reflejarse toda su vida. Y en cada escena aparecían dos pares de huellas en la arena. Una pertenecía a ella y la otra al Señor.

Cuando terminó la última escena de su vida se sorprendió de que, en varias ocasiones, no había dos huellas sino solamente una. Coincidía con los momentos más difíciles, las noches sin estrellas, los días de angustia.

Invadida de una gran tristeza se dirigió a Dios:

-Me dijiste, que siempre estarías a mi lado, que me acompañarías. Sin embargo he comprobado que, en los peores momentos, solamente había una huella en la arena. ¿Dónde estabas cuando más te necesitaba?

El Señor le contesto:

-Mi preciosa criatura, siempre te quise, jamás te abandoné. En los momentos más complicados, yo te tomé en mis brazos.

A Pilar, en su primer cumpleaños, le deseo que siempre se sienta cobijada no solo por los brazos de su abuelo sino también por los brazos de Dios.
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