El progreso es ambiguo, tiene sus limitaciones y esta cargado de contradicciones
En el mundo Occidental (el industrializado, el rico) se ha asociado la idea de “progreso” a la potenciación del desarrollo científico técnico; a la identificación del consumo con el bienestar al margen de consideraciones éticas.
Se trata de un modelo “desarrollista” caracterizado por producir más, consumir más y aceptar que más es siempre mejor.
Pero la verdad es que el progreso es ambiguo, tiene sus limitaciones y esta cargado de contradicciones.
En una mirada retrospectiva vemos que aquel progreso que iba a ser la salvación mundial no es tan mundial. Que la sociedad mas justa con la que soñábamos ha derivado en una sociedad más dividida y más desigual.
El modelo de progreso por el que la humanidad ha apostado no solo no ha mitigado las diferencias sociales sino que las ha agudizado.
Como consecuencia el crecimiento económico de los países del Norte no ha dado lugar al desarrollo de los países del Sur, sino que las diferencias se han agrandado.
Los desequilibrios territoriales, económicos y humanos existentes han encendido la luz de alarma de la sostenibilidad. Apoyado por muchos estudios que señalan que nuestro modelo de desarrollo es inviable. Inviable para nosotros los ricos. Y más inviable aún si queremos que el bienestar que nosotros hemos alcanzado siga aumentando y se extienda también a los colectivos de población menos favorecidos.
La alternativa pasa por otro modelo de desarrollo diferente al imperante hasta ahora. Un desarrollo sostenible que hace un uso menos intensivo de los recursos; que redefine los criterios de utilización de los mismos y que procura se pueda acceder a ellos en condiciones de equidad.