El placer de enseñar la biblioteca del monasterio a los niños Los monjes y 'Juego de Tronos'
Lo importante no es “ver” una biblioteca, sino darse cuenta de lo que representa
Los libros bíblicos de las Crónicas y los Reyes reflejan una sociedad moralmente poco evolucionada, tremendamente cruel
Los profetas condenan la explotación, la mentira, la avaricia, la corrupción del poder, la religiosidad hueca y sin amor
Unas vacaciones que incluyan una visita tranquila y sosegada a una biblioteca pueden enriquecerse mucho
Los profetas condenan la explotación, la mentira, la avaricia, la corrupción del poder, la religiosidad hueca y sin amor
Unas vacaciones que incluyan una visita tranquila y sosegada a una biblioteca pueden enriquecerse mucho
| Francisco Rafael de Pascual, Abadía Cisterciense de Viaceli
No es que “los monjes” hayan visto todos “Canción de Hielo y Fuego” y por ello se pueda decir que tienen una opinión al respecto; algún “pen” anda por ahí, y alguno habrá leído los libros o, incluso, haya visto los capítulos de la serie. A fin de cuentas, ya lo dijo Evagrio el Póntico (s. IV) hablando como monje: “Nada humano me es ajeno”. Espero, pues, que no se saquen conclusiones equívocas.
Enseñar la biblioteca del monasterio a los niños es un placer, si se hace con interés y gusto. Hace poco tiempo, en una visita guiada, varios niños enseguida subieron al segundo piso de la biblioteca, donde les dije que había “novelas” y “cómics”. Uno de ellos anunció con entusiasmo: “¡Tienen Juego de Tronos! ¡Y Astérix y Obélix!”
Les expliqué que había más libros como ese, libros que trataban de las pasiones y de la conducta de las personas y cómo éstas se comportan a lo largo de la historia. Traté de hacerles reparar en una Biblia que había en la mesa central de la biblioteca, y un par de hojas, reproducciones de la Biblia de san Luis de Francia, bellamente ilustradas. –“¿Veis? Estos son los ‘multimedia’, las ‘tablets’ del pasado... Porque muchísimas personas, incluidos reyes y gente importante, no sabían leer... y necesitaban biblias y libros con dibujos...”.
En los escritorios, lugares de trabajo, de los monasterios, los monjes se encargaban de hacer esos trabajos. Y les enseñé varios libros “iluminados”, su historia, lo que hacía falta para dibujar y pintar, cómo hoy podíamos “escanear” e imprimir esos dibujos o “miniaturas” sin apenas dificultad.
Uno de los niños de la visita anunció con entusiasmo: “¡Tienen 'Juego de Tronos'! ¡Y 'Astérix y Obélix'!”
Lo importante no es “ver” una biblioteca, sino darse cuenta de lo que representa y disfrutar un poco de los libros que contiene. La visita a una biblioteca debe ser un recorrido por las tradiciones de sabiduría de la humanidad, un momento privilegiado para adentrarse en los caminos de la búsqueda del saber y de la cultura. Unas vacaciones que incluyan una visita tranquila y sosegada a una biblioteca pueden enriquecerse mucho.
Subiendo ya el tono, pues había algunos mayorcitos y profesores, les dije que precisamente en la Biblia que estaba sobre la mesa había unos libros, o partes, que se llamaban “Libros de las Crónicas” y “Libros de los Reyes”, y que allí se contaba la historia de Israel, la sucesión de sus reyes, las cosas que sucedieron y, lo más importante, por qué y para qué se escribieron. Todo esto “a modo infantil”.
“A modo adulto” suelo decir que “Juego de Tronos” comparado con esos libros citados es, en realidad, un juego de niños, un escrito menor. Los libros bíblicos de las Crónicas y los Reyes reflejan una sociedad moralmente poco evolucionada, tremendamente cruel, en la que la sucesión de los reyes estaba teñida de sangre, de violencia, de intrigas, de trampas... La Biblia cuenta todo eso para tejer una historia de pedagogía y educación sin avergonzarse de mostrar la crudeza de la historia humana –como todos los grandes libros “sapienciales” de las grandes religiones. Pero en esos libros bíblicos existe, tras la cortina de una narración poco “edificante”, un deseo del Dios de Israel de guiar a su pueblo –principalmente a través de los Profetas, otros cuantos libros de la Biblia- hacia un mundo de justicia, libre de opresiones y esclavitudes, en el que el Rey lo sea para la paz y progreso del pueblo: los profetas condenan la explotación, la mentira, la avaricia, la corrupción del poder, la religiosidad hueca y sin amor, la prepotencia sobre el débil... etc. O sea, un tratado de sabiduría para el pueblo de Israel.
En esos libros se da una continua progresión hacia lo mejor, un intento de superación, un paso lento y difícil hacia relaciones humanas más justas. No se ocultan las dificultades, los fracasos, ni se disimula la debilidad y ambición de los protagonistas, desdibujados a veces entre las luces del heroísmo y las sobras de las traiciones. En esos libros no falta lo realmente histórico, las ficciones, los cuentos moralizantes, la magia y los “fuegos devoradores” que aniquilan a los malvados, los animales fantásticos –siempre el dragón malvado y las “bestias” simbólicas (de ahí los “bestiarios” medievales).
Los monjes, por la lectura asidua de la Biblia, conocen muy bien esos libros. Y “Juego de Tronos” se los recordaría muy bien. También los monjes han sido, especialmente en siglos pasados, amantes y autores de Chronicones, donde se cuenta, pretenciosamente en algunos casos, la historia del mundo, de las ciudades, de las dinastías reales y de los grandes imperios. Disponemos de algunos códices medievales y de algunos “facsimiles” realmente preciosos. “Pasear” la vista por sus páginas es remontarse a tiempos pasados en que las personas compartían las inquietudes y tareas del ser humano sobre la tierra.
En “Juego de Tronos” aparece al final Samwell Tarly, amante de los libros, de los “chronicones”, orgulloso con su cara infantil de consejero recién estrenado. Ha llegado a ocupar un puesto importante en el gobierno del nuevo reino: representante de las fuentes de sabiduría que conserva la biblioteca de palacio. Tyrion Lannister, en su discurso final ante los electores, saca a luz una idea interesante: quien gobierna debe conservar la memoria de la historia de su pueblo, debe ser garante de las tradiciones y respetuoso con ellas.
El afán de todos los que escriben sobre historia, con mayor o menor fundamento histórico, mayor o menor fuerza moralizante, si lo hacen sin afán de manipular la mente de sus lectores, se encontrarán con que, en definitiva, lo único que pueden reflejar son las pasiones humanas y sus consecuencias para mover la rueda de la historia.
De una u otra forma, en diversos soportes (libro, multimedia, series TV) es bueno que de vez en cuando aparezcan historias, reales o ficciones, que nos lleven a contemplar los horrores y errores de la violencia, que nos muestren que el afán de los pueblos es la paz, no la guerra, y que “los reyes de la tierra” sin memoria de sabiduría son como hojas que lleva el viento, a decir de los Salmos bíblicos.
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