David López Royo Fraternidad: ¡No destruyamos, construyamos!
Hace unos días, un sacerdote, buen amigo, y apoyo en momentos de tribulación, me regaló un libro titulado: La Fraternidad, escrito por otro sacerdote, Luis Miguel Rojo Septién
La fraternidad no es posible cuando la postura es imponer unas normas que destruyen los principios fundamentales de la convivencia
Hace unos días, un sacerdote, buen amigo, y apoyo en momentos de tribulación, me regaló un libro titulado: La Fraternidad, escrito por otro sacerdote, Luis Miguel Rojo Septién. La lectura del libro me ha llevado a reflexionar sobre la misión que cada persona está llamada a realizar. Me ha confrontado conmigo mismo y me ha ayudado a llegar a una conclusión: cuando una persona se entrega y entiende que ha de cumplir con una misión de servicio, aparecen dificultades infinitas y siempre aparecen quienes están dispuestos a destruir el trabajo realizado; pero también la lectura de este libro te sitúa ante la realidad y hace que la esperanza nunca se pierda. Esto sucede porque la Fraternidad es el eje conductor de todas las personas que quieren y desean hacer el bien.
Partiendo de que la mayoría de las personas que habitamos en esta sociedad tenemos un poso cristiano y, en mi caso, puedo decir que también una formación cristiana, hay que concluir que estamos en la obligación de mirar a nuestro alrededor con una visión en donde la fraternidad sea el referente.
Las dificultades pueden superarse si hacemos que la fraternidad sea un eje esencial de nuestra misión, aunque ésta se vea afectada por acontecimientos negativos, animados éstos por quienes están más interesados en destruir que en construir.
La pregunta que cabe hacerse, siguiendo al autor de este libro es ¿aporta algo el cristianismo a la fraternidad? Su reflexión de apoya en tres pilares: El vínculo que une a las personas es más fuerte, habitamos una casa común y se da la primacía de la caridad.
Sobre a que el vínculo que une a las personas sea más fuerte, Luis Miguel nos recuerda que “la paternidad común de los cristianos nos iguala a todos. Esta igualdad no limita nuestra libertad. Además, la paternidad común nos sitúa en el ámbito de una humanidad universal, donde no hay fronteras de raza, lengua o nación que pueda condicionar el vínculo de la fraternidad”. Con respecto a que habitamos una casa común, nos dice que “en la fraternidad cristiana de alguna manera se integra la creación en su conjunto, el mundo entero no es ajeno a la fraternidad. Existe una fraternidad universal con todo lo creado....sentirnos parte y miembros de la creación, nos une a ella y nos hace responsables de su cuidado”. En relación a la primacía de la caridad, nos recuerda “que para el cristiano, ayudar a los hermanos es más que un mero asistencialismo, un enfoque de derechos o un elemento que nos hace iguales. La caridad es el amor que nos hace capaces de poner por delante lo que necesita el otro, que nos lleva a poner la vida al servicio de que el otro viva, realice su humanidad y así crezcamos juntos como personas”
El párrafo anterior nos tiene que llevar a revisar nuestro proceder en la vida. No se puede vivir permanentemente con el rencor y pensando en destruir a los demás, sencillamente por la simple razón, que no es razón, de que hay que pensar mal del trabajo que realizan quienes tienen la responsabilidad de gestionar. Quien así obra cree que tiene la posesión de la verdad. Buscan con esta dinámica salvaguardar su status quo. No quieren reconocer que, al final , absolutamente todas las personas quedan tocadas por el dolor y el sufrimiento. En estas circunstancias la fraternidad no existe, no puede darse y además queda apartada del perdón, que, por otra parte, es el punto de apoyo de la fraternidad.
Vivimos en una sociedad que se empeña en arrinconar a la fraternidad y esto ¿por qué ocurre?
Este hecho es común en todos los espacios de la vida. La fraternidad hay que construirla conjuntamente y no es posible si una de las partes no quiere.
La fraternidad solamente nos puede guiar si somos capaces de querer escucharnos. Si esto se produce surge la globalización de la caridad.
La fraternidad no es posible cuando la postura es imponer unas normas que destruyen los principios fundamentales de la convivencia.
Cuando las personas participamos de iniciativas novedosas siempre estamos expuestas a las críticas más duras por parte de los que entienden que la fraternidad es su coto particular y sobre el que pueden decir lo que está bien o está mal. No, esto no es fraternidad.
La fraternidad nace en el corazón de las personas y se expande a través de la razón. La fraternidad no vive anclada en los sentimientos, sino que se construye por personas dispuestas a defender lo que es justo y conveniente para que la convivencia sea el marco de nuestra sociedad. Cuando lo que se busca es romper y destruir la fraternidad, ésta queda relegada a un simple discurso vacío de contenido, sujeto el mismo a una lacerante herida social.
La fraternidad tiene que buscar siempre la reconciliación. Esto comporta el ceder para construir. La rendición a los intereses propios y particulares no es fraternidad. La fraternidad vive sujeta a normas que nos ayudan a vivir en armonía y en paz. Cuando éstas se rompen de manera unilateral es imposible que la fraternidad pueda armonizar la convivencia. La fraternidad queda, por tanto, condicionada.
Pero ¿por qué queda condicionada? siguiendo al P. Luis Miguel Rojo, se debe al virus letal del individualismo y a la injusticia y a la desigualdad como frutos amargos de nuestra sociedad.
El individualismo lo plasma en un párrafo que debería de llamarnos la atención, por cuanto nos podría ayudar a salir de nuestros propios intereses y de nuestros pensamientos acerca de que nuestra verdad está por encima de las demás potenciales verdades; dice Luis Miguel “en ocasiones nos hacemos la ilusión de ser nuestros propios maestros, olvidándonos de los demás. El otro se convierte en mero obstáculo para la propia tranquilidad placentera, y crece en nosotros la soledad. El escenario social se percibe como un campo de batalla de todos contra todos. Un campo meramente competitivo, donde cada uno trata de satisfacer sus egoísmos”. En definitiva el otro es visto como un límite al que hay que aniquilar. Esto genera desgraciadamente dolor y sufrimiento.
La injusticia y la desigualdad nos adentra en la exclusión. Podemos hablar, que es lo que nos puede venir a la mente, de la injusticia y desigualdad como el camino a la pobreza; sí , eso es una dimensión; pero existe la injusticia y la desigualdad que rompe con la convivencia por cuanto de manera injusta genera distintos patrones de normas y de leyes, conduciéndonos a un abismo entre las personas; esto, sin dudarlo, nos lleva a la autodestrucción.
El autor del libro La Fraternidad plasma esta realidad escribiendo lo siguiente “ los diversos tipos de injusticia que genera la desigualdad dificultan la vivencia de la fraternidad. Deberíamos ser capaces de impulsar una transformación democrática de la sociedad, y para ello, hay que profundizar en el sentido de la justicia social y fortalecer una conciencia cívica. O, dicho de otro modo, pensar y actuar en términos de comunidad. En definitiva, libertad, igualdad, equidad y solidaridad son cuatro columnas que permitirán impulsar y construir un nuevo edificio social que garantice la convivencia y la integración social”
La fraternidad es un camino del que no nos deberíamos apartar las personas; pero para que este recorrido pueda hacerse es necesario mostrar la dinámica del perdón. Lo contrario nos hará vivir permanentemente en tensión. Si lo que queremos es esto no habrá espacio para la fraternidad, siempre existirá en nosotros la soberbia y el creernos los poseedores de la verdad. Pero, sin embargo, si lo que deseamos es construir una sociedad desde el perdón podremos generar la armonía de la caridad. La tribulación será vencida y, como dice mi amigo, en el regazo de Dios nos encontraremos para construir la fraternidad del perdón.
¡No destruyamos, construyamos!