Trabajos abusivos que se aprovechan de la pobreza y la desesperación en la Amazonía Cargadora
Nos contó que les pagan 80 céntimos de sol por cada saco que suben; es decir, ¡unos 21 céntimos de euro! Mis ojos debieron abrirse como platos por el asombro y la indignación. Llevaba toda la tarde del día anterior currando, y le quedaría hasta las 3 de esa tarde, de modo que sería una jornada descargando, en total unos 50 sacos, 40 soles, 10,5 €. Tiene tres hijos a los que alimentar, y no queda otra que entrarle a lo que le salga.
Estábamos esperando que zarpara el ponguero en Tamshiyacu cuando reparamos en que había una lancha recién atracada con materiales de construcción para la obra del colegio Agustín Rivas. Una carrafilera de gente se movía, como laboriosas hormigas, afanándose en la ardua tarea de la descarga; entre los chaucheros, algunos bastante jóvenes, descubrimos a una mujer.
Me sorprendió porque ya conté que me parece un trabajo muy duro, muy físico, como reservado a los varones, y realmente nunca había visto a una mujer en esa chamba. Pero ahí estaba ella, de unos 30 años, acarreando y transportando sacos de cemento de 50 kg sobre sus hombros; y a veces sin manos, como en la foto. Diosito lindo.
El bote demoraba, así que nos sentamos junto a una bodega. Los chaucheros pasaban justo delante de nosotros y yo seguía cada vez más admirado. Alguien llegó vendiendo aguajes, compramos algunos y, a la siguiente vuelta de la mujer, la invitamos. Así pudimos conversar un ratito y ella tomarse un respiro.
Nos contó que les pagan 80 céntimos de sol por cada saco que suben; es decir, ¡unos 21 céntimos de euro!“¿¿¿¿Cómo así????” Mis ojos debieron abrirse como platos por el asombro y la indignación. Llevaba toda la tarde del día anterior currando, y le quedaría hasta las 3 de esa tarde, de modo que sería una jornada descargando, en total unos 50 sacos, 40 soles, 10,5 €.
Yo estaba a cuadros y desatado de chismoso: “¿Y no hay otros empleos que puedas encontrar mejores que esto?”. Ha intentado de todo, pero no hay forma; tiene tres hijos a los que alimentar, y no queda otra que entrarle a lo que le salga. “¿Y el papá de los niños?”. “Estábamos un tiempo en Lima, pero nos abandonó. Se fue con otra mejor”. Mejor que tú no creo, pensé yo.
Vaya moza más brava. “Pero el papá tiene que pasarles la pensión a los bebes, llevan su apellido, la ley le obliga, ¿le has denunciado?” – seguimos con el interrogatorio. Resulta que ella no conoce el domicilio del hombre, no logra averiguarlo, aunque llama y llama, pero él y su familia solo la pelotean… (se le quebraba la voz). Y por eso la denuncia no procede, porque no hay como notificarle. Qué miserable.
“¿Y si solicitas el programa Juntos (ayuda social del Estado)?”. En la Municipalidad le dicen que no se puede inscribir al programa porque sus niños no han nacido acá, sino en Lima. Lo más alucinante es que “los de la oficina me dice que me embarace nomás, y ahí sí se tramita la ayuda y la dan”. Me quedo sin palabras ante tamaña insensatez administrativo-descerebrada; los premios Nobel que andan sueltos por ahí, y nosotros con estos pelos…
“¿Y cómo te sientes con esta faena tan fuerte?”. “Mis hombros están pelados por el roce del cemento, aunque nos protegemos. Duele mi cintura y peor mi espalda, sobre todo en la noche”. Masticaba su aguaje y conversaba sudorosa, pero sin perder la sonrisa. Es pobre extrema, no tiene nada, pero vive por sus hijos y su energía es inmensa, igual que su dignidad. Está de pie, con la vida a cuestas.