Don Antonio Montero me dijo: - "¿Tienes coche?" – "No". - "Pues cómprate uno" Hace 20 años de casi todo: mi diócesis, mis pueblos
Así fue como llegué a mi querida diócesis de Mérida-Badajoz, donde continúo, agradecido y orgulloso; y así llegué también a Valencia, de donde siento que sigo formando parte, de alguna manera, veinte años después. Disculpen por hablar de mí. En realidad, lo que ocurrió entonces y todo lo que vino más tarde, es nomás la historia de Dios conmigo, un conjunto de dones que he tratado de recibir y disfrutar lo mejor que he podido.
Todavía era de noche cuando me bajé del autobús y caminé por el puente Lusitania hasta mi casa. Un rato más tarde, mientras me afeitaba la barba bravía del mes de Camino, José Antonio Salguero me telefoneó: “Ya no vengas hoy, ven pasado mañana a ver al obispo. Te va a dar tu destino”. Ah ya. Y así lo hice. Cuando don Antonio nombró los pueblos que me encargaba, yo ni sabía que existían ni dónde estaban.
- Vas a ir de párroco a Valencia del Ventoso y Valverde de Burguillos, ¿qué te parece?
- ¿No sería mejor tal vez que yo estuviera con otro compañero? Porque casi no he trabajado en parroquias…
- ¿Cuántos años tienes? – 34.
– Ya eres mayorcito. ¿Tienes coche? – No.
- Pues cómprate uno.
Y así fue como llegué a mi querida diócesis de Mérida-Badajoz, donde continúo, agradecido y orgulloso; y así llegué también a Valencia, de donde siento que sigo formando parte, de alguna manera, veinte años después (4 de julio de 2004). En esos primeros años no existía este blog, pero cualquiera que me conozca un poco sabe que aquella experiencia es una de las claves de mi vida, de mi personalidad y de mi vocación.
Hubo ocasión de expresar públicamente lo que significa Valencia y su gente para mí, porque en 2011 tuve el gran honor de dar el pregón en la fiesta de la Virgen del Valle, invitado por el Ayuntamiento. Releo ahora las cosas que dije y escribí, y brotan las lágrimas por la inmensa gracia que Diosito me hizo. Cada vez estoy más seguro que Él me tenía preparado ese pequeño lugar de Extremadura, para que pudiese aprender lo que necesitaba y diera un hervor.
A los dos años me trasladaron -qué dolor-, y comenzó una etapa más inestable. Siempre tenía la misión en el horizonte, y el sueño de África permanecía latente; de modo que, buscando, volví a dar un volantazo y equivoqué el camino. Pero ya disponía de más resortes y madurez para rectificar, no estuve desorientado, y sí muy bien acompañado.
Lo que vino a continuación fue una gozada, en mis preciosos Valles. Años de respirar y profundizar mi compromiso con la gente y con mi diócesis, sin trazarme más planes que vivir el día a día entregándome, soñando, trabajando, compartiendo; como en Valencia, pero con más solidez, más realismo y enorme ilusión. Mucho narré en este diario, que lancé al ciberespacio en 2008.
Poco a poco, aunque no “me había criado” en la diócesis, me fui integrando con los curas, con los grupos y organismos, con gentes de otras parroquias a las que vas conociendo. Recuerdo con especial cariño aquella Pastoral Juvenil de los tápers que nos inventamos en la Delegación, el Movimiento Rural Cristiano, la JEC, el programa de animación comunitaria de Cáritas Diocesana… todo lo que descubrí y los amigos que Diosito me regaló.
Fue importante el momento en el que quedé jurídicamente incardinado, un jalón de felicidad y de seguridad que coincidió en el tiempo con la elección del Papa Francisco. Era el final de un proceso humano complejo, con fases intrincadas, pero en el que prevalecieron la paciencia y el cariño divinos. Aprecio ahora con total claridad que jamás anduve solo, siempre estuve muy arropado por mi familia, por mis amigos, y por los sacerdotes, verdaderos compañeros del alma, a quienes jamás podré agradecerles suficientemente lo que han hecho y hacen por mí.
En fin… Disculpen por hablar de mí. En realidad, lo que ocurrió hace veinte años y todo lo que se dio después, es nomás la historia de Dios conmigo, un conjunto de dones que he tratado de recibir y disfrutar lo mejor que he podido. Me agrada evocarlo en este aniversario redondo, para que la memoria sea acción de gracias humilde y emocionada.