En Angoteros, en el alto Napo (Perú) Un sueño cumplido: Primera Asamblea de los pueblos originarios del Vicariato San José del Amazonas
El triple propósito del encuentro era: conocernos, valorarnos y caminar juntos. Fue una delicia escuchar a los indígenas hablar a su manera, y también notar el efecto benéfico que el silencio hace a los misioneros, acostumbrados a enseñar.
Necesitamos como Iglesia estar muy cerca de los pueblos originarios. Creo que esa conexión es inyección de vida y brújula del buen vivir para todos nosotros (Iglesia y pueblos, juntos), y percibo interiormente la fuerte llamada a cuidarla, porque en ella amanece la Palabra para nuestro presente y nuestro futuro.
Era una mera conversación entre pasillos o en la noche, una aspiración, un proyecto gigante: ¡reunir a representantes de los nueve pueblos indígenas de nuestro territorio! Gran deseo que topaba con barreras tan simples como reales: “costaría mucha plata”, “cómo hacemos para manejar esos desplazamientos tan largos", “quiénes vendrían”, etc. Se hizo realidad gracias al empuje de un grupo entusiasta de misioneros y a la suma de muchas voluntades, algunas a miles de kilómetros de distancia. El milagro, actualizado, de los panes y los peces.
La crónica “profesional” ya fue publicada y se puede leer acá en RD y en la web queridaamazonia.pe, nomás quiero ofrecer mi experiencia, impresiones y el poso que van dejando en mí aquellos días en Angoteros, en el alto Napo. Fue algo histórico, así lo sentimos de principio a fin, y estoy orgulloso de haber sido parte de la aventura. Los pueblos Kichwa, Secoya, Ocaina, Arabela, Tikuna, Bora, Huitoto - Murui, Yagua y Maijuna juntos por primera vez.
Participé, pero debe ser el único encuentro vicarial de los últimos años en el que no he intervenido casi para nada en la organización. Los generadores de la idea querían hacerlo “desde abajo”, no como algo institucional, sino como un grupo de misioneros y de puestos que se alían para organizar este evento, e invitan a quienes deseen unirse. Y así fue: únicamente traté de facilitar el encaje de la fecha en el calendario general de actividades del Vicariato.
El aparato logístico fue monstruoso: cómo trasladar a más de cincuenta personas de un extremo a otro de la geografía vicarial, solucionar el hospedaje, la alimentación… Pero casi más meticuloso y delicado resultó fraguar la metodología, porque teníamos claro que se trataba de escuchar, y por tanto dejar hablar a los indígenas. El Papa invitó a eso en Puerto Maldonado: “Muchos han escrito y hablado sobre ustedes. Está bien que ahora sean ustedes mismos quienes se autodefinan y nos muestren su identidad. Necesitamos escucharles”.
El recibimiento a los participantes fue apoteósico: ¡todita la población estaba en el puerto! Los kichwas de Angoteros mostraron toda su capacidad de acogida y sus mejores galas: los fiesteros de Semana Santa, los discursos de las autoridades, varios bailes y poemas por parte del colegio, y por supuesto, masato y sonrisas abundantes. Ese instante estableció una corriente de simpatía que se mantuvo durante toda la Asamblea.
El triple propósito del encuentro era: conocernos, valorarnos y caminar juntos. Se había preparado el primer bloque de presentación de cada etnia, y uno tras otra fueron pasando a describir dónde viven, contar los mitos de origen de su gente, dialogar acerca de su idioma, sus comidas, las fiestas y rituales, su espiritualidad, los valores… Fue una delicia escuchar a los indígenas hablar a su manera, y también notar el efecto benéfico que el silencio hace a los misioneros, acostumbrados a enseñar.
Tras la primera jornada, se constituyó un equipo coordinador de ocho o nueve personas, de las cuatro cuencas del Vicariato, que fue diseñando y facilitando las actividades los siguientes dos días; hubo trabajos de grupo, plenarios, exposiciones, preguntas, cuestiones abiertas… Y siempre mucha cordialidad, un profundo sentimiento de ser hermanos y tan parecidos, a pesar de las diferencias. Ese intercambio entre diferentes identidades amazónicas fue realmente magnífico y enriquecedor.
Disfruté de la maravilla de las culturas expuestas y compartidas, y también pude detectar su debilidad, en algunos casos alarmante. Hay acervos de conocimiento y tradición que se encuentran al borde del abismo de la desaparición. Pero las culturas no están muertas, solo “dormidas”, como decía Jesús en el evangelio de aquel domingo. Y como Iglesia estamos llamados a ser amigos de estos pueblos, prefiriéndolos con decisión, apostando por ellos, escuchándolos, aprendiendo… para encontrar el rostro de Dios con nuevos perfiles y colores.
Varias de las personas que estuvieron en la Asamblea no eran católicos; de algunos no lo he sabido hasta bastantes días después, y no es relevante. Me parecieron gente valiente, valiosa, luchadora, resiliente. Fue un privilegio poder prestarles atención y tratar de absorber todo lo que pudiera de ese caudal.
Aprecié también mucho agradecimiento a la Iglesia, a los misioneros. Nombraron a algunos en concreto, a aquellos más cercanos, sobre todo a Domi, como no podía ser de otra forma; y se reconoció al p. Yvan Boucher, que quiso estar presente en este momento trascendental del Vicariato al final de sus más de 40 años de entrega misionera.
¿Qué viene ahora? No quedó muy claro, tan definido y escrito como en las programaciones pastorales. Tengo el corazón dulce y siento muy profundamente la necesidad de que estemos muy cerca de los pueblos originarios, amándolos más que a cualquier mensaje que pretendiéramos transmitirles. Creo que esa conexión es inyección de vida y brújula del buen vivir para todos nosotros (Iglesia y pueblos, juntos), y percibo interiormente la fuerte llamada a cuidarla, porque en ella amanece la Palabra para nuestro presente y nuestro futuro.