Semana Santa en Tacsha Curaray, río Napo, vicariato San José del Amazonas (Perú) Resurrección en Tacsha Curaray

He disfrutado serena y gozosamente los días de Semana Santa con estos pueblos de veras menudos: sencillos, pobres, agradecidos, lindos. El encuentro llano y espontáneo con la gente es el combustible que alimenta mi ser misionero, los necesito seguramente mucho más que ellos a mí, aunque no se lo imaginen.
¡Qué encantadores días de Semana Santa he pasado en Tacsha Curaray! Los he disfrutado serena y gozosamente con estos pueblos de veras menudos: sencillos, pobres, agradecidos, lindos. El encuentro llano y espontáneo con la gente es el combustible que alimenta mi ser misionero, los necesito seguramente mucho más que ellos a mí, aunque no se lo imaginen.
Tacsha es uno de mis puestos de misión “choches”, preferidos, como ya he reconocido varias veces*, y no me da rubor. Porque los últimos años estas comunidades eran de las más débiles y peor atendidas, y eso me atraía sin remedio. Me volvieron a esperar con pancarta a la llegada del bote, y eso sí que me produjo roche delante de los demás pasajeros, todos mirando, y a la vez íntima satisfacción. Ya sé hay quienes se burlan de semejante recibimiento, pero muestra cariño y gratitud.
Llegué en pleno encuentro de formación de agentes de pastoral, el primero que organizan los nuevos misioneros de acá, Carmen y Alfonso, españoles de OCASHA. Lograron convocar personas de nueve comunidades de las 27 de la jurisdicción, después de trece años sin presencia misionera estable. Todos destacaban que se está reactivando la vida de la Iglesia en la zona, levantando lo que estaba lánguido o caído, como una resurrección de la fe y la inquietud por seguir a Jesús.
De hecho, el ambiente era muy distendido, con constantes bromas, juegos y risas. Los diferentes bailes de animación disparaban las carcajadas, y en la noche cultural hubo varios momentos desternillantes. Con todo ese grupo y las comunidades de acá celebramos el Domingo de Ramos; en un círculo sobre el pasto, sin miedo a los ysangos y a la mosca, bendijimos los juncos trenzados y nos dirigimos a la capilla de Santa María para escuchar la Pasión, leída por los animadores con apuros pero con veneración.
Jueves: dos hojas de palmera entretejidas y adornadas con exquisito gusto amazónico flanquean el sagrario. El panadero, que es evangélico, nos ha regalado un grande y precioso pan ácimo redondo. Lo partimos entre la señora Kely y yo, y la asamblea se acerca a compartirlo con generosidad y devoción. Un momento antes, absolutamente todos los asistentes hemos lavado los pies, arrodillándonos delante del hermano; todos somos vulnerables y necesitados, todos podemos servir. También en silencio adoramos al Pan, postrados ante el Misterio, con el río a nuestra espalda.
La celebración del Viernes se extendió por las tres comunidades. En Santa Teresa, un aguacero casi no nos deja escuchar el relato de la Pasión, con tal fuerza golpeaba la lluvia la calamina recién puesta hace tres años. De ahí la comunidad caminó, pasando por Santa María, hasta San Luis. La cruz recorrió los escenarios de la vida cotidiana de los vecinos: los estudiantes que van y vienen, las mujeres que bajan al río a lavar, los hombres a pescar… Sobre ella se iban clavando afiches con sentencias de muerte de hoy: contaminación, violencia, narcotráfico, abusos… Seguramente fue el único via crucis del mundo donde hubo una parada con refrigerio de chicha y canchitas. Al final, la comunión con la torta de la Cena, para que la vida continúe.
La Vigilia era en San Luis, la más grande de las tres poblaciones. Al llegar nos quedamos de piedra al ver un gentío alrededor de la puerta de la iglesita. ¿Serán los evangélicos contraprogramando? Pero no, era nomás un bingo. Hubo que esperar a que terminara, pero se pudo invitar con un parlantazo a la celebración a todo el público aledaño. Y volví a vivir los momentos mágicos del fuego, la procesión de la luz, el pregón pascual, el gesto del bautismo unos con otros, el sabor de tantas pascuas, el origen de mi vocación, las bodas de plata de servicio…El año pasado no pude, no me salía, la herida estaba muy reciente; acá, a orillas del Napo, en la Amazonía lejana y profunda, logré cantar aleluya a una voz con mi pueblo crucificado y feliz, y con mi mamá.
El keke, hecho por varias parroquianas, sabía muy blandito, delicioso: “Es que está cocinado con leña”, me dijeron. Y pensé que esa suavidad y dulzura solo podían provenir de las mismas llamas de la luz pascual y de las propias manos de Jesús, cuidadosas y atentas, en las de los hermanos. Feliz Resurrección.
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