Confirmaciones en Tacsha Curaray, río Napo (Perú) Un keke hecho con sus propias manos
Quiero a Tacsha porque me tratan maravillosamente y porque son los que más necesitan una presencia animadora, y las manos sacerdotales. Es, de todo nuestro territorio vicarial, el puesto de misión que creo que no logramos atender y acompañar como ellos se merecen, aunque se les rompe la boca de decir gracias a toda hora. Esa es la lógica de los más pobres: agradecer lo poco que reciben más que exigir lo mucho que en justicia se les debe.
Alau* Tacsha Curaray. Este lugar y esta gente me provocan una singular combinación de afecto, compasión, admiración e indignación. Es, de todo nuestro territorio vicarial, el puesto misionero que creo que no logramos atender y acompañar como ellos se merecen. Pero, paradójicamente, son los más agradecidos.
Este año, las dos veces que los he visitado, me han recibido a pie del puerto los jóvenes y algunos adultos, con pancarta: “GRACIAS PADRE CÉSAR VICARIO GENERAL”. El otro día tuvieron que caminar por una inmensa playa a causa del nivel bajísimo de las aguas del Napo; era a mediodía, la hora habitual de llegada del deslizador, y es increíble cómo la playa se torna un inclemente desierto cuando ese sol alto golpea duro. La arena abrasa los pies, no hay dónde refugiarse, se queman las nucas y las pantorrillas… pero ahí estaban.
Toca la confirmación y, ahora que no nos oye nadies, confieso que siempre estoy deseando que el obispo me pida que venga acá porque me encanta este lugar, como ya he contado en otras ocasiones. Esta vez me alojo en casa de doña Angélica, técnica de la posta de Santa María, porque la casa misionera está ocupada por el personal sanitario a causa de las obras que se están efectuando en el edificio. De modo que allá dejo la mochila y al toque nos echamos a caminar por la pista bajo el solazo buscando el almuerzo.
En San Luis, la señora Roswita tiene una nueva casa, y ella me va a invitar a las comidas en estos días. Es una mujer joven y valiente que saca adelante a sus cuatro hijos ella solita, como es desgraciadamente habitual en este país. En la tarde va a haber una reunión, de modo que me quedo dormitando en la mecedora con el fondo sonoro de los pequeños Aitana y Matius, el amable rumor de la vida.
El equipo parroquial, bien capaz y responsable, ha organizado las cosas para que este rato haya ensayo, y así lo hacemos, dejándolo todo preparado para mañana; solo falta el detalle de las hostias para la misa, que no he traído, pero se va a resolver porque don Olmedo tiene. Nos queda un rato para irnos a bañar a la playa; don Jesús me da un cachuelo rapidito a Santa María en moto para que me cambie de ropa y listo.
Pasamos a la playa en dos peque peques; el mío con lo justo de gasolina, el otro remando. Somos una mancha de 15 personas; para los chicos es una diversión completa y no muy frecuente ir a la playa a divertirse y remojarse. Jugamos a “1 X 2” un buen rato, nos perseguimos, nos hacemos ahogadillas, se puede nadar porque hay poquito caudal y calmado.
En la noche regreso a donde Roswita y encuentro a casi todos los muchachos allí. Han colaborado de su bolsillo y han comprado los implementos para hacer un keke con el que invitar a quienes acudan mañana a la celebración de los sacramentos. Todos ayudan a traer ingredientes, vasijas, agua… Dos chicas van removiendo la masa con sus propias manos, entre risas. La foto es de antes de que se fuese la luz, cenando.
Estoy escribiendo desde Santa Clotilde, adonde llegué después de la ceremonia en Tacsha; participo en la Confirmación de acá, puesto de misión grande y poderoso, con muchos misioneros, y siento el contraste. En Santa se confirman 60, en Tacsha 8; acá hay una torta inmensa pituca, para más de 120 personas, allá ese kekecito cocido al fuego dentro de una olla; acá hay obispo, solapines, megafonía, danza, orquesta y multitud de padrinos y madrinas… en Tacsha cantamos a palo seco, sin electricidad, y ninguno de los misioneros acompañó a este pichiruchi, que además aceptó ser padrino de doña Odis porque no tenía.
Quiero a Tacsha, quiero a este pueblo. Porque me tratan maravillosamente y porque son los que más necesitan una presencia animadora, y las manos sacerdotales. Les quiero, y por eso reconozco que cada vez que puedo les ayudo; les envíe cristales o calaminas para cambiar lo que estaba roto en las capillas; he pedido ayuda para que el grupo juvenil tenga sus polos; y el año pasado les apoyé para Navidad con chocolatada y juguetes. Ahora que Dolo se ha ido a la eternidad, confío en que lleguen de nuevo pequeños compartires para que puedan festejar bonito.
Les quiero porque se les rompe la boca de decir gracias a toda hora. Esa es la lógica de los más pobres: agradecer lo poco que reciben más que exigir lo mucho que en justicia se les debe. No olvidaré ese keke, que me prende de ternura el corazón. Y todavía para mí hubo repechaje.
* Alau es una expresión regional, un quechuanismo adaptado; significa “qué lástima”, “pobrecitos”…