¿Qué es esa ola eterna, esa vibración indescifrable que nos inundan de fragancias, de sentimientos frente a un castaño centenario, una cascada, piedras como figuras brotadas de la mente de un genio, frente a un anciano que lleva de la mano a un niño, frente a dos ancianos cogidos de la mano, frente una pareja tirándose los trastos, frente a los dientes del arado que muerden y rasgan la tierra, que los ojos no ven y los oídos no oyen? ¿Cuántas veces hemos preguntado al bosque qué sabe y nos dice el bosque, qué dice la lluvia sobre el mar y sobre el agua del estanque, qué la escritura de las gotas sobre los cristales? Cada paseo, cada viaje es un manantial de sueños y deseos, de pensamientos, de salvajes llamadas, de miles de nombres, y de goces y amarguras, todo atropellándose como en miedoso cortejo. ¿”Mensajes de estrellas, sinfonías del sol, acentos de la brisa”, rescoldos de lo otro? Alfabeto del inmenso silencio que el otoño desnudo, desfigura o vuelve a su pureza original.