Mujer fuerte ¿quién la encontrará?, se pregunta la Sabiduría. Tenía un humor admirable y un aguante que no se agotaba nunca. Cuando a los jugadores le falta uno para completar la mesa, podía sentarse y hacer un pie, y cuando alguien se propasaba, desde detrás del mostrador podía ponerlo en pie y mandarle cerrar la puerta por la parte de fuera. Se negaba a servir un vaso más a quien ya había tomado los suficientes pero cuando la cosa, a pesar suyo, se le iba de las manos, cogía del brazo al interfecto, lo ayudaba a montar en su cabalgadura, ¡eran otros tiempos!, y ordenarle: Váyase Usted a su casa y no se hable más. Su tesoro era su pena, ¡este niño!: Un niño de cincuenta años, sabiendo, al mismo tiempo, que su niño estaba y quedaría en las manos de sus hermanas como en un altar.