Cuando el viajero sale siendo aún noche ciega y da pasos inciertos y sin tino, la helada lanza suspiros ardientes como suspiros de corazones heridos que abren surcos en las tinieblas. Cuando el sol filtrado por las ramas de los árboles hace garatusas sobre los sembrados y lame a trozos la helada, los centenares parecen capas remendadas, telas bordadas, hilos de memoria ancestral. Entonces el viajero sospecha: la noche v vomita sus entrañas por donde asoma el discreto amanecer. Cuando llega a la cima los rayos del sol que rebotan en las cumbres’ graníticas parecen sonrisas congeladas que esbozan los misterios que escribió en el cielo el humo del fuego de las noches de invierno de todas las cabañas y descifran las ondas gravitatorias del silencio de todas las cuevas. Al bajar con el sol en el rostro, el viajero piensa: la imaginación obra lo que la razón ignora.