"En la Iglesia a veces creamos banderas que dividen" Miguel Conejero: "En las localidades rurales un cura nunca está solo"
"Se han formado recientemente grupos de liturgia, donde nos reuníamos semanalmente para orar mediante las escrituras y preparar la misa dominical, también disponemos de un grupo muy singular denominado 'eventos y apostolado'"
"Todo marchaba frenéticamente en mis primeros pasos en la sierra cuando la pandemia puso punto de partida a algo más"
"Me atrevo a decir que el problema de la Iglesia española es que no sabe cuál es el problema"
"Un líder forma líderes mientras que un adoctrinado solo adoctrina"
"Me atrevo a decir que el problema de la Iglesia española es que no sabe cuál es el problema"
"Un líder forma líderes mientras que un adoctrinado solo adoctrina"
| Miguel Conejero
Han pasado ya algunos meses desde que, tras mi corto periplo estival por la ciudad de Linares, llegué a mi primer destino como sacerdote: Arroyo del Ojanco y Puente de Génave. Pronto se me indicó la ruralidad de los lugares, pero reconozco que sabía poco de la idiosincrasia de la Sierra de Segura. Dentro de las características propias de estas localidades, cada una tiene también su propia especificidad, por lo que la experiencia apostólica en cada uno de estos espacios es marcadamente diferente; pero lo que sí que puedo decir de ambos es que muy pronto me sentí como uno más, integrado por la cercanía de los vecinos; y que enseguida surgieron, tras los primeros cambios de impresiones, las sinergias necesarias para empezar a participar como comunidad en las diferentes actividades tradicionales de la parroquia, así como en las nuevas iniciativas que van surgiendo sobre la marcha, y que una vez estudiadas, salen adelante. Por tanto, ya puedo decir, que no solo me siento sacerdote cien por cien sino que estoy como en casa.
Puede decirse con razón suficiente que la llegada de un nuevo sacerdote es todo un evento en estas localidades, pero que no se convierte en un acto aislado, sino que se humaniza con la acogida que se extiende en el tiempo a través de la preocupación por el bienestar y el ánimo del sacerdote: un cura nunca está solo entre la gente. Pronto se sintió la necesidad de poner a punto la vivienda del sacerdote, y enseguida surgieron personas que se ofrecieron voluntarias para colaborar.
En Arroyo del Ojanco tenemos un joven consejo muy bien formado por gente con ganas de aportar su granito de arena con humildad, pero muy conscientes de su responsabilidad, que ha manifestado que cuando a la gente se le permite da el ciento por uno; se han formado recientemente grupos de liturgia, donde nos reuníamos semanalmente para orar mediante las escrituras y preparar la misa dominical, también disponemos de un grupo muy singular denominado 'eventos y apostolado' donde se montan todo tipo de iniciativas como la Cena navideña, que resultó todo un éxito; hermandades, el consejo económico y un joven y humilde grupo de Cáritas. Sin embargo, nombrar todos los grupos sería interminable.
En Puente de Génave el consejo también funciona con bastante eficacia, así como el grupo de limpieza y de catequistas, las hermandades, y el grupo de Cáritas donde se trabaja con ahínco y solidaridad con el tema siempre complicado de la pobreza. Como corolario, podría decirse que todo empezaba a marchar sobre ruedas, y así era la sensación y aunque contaba con la presencia de muchos fieles que realizaban con eficacia las funciones que su cargo requería, el ritmo era frenético y estaba montado en un carro de locura que no paraba: llamadas, coche, reuniones, viajes, actividades diocesanas... Y mucho me costaba organizarme para poder mantener una relación orante con el Señor; pero mucho más, poder atender a quien lo necesitaba sin tener que decirle que llevaba prisa.
La pandemia como punto de partida para algo más, algo nuevo y mejor
Sin embargo, de repente, en mitad de la Cuaresma, en medio de los preparativos de la Semana Santa, nos encontramos en la cara algo que no nos esperábamos: todos los españoles debíamos confinarnos en nuestras casas para evitar la transmisión del virus. Poco a poco nos fuimos dando cuenta de todo lo que esto conllevaba y todo lo que nos íbamos a perder: misas, fiestas patronales, procesiones... Hasta que vimos que todo cambiaría, y que quizá nada vuelva a ser como antes.
Además, la pandemia nos ha revelado que muchas veces no hacemos las cosas por necesidad, sino que no paramos porque tenemos miedo al silencio y a mirarnos a nosotros mismos y a Dios frente a frente. Sin embargo, aunque de manera diferente esta vez, la Cuaresma continuaba, y llegamos a la Pascua donde ahora nos encontramos. Nos dimos cuenta de la necesidad de poner a prueba nuestra paciencia y confianza en Dios y a nosotros mismos, y renovarnos. Por tanto, implementamos nuevas iniciativas en Cáritas y transmitimos alguna misa por Facebook. Ahora tengo algo más de tiempo para la oración y lectura, pero lo mejor es que puedo relajarme tranquilamente hablando con quien lo necesita sin prisas. ¡Cuánto daría porque todo fuera así siempre! Esto último me lleva a una serie de reflexiones que me gustaría compartir con vosotros.
"Nos ha revelado que muchas veces no hacemos las cosas por necesidad, sino que no paramos porque tenemos miedo al silencio y a mirarnos a nosotros mismos"
Uno es preparado para ser sacerdote entre diferentes avatares y con distintas ilusiones, y cuando es enviado a sus destinos se encuentra con cosas maravillas, pero también, con algunas dificultades. La primera es la brecha entre la identidad del sacerdote y de la Iglesia, y lo que la gente entiende por uno y otra; lo que el sacerdote ofrece y el pueblo solicita. Mi intención primera fue poner en marcha el plan pastoral del obispo pero pronto me di cuenta de que no sería tan fácil, sino que tendría que empezar por educar la demanda, como él mismo me adelantó.
Sin duda, venimos de una larga tradición eclesial en España y la vieja Europa que arrastra ciertas costumbres y maneras de entender las cosas pero que agoniza. La epidemia a nivel global es, en primer lugar, un drama sanitario, económico y social, pero también es toda una oportunidad para redescubrir qué es lo esencial en nuestras vidas, y ya ha manifestado cómo la estructura eclesiástica hace aguas y es el momento de la renovación, como San Pablo secundaría (todo es gracia).
Me atrevo a decir que el problema de la Iglesia española es que no sabe cuál es el problema. Yo no me atrevo a señalarlo, pero sí a no a echarle la culpa a la maldad del mundo o la supuesta mala educación de la juventud, y a mirarnos a nosotros mismos para encontrarlo. Y tampoco se trata de que no sepamos qué hacer sino más bien redescubrir quiénes somos, recuperar nuestra identidad perdida, ya que es un tipo de problema de identidad. Quizá hayamos olvidado quiénes somos y formamos la Iglesia: la familia de los hijos de Dios, sacerdotes y laicos, que necesitan a su Padre porque somos muy poca cosa, pero que a su lado, podemos dejar que él obre maravillas en nosotros, si dejamos que él sea nuestra fuerza.
La Iglesia es la familia de los hijos de Dios
Por ser familia, aunque siempre tiene sus problemas, la Iglesia debe permanecer unida, extendiendo la sensibilidad ecuménica y el cariño hacia el Papa y al obispo del lugar, apoyando sus iniciativas y proyectos, navegando en una misma dirección conscientes de que formamos un solo cuerpo con nuestro trabajo en equipo parroquial para no despistar a los mismos fieles con excesivas diferencias.
Pasar del “yo pienso” o “yo opino” a “la Iglesia mantiene” y “la Iglesia hace”, porque no nos predicamos a nosotros mismos si salimos de nosotros y de nuestros intereses, evitando estériles disyuntivas como liturgia o caridad; clerygman sí, clerygman no; comunión de rodillas o en la mano. A veces creamos banderas que dividen, sectarismos, grupos cerrados; no se trata de ser tiratapias pero tampoco conservadores a ultranza, sino integrar lo viejo con lo nuevo, la pluralidad y la diferencia de carismas y ministerios bendecidos por la Iglesia, abriéndonos hacia el exterior. La Eucaristía celebra precisamente esta unidad y, si nuestra vida no fuera una comunión, la misa sería un culto vacío. Siempre será más lo que nos une que lo que nos separa si distinguimos lo esencial de lo accidental: Jesucristo y un mismo bautismo. Solo evitando disyuntivas y buscando la unidad, Él podrá resplandecer entre nosotros para que nuestro apostolado sea eficaz y la gente se sienta atraída.
Aunque el mensaje de Jesucristo es eterno y siempre es el mismo, múltiples son las maneras de presentarlo según el espacio y el tiempo: es lo que tradicionalmente se ha denominado inculturación. El Papa francisco ha promovido nuevas costumbres y maneras de proceder en los mecanismos eclesiales que aún están por implementar, diría que estamos un poco despistados con el uso de los mass-media. La Iglesia debería ser el espacio de promoción del ser humano, de potenciar sus posibilidades, de liberación de miedos y de mente, de acompañar a los individuos y sus problemas, transmisora de la paz de Cristo, la hoguera donde prendemos en ganas de santidad... Pero a veces la institución más que impulsar a la persona hacia Dios la ahoga y la crítica de Nietzsche se hace realidad: creamos el problema para luego ofertar la solución, y no se puede ser a la vez verdugo y médico.
Quizá es una idea manida pero a veces no ha calado, aun en los sacerdotes, la necesidad de la comunidad, y el redescubrimiento de la identidad del laico, frente a un excesivo clericalismo entendido como un ejercicio de poder y privilegios, justo lo opuesto a su propia identidad: el servicio. Un laico infantilizado y disminuido hasta el punto de pedir su propia domesticación, adoctrinamiento y clericalización, es justo lo opuesto a lo que Jesucristo hizo con sus apóstoles, que los formó e hizo líderes que pensaran por sí mismos para que una vez preparados fueran mandados a sus múltiples experiencias apostólicas.
"El Papa francisco ha promovido nuevas costumbres y maneras de proceder en los mecanismos eclesiales que aún están por implementar"
Un líder forma líderes mientras que un adoctrinado solo adoctrina. Algunas veces, los sacerdotes nos proyectamos sin darnos cuenta y formamos individuos sumisos incapaces de pensar por ellos mismos, que aprenden por imitación haciendo de ello nuestra única pedagogía como un ejercicio de poder, cuando la verdadera educación es liberar la mente de ataduras y prejuicios; los encorsetamos, moldeamos y pasamos por un aro muy fino, el de nuestro cerebro, los creamos a nuestra imagen y semejanza en vez de transmitirles la buena noticia, haciendo nuestro ministerio un ejercicio de poder para poder sentir que somos alguien, llenar nuestros propios vacíos y ocultar nuestra baja autoestima.
Así, el sacerdote se convierte en un burócrata de lo sagrado y de un Dios a nuestra imagen y semejanza y a nuestra medida, por donde hay que pasar para conocerlo como diría Schopenhauer, un cuello de botella por donde tiene que pasar hasta la más mínima decisión: así, el sacerdote no solo sería el buen pastor, sino el buen administrador que intenta sostener un edificio que hace aguas por todos lados, ya que siempre se ha hecho así de toda la vida de Dios. Lo cual por cierto, constituye una blasfemia horriblemente espantosa. No olvidamos que el Espíritu Santo habla en la comunidad, sujeto de decisiones. ¡Pero qué miedo nos da repartir un poder que no nos corresponde siquiera!
En otro orden de cosas, la relación con el poder público siempre debe ser libre para evitar intereses y malentendidos. Sin entrar en el bien o no, que haya podido hacer en el pasado, la incapacidad de distinguir sin confusión dónde empieza y acaba el evangelio y la política en la Iglesia y en el discurso del sacerdote no hace bien a los fieles. Es herencia del pasado que agoniza.
Nuestro futuro pasa por el cambio
En resumen, la pandemia nos ha revelado que aunque nos falten muchas cosas necesarias, si tenemos a Dios no nos falta nada, y que aunque muchas sean las dificultades siempre podemos salir adelante de la mano del Señor, y que es momento para descubrir nuestra identidad y cambiar modos de apostolado para una Iglesia del siglo XXI.
No se trata de intentar mantener lo que hay, hacer lo que siempre se ha hecho. Hace falta volver a creer en el evangelio, recuperar la esperanza frente al cansancio de una Iglesia que agoniza, para dar una palabra de aliento ante los sufrimientos y enigmas del mundo, para llenar los vacíos de la vida con el amor de Dios. Diría que la Iglesia aún tiene una palabra de esperanza para el mundo, pero no la Iglesia que conocemos, que está en retirada de manera inexorable, pero aún estamos a tiempo sumarnos al cambio.
Para ello, antes hace falta salir de uno mismo, haber hecho vacío de uno mismo, haber hecho silencio de uno mismo, ser crítico con uno mismo, para que una vez tomada distancia de uno mismo, Dios pueda reinar en nosotros. Y entonces podremos mirarnos a nosotros mismos pero con los ojos benevolentes de Dios. Entonces, y solo entonces, podremos conocernos como realmente somos, que es como Dios nos conoce. Mirarnos como él nos mira, querernos como él nos quiere. Porque si nos juzgamos a nosotros mismos nos destruimos, porque vemos cosas que no nos gustan y porque nuestra mirada siempre es muy dura. Ya que él es nuestro mayor horizonte, en él está la mayor realización del ser humano, en haberlo conocido. De todo esto depende nuestro futuro, de que digamos una palabra de aliento o desaparezcamos. Quizá aún no estamos preparados pero alguien tenía que decirlo. Y lo había advertido.