A nadie le hace bien esta neurosis Trozos de Gente
La iglesia te rompe porque te convence de que eres poca cosa y la prueba de que dios te ama es que no lo mereces.
A veces el mundo te rompe. Te hiciste a imagen y semejanza de sus expectativas y requisitos, llamaste sueños a todos y cada uno de los ítems del formulario del momento: hay que dejarse los ojos en los spots de selfie, hay que cubrirse la piel con cosas nuevas, hay que llenar de sitios wow nuestra presencia aunque nunca llenemos con nuestra presencia esos lugares, porque al estar no estamos. Hay que tener esta insignia, hay que empatar el cuerpo con aquella silueta artificial, hay que mostrar todo lo anterior. Y aún así, no solo jamás terminas siendo suficiente sino que con esa cruda indiferencia que es el pegamento de todos los ladrillos de este mundo que inventamos, te rechaza, te hace sentir imperfecto todo el tiempo, te cobra con el más alto interés toda la ilusión que pusiste en que vivir bajo sus reglas un día te iba a hacer sentir pleno. Se ha dicho hasta la saciedad que este mundo de propaganda y maquilas desayuna nuestra insatisfacción y cena nuestra ansiedad. Es siempre así, es todo así, y perfectamente podría no serlo, pero sigue siéndolo. Son días en los que viene bien un espejo honesto y un buen mazo con el que se derrumben muros y prejuicios, en los que ayuda el amor de quienes no nos exigen antifaces ni dialectos ajenos, el abrazo que acoge lo que somos como nos acoge cada noche nuestra propia casa, la canción tan cierta y necesaria: "dios te hizo tan bien, no se equivocó".
Jesús decía que antes de empezar a construir la casa hay que ver si podremos terminarla, y que antes de salir a la batalla hay que pensar en si podremos ganarla. Siempre me ha llamado la atención que esa doble imagen en el evangelio tenga en cuenta esa dinámica de la vida que somos y también de la vida en la que estamos. Te vas haciendo, te vas construyendo, vas siendo esa vida que a veces te rompe y a veces te enciende, que a veces te consuela y a veces te irrita. Y la buena noticia es que puedes tener anclada en lo más hondo del alma la convicción de que estás en buenas manos, que hay alguien que ama y cuida sin examinar la circunstancia, que recoge y repara nuestros pedazos siempre, que nos convence de no rendirnos y seguir construyendo, porque sabe que podremos terminar. Pero también sales de la casa y afuera, no pocas veces, hay batallas. Vas andando en un lugar en el que no solo hay gente haciendo su casa, sino que hay reglas y códigos y exigencias irracionales que se convierten en golpes rudos y en cortadas sutiles. Y la buena noticia es que la comunión es posible, que la soledad del abandono no es nuestro estado natural, que ser humanos es unir nuestros hilos para volvernos cuerdas que no se rompen con facilidad, que dios ese ese amor que hace escandalosamente evidente que todo prejuicio es una tontería monumental, que toda superioridad es impotencia, y que de esa comunión brota la paz con la que se extinguen las batallas, que es la única forma de ganarlas.
El problema es que a veces la iglesia te rompe. Y no, por hoy no hablemos de los miles de seres rotos por los abusos que vivieron en la iglesia, aunque también. Hablemos del desgaste del corazón creyente que tiene que correr de un lado al otro de los dos enfermizos extremos entre los que se mueven hoy movimientos, grupos, sectas y cofradías católicas. Lo vemos a diario, lo oímos a diario, pero se ha convertido en paisaje y en ruidito de fondo, hemos invisibilizado la forma como estamos enfermando a la gente rota que vino pensando en que encontraría algo de cura aquí. Hemos oído a esas personas que sufren porque todo el tiempo se sienten culpables, que se convencieron de que dios los quiere siempre exigiéndose, siempre rígidos, siempre neuróticos por cruzar alguna línea de algún pecado de algún sermón de algún neurótico que ha convertido la moral en su propia camisa de fuerza y no puede evitar caer en la tentación de esparcir su propia tragedia anunciándola como sana doctrina. A nadie le hace bien esa presión, esa continua alerta, que siempre y en todo lugar suenen alarmas de algo negativo, de algo perverso, de algo satánico, de algo que no es lo que parece pero como eres demasiado tonto y manipulable como para darte cuenta entonces da gracias por tu líder que es el único astuto y bienintencionado al que dios usa para decirte todo lo que no puedes hacer porque eres lo suficientemente defectuoso como para hacer las cosas bien por ti mismo.
La iglesia te rompe porque te convence de que eres poca cosa y la prueba de que dios te ama es que no lo mereces.
Hemos oído también la algarabía, los gritos de guerra, la soberbia pública, la irreverencia excluyente, la arrogancia que exhiben esas mismas personas que en el templo se sienten miserables pero en la calle son mejores que todos los demás. Tú eres miseria y debilidad por ti mismo, pero todos juntos somos el muro de contención de la perversidad y lo obsceno. Entonces se agitan banderas y se gritan consignas, se sale a las calles a gritar vivas a Cristo o murmurar rosarios a su bendita madre con la prepotencia de quien sí sabe lo que dios quiere, contrario a esos infieles paganos apóstatas progres herejes modernistas abortistas comunistas feministas izquierdistas infiernistas que hacen de este mundo algo despreciable e inmoral. Pero tranquilos, seremos raptados porque somos mejores que todos. No se preocupen, somos el remanente fiel, el resto de Israel, el pequeño rebaño que por cancelar Netflix y suscribirse a los canales de apologética para que youtube recomiende sus videos logra mantenerse firme en la enseñanza bimilenaria ¿Quién como dios? ¡nadie como dios!. Es la iglesia que no quiere la paz, sino la victoria. Su evangelio es el del César, por eso la lengua materna de su liturgia. A nadie le hace bien esa altivez, esa inflamación del ego, en particular del ego moral, ese del conocimiento del bien y del mal, tan prohibido en la historia del génesis. Esa desconexión de la conciencia que siempre pregunta, que siempre duda, que por naturaleza pone en crisis las decisiones, esa automatización de una seguridad hipotecada en credos y frases de catecismo, en clichés de predicador católico, esa incapacidad para imaginar que algo puede no ser tal como te la cuentan.
La iglesia te rompe porque te convence de que eres mejor que los demás y la prueba de que todos están equivocados es que tú estás en lo cierto.
A nadie le hace bien esa ambivalencia, esa polaridad interior, ese intento por estirar la autoestima entre extremos. Soy el peor delante de dios pero soy el mejor delante de los otros. ¡Pecadora me concibió mi madre pero si ustedes vieran como soy la princesa de dios!. Las fibras del interior humano no resisten ese nivel de tensión entre la total miseria y la absoluta verdad, y no hay forma de conciliar la revelación y la escritura con esa visión fragmentada sin torcerla e interpretarla desde el trauma y el prejuicio. Ya sabemos que el trauma y el prejuicio son el método exegético de la apologética.Por eso tantas veces la iglesia termina de romper lo que no te había hecho pedazos la vida, o el mundo. Y por eso cada vez más el creyente tradicional se siente neurótico, nervioso, incómodo, no termina de encajar en esta iglesia porque sus estándares son imposibles de cumplir, pero tampoco encaja fuera de la iglesia porque allá afuera todo es del diablo y el nuevo orden mundial. A nadie le hace bien el yugo de la iglesia - de esa parte de la iglesia al menos - que no se parece mucho al yugo de Cristo. Nadie puede descansar si su espíritu está corriendo entre esas dos fronteras, tan opuestas, tan distantes, tan contradictorias.
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