James D. G. Dunn corrige los puntos de partida del escepticismo de R. Bultmann
(27-02-2020. 1111)
Escribe Antonio Piñero
En la postal anterior habíamos concluido con una sentencia rotunda de James Dunn acerca de la posibilidad de que la “Historia de la formas” lograra de verdad un acercamiento al Jesús histórico y se respondía que no era así: “Pero si el nuevo sistema hubiera albergado esa esperanza, pronto la habría frustrado el propio Bultmann”. ¿Cuál era entonces el problema? Hay que precisarlo un poco más.
Pues… la concepción misma de la indagación histórica conforme al método de Dibelius-Bultmann. Por de pronto este dúo de investigadores había ya sostenido que los textos en sí no ofrecían ninguna posibilidad seria de adentrarse en la personalidad y la vida interior de Jesús y que el historiador sólo debía contentarse en asegura la historicidad, o no, de los dichos de Jesús y de alguna de sus acciones. Se restringía así el ámbito de investigación.
En segundo lugar, Bultmann concebía que la tradición oral sobre Jesús estaba compuesta de una serie de estratos. El primero era la tradición de la cristiandad helenística que había transmitido los dichos y hechos de Jesús en griego… no en su lengua original… Por tanto, siempre habría alguna duda sobre si la traducción estaba bien hecha. ¿Acaso no es verdad que –como dicen los italianos– “Traductore – Tradittore” = Traductor = traidor? Por tanto, lo que tenemos en el texto griego de los Evangelios es el pensamiento sobre Jesús de los “tradentes” (no de Jesús), por tanto ¡de la comunidad primitiva!
El segundo estrato de la tradición sobre Jesús era la tradición oral en arameo… pero la tradición oral en sí ¡nunca es totalmente fidedigna…!, y a lo largo de los 40 años, más o menos, transcurridos entre la muerte de Jesús y el primer Evangelio datable, el de Marcos… ¡habían ocurrido muchas cosas! Y 40 años son muchísimos para una tradición oral. Por tanto, había que perder la esperanza de obtener algo absoluto respecto a Jesús… solo resultados relativos. Y a esta inseguridad puede añadirse la primera observación: también en la tradición oral solo tenemos el pensamiento sobre Jesús de la comunidad primitiva… no el de Jesús mismo.
Bultmann enunció dos principios respecto a la tarea de recuerdo / tradición de la comunidad primitiva:
- La enseñanza de Jesús no se conservó tanto por sí misma (es decir, como una venerable reliquia histórica a preservar de la corrupción), como por el valor que tenía respecto a la situación en la que vivían las comunidades primitivas.
- Numerosos “dichos de Jesús” fueron originados por la Iglesia misma, es decir, por la tarea de los profetas cristianos primitivo a la hora de acomodar un dicho de Jesús, durante el culto litúrgico, a la situación de la comunidad. Así se introdujeron en la tradición de Jesús –sin marca alguna– dichos de Jesús que no eran de este, sino de un profeta que hablaba en su nombre. He explicado esta expresión en otras ocasiones: “sin marca alguna” quiere decir que un “dicho de Jesús” no se transmitía diciendo “Y un profeta dice que Jesús dijo”, sino simplemente “Jesús dijo”, omitiendo que ese dicho lo había formulado un profeta que estaba convencido de poseer el espíritu de Jesús (como Eliseo tenía el de Elías) y que, por tanto, era como si Jesús hablara, no él. ¡Pero no es lo mismo! Al fina y al cabo lo dijo un profeta, no Jesús mismo.
Resultado: todo lo que “oliera” a teología cristiana en los dichos de Jesús debía rechazarse como espurio, como producto secundario de la Iglesia primitiva.
¡Escepticismo casi absoluto!
Y a la verdad, Bultmann era tan estricto en su investigación que estimaba que solo unos 25 dichos de Jesús podían pasar la criba de la autenticidad… Y de los hechos del Nazoreo, también muy pocos… De los milagros, por ejemplo, prácticamente ninguno. Así que Bultmann dedicó sus esfuerzos a la enseñanza de Jesús y del resto… casi solo tuvo como segura su muerte en cruz.
Pero tampoco importaba mucho… Bultmann, como buen luterano, pensaba que –respecto a Jesús– lo único importante era la fe. Una fe ciega, sin pruebas. Si se exigía un fundamento histórico a la fe, ya no sería fe, sino historia. Por tanto, lo que interesa ante todo es el Cristo, no el Jesús de Nazaret histórico.
Y así era. El escéptico Bultmann –y lo recuerdan sus discípulos cuando le tocaba pronunciar el sermón en el oficio litúrgico de los domingos en la iglesia universitaria de Marburgo– se emocionaba hablando de Jesús y de sus sentimientos hacia él; y a veces no podía contener las lágrimas al evocarlo y expresar su piedad interior hacia la persona de aquel. Lo que importaba para Bultmann era el encuentro existencial con Jesús… responder a las exigencias que el evento de la cruz le planteaba como hombre ante Dios; su respuesta a éste. Y… ante todo la respuesta consistía en creer…, en creer firmemente que en ese evento de la cruz se había producido, aunque no se entendiera racionalmente, la redención de toda la humanidad de las garras de la situación de pecado en la que está inmersa sin remedio… ¡hasta que llegó el mesías! (Romanos 7).
Esta posición vital de Bultmann entronca no solo con Pablo, sino con san Agustín… y más modernamente incluso con alguna rama filosofía a partir de Descartes… y con la que más con el existencialismo defendido por Martin Heidegger.
Por ejemplo y volviendo a Descartes: un pensador tan racionalista como este, uno de los fundadores de la matemática moderna, el fautor de la comprensión del mundo solo por la razón, cedía ante la imagen del Dios bíblico, cristiano. Su duda metódica y universal parece que se quebraba ante las verdades de la fe y la existencia del Dios cristiano, pues Descartes consideraba que las “ideas claras y precisas” que exigía la ciencia se daban también en la fe, pues esta ofrecía la misma “claridad y precisión” tanto en la idea de Dios como en otras verdades respecto a Jesús y la redención.
Llegados a este punto, tendremos que considerar en una postal posterior cómo responde James Dunn a estas posiciones tan escépticas de Bultmann respecto al valor de la traición oral. Seguiremos, pues.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
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