Homilía del nuevo arzobispo de Caracas en su posesión canónica Raúl Biord Castillo: “Quien niega la verdad se convierte en traidor a sí mismo, a Dios, a la justicia, a la verdad, a la patria”
"Todos los bautizados estamos llamados a ser testigos de la resurrección"
"Un testimonio puede ser borrado por la maldad de intereses mezquinos que quieren hacer prevalecer la mentira"
"Ciertamente puede ser que algunos vendan su conciencia y por intereses personales levanten falso testimonio"
"El servicio a la verdad puede llevar a la persecución y hasta la muerte"
"Ciertamente puede ser que algunos vendan su conciencia y por intereses personales levanten falso testimonio"
"El servicio a la verdad puede llevar a la persecución y hasta la muerte"
En concurrida y festiva celebración eucarística el sábado 24 de agosto 2024[1], tomó posesión como 17º arzobispo metropolitano de Caracas, Santiago de Venezuela, el salesiano Raúl Biord Castillo, de 61 años de edad, anterior obispo de La Guaira en Venezuela.
En su homilía, el nuevo arzobispo comentó las lecturas en la fiesta litúrgica de san Bartolomé, apóstol y mártir y recordó el testimonio de sus predecesores en la cátedra de Caracas. Invitó a todos los venezolanos a buscar sinceramente y en conciencia, no intereses personales, sino el verdadero bien de la patria.
En momentos de incertidumbre política en Venezuela, el nuevo arzobispo de Caracas insistió en la verdad y el testimonio: "El auténtico testigo siempre será un guardián de la verdad. El testimonio nos lleva al heroísmo".
Estas fueron sus palabras:
Queridos hermanos obispos, sacerdotes, diáconos, religiosas, laicos.
La primera lectura nos dice que el resucitado se presentó a los discípulos, dándoles muchas pruebas de que estaba vivo. Se les apareció durante 40 días y les habló del reino de Dios. Les envió el Espíritu Santo prometido y les encomendó la misión de ser sus testigos. Hasta los confines del mundo, los discípulos perseveraban en la oración en compañía de María, la madre de Jesús.
Un día, Pedro, como cabeza de la iglesia naciente, conviene que de entre nosotros, los que estuvimos todo el tiempo con el señor Jesús a partir del bautismo de Juan, uno sea constituido testigo de su resurrección. Todos los bautizados estamos llamados a ser testigos de la resurrección.
¿Ahora bien, surge la pregunta qué es un testigo y en qué consiste su testimonio?
Atestiguar se distingue de la simple constatación objetiva de un hecho o del relato de un evento. El testimonio no es una idea abstracta e impersonal, al contrario, supone una implicación personal.
El testigo soy yo en primera persona, que me comprometo y me convierto en garante delante de los demás, delante de la historia, delante de Dios. Mi testimonio contribuye a ser luz y a determinar responsabilidades. El testigo se podría decir que es una fuente de luz que ilumina la realidad y comunica la verdad.
Un testimonio, sin embargo, puede ser borrado por el paso del tiempo o por la maldad de intereses mezquinos que quieren hacer prevalecer la mentira. Por eso encontramos la necesidad que sea reiterado y renovado.
Ciertamente puede ser que algunos vendan su conciencia y por intereses personales levanten falso testimonio. Quien niega la verdad no sólo comete un grave pecado contra el octavo mandamiento, sino que se convierte en traidor a sí mismo, a Dios, a la justicia, a la verdad, a la patria.
Ser testigo, en pocas palabras, es dar fe e infundir esperanza. El auténtico testigo siempre será un guardián de la verdad. El testimonio nos lleva al heroísmo, a una realidad superior que sólo se reconoce en la adoración. Implica la fidelidad y nos lleva al origen. La iglesia nace de un testimonio. Es la fidelidad al acontecimiento fundante de la resurrección de Jesús de entre los muertos.
Testigo en griego se dice mártir, y es así. El servicio a la verdad puede llevar a la persecución y hasta la muerte.
La ingente nube de tantos mártires adorna nuestras iglesias y nos anima a no claudicar a ningún poder de este mundo y servir al único Señor, nuestro Dios Todopoderoso.
Testigo de su resurrección es la característica de todos los cristianos. Anunciadores de vida, profetas de esperanza, mensajeros de la verdad, de la justicia y del amor.
Prolongamos la causa de Jesús, la buena noticia para los pobres, los marginados y perseguidos. Su evangelio, el anuncio del reino de Dios.
La resurrección de Jesús es el misterio central del cristianismo, fundamento de nuestra fe, palanca poderosa de nuestras certezas, viento impetuoso que barre todo miedo, duda e indecisión, grito de alegría y compromiso por la vida y la justicia.
Somos testigos para anunciar con vigor y alegría el acontecimiento de la muerte y resurrección de Cristo. Testigo de su resurrección significa ser misioneros del amor, del perdón y del servicio.
Hoy, en la fiesta de San Bartolomé, el encuentro con Jesucristo cambió para siempre su vida y dejando su incredulidad inicial, se convirtió en gran apóstol del evangelio.
Felipe lo encuentra y lo presenta a Jesús. Bartolomé duda y hasta se burla a ¿acaso puede salir algo bueno de Nazaret?
Nazaret era una aldea tan insignificante que ni siquiera se nombra en el Antiguo testamento; pero el hombre más grande de la historia es el nazareno. Dios sabe reconocer a los humildes y desde la pobreza hace cosas grandes.
También nosotros debemos vencer la desesperanza y afirmar sí, de Nazaret y de Venezuela pueden salir cosas nuevas, personas maravillosas, historias que cambian la vida y la llenan de sentido.
La respuesta de Felipe fue ven y lo verás. Bartolomé fue, vio, lo reconoció como maestro y se quedó para siempre con Jesús.
Necesitamos hoy más que nunca apóstoles que comuniquen a los demás el don más grande que tenemos: Jesús de Nazaret.
Agradezco a Dios y al papa Francisco el haberme designado como 17.º arzobispo de Caracas.
Vengo con mucha humildad, consciente de mis límites y mi pequeñez, pero confiando en su gracia y en la ayuda de todos ustedes, mis hermanos y hermanas.
El cardenal José Humberto Quintero pronunciaba estas palabras hace más de 50 años en esta misma sede
“Custodios y pregoneros de la fe fueron los activos pontífices y celosos sacerdotes que aquí, durante cuatro siglos, ejercieron incansables el apostolado.
Gracias, señor, os damos por aquellos insignes obispos coloniales que en unión de su clero, se esmeraron en mantener ardiendo la luz del Evangelio en la mente y el corazón de nuestro pueblo.
Y gracias por los eximios arzobispos que han ocupado esta sede Ibarra el patriarcal, Coll y Prat el prudente; Méndez el héroe, Fernández Peña el prócer; Guevara y Lira el mártir; Ponte el letrado; Uzcátegui el bondadoso; Castro el sabio; Rincón González el manso; Castillo Hernández el apostólico; Arias Blanco el intrépido; candelabros de oro todos ellos que iluminan con el fulgor de sus vidas ejemplares los anales de la iglesia caraqueña”.
Hasta aquí las palabras del cardenal Quintero.
Otros cinco arzobispos han prolongado esta historia de fe y podríamos añadir: Quintero, el erudito y conciliador; Lebrún, el pastor y bonachón; Velasco, el pícaro y misionero; Urosa, el teólogo y caballero; Porras, el cronista e historiador, gran propulsor de la beatificación del doctor José Gregorio Hernández. Todos ellos fueron elevados al cardenalato como un servicio al Santo Padre y a la Iglesia universal.
Gracias Señor por ellos, por sus obispos auxiliares, sacerdotes, diáconos, religiosas, y por todos los agentes de pastoral laicos de nuestra iglesia local.
Caracas no es una ciudad fácil, tampoco la arquidiócesis que nació en 1803, cuando estaba para comenzar la gesta libertadora.
La arquidiócesis ha compartido la historia de Venezuela, no como espectador indiferente, sino como madre fiel y solícita. En ocasiones ha sido vejada y hasta perseguida, pero siempre se ha mantenido fiel a su misión.
La iglesia sufrió como ninguna otra institución, privaciones y despojos durante la guerra de independencia. Al concluir, muchos templos habían sido despojados o destruidos, diezmado quedaba el número de sacerdotes y desiertos los seminarios.
Quiero rememorar a monseñor Francisco de Ibarra, el primer venezolano elevado al episcopado y también honrar al prócer de la independencia, monseñor Ramón Ignacio Méndez, primer arzobispo de la época republicana, quien firmó el Acta de la Independencia, defensor de los derechos de la iglesia católica frente al clericalismo reinante a raíz de la disolución de la gran Colombia, fue desterrado por primera vez, quizás para hacerle pagar su amistad y fidelidad al Libertador Simón Bolívar; escribía en 1830 alterado el orden civil, la Iglesia continúa una misma, la misma, la amiga y la maestra de la verdad, de la moderación, de la justicia y de todas las virtudes que son la verdadera garantía de los estados. Hombre de sólida y profunda cultura, mostró gran firmeza de carácter y entereza de ánimo para afrontar las dificultades. En 1836 fue desterrado una segunda vez por negarse a aceptar disposiciones contrarias para la iglesia.
A monseñor Silvestre Guevara y Lira, que fue una gran figura de pastor, en tiempos calamitosos de continuas guerras, alzamientos, guió la iglesia con prudencia y valentía, provisión, concordato que no llegó a ser firmado. En tiempos de Guzmán Blanco sufrió el destierro por siete años por defender la libertad de la iglesia y negarse a glorificar con un Tedeum una fratricida matazón.
Suprimidos los seminarios y conventos, expulsados obispos y religiosos, confiscados sus bienes, se pretendió acabar con la iglesia. Pero a finales del siglo XIX se produce lo que el historiador Germán González Oropesa bautizó como la “resurrección de la iglesia venezolana”: Llegan órdenes y congregaciones religiosas, florecen congregaciones religiosas femeninas nativas, liberadas por grandes mujeres entre las que destacan la venerable Madre Emilia, la Beata Madre María de San José, María de Candelaria, Carmen Rendiles. El siglo XIX representó un gran florecimiento de la iglesia con la fundación de diócesis, parroquias, escuelas y universidades católicas, centros de salud y de evangelización.
Permítanme recordar a monseñor Lucas Guillermo Castillo Hernández, mi tío abuelo, 10.º arzobispo de Caracas y primado de Venezuela. Algunos lo llamaron el obispo párroco por su infatigable celo pastoral y su cercanía a la gente sencilla y pobre. Lo caracterizó una recia mansedumbre, feliz síntesis de conceptos aparentemente antitéticos que unían en su comportamiento una mansedumbre humilde, rebosante de caridad pastoral, que lo disponía a servir incansablemente y una reciedumbre de carácter para no ceder en cuestiones de doctrina o cuando estuviera en juego la comunión. Logró la reconciliación después de la triste visita apostólica.
No puedo dejar de mencionar a monseñor Rafael Arias Blanco, nacido en la Guaira, quien impulsó una gran renovación pastoral en la arquidiócesis. Fue un insigne apóstol de los pobres, se preocupó especialmente por la doctrina social de la Iglesia. Su célebre carta pastoral fue punto de partida para el fin de la dictadura y el restablecimiento de la vida democrática en Venezuela.
Los recuerdos de los últimos cinco arzobispos están vivos en el recuerdo y el cariño de todos nosotros los caraqueños. Pero en particular quiero expresar un vivo agradecimiento al cardenal Baltazar Enrique Porras Cardozo, quien ha estado al frente de la arquidiócesis los últimos seis años:
Ha sido motor de muchas iniciativas junto a sus obispos auxiliares, sacerdotes, diáconos, religiosas y tantos laicos. Nos ha hecho presente el magisterio del papa Francisco y sus orientaciones pastorales. Se comprometió en impulsar la causa de beatificación del doctor José Gregorio Hernández, a quien pronto esperamos verlo santo. Gracias eminencia.
Al iniciar mi ministerio pastoral en la ciudad donde nací, me encomiendo al nazareno de San Pablo, que cada año peregrina por nuestras calles, renovando la fe de todos los caraqueños. Le pedimos que nos libre de todas las pestes, epidemias y desastres, que seamos cirineos para ayudar a cargar las cruces de los más pobres y verónicas para limpiar sus rostros sufrientes y sangrantes.
Me pongo la protección bajo la protección de la Virgen. Hoy que es 24 de agosto del año 24, conmemoración mensual de María Auxiliadora, la Virgen inmaculada y consoladora, siempre pronta a interceder por nosotros y defendernos en la batalla de la vida.
Al agradecerle a Dios todos los beneficios, vamos a pedirle fervorosamente y por mediación del beato José Gregorio Hernández, que en esta hora difícil, llena de conflictos y resentimientos, nos conceda la gracia de sentirnos y tratarnos como hermanos.
Que todos busquemos sinceramente y en conciencia, no nuestros intereses personales, sino el verdadero bien de nuestro pueblo y de nuestra patria Venezuela.
Que así sea.
[1] https://www.youtube.com/watch?v=YjsSWNWiGmE