En la escalinata que sube al Camarín de la
Virgen de Montserrat había unas vitrinas con joyas y otros objetos preciosos. En los primeros años del posconcilio, algunos monjes con ansias de cambio empezaron a decir que la Virgen no necesitaba joyas, y que tenían que venderse y dar su importe a los pobres.
El P. Sacristán de entonces (
P. Adalberto Franquesa, que durante el concilio y la reforma posconciliar fue asesor litúrgico del episcopado español) nos dijo un día: "No divaguemos. Os cuento algo que ha sucedido hace poco. Una señora de aspecto modesto viene a la sacristía y me entrega una medalla de plata con la inscripción 'A la mejor madre del mundo'. Su hijo, que estaba haciendo el servicio militar en Marruecos y que no andaría sobrado de dinero, se la había enviado con motivo del Día de la Madre. La buena señora dijo: 'La mejor madre del mundo no soy yo, sino la Virgen, y por eso se la entrego'"
Y el P. Adalberto concluía: "¿Una medalla de escaso valor económico, que un joven pobre regala a su madre pobre, puede venderse y dar su importe a los pobres?".
Mientras discutíamos qué había que hacer, robaron las vitrinas.