Las raíces del nacionalismo catalán

Si el estallido del nacionalismo catalán ha sorprendido tanto en las Españas es por la ignorancia histórica generalizada. Buscan causas inmediatas, cuando las raíces son mucho más hondas. Después del 11 de septiembre de 1714 (se acerca el tercer centenario) Felipe V abolió, “por derecho de conquista”, las instituciones públicas catalanas, o sea nuestra Constitución, la Generalitat creada por Les Corts de Cervera de 1359.


Se extrañan algunos de que la Diada nacional catalana sea el día de la derrota. También el cristianismo tiene por emblema la cruz, recuerdo de la pasión y muerte de su fundador: en los dos casos es una manera de afirmar que las cosas no quedarán así. El catalanismo no empieza, como algunos pretenden, cuando, con la pérdida de las últimas colonias en 1898, Catalunya pierde unos mercados. Fèlix Cucurull recopiló en su Panorámica del nacionalismo catalán (1975), numerosos textos que testimonian un nacionalismo radical ya en el siglo XVIII y durante todo el XIX.

Si no son más numerosos es porque la represión contra los austriacistas fue terrible, y Catalunya se encontraba en un casi permanente estado de guerra. Pero en los breves periodos de libertad aflora el sentimiento nacional.

El general Prim denunció en las Cortes aquel estado de guerra crónico: ¿Los catalanes, son o no son españoles? (…) ¿Son nuestros colonos o nuestros esclavos? Si no los queréis como españoles, levantad de allí vuestras tiendas, dejadlos, que no os necesitan para nada. Pero si siendo españoles los queréis esclavos, si queréis continuar la política de Felipe V, de ominosa memoria, que sea en hora buena, y que lo sea totalmente, amarradles el cuchillo a la mesa como hizo aquel rey, encerradlos en un círculo de bronce, y si eso no basta, que Catalunya sea talada y destruida, y sembrada de sal como ciudad maldita, porque así y sólo así doblaréis nuestro cuello, porque así y sólo así venceréis nuestra altivez”.

Durante la revuelta barcelonesa de 1842 el general Van Halen, que por orden de Espartero bombardeó la ciudad desde Montjuïc, se extrañaba de encontrar todavía vivo el recuerdo de la guerra dels Segadors: “Conocía la historia –escribe Van Halen y copia Balmes en su semblanza de Espartero– y no olvidaba la de los acontecimientos de Barcelona y el resto de Catalunya desde 1638 a 1640, pero me parecía imposible que se pudieran reproducir pasados dos siglos”.

España fue grande bajo los Austrias, cuando el Hispaniarum Rex respetaba las instituciones de las diversas naciones, y empezó su decadencia con los Borbones, que importaron el centralismo francés, aumentado por el jacobinismo revolucionario.

Cuando empezó el proceso mundial de descolonización, Gran Bretaña fue flexible y así conservó con los países de la Commonwealth unos vínculos sentimentales (¡y económicos!) que han hecho que siempre que Inglaterra entra en guerra aquellos países luchen a su lado aunque sean independientes. España, a pesar de las recomendaciones de federalistas como Pi i Margall y Valentí Almirall, fue inflexible con las reivindicaciones de la América hispana y no le dejaron más camino que la separación. Las nuevas repúblicas tuvieron que ganar una guerra de independencia contra España para poder ser tratadas de hermanas.

El catalanismo tiene dos grandes raíces. Una es católica y de derechas y arranca de los fueros carlistas y sigue por las Bases de Manresa, Torras i Bages, Prat de la Riba, Puig y Cadafalch, Cambó, Carrasco y Formiguera y Jordi Pujol.

La segunda parte del republicanismo federal de Pi i Margall y Almirall y continúa con Macià, Companys, Comorera, Pallach, Reventós y Pasqual Maragall. González Casanova explica que “se llegará incluso a una contradictoria pero significativa alianza entre payeses tradicionalistas y republicanos demócratas catalanes, que, aunque se odian, tienen en común su negativa al Estado central de los moderados”.

No es un arcaísmo impropio de nuestros tiempos. Catalunya ha estado siempre abierta a la cultura europea. Dice Vicens Vives: “El hecho era que el catalanismo incorporaba Catalunya a Europa de una manera total e irrenunciable. Con él entraron en Cataluña el impresionismo, la música de Wagner, los dramas de Ibsen, la filosofía de Nietzsche, la estética modernista, el deseo de los teléfonos y de las buenas carreteras, la necesidad de los museos y de las universidades, el ambiente de París, de Londres y de Berlín, una ciencia que se llamaba economía y usaba la estadística, el deseo de ser sinceros y reales, de reencontrarse en la polémica tolerante que impulsa por los caminos del progreso. Y esto permitió marchar, en un mismo galope, a aristócratas y catalanistas, burgueses y anarquistas, en uno de los despegues más sensacionales y admirables de la historia de Catalunya”.
Volver arriba