Más mártires

Si ahora mismo me dijeran: “O apostatas de tu fe o te matamos”, apostataría tranquilamente. Creo que sería la mejor manera de ser fiel a la fe de Jesús, que fue la Vida. Si, en cambio, me dijeran: “O denuncias o te matamos”, y si por mi denuncia fueran a matar a una persona a causa de sus ideas, me gustaría tener grandeza suficiente para dejarme matar antes de denunciar. Solo así sería fiel a la fe de Jesús. La fe en la vida no se juega en el credo de los labios, sino en el cuidado de la vida propia y ajena.

Digo esto a propósito de los 522 asesinados por el Régimen Republicano en la Guerra Civil española que fueron beatificados como mártires de la fe en Tarragona. Unidos a los beatificados por la misma causa en los dos últimos pontificados, ya suman por encima de 1.500. Pero el problema no es que sean tantos los mártires beatificados, sino que sean tan pocos, quiero decir: que solo sean beatificados los mártires de un lado. Y el problema es el fasto, y el procedimiento seguido, y la intención equívoca. El fatal equívoco que se sigue manteniendo sobre la fe y el martirio.

El problema no son los mártires, sino lo que hacemos con ellos. Ellos, los pobres asesinados –muchos de ellos veinteañeros– lo dieron todo en vida como mejor pudieron, y les quitaron la vida por unas ideas, unas creencias, unas banderas. Y fueron convertidos por los unos y por los otros en meras banderas. Ellos no cayeron “por Dios y por España”, como se nos ha querido hacer creer –tal vez a ellos mismos se lo habían hecho creer–, como si Dios fuese un credo, como si España fuese una causa y no una gente, gente diversa, gente hermana, tanta gente martirizada hasta hoy. Su dignidad y su vida fueron desdeñadas por todas las banderas, también la religiosa. Y ahí seguimos.

La jerarquía católica que organiza el acto insiste en que la celebración será exclusivamente religiosa. La indicación es de agradecer, pero es difícil que sea exclusivamente religiosa una celebración a la que está invitada la Casa Real –juntos una vez más el trono y el altar–, y que tendrá lugar justo al día siguiente del Día de la Hispanidad, aunque no fue esa la fecha inicialmente prevista; diversas organizaciones falangistas han llamado a asistir para celebrar al mismo tiempo la beatificación y la Hispanidad –Dios y la Patria juntos todavía–. Y eso es negación de la religión. O es una religión que niega la espiritualidad del evangelio, la espiritualidad sin más.

Y allí asistirá un centenar de obispos, y el buen papa Francisco que le habrán hecho asistir, aunque sea por videoconferencia. Todo eso me parece una parafernalia fuera de lugar. A decir verdad, están fueran de lugar y de tiempo todos los procesos de beatificación, con certificados de milagros y mucho dinero de por medio. Sí, el dinero –y los esquemas clericales todavía vigentes– es lo que explica que de los 522 “mártires” solo 7 sean “laicos”: solo los obispados y las congregaciones religiosas pueden permitirse gastar tanto dinero solo para tener “santos” en las propias listas. Una causa tan fútil, tan fuera de lugar y de tiempo, y tan fuera del evangelio.

Jesús beatificó, es decir, anunció la bienaventuranza a todos los que sufrían, sin mirar a su fe religiosa, ni siquiera a su virtud, menos aun a la bandera. “Bienaventurados vosotros, los pobres, los que lloráis, todos los perseguidos”. Creo que hoy proclamaría mártires y beatos a los 300 muertos de Lampedusa y a los vivos que sigilosamente serán repatriados. Y a todos aquellos, creyentes o no, que defienden su causa.

Mucho mejor sería si en Tarragona se reunieran la República y la Falange para darse la mano y para expresar juntos el pesar de haber matado por unas ideas. Y si los obispos de hoy pidieran perdón porque los obispos de entonces –todos menos dos: el catalán Vidal y Barraquer y el vasco Mateo Múgica– bendijeron la guerra de unos como Cruzada, y honraron solo a unos muertos inocentes y olvidaron a otros muertos igual de inocentes. Mucho mejor sería si hoy reconocieran a los mártires de todo tiempo y lugar, sin mirar más Credo que el de la Vida.

José Arregi

Para orar

Proclama indígena

Mártires indefensos
por el Reino de Dios convertido en Imperio, 
por el Evangelio convertido en decreto de Conquista. 
Víctimas en las masacres que nos llegan con nombre glorioso 
en la mal contada Historia, 
en la mal vivida Iglesia.
¡Santa María de la infeliz victoria!
¡Oh triste catedral de Porto Alegre, 
asentada sobre las patrias cabezas degolladas!
Mártires-siempre-mártires.
Y sin embargo
siempre sobrevivientes
siempre prototipo fecundo de la estatua humana.
Hermanos de los Siete Pueblos, 
Pueblos del Continente, 
muertos, aún vivos;
Hermanos de todo tiempo, 
del ya perdido nombre, 
de la sangre nuevamente reclamada; 
raíz de nuestra historia presentida,
santos de nuestro Canon recobrado en la noche:
Rogad por nosotros, 
valednos ante Dios
ahora que despunta el Nuevo Día. 
Venid en nuestro auxilio, 
los de ayer y los de hoy. 
¡Venid a pacificarnos!
¡Integradnos en vuestra libertad!
Celad las hogueras crepitantes aún en las aldeas!
¡Rogad por nuestro CIMI, perseguido en el Templo y en el Pretorio!
¡Rogad por nuestras vidas sin arco y sin estrellas!
¡Dadnos aún un plazo de Danza 
y de Evangelio...!
¡Escuchad la proclama, 
atended nuestras preces!
Sed nuestra Causa salvadora!
¡Sed la urgente necesaria Utopía!
¡La nueva inevitable Esperanza de todo un Continente!
El prólogo
nativo
indispensable
de la Buena-Nueva del prístino Evangelio
del Señor Jesucristo!


(Pedro Casaldáliga)
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