"Nos iría mejor mirar con la esperanza, la dulzura y la bondad que requiere el mundo" Mira que Te mira: qué nos enseña Teresa de Ávila
"Nos iría mejor mirar con la esperanza, la dulzura y la bondad que requiere el mundo, esa que inspira el Evangelio a poco que uno reconozca dentro la mirada con la que el Abbá nos mira"
"Tal vez sería necesario volver la mirada al interior, para evitar la infinidad de distracciones que asaltan el interior de nuestro castillo, para descubrir justamente esa única mirada que nos configura y ordena nuestra vida de otro modo"
"Este encuentro que acontece con el cruce de las miradas no conduce a ninguna ínsula extraña que deje a uno ajeno a la realidad, sino que inspira y recoloca la vida acercándola a un centro desde el que la propia vida pueda erigirse amorosamente"
"Este encuentro que acontece con el cruce de las miradas no conduce a ninguna ínsula extraña que deje a uno ajeno a la realidad, sino que inspira y recoloca la vida acercándola a un centro desde el que la propia vida pueda erigirse amorosamente"
La santa abulense tiene tanto que enseñarnos, tanto que recordarnos, que hacemos bien en nombrarla ya no sólo en su onomástica, sino cada vez que hablemos de la vida interior, cuando nos refiramos al interior del ser humano y a esa otra Vida sobre la que insistentemente balbuceamos.
En medio de nuestra sociedad, de estos días en los que miramos la vida tras el cristal de nuestros ojos, desde una curiosidad biselada y pobre, nos iría mejor mirar con la esperanza, la dulzura y la bondad que requiere el mundo, esa que inspira el Evangelio a poco que uno reconozca dentro la mirada con la que el Abbá nos mira. Si logramos ejercitar la mirada locuaz, y no un mero ver vacilante e interesado, advertiremos que, como bien indica santa Teresa, es el propio Jesús quien lo hace desde dentro. De hecho, es ella quien nos recuerda: «Si hablas, procura acordarte que dentro de ti está Jesús, con quien puedes hablar. Si oyes, acuérdate que dentro de ti está Quien más cerca te habla» (C 29,7).
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Tal vez sería necesario volver la mirada al interior, para evitar la infinidad de distracciones que asaltan el interior de nuestro castillo, para descubrir justamente esa única mirada que nos configura y ordena nuestra vida de otro modo. «No os pido ahora que penséis en Él… no os pido más de que le miréis… Mirad que no está aguardando otra cosa, sino que le miremos. Como le quisiereis, le hallaréis» (C 26,3). Cultivar otra manera de mirar, más acorde con la fe que uno profesa, mirada que precisa de una atención cuidadosa que esté purificada de todo interés mediocre. Un mirar que no juzgue, que no escudriñe ni que tampoco genere división alguna en el corazón; una mirada que nazca desde el reconocimiento de las propias heridas y, sobre todo, desde el perdón sanador que las cicatrizaron.
El salmista lo expresó bellamente: «A dónde escaparé de tu mirada» y, Juan de la Cruz, amigo de Teresa, ahondó el verso diciendo: ¿Para qué y por qué has de querer escapar de su mirada, sabiendo que ese mirar es tu vida y todo cuanto debes desear y nunca perder? Por eso, la santa abulense insiste: «Solo te pido que lo mires y que te dejes mirar por Él». «Mira dentro de ti a este Señor». Sólo ese mirar atento y afable al interior nos podrá conducir a ese gran descubrimiento que diluye todos los miedos y temores, todas las soledades y hastíos, pues dentro no hay oquedad alguna sino una Presencia real inspiradora, reconfortante y transformadora. El interior jamás estuvo vacío, sino habitado; de ahí la invitación que hace Teresa: «No estés sin tan buen amigo» (C 26,1).
Este encuentro que acontece con el cruce de las miradas no conduce a ninguna ínsula extraña que deje a uno ajeno a la realidad, sino que inspira y recoloca la vida acercándola a un centro desde el que la propia vida pueda erigirse amorosamente. Justo desde ahí la mirada se vuelve confiada y esperanzada porque uno ya sabe que, aunque puedan aparecer periodos de turbación, «quien a Dios tiene, nada le falta sólo Dios basta».
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