Cincuenta aniversario de la ordenación episcopal del profeta de la Amazonia Pedro Casaldáliga en el conflicto con el latifundio y la marginalización social
La ordenación episcopal tuvo lugar la noche del 23 de octubre de 1971 junto al río Araguaia. Los consagrantes fueron Dom Fernando Gomes dos Santos, arzobispo de Goiânia, Dom Tomás Balduino, obispo de Goiás, y Dom Juvenal Roriz, obispo de Rubiataba. Era el primer obispo de la Iglesia local
El ceremonial, sin insignias episcopales tradicionales, entonaba perfectamente con el paisaje y el paisanaje, con las personas que acompañaban a Pedro en la celebración, y presagiaba el cambio de modelo episcopal que Casaldáliga iba a llevar a cabo en tierras amazónicas
El mismo día de su ordenación episcopal hizo pública una Carta Pastoral que llegaría a las altas esferas de la dictadura militar y en la que marcaba el futuro de su trabajo ético-profético-evangélico: la denuncia de las injusticias del sistema capitalista en la zona y el anuncio de una sociedad justa, solidaria y sin discriminaciones
El mismo día de su ordenación episcopal hizo pública una Carta Pastoral que llegaría a las altas esferas de la dictadura militar y en la que marcaba el futuro de su trabajo ético-profético-evangélico: la denuncia de las injusticias del sistema capitalista en la zona y el anuncio de una sociedad justa, solidaria y sin discriminaciones
Tres años después de su llegada a Brasil, Pedro Casaldáliga fue nombrado obispo por el papa Pablo VI, quien siempre lo defendió de las amenazas de expulsión del país durante la dictadura con la conocida afirmación: “Quien toca a Pedro [Casaldáliga], toca a Pablo (Pablo VI)”. Muy distinto fue el trato recibido por Juan Pablo II y el cardenal Ratzinger, quienes no cesaron de amonestarle y de someterle a diferentes procesos de ortodoxia, que, dada la personalidad profética de Dom Pedro y contando con el reconocimiento de un importante e influyente sector del episcopado brasileño y el apoyo del arzobispo Helder Cámara y de los cardenales Paulo Evaristo Arns y Aloísio Lorscheider, no terminaron en condena.
La ordenación episcopal tuvo lugar la noche del 23 de octubre de 1971 junto al río Araguaia. Los consagrantes fueron Dom Fernando Gomes dos Santos, arzobispo de Goiânia, Dom Tomás Balduino, obispo de Goiás, y Dom Juvenal Roriz, obispo de Rubiataba. Era el primer obispo de la Iglesia local.
Todo en aquella celebración del joven misionero claretiano catalán de 43 años fue distinto, atípico, original, heterodoxo, revolucionario, pero entonaba perfectamente con el paisaje y el paisanaje, con las personas que acompañaban a Pedro y participaban en la celebración. Ese ceremonial presagiaba el cambio de modelo episcopal que Casaldáliga iba a llevar a cabo.
Nada de insignias episcopales tradicionales que le alejaran del pueblo y le convirtieran en un monseñor ante quien había que acercarse genuflexo y besarle el añillo de oro o plata. “No tengo ningún capisayo ni pienso llevar ninguna insignia”, confesó. Y lo cumplió a rajatabla. Eduardo Lallana, presidente de la Asociación “Tierra sin Males” y estrecho colaborador de Pedro, le preguntó en una ocasión por qué no usaba nunca la mitra y el báculo como obispo. “Con todos los respetos a mis hermanos en el episcopado, considero que no son signos evangélicos”, le respondió.
Humanizar la humanidad
Su lema fue “Humanizar la humanidad” y lo hizo realidad con su praxis liberadora en defensa de la dignidad de las personas a quienes sistemáticamente se les negaba. “Humanizar la Humanidad practicando la proximidad”: ese fue el título y el tema del discurso de recepción del Premi Internacional de Catalunya 2006, que le fue entregado por el Presidente de la Generalitat, Pasqual Maragall, en Sâo Félix. Y esa es, afirmó, la tarea común y la misión de todas y todos. En su comunicación defendió, con Edgar Morin, la necesidad de “reinventar una economía de convivencia”, con el pueblo guaraní, “la economía de la reciprocidad” y, con el pueblo myky de Mato Grosso, la máxima “vivir es convivir”.
Sus insignias episcopales no fueron las usuales en este tipo de ceremonias religiosas. No llevaba sobre su cabeza la mitra, que con sentido del humor -y no sin cierto grado de verdad- es calificada de “apagavelas de la inteligencia”, sino un sombrero de paja sertanejo entregado por un líder campesino. Tampoco portaba un báculo barroco ornado con perlas preciosas, utilizado por los obispos con frecuencia para golpear a las ovejas, más que para pastorear, sino un remo-borduna hecho de ‘pau-brasil’ por un indígena de la comunidad Tapirapé, que le ofreció el jefe de la tribu.
El anillo fue un regalo-sorpresa de los amigos de España del que muy pronto se desprendió y devolvió “como un homenaje filial a mi madre”. El único anillo que usaba era el de Tucum, una planta de Amerindia, que se convirtió en un símbolo de la fidelidad de Pedro en el servicio a los pobres. Muchas personas de Amerindia lo siguen llevando. Se rodó una película: O Anel de Tucum.
La invitación de la consagración episcopal tenía este texto:
“Tu mitra será un sombrero de paja sertanejo, el sol y el claro de la luna; la lluvia y el sereno, la mirada de los pobres con quienes caminas y la mirada gloriosa de Cristo, el Señor. Tu báculo será la verdad del Evangelio y la confianza de tu pueblo en ti. Tu anillo será la fidelidad a la Nueva Alianza del Dios Libertador y la fidelidad al pueblo de esta tierra. No tendrás otro escudo que la fuerza de la Esperanza y la Libertad de los hijos de Dios, ni usarás otros guantes que el servicio del amor”.
Las lecturas bíblicas fueron traducidas al ámbito y lenguaje regionales en las que iban a desarrollar su compromiso vital, religioso y social: “Yo soy el buen vaquero. El buen vaquero arriesga su vida por su ganado. Aquel que no es vaquero y que no cría ganado, cuando llega el jaguar, huye. Yo soy el buen vaquero. Conozco a mi ganado, y mi ganado me conoce, y doy mi vida por mi ganado. Tengo otras vacas que no están en este redil. Debo ir tras ellas. Y escucharán mi llamado y habrá un solo rebaño” (Jn 10, 11-16).
Una Iglesia de la Amazonía en conflicto con el latifundio
Aquellos símbolos y el texto de la invitación iban a revolucionar su ministerio episcopal y a influir en el cambio producido en el episcopado latinoamericano en las décadas siguientes, incluso durante la involución impuesta por Juan Pablo II y el cardenal Ratzinger. A la revolución en los símbolos acompañó otra en el mensaje que quería transmitir a la comunidad cristiana campesina con quien iba a convivir y a cuyo servicio iba a estar incondicionalmente cuatro décadas. El mismo día de su ordenación episcopal hizo pública una Carta Pastoral en la que marcaba el futuro de su trabajo ético-profético-evangélico: la denuncia de las injusticias estructurales del sistema capitalista en la zona y el anuncio de una sociedad justa, solidaria y sin discriminaciones.
Ya el propio título daba una idea certera de quiénes iban a ser sus adversarios, los detentadores del poder, que lo perseguirían a muerte y terminarían con el asesinato de algunos de sus colaboradores: Una Iglesia de la Amazonía en conflicto con el latifundio y la marginalización social. En su diario de aquellos días advertía de que la Carta generaría contradicciones y era un riesgo “y casi un desafío total”, pero, aún así y todo, “creí mi deber escribirla”.
La Carta no quedó en el anonimato ni en un oscuro boletín eclesiástico para lectura de piadosos clérigos, sino que tuvo gran publicidad, aun cuando el director de la Policía Federal, el general Canepa, había prohibido su difusión, y llegó a las altas esferas de la dictadura militar y a los terratenientes y latifundistas, que trataban a las personas trabajadoras como animales y los mantenían en un régimen de esclavitud.
Como reacción frente a las amenazas de los políticos de la dictadura y los latifundistas y a las críticas de algunos medios de comunicación, el documento contó con el apoyo de la presidencia de la Conferencia Episcopal Brasileña, muchos obispos, numerosas comunidades cristianas e intelectuales de todo el mundo. Desde entonces, y durante cincuenta años, no cesó de sufrir persecución por parte de los poderes que se aliaron para atentar contra el “profeta de los pobres”.
El Mato Grosso era una región con un elevadísimo grado de analfabetismo y marginación social y donde reinaba el más salvaje latifundio. “En esta zona –escribía- se mata y se muere más que se vive. Matar o morir es más fácil aquí, más al alcance de todos, que vivir”.
Hacia una Iglesia de los pobres
El propósito de Casaldáliga era construir una Iglesia comprometida con las aspiraciones y reivindicaciones de las comunidades indias, afrodescendientes, de los posseiros y peones, sin honra ni poder, en lucha contra el latifundio y toda forma de esclavitud. Una Iglesia, por ello, perseguida por los dueños del dinero, de la tierra y de la política, sin “tiburones” ni explotadores del pueblo, formada por pequeñas comunidades de base desparramadas por las calles y sertâos, con una estructura participativa, corresponsable y democrática.
Ese modelo de Iglesia no se quedó en el papel, sino que pronto se hizo realidad en Sâo Félix con una estructuración del trabajo pastoral en cuatro áreas: pastoral directa: sacramentos y catequesis; educación formal o informal; atención a la salud, defensa de los derechos humanos, lucha por la justicia; conquista de la tierra para las comunidades indígenas y campesinas. Dichas áreas eran coordinadas por agentes de pastoral, preferentemente laicos y laicas.
Ese era el clima generalizado en otras iglesias de América Latina, que dio lugar al nacimiento de la iglesia de los pobres, que durante los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI intentó ser desmantelada por el Vaticano sin conseguirlo por la resistencia de las propias comunidades eclesiales de base y los agentes de pastoral. Es esta iglesia popular la que se encuentra en la base de la teología de la liberación -guía ideológica de Casaldáliga-, que él mismo cultivó creativamente en sus libros de gran hondura espiritual, sentido místico, inspiración poética, denuncia profética, carácter social, actitud revolucionaria y, sobre todo, con su ejemplo de vida.
Una teología que, a pesar de las permanentes sospechas y condenas de Roma, sigue viva y activa en el nuevo y ahora poco esperanzador escenario latinoamericano, caracterizado por el fundamentalismo religioso y el conservadurismo político, ambos en alianza. Esta teología se reformula en los nuevos procesos históricos con la incorporación de nuevos protagonistas: comunidades indígenas, campesinas, afrodescendientes, movimientos feministas, ecologistas, colectivos interreligiosos, LGTBI, y de nuevas categorías: interculturalidad, diálogo interreligioso, feminismo, ecología, territorio, agua, vida, martirio, resistencia, esperanza, etc.
Fue en Mato Grosso donde se despertó en Casaldáliga la conciencia global e internacionalista, hasta convertirse en el obispo más “católico” en el sentido etimológico del término: “universal”. Él mismo reconoce que allí su alma se universalizó, tras abandonar Europa y pasar por el continente africano: “Haber salido de Cataluña, de España, de Europa, pasar por África y venir a vivir definitivamente en este brasileño Mato Grosso de Nuestra América me ha universalizado el alma”.
Él desarrolló su conciencia global a través de la defensa de las causas de los perdedores de la historia y del apoyo a los movimientos de liberación del mundo entero. En ese sentido, Pedro es un ejemplo de globalización desde abajo, desde las víctimas, en otras palabras, de la alter-globalización de la esperanza frente al pesimismo instalado en la sociedad. O mejor dicho, ejemplo del movimiento glocalizador, que compagina las causas y las luchas de emancipación locales y las globales
Por todo ello no tardaron en llegar las persecuciones de los diferentes poderes confabulados: militares, terratenientes y políticos protectores de los latifundistas, incluido el Vaticano. Se sucedieron las amenazas de muerte y los atentados contra su vida.
* Este texto sobre la consagración episcopal de Pedro Casaldáliga hace cincuenta años, el 23 de octubre de 2021, forma parte de mi libro Pedro Casaldáliga. Larga caminada con los pobres de la tierra (Herder, Barcelona, 2020), páginas 28-34.
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