Ignacio Ellacuría: pasión por la justicia, compasión con las víctimas y amor por la verdad (II) Los interrogantes que Ellacuría plantea al Norte Global
"Los numerosos estudios sobre la vida y el pensamiento de Ellacuría que se han sucedido ininterrumpidamente a lo largo de los treinta años tras su asesinato, nos han descubierto nuevas dimensiones de su personalidad, en la que convivían armónicamente el profesor universitario y el analista político, el crítico del poder y el defensor de las personas víctima de la violencia del sistema"
"Los asesinados ofrecieron a la ciudadanía salvadoreña, latinoamericana y al mundo entero una narrativa de lo que estaba sucediendo en el país alternativa a la oficial"
"La novela Noviembre, del escritor salvadoreño Jorge Galán, que se inspira en los asesinatos del 16 de noviembre de 1989 y por la que tuvo que exiliarse ante las amenazas de muerte recibidas, profundiza en estas causas y suma otra más, que sin duda es la clave política de los asesinatos"
"La novela Noviembre, del escritor salvadoreño Jorge Galán, que se inspira en los asesinatos del 16 de noviembre de 1989 y por la que tuvo que exiliarse ante las amenazas de muerte recibidas, profundiza en estas causas y suma otra más, que sin duda es la clave política de los asesinatos"
La vida y el pensamiento de Ignacio Ellacuría plantean a la sociedad y a las religiones, al pensamiento filosófico y teológico del Norte Global la necesidad de un giro copernicano, de un cambio de dirección en las siguientes alternativas: del individualismo a la comunidad; de la civilización de la riqueza a la cultura de la austeridad; de la retórica de los derechos humanos a la defensa de los derechos de los pueblos oprimidos; de la historia entendida como progreso lineal de los colectivos privilegiados a la historia como cautiverio e interrupción; del "fuera de la Iglesia no hay salvación" al "fuera de los pobres no hay salvación"; de la moral privada a la ética pública: En suma, de la razón instrumental inmisericorde, en que ha desembocado la razón ilustrada, a la razón compasiva.
“Hombre de compasión y misericordia”
Ellacuría encarnó la máxima del filósofo griego Epicuro: "Vana es la palabra del filósofo (yo añado: del teólogo) que no sirva para curar algún sufrimiento de los seres humanos". Máxima que está en plena sintonía con las palabras del profeta Oseas puestas por los evangelistas en boca de Jesús: “Misericordia quiero, no sacrificios”. Es la base de la ética de la compasión.
Los numerosos estudios sobre la vida y el pensamiento de Ellacuría que se han sucedido ininterrumpidamente a lo largo de los treinta años tras su asesinato, nos han descubierto nuevas dimensiones de su personalidad, en la que convivían armónicamente el profesor universitario y el analista político, el crítico del poder y el defensor de las personas víctima de la violencia del sistema, el filósofo de la realidad histórica y el teólogo de la justicia, el intelectual comprometido y el creyente sincero, el lúcido polemista y el mediador para la paz, el pensador y el activista de los derechos humanos, el testigo y el creyente en el Dios de la esperanza y en Jesús de Nazaret, el Cristo Liberador.
La lectura de su obra y el conocimiento más preciso de su actividad política y universitaria nos permiten valorar en sus justos términos el sentido crítico de su pensamiento, la autenticidad de su experiencia religiosa, su vocación pacificadora en medio de los conflictos, su compromiso ético con los pobres de la tierra, la vigencia de muchos de sus análisis políticos, el horizonte emancipador de su filosofía y la perspectiva liberadora de su teología.
Su vida fue ejemplo de coherencia entre pensar y actuar, fe cristiana y compromiso con los excluidos, reflexión y solidaridad con las víctimas. El filósofo y amigo personal de Ellacuría, Pedro Laín Entralgo le definió como Pharmakós por su pasión en reconciliarnos con el ser humano que somos. Jon Sobrino le llama “hombre de compasión y misericordia”. Dos definiciones que comparto.
¿Por qué los mataron?
La pregunta que me viene rodando desde que mataron a Ellacuría, a sus compañeros jesuitas y a Elba y Celina, y que me hago en mis frecuentes viajes a San Salvador como profesor de la UCA mientras recorro con profundo respeto y devoción religiosa los lugares donde se produjeron los hechos sangrientos es la siguiente: ¿por qué los mataron?
En realidad la pregunta nos la hizo a su madre, la teóloga Margarita Pintos de Cea-Naharro, y a mí, nuestro hijo Roberto, de cinco años, que conocía nuestra relación de amistad con Ellacuría, tras escuchar la noticia de su asesinato en el telediario de las 3 mientras comíamos: “¿Por qué Dios ha permitido la muerte de Ignacio, que era tan bueno?”.
No fue, ciertamente, por su colaboración con la guerrilla, de la que los acusaron torticeramente y con maledicencia algunos sectores eclesiásticos de la Iglesia salvadoreña e incluso del Vaticano durante el pontificado de Juan Pablo II y la presidencia del cardenal Ratzinger de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Las mujeres y los hombres asesinados eran personas de paz, que nunca empuñaron un arma y condenaron siempre la violencia.
Cuatro fueron, a mi juicio, las verdaderas razones del óctuple e irracional asesinato. La primera, porque analizaron críticamente a través de investigaciones rigurosas la realidad yendo a la raíz de las injusticias sociales y de la violencia estructural del sistema, ofrecieron a la ciudadanía salvadoreña, latinoamericana y al mundo entero una narrativa de lo que estaba sucediendo en el país alternativa a la oficial y, quizá lo decisivo en el asesinato, porque señalaron a los culpables. Y eso, afirma Jon Sobrino, no se perdona.
La segunda fue la constante denuncia profética que, siguiendo la estela de monseñor Romero, arzobispo de San Salvador, asesinado en 1980, hicieron de la alianza de los poderes políticos, militares y económicos, con el apoyo de algunos sectores del clero y del episcopado, y de los escuadrones de la muerte como instrumento del que se sirvieron dichos poderes para defender su poder omnímodo en El Salvador, reprimir a la ciudadanía y provocar masacres de poblaciones enteras.
La tercera razón fue porque practicaron la opción evangélica por las personas empobrecidas y los sectores más vulnerables, vivieron la ética de la compasión con las víctimas, defendieron la vida de las mayorías populares y del “pueblo crucificado”, en expresión de Ellacuría, vida amenazada a diario en el infierno de la muerte en el que se había convertido El Salvador tras diez años de guerra y mostraron su solidaridad con el dolor de las familias cuyos miembros eran asesinados.
En cuarto lugar, defendieron la vía del diálogo y la negociación para terminar con el conflicto y lograr la paz y la justicia, ambas inseparables, como afirma el salmo 84 de la Biblia hebrea, conocido y practicado por las personas asesinadas: “la justicia y la paz se besan” y como profetiza Isaías: “La obra de la justicia será la paz, y el servicio de la justicia, reposo y seguridad para siempre” (Is 37,12); “Entonces tu paz habrá sido como un río, y tu justicia como las olas del mar” (Is 54, 13-14).
Hablando en términos teológicos, anunciaron el Evangelio como buena noticia de liberación y supieron conjugar la denuncia profética con la esperanza de “otro Salvador posible”, como concreción histórica de la utopía del reino de Dios. Coincido con el filósofo Carlos Molina, profesor de la UCA, en que, por paradójico que parezca, “muchas comunidades de creyentes y no creyentes, comprometidas con la emancipación humana, encontraron en la vida y la muerte [de las ocho personas asesinadas] una razón y una inspiración para luchar”.
La novela Noviembre, del escritor salvadoreño Jorge Galán, que se inspira en los asesinatos del 16 de noviembre de 1989 y por la que tuvo que exiliarse ante las amenazas de muerte recibidas, profundiza en estas causas y suma otra más, que sin duda es la clave política de los asesinatos. En un ejemplo de honestidad intelectual y de búsqueda de la verdad desde la historia y la ficción literaria, Jorge Galán cree que a Ignacio Ellacuría lo mataron porque estaba construyendo puentes de diálogo entre el gobierno y la guerrilla para la paz, y los militares dinamitaron salvajemente dichos puentes porque buscaban controlar todos los poderes del Estado, la derrota total para seguir extorsionando al pueblo y provocando las masacres contra poblaciones enteras.
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