Jesús y sus amigos (los doce, las mujeres). Escuela abierta y discutida
Ha terminado Navidad. Ha comenzado con el Bautismo de Jesús un ciclo de iglesia, que se define según los evangelios como "tiempo de discusiones generales".
La iglesia posterior, dirigida por una jerarquía de mando sacral, más dogmática que Jesús, al servicio de sí misma, ha querido convertir a sus fieles en "buena gente", piadosa, callada, obediente.
Pero la gente de Jesús no fue callada, piadosa ni obediente, sino discutidora, habladora, levantisca, comprometida con Jesús de un modo activo, con formas y argumentos que la iglesia posterior no habría soportado.
En esa línea he puesto las reflexiones que siguen, retomando argumentos de La historia de Jesús. Más de algún eclesiástico me ha dicho que son algo atrevidas. Quien quiera tener una opinión deje esta postal, lea el evangelio de Marcos.
Pero la gente de Jesús no fue callada, piadosa ni obediente, sino discutidora, habladora, levantisca, comprometida con Jesús de un modo activo, con formas y argumentos que la iglesia posterior no habría soportado.
En esa línea he puesto las reflexiones que siguen, retomando argumentos de La historia de Jesús. Más de algún eclesiástico me ha dicho que son algo atrevidas. Quien quiera tener una opinión deje esta postal, lea el evangelio de Marcos.
| Xabier Pikaza
En la línea anterior del cuarto evangelio, Simón-Pedro y los restantes compañeros llamados por Jesús le siguieron porque de alguna forma confiaban en él (habían estado a su lado en el Jordán), y quizá porque esperaban cumplir por (con) él sus propias expectativas de Reino, pasando de la penitencia del Bautista al poder, abundancia y riqueza del reino de Dios, ratificando y desarrollando así sus ideas propias sobre el dinero, el poder y la religión (las mismas que Satán presentará a Jesús en las tentaciones, Mt 4 y Lc 4).
Conforme a los sinópticos (cf. Mc 1, 12-13) Jesús superó esas tentaciones, pero Simon-Pedro y sus compañeros no lo hicieron. En este contexto no se puede hablar de un Jesús “héroe” que lo sabe todo y todo lo hace bien, pero rodeado de una “banda” de discípulos simples, ignorantes, sin ideas buenas (entre los que destaca por su terquedad Simón Pedro). Al contrario, por el hecho de haber estado antes con Juan Bautista, para dejarle después y pasarse a Jesús, debemos suponer que Pedro y sus compañeros tenían sus propias ideas, no sólo para dialogar con Jesús, sino incluso para enfrentarse con él.
Camino histórico, antes de pascua
Conforme a lo anterior, podemos afirmar que Pedro y los otros compañeros no fueron con Jesús simplemente para escucharle, obedecerle a ciegas y callar, sino también para colaborar activamente en su camino de Reino, buscando y discutiendo juntos las estrategias adecuadas. En esa línea, tanto Pedro como el resto de los Doce no aparecen como oyentes pasivos (y equivocados) de Jesús, sino como colaboradores activos, con perspectivas e intenciones propias, como pone de relieve Marcos.
Jesús debió tener mucha personalidad y fuerza de atracción para llamar y atraer a los Doce (y especialmente a Pedro, consiguiendo que dejaran a Juan y le siguieran a él). Pero ellos le siguieron, no sólo porque le admiraban (confiaban en él), sino porque tenían también sus ideas, más cercanas a las de Jesús que a las de Juan Bautista y querían utilizarle y sacar provecho de él, conforme a sus ideas, para sentarse un día a su lado, en doce tronos, para juzgar a las tribus de Israel (cf. Mt 19, 28; Lc 22, 30), como el mismo Jesús parece haberles ofrecido en un determinado momento.
- «En verdad os digo: cuando llegue la regeneración
- y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria,
- también vosotros, los que me habéis seguido,
- os sentaréis en doce tronos
- juzgando a las doce tribus de Israel (Mt 19, 28-29 par)
Éste parece ser el juicio que Dios comparte y realiza con los ángeles del Hijo del Hombre (según Dan 7) y con los compañeros seguidores de Jesús, conforme a una tradición que ha recibido una forma especial en la iglesia primitiva, y que se encuentra vinculada a los Doce Discípulos, uno por y para cada tribu.
‒ Vosotros, los que me habéis seguido .Este pasaje presenta a los Doce como seguidores de Jesús, formando así una corporación mesiánica, en la que todos tienen opinión y palabra. Ellos son, por un lado, hombres concretos (cf. Mt 10, 2-4) y, por otro son signo (representación) de Israel. Históricamente, Mateo sabe que la traición de Judas ha quebrado ese número, y por eso al final, en la montaña de Galilea, se habla de los Once (28, 16), sin necesidad de optar por la reconstrucción de los Doce (a diferencia de Hch 1, que recoge una tradición distinta).
‒ En la regeneración o renacimiento (palingenesía)… . Esa palabra se interpreta en la línea del gran cambio de los tiempos, entendido como nuevo nacimiento. La plenitud mesiánica es una transformación antropológica y teológica nuevo nacimiento, que se expresa con un término de carácter filosófico/religioso, expresando la culminación del tiempo (synteleia aiônos: Mt 13, 39.40.49. En esa perspectiva, Mateo, el más judío de los evangelios, asume un lenguaje helenista, para aludir a la transformación “cósmica” de la realidad.
‒ Cuando el Hijo del hombre se siente en su Trono de Gloria. La transformación cósmica de la “palingenesia” (que el pensamiento griego puede aceptar sin dificultad) se realiza, según nuestro pasaje (Mt 19, 28), a través de la “entronización” de un Hijo de Hombre rodeado por sus doce seguidores principales. Ésta es la novedad cristiana, que el pensamiento helenista no puede aceptar, como destaca el texto equivalente en el que Pablo afirma que Dios ha determinado “juzgar al mundo con justicia” a través de un hombre resucitado de entre los muertos (Hch 17, 31: discurso de Atenas).
‒ Os sentaréis también vosotros sobre Doce Tronos. Sigue estando en el fondo el tema del Trono (metatron) de la tradición profético-apocalíptica, que va de Ez 1-3 a Dan 7, 9 y 1 Hen 14). Pues bien, en ese Trono de Dios toma ahora su asiento el Hijo del Hombre, rodeado de sus más estrechos colaboradores o ministros (no de ángeles más altos, como en Daniel), sentados sobre doce tronos (formando así el consejo de ministros del Reino de Dios). Ésta es una promesa histórica, dirigida a los doce discípulos-compañeros, de manera que resulta inseparable de la historia concreta (es decir, de la obra mesiánica) de Jesús en Galilea-Jerusalén. Pero es, al mismo tiempo, una promesa escatológica, dirigida a todo Israel, es decir, a las Doce Tribus, representadas por esos compañeros de Jesús, de manera que sus doce tronos, lo mismo que las doce puertas de la Nueva Jerusalén de Ap 21, 12-14, son la representación mesiánica de la recreación de Israel realizada por el evangelio.
‒ Juzgando a las Doce Tribus de Israel ( que representan, en un primer momento, toda la historia del “pueblo de Dios”, desde el principio hasta el fin de los tiempos, y están encabezadas por los doce compañeros de Jesús, que son el cumplimiento de la historia Israelita, de cuya raíz brota (y en cuya promesa se fundamenta) la plenitud cristiana. La palabra juzgar (juzgando: krinontes) tiene aquí un sentido básicamente positivo de “salvar” (a diferencia de 25, 31-46, donde se pone de relieve el aspecto de separación final de justos e injustos). Aquí no hay evocación de “condena”, es decir, de expulsión o destrucción del pueblo de Dios.
Esta “sentencia” de Mt 22, 18-19 ha sido reformulada por la Iglesia de los Doce con Pedro tras la pascua, pero recoge una experiencia y esperanza prepascual, que no se cumplió al principio de la Iglesia, ni se ha cumplido después en sentido externo. En torno a un tema como éste giraban las conversaciones y deseos de Jesús con el grupo de sus seguidores, a lo largo de un tiempo en que ella ha debido ser transformada (superada) radicalmente por los acontecimientos de la muerte y pascual real de Jesús, pues no se ha podido cumplir ni se ha cumplido externamemte.
No podemos precisar mejor los detalles, pero resulta evidente que la relación de Jesús con sus discípulos tuvo que ser muy tensa y cambiante, a veces fluida, a veces sorda, pues Jesús no la logrado convencer a sus Doce a lo largo de su vida, ni susDoce han logrado convencerle.
Jesús no quiso (o no pudo) formar con Simón (ni con los Doce o los otros seguidores) un grupo cerrado y compacto de adictos incondicionales (sometidos a su control y dictado social o religioso), en contra de lo que podía suceder en otros grupos mesiánicos más “dictatoriales” de su tiempo, sino que les dejó su propia «autonomía». Por otro lado, Pedro y sus compañeros no eran unos ignorantes pasivos (como a veces se ha pensado), sino que tenían su personalidad, de forma que discutían con Jesús y marcar así poderosamente su camino de Jesús, mientras las mujeres (Magdalena y amigas) callaban y comprendían mucho mejor a Jesús, como muestra la historia siguiente.
. En ese sentido, podemos hablar de un grupo en formación mesiánica donde Jesús y sus discípulos y amigos discuten, se enfrentan e influyen mutuamente, en un camino que termina sin verdadera comprensión en el momento de la muerte de Jesús, de manera que en el momento clave, sus discípulos varón (pantes, todos: Mc 14, 27), le han dejado, [1].
- Pedro acompañó a Jesús de una forma activa. No fue simple oyente, alguien que escucha, calla y acoge, sino un discípulo con ideas, que no sólo aprende, sino que “enseña” a Jesús. El evangelio está lleno de escenas y palabras en feed-back (influjo mutuo) entre Pedro, Jesús y el resto de los discípulos, especialmente las mujeres.
- Pedro acompañó a Jesús de una forma orante (Tabor). Sin duda, Jesús traza el camino, marca y define la misión del reino. Pero nunca actúa como “dictador”, sino como alguien que se muestra, escucha y comparte en el camino. En ese sentido se sitúa la “transfiguración” (Mc 9, 2-9 par) con la experiencia de oración compartida de Jesús con Pedro y los zebedeos.
- Pedro ofreció a Jesús una compañía crítica, de forma que Mc 8, 26-33 le presenta como “tentador” (no como el “Diablo” en sentido absoluto, sino como aquel que “prueba”, que ofrece otras alternativas, como en Cesarea de Felipe, donde expone y defiende ante Jesús el camino clásico del mesiánismo israelita, en la línea de David (triunfo político, cf. Sal 2; Sal 45) y de Daniel (triunfo escatológico, Dan 7, 14). Este Pedro no es enemigo de Jesús, quiere ser amigo y colaborado en una línea “canónica”, conforme a las promesas de Israel.
- Pedro abandonó y negó a Jesús, como muestra el relato de la última cena, el Huerto de los Olivos y las negaciones ante las criadas y criados de los sumos sacerdotes. Ese abandono y negación tiene elementos duros de rechazo, falta de solidaridad e incluso cobardía, pero en su fondo hay un elemento que debe destacarse: Pedro está dispuesto a sacar la espada y morir por (con) Jesús, según los mil años de tradición triunfal del mesianismo israelita, pero no a morir con/por él como parece pedirle Jesús
- Pedro “volvió” a Jesús, por la intervención y ayuda de las mujeres. No dejó a Jesús porque era “malo”, sino porque quiso mantenerse fiel a un mesianismo de triunfo, de doce tronos para los doce jueces…)… Lo admirable, no es que negara (abandonara) a Jesús, sino que le recuperara, le aceptara y siguiera tras su muerte, comprendiendo y confesando al fin la identidad de Jesús, ayudado por las mujeres de la tumba vacía (Magdalena, la Madre de Jesús y la otra María¸ cf. Mc 9, 1-8: id y decir a Pedro y a mis discípulos que les precedo a Galilea, que allí me verán).
- Pedro creyó en Jesús… porque Jesús resucitado salió a su encuentro, y se le mostró (se le hizo ver, ophthê), como ratifica la tradición cristiana, que interpreta esta “aparición y cambio” (conversión, misión) de Pedro como principio oficial de la iglesia, punto de partida de la misión cristiana, como dicen Pablo (1 Cor 15, 3-8) y Lucas 24, 34,El final canónico de Marcos (Mc 16.9) presenta como principio de la iglesia la experiencia pascual Magdalena (apóstol de los apóstoles). Sin negar eso, la iglesia sigue apelando a la visión y testimonio de Pedro y de los Doce para fundar la Iglesia.
Habían sido y siguieron siendo un grupo de dura discusión
Jesús no quiso formar con Simón (ni con los Doce o los otros seguidores) un grupo cerrado y compacto de adictos incondicionales (sometidos a control social o religioso), en contra de lo que ha sucedido en otros grupos políticos y revolucionarios. Jesús dejó que sus discípulos siguieran teniendo sus propias «ideas», de manera que en su grupo se respiraba un aire de fuerte libertad.
Por otra parte, la tradición cristina ha sabido (y no se ha esforzado en ocultarlo, sino todo lo contrario), que los Doce abandonaron de algún modo a Jesús, cuando éste fue juzgado y condenado, a pesar de que habían sellado con él su compromiso en una cena de solidaridad. Parece seguro que Simón le negó de un modo especial, no por simple miedo (que también pudo tenerlo), sino por discrepancias de fondo sobre su mesianismo, porque «se dejaba» juzgar y matar, en vez tomar el poder y defenderse (cf. Mc 14 y paralelos).
Jesús fue crucificado como único responsable de su movimiento mesiánico, sin que sacerdotes de Jerusalén y soldados romanos juzgaran necesario condenar a los restantes miembros de su grupo como a tales, sino sólo a algunos «bandidos», reos comunes o miembros de la resistencia, ajenos al grupo. Entre los seguidores de Jesús sólo unas mujeres parecen haberle acompañado hasta el final (cf. Mc 15, 40-47 y paralelos), aunque no pudieran sepultarle según rito. Lógicamente, la historia mesiánica de Simón podía haber terminado ahí, después que había "negado" y/o abandonado a su maestro en el Calvario. Pero la amistad de Simón hacia Jesús (y de Jesús hacia Simón) fue más poderosa que las razones religiosas y sociales, que estaban de parte del Sumo Sacerdote (aliado en este caso a los romanos). Pero el amor superó a la lógica y Simón descubrió que la «verdad» más de Jesús crucificado y experimentó su presencia salvadora.
En este contexto se entiende la confesión fundacional de la iglesia cuando afirma que Simón “vio” a Jesús tras su muerte, es decir, tuvo una experiencia radical de la verdad de su propuesta mesiánica. Sólo al situarse ante el conjunto del mensaje y de la vida de Jesús, a quien él había amado y negado, descubrió Simón la verdad de Jesús, a quien Dios había respondido, resucitándole de entre los muertos (cf. 1 Cor 15, 5 y Lucas 23, 34).
Esta “visión” pascual de Simón no fue una alucinación estéril, ni una aparición espectacular (de visiones espectaculares está llena la historia), sino el descubrimiento de una presencia personal, la revelación del Dios Abba-Papa que se manifiesta por un crucificado. Habiendo comprendido (=visto) desde la entraña de su propio corazón, en su experiencia más honda, que era Dios quien le había hablado y le hablaba por Jesús, Pedro supo entender todas las cosas de un modo distinto: la verdadera autoridad, aquella que vincula en amor a los hombres, no la tienen ni los sacerdotes con sus víctimas, ni los soldados con sus armas, sino Jesús y/o los asesinados de la historia.
Esta fue la experiencia de Simón, que vio (=encontró) a Dios en su amigo crucificado, descubriendo con sorpresa emocionada que, a pesar de que él le había traicionado, Jesús le seguía ofreciendo, de parte de Dios, la tarea del Reino (la tarea de su vida), como lo había hecho en los años anteriores. Esta fue la experiencia más honda, que Simón asumió y expandió, compartiéndola con otros, que sintieron semejante, para recrear y expandir la buena nueva o evangelio de la gracia de Dios, de tal forma que diversos grupos de cristianos (¡no todos!) le consideraron fundador de la Iglesia, Roca o Piedra (Cefas, Petros) de la comunidad de Jesús.
Parece que Pedro volvió a instaurar el grupo de los Doce (que se había disgregado tras la muerte de Jesús), para subrayar el mensaje que ellos (como representantes de las tribus de Israel) podían y debían seguir ofreciendo a todo el pueblo). Conforme al testimonio de la iglesia antigua, conservado en 1 Cor 15, también los Doce descubrieron la presencia de Jesús resucitado, que les convocaba otra vez como misioneros y testigos del Reino. Es evidente que, al menos en un primer momento, Pedro y los Doce siguieron anunciando el mismo Reino que Jesús anunciaba y preparaba; pero lo hicieron añadiendo que Jesús Crucificado estaba vivo y que vendría pronto, pues en él se había adelantado y con él había comenzado el Reino.
Seguían esperando la llegada del Reino, pero, al mismo tiempo, afirmaban que se había adelantado y revelado ya por medio de la pascua de Jesús, de la que ellos daban testimonio. Esta fue la primera gran aportación de Pedro que fue, con las mujeres, el fundador del cristianismo. Pablo llega en un momento posterior y comienza su argumento y misión desde la muerte “fracaso” en Cruz de Jesús, reinterpretando así todo el evangelio, como Hijo de Dios y redentor crucificado).
[1] Ésta es una historia apasionante que aquí no puedo contar con detalle, porque es larga y porque la he descrito ya Historia de Jesús, Comentario del Evangelio de Marcos y Comentario de Mateo (Verbo Divino, Estella 2012 y 2017).