Cautividades nuevas, nuevas liberaciones. Una propuesta ante el Sínodo (1)

El Sínodo de la Iglesia católica que se está celebrando en Roma tiene en su agenda temas centrales de la humanidad y de la iglesia, en este año de dura esclavitud, violencia mortal y fuerte esperanza: Ministerios eclesialiles, camino sinodal, guerra casi universal, mentira generalizada, marginación femenina, desafío ecológico etc. 

Entre esos temas quiero descatacar, hoy y mañana, el de las cautividades y caminos de liberación, tal como lo vienen proponiendo desde el siglo XIII las dos órdenes redentoras, de la Merced y de la Trinidad. Me parece importante recordar este motivo, desde la perspectiva del magisterio postconciliar de la Iglesia.

San Pedro Nolasco, esclaves dans Don Quichotte, bois polychrome, vers 1599

Cautividades antiguas y nuevas

 La esclavitud era una forma de dominio legal por la que un hombre es propiedad de otro; el cautiverio (de captus, “conquistado) es una situación por la que unos hombres o mujeres (unos grupos social) que, que originalmente eran libres viven de hecho bajo dominio cultural y/o social, religioso, económico, sexual o afectivo de otros grupos o personas, de manera que no pueden asumir y realizar su vida de un modo autónomo o maduro.

La esclavitud estrictamente dicha, como realidad jurídica y política, tiende a desaparecer en todo el mundo, pero el cautiverio crece y tiende a imponerse de hecho en multitud de países, a causa de condiciones económicas, sociales y culturales que se extienden de un modo que parece imparables en casi todo el mundo. En este contexto se vuelve necesario la creación de un nueva “orden de merced” y de la Trinidad (recreación o actualización de las antiguas), al servicio de la redención de los cautivos.

En otro tiempo, el esclavo carecía de libertad en el sentido estricto del término. El cautivo podía tener cierta libertad, pero se encontraba sometido a las presiones de un ambiente adverso, donde corría el riesgo de perder su identidad, su autonomía humana, viviendo de hecho sometido bajo el dictado de otros. Como he dicho, la esclavitud legal está terminando, pero el cautiverio social aumenta. La actitud de del cristianismo ante esclavos y cautivos ha sido en parte diferente.

Signum Ordinis Sancta Trinitatis et Cautivorum". | Signum Ordinis Sancta  Trinitatis et cautivorum, Signo de la Orden de la Santísima Trinidad y de  los cautivos. Ven y forma parte de esta gran

- La iglesia quiso dulcificar las condiciones de la esclavitud, pero en sentido estricto no se opuso en cuanto tal a ella, de manera que durante muchos ricos eclesiásticos y grandes monasterios o diócesis (e incluso parroquias) fueron propietarios de esclavos hasta bien entrada la edad moderna, por lo menos hasta el siglo XVIII[1].    

- En contra de eso, la iglesiase ha ocupado con más fuerza por redimir a los cautivos, actuando a favor de su fe (esto es, de su libertad personal) llegando a crear para ello instituciones religiosas especiales, como las órdenes de la Trinidad y la Merced que surgieron entre el siglo XII Y XIII; así quería conservar la fe de aquellos fieles que por encontrarse en manos de enemigos de la cristiandad corrían el riesgo de perderla.

             Tras el Vaticano II, conforme a un magisterio convergente de los Papas Juan Pablo II y Francisco, la tarea de liberar a los esclavos y de redimir a los cautivos, han venido a vincularse, porque esclavitud y cautiverio forman parte de una misma opresión de fondo, que niega la libertad de las personas y los grupos sociales, impidiendo que ellos pueden desarrollar plenamente su condición de hijos de Dios, creados y redimidos por Jesús, para que puedan (podamos ser) plenamente hijos de Dios, en amor y solidaridad, en esperanza de vida y de resurrección.

Punto de partida

 Esos dos términos (esclavitud y redención) se vinculan actualmente de un modo más estrecho, por los cambios sociales, culturales y religiosos que se han venido sucediendo en los últimos siglos, por lo que hay varios idiomas que no distinguen entre esas dos palabras y realidades (esclavitud y cautiverio), con el riesgo de no centrar bien los problemas

 Por otra parte, en proceso de fidelidad a sus orígenes evangélicos y retomando la inspiración de las instituciones redentoras ya citadas, la Iglesia actual está llamada a realizar su tarea redentora, retomando la inspiración y compromiso de las dos grandes órdenes redentoras (de la Trinidad y de la Merced). En esa línea, actualmente (año 2024) resulta más urgente la inspiración y tarea de las estas antiguas órdenes redentoras, una más fundada en la inspiración del Dios que es libertad de amor (trinitarios) y la otra en la inspiración materna y fraterna de la Madre de Jesús (Merced).

Aquí me ocupo en el fondo de las dos órdenes, pero especialmente de la Merced.

Desde ese fondo, y basándome ante todo en documentos oficiales de la Iglesia Católica, quiero ofrecer una visión de conjunto sobre las formas de liberación cristiana en nuestro tiempo, desde la perspectiva de la Orden de la Merced (y de la orden de la Trinidad).

Participé como ponente y redactor principal del Documento Los mercedarios y la nueva evangelización (Capítulo General de la Merced, México 1992), y ahora, pasados treinta años, con la perspectiva que nos dan los años, me permito reinterpretar y actualizar el mensaje y sus propuestas de aquel Documento, en las reflexiones que ahora siguen.

Para ello tomo como como base los Documentos del Vaticano II y el magisterio de los dos primeros papas post-conciliares (Pablo VI y Juan Pablo II). Con el fin de evitar falsas polémicas sobre el sentido y posibles alteraciones de aquel magisterio original del Concilio Vaticano II, he dejado en la penumbra las aportaciones de los dos últimos papas (Benedicto XVI y Francisco), aunque en otros lugares me he ocupado más extensamente de ellas[2].

Mi trabajo tendrá tres partes. (1) Nuevas formas de cautividad. (2) Nueva evangelización: el evangelio de la libertad cristiana. (3) Recreación de la Merced: Una espiritualidad y práctica liberadora. Publico hoy las dos primeras parte, dejo la tercera para mañana Dedico este trabajo a los hermanos mercedarios y mercedarias de Brasil, por su empeño en actualizar el carisma de la merced, y especialmente a mi hermano y amigo Manuel R. Losada, impulsor destacada de la vida y misión de los mercedarios en la segunda etapa de su presencia en Brasil.

Siglas

  1. CA, Centesimus Annus, 1991;
  2. ChL, Christifideles Laici, 1989; CE, Los caminos del evangelio, 1990;
  3. EN, PABLO VI: Evangelii Nuntiandi, 1975;
  4. GS, Vaticano II, Gaudium et Spes, 1965;
  5. LG, Vaticano II, Lumen Gentium, 1964; LE, JUAN PABLO JI, Laborem Exercens, 1990;
  6. SRS,Juan Pablo II,  Sollicitudo Rei Socialis, 1988

Nuevas formas de cautividad.

  Jesús, Redentor universal, fue "experto en opresiones": Nadie como él conocía el sufrimiento de los enfermos, la angustia de los pobres, el llanto y la desesperanza de los expulsados de la sociedad (leprosos, publicanos, prostitutas, etc.). Sólo así pudo ayudarles, ofreciéndoles la buena nueva de la salvación, un camino que se hallaba abierto al Reino de los Cielos. Lógicamente los cristianos, fieles de Jesús, habían de ser expertos en el conocimiento de los nuevos cautiverios, pues surgen hoy en las sociedades humanas nuevas formas de esclavitud social, política y psicológica, que derivan en última instancia del pecado y que resultan para la fe de los cristianos tan perniciosas como la esclavitud y cautividad de otros tiempos (GS 4, 29, 41)[3].

Por eso los creyentes han de ser capaces de mirar con ojo limpio (crítico y amoroso) hacia el mundo, descubriendo y condenando (superando) las opresiones de los hombres. Siguiendo los métodos de análisis social y siendo fieles a la inspiración del evangelio, debemos detectar las muchas esclavitudes o cautividades de este mundo. Así empiezo diciendo que hay cautivos porque existen enemigos de la libertad y dignidad del hombre, añadiendo que nuevas cautividades porque siguen existiendo principios y sistemas opuestos al evangelio del amor al enemigo y de la gracia.

La humanidad se ha dividido desde antiguo, y se sigue dividiendo, en grupos que combaten o se oponen mutuamente. En esa situación, entre los últimos y pobres del mundo se siguen encontrando los cautivos: aquellos que no tienen libertad ni medios para realizarse como humanos, en autonomía personal, en confianza ante Dios y ante los otros; de ellos trataremos de manera muy especial en lo que sigue. Existen cautividades más pequeñas, de tipo familiar o personal, que sólo abarcan a pocos individuos. Pero existen también otras más extensas, generales o globales, que se encuentran vinculadas a la misma estructura de violencia de este mundo, tanto en plano social como político.

Quizá la causa de cautividad más extensa de nuestro tiempo sea de tipo económico, empezando por aquella que divide la humanidad en dos mitades: el norte rico y el sur pobre, aparecen ya como expresión muy significativa de formas de vida y sistemas económicos que, en algún sentido, pueden reproducirse dentro de cada país. Juan Pablo II nos ayuda a realizar ese análisis global porque destaca el abismo fatídico y creciente que existe "entre las áreas del norte desarrollado y las del sur en vías de desarrollo" (SRS 14). No es que debamos afirmar que todo el sur está cautivo y además las mismas naciones del sur pobre generan estructuras internas de opresión y, de esa forma, reproducen el pecado global de nuestro mundo. Al mismo tiempo, en los países ricos del norte encontramos durísimas bolsas de pobreza (Cuarto Mundo).

Pues bien, sobre una humanidad dividida, contrapuesta y rota, la Iglesia quiere ser signo de unión, libertad y de concordia para todos los humanos (cf. LG 1). Ella mira a los cautivos oprimidos y descubre que el mismo Cristo sufre en ellos, interpelándonos a través de su dolor y falta de libertad, como indica Juan Pablo II: "Ante esos dramas de total indigencia y necesidad en que viven muchos de nuestros hermanos y hermanas es el mismo Señor Jesús el que viene a interpelamos" (SRS 13).

 Nos interpela Cristo desde el fondo de este mundo que "produce a nivel internacional ricos cada vez más ricos a costa de pobres cada vez más pobres ... " (Puebla 30). Por eso hay que estudiar globalmente el cautiverio del mundo. En pocos años han cambiado muchísimo las cosas. Sigue existiendo un capitalismo triunfante, pero a su lado (o dentro de él) aumentan las bolsas de pobreza. Han caído casi todos los sistemas comunistas, y hoy existe libertad formal más amplia en los países donde el marxismo dominaba; pero la opresión económico-social no ha terminado, sino, a veces, todo lo contrario: corre el riesgo de agrandarse.

Juan Pablo II ha analizado con mucha precisión estos cambios en su Encíclica de mayo Centesimus Anus, 1991 con motivo del centenario de la primera gran encíclica social de la Iglesia (León XIII, Rerum Novarum, 1891). "La crisis del marxismo no elimina en el mundo las situaciones de injusticia y de opresión existentes, de las que se alimentaba el marxismo mismo, instrumentalizándolas" (CA 26). Más aún, pudiera suceder que la caída del marxismo se entendiera en algunos ambientes como triunfo de un capitalismo salvaje, sin más meta ni sentido que el aumento del mismo capital, convertido ya en el "antidiós" a que alude el evangelio (cf. Mt 6,24; Lc 16,13)[4].

La Virgen de la Merced redentora de cautivos

El capitalismo es un sistema económico en el que "muchos hombres son marginados ampliamente y el desarrollo económico se realiza por así decirlo por encima de su alcance ... Esos hombres forman verdaderas aglomeraciones en las ciudades del Tercer Mundo, donde a menudo se ven desarraigados culturalmente, en medio de situaciones de violencia, y sin posibilidad de integración" (CA 33).

El capitalismo nos sitúa en el centro de la contradicción económica y humana más sangrante de los últimos tiempos. Hablando en sentido "formal", los países y sistemas capitalistas defienden y propagan libertad, tanto en plano de mercado como a nivel de religión y cultura: cada uno puede escoger la forma de vida que le plazca. Sin embargo, en la práctica, por presiones que derivan de la misma estructura del sistema, gran parte de la población del Tercer Mundo vive en condiciones de semi-esclavitud, una situación que deriva de la falsa libertad del capitalismo (cf. LE 21; CA 33).

A la pobreza material se añade la pobreza del no saber y por medio de ellas se perpetúa la estructura y situación de dependencia. Los que no logran "entrar en los grandes mercados del poder-saber" capitalista pueden quedar fácilmente marginados y, junto con ellos, lo son también "los ancianos, los jóvenes incapaces de inserirse en la vida social y, en general, las personas más débiles y el llamado Cuarto Mundo", es decir, las bolsas de marginación que crecen dentro del Primer Mundo (CA 33). Con la caída del marxismo no ha cesado ni ha caído la "alienación" del hombre (CA 4 1). 

 "En los países occidentales existe la pobreza múltiple de los grupos marginados, de los ancianos y enfermos, de las víctimas del consumismo y, más aún, la de tantos prófugos y emigrados. En los países en vías de desarrollo se perfilan en el horizonte crisis dramáticas si no se toman a tiempo medidas coordinadas internacionalmente" (CA 57).

El problema queda agravado finalmente por la "crisis ecológica" (CA 37), que afecta especialmente a los más pobres, condenados a vivir en la hacinación y suciedad de los suburbios, en ranchitos, favelas o nuevas poblaciones que carecen de aquello que parece más imprescindible (intimidad y techo propio, higiene, escuelas, espacios verdes, etc.).

En esta situación son muchos los que creen sólo en el dinero (capital, provecho propio), dejando de creer así en el hombre que es la imagen de Dios sobre la tierra. No están ya los bienes al servicio del hombre; están los hombres al servicio de un sistema económico de bienes que amenaza con oprimir a todo, destruyendo en ellos el germen de gracia divina que les ofrece Dios por Jesucristo. Ciertamente, hay pobreza en todas partes; pero, en los países del Tercer Mundo, ella domina sobre una gran parte de la población que, de esa forma, aparece condenada a malvivir en un nivel de pura subsistencia. El capitalismo salvaje puede crear un gran capital, y defender los grandes mercados, pero lo hace al servicio de unas minorías, destruyendo los valores más hondos de la vida humana todo lo que toca, y lo hace de dos formas distintas:

- Condena a los ricos al vacío de su propio egoísmo, de manera que es muy difícil que ellos encontrar a Dios (y recibir su gracia) en la oración y entrega de su vida hacia los otros. Los primeros “condenados” por el cautiverio de la riqueza son los mismos ricos, esclavos del dinero.

- Margina a los pobres, expulsándoles de los centro de vida y amor, impidiéndoles “creer”, es decir, aceptar con libertad y amor el don de su existencia, los arrastra en la marca de un deseo que se centra en la pura subsistencia. Son muchos los que añaden que estamos en el centro de una inmensa crisis moral. Va creciendo entre las capas ricas una forma de cultura postmoderna: dicen que no es tiempo de transformaciones ni ideales; se hace imposible un diálogo mundial en clave de justicia, igualdad o búsqueda fraterna. Éste es el tema clave del canto del Magníficat, que es el mensaje central de María, redentora de cautivos (Lc 2, 56-65).

            La humanidad moderna está imponiendo su opresión a todos los grupos sociales, especialmente a los más pobres, social, cultural y económicamente. Por eso, cada grupo nacional, económico o social ha de arreglarse como pueda, aprovechando su ventaja en el conjunto o padeciendo sin remedio su pobreza. En una situación así, son muchos los que piensan que no existe más principio que la fuerza ni más ley moral que la satisfacción inmediata, aunque ello fuere a costa de los otros, como formulaba ya Sab 2,12: "sea nuestra fuerza la norma del derecho, pues lo débil -es claro- no sirve para nada".

Donde triunfa ese principio capitalista, son muchos los que caen bajo los dictados de la fuerza bruta o la indiferencia total; otros buscan la evasión del sexo sin amor, la droga o violencia. Se quiebran muchas veces las familias, se rompen las instituciones sociales de fraternidad. De manera consecuente, en el fondo de esta gran pirámide de lucha, siguen padeciendo de un modo especial los más pobres, aquellos que no tienen acceso a la familia, al dinero, al poder o la cultura. De esta forma se vinculan olvido de Dios y destrucción del hombre. Es tan grave el problema que algunos economistas se atreven a decir que, humanamente hablando, no hay salida.

Muchos pensadores (sociólogos y filósofos, teólogos y humanistas de diverso tipo) añaden que la humanidad en su conjunto tiende hacia la ruina por falta de solidaridad y rechazo de todos los valores. Ciertamente, no compartimos totalmente ese juicio, pues el Dios del evangelio y la misión de fondo de la Iglesia encontrará maneras para superar esa crisis de muerte.

Sin duda alguna, el mal es grande. Pero existen también rasgos que son consoladores. Surgen en el mundo, y de manera especial dentro de la Iglesia, movimientos de solidaridad y justicia, de reflexión y compromiso más intenso que se oponen a esos males y que trazan caminos de esperanza entre los hombres (en una línea que el Papa Francisco ha puesto de relieve en su encíclica Laudato si, 2015).

 Dentro del bloque occidental están creciendo las bolsas de segregación y pobreza que engloban la clase más baja de todas: el Cuarto Mundo. Forman parte de ella exilados, millones que escapan de sus tierras de origen por presión política o pobreza; muchos de ellos carecen de documentación, están desarraigados de sus tradiciones y sufren el rechazo del resto de la población. También han de contarse aquí los emigrantes que no logran entrar en el sistema de las clases triunfadoras. Hay, finalmente, minorías culturales o raciales (negros, “indios”, parias de diversos tipos, etc.). Todos estos habitan en los barrios conflictivos de las grandes ciudades, formando un sangrante cordón de pobreza, manipulación y violencia. De ellos se nutre casi el noventa por ciento de la población penitenciaria: son los candidatos más normales de la represión y violencia del sistema que, por un lado, los echa de los centros de cultura y, por otro, los controla o los persigue.

            Más de un treinta por ciento de los hombres y mujeres de las naciones industrializadas vive en estas condiciones: el sistema los expulsa o margina y, por otra parte, ellos mismos son una amenaza para este sistema. Nos movemos en un círculo que tiene poca solución, en clave material. Aquí hace falta proclamar otra palabra: anunciar el evangelio verdadero de la gracia y comunicación interhumana. A otro nivel, son muchos los triunfadores del sistema que se declaran cansados: buscan la respuesta fácil de un esoterismo pseudo-religioso, se refugian en las sectas o se pierden en la vana espiral del consumismo o de la droga. En el Tercer Mundo la situación más dramática la viven los pueblos del África subsahariana.

Ciertamente, el cristianismo ha sido predicado en muchos de esos pueblos con fidelidad ejemplar y han surgido (están surgiendo) iglesias que son fuente de esperanza para el mundo. Pero, al mismo tiempo, la ruptura de los viej os tejidos culturales (étnicos, tribales), la nueva situación económica y el influjo de una administración político-militar calcada de Occidente han puesto en riesgo la misma vida física de muchos habitantes de esos pueblos.

Las informaciones más fiables resultan alarmistas: el hambre avanza y mata de un modo implacable, crecen un tipo de enfermedades vinculadas a la opresión y pobreza, hombres y mujeres se hacinan en suburbios, villas-miseria, favelas de diverso tipo. Aumenta la crisis de los exilados, emigrantes y refugiados, sin que, por ahora, se vea la manera de resolverla, tanto en América como África, Asis y Europa, con fronteras cerradas, con segregación de poblaciones, y parece que no existe ya salida para la pervivencia humana, si no cambian las mismas estructuras de la economía y política mundiales.     

Empieza a ser difícil predicar un evangelio universal "católico", importado de Occidente, allí donde gran parte de la población puede acabar muriendo por falta de solidaridad humana de Occidente. Hablamos de una teología y economía post-colonial, y condenamos los diversos tipos de colonialismo antiguo, vinculado a las conquistas de grandes tierras de Asia, América y África, por parte de las naciones militarmente más “avanzadas” de occidente (España y Portugal, Inglaterra, Francia, Holanda etc.).

En muchos países de América Latina y de África resulta escandalosa la pobreza de gran parte de la población. En su origen está el capitalismo mundial, que sólo busca el provecho del dinero antidivino (cf. Mt 6,24). Pero debemos recordar que el escándalo retorna y se agranda al interior de cada país: sus ricos son más ricos, sus pobres son más pobres que en el resto de la tierra. Esta situación de pobreza está agravada por el flujo de exilados (unos treinta millones) y, especialmente, de emigrantes que llenan los suburbios de las grandes ciudades, extendiendo por doquier su gran herida o cruz de marginación y de pobreza.

En estas condiciones resulta muy difícil mantener la esperanza. Crece la delincuencia social, se rompe la vida familiar y así encontramos millones de niños que acaban viviendo sin familia, en medio de la calle (cf. CELAM, Documento de consulta para la IV Conf. G., S. Domingo, 1992, núm. 368-388). Ciertamente, son muchas las cautividades y resulta muy difícil separar en este campo los problemas del cuerpo (esclavitudes materiales) y del alma (cautiverios religiosos).         

Estamos descubriendo la unidad de cada ser humana y de la humanidad entera, de tal forma que sus enfermedades aparecen como dolencias y rupturas de la vida de cada uno y del conjunto de la humanidad. Ahora entendemos mejor aquella experiencia original de la que parte el evangelio: Jesús halló a los hombres de su tiempo arrojados y manipulados, sin sentido y dirección en la existencia (cf Mt 9,36). Así los encontramos todavía: traídos y llevados por la enfermedad y el hambre, pasando del subdesarrollo a la opresión, de la esclavitud al cautiverio, de la locura psicológica a la alienación social. Así nos mantenemos en el mundo: entre el pecado del principio y la muerte del final parecemos condenados a vagar sin sentido por la vida.

Posiblemente, esta situación nos puede hacer más humildes, pero como no reaccionemos con decisión, en una línea de liberación (al estilo mercedario), corremos el riesgo de ser infieles al evangelio causantes de la opresión y cautiverio en que siguen viviendo millones de persona de nuestro propio entorno.

Hace unos decenios podíamos pensar que todo tiene arreglo fácil: vendrá la gran revolución y acabará con las pobrezas de este mundo. Hoy sabemos ya que el tema del futuro y la esperanza sobre el mundo es más difícil. Nos rodea el mal, puede vencernos el cansancio o desencanto. Pues bien, sobre esta situación de cautiverio ha proclamado Jesucristo su palabra de evangelio. También nosotros, siguiendo una doctrina muy común en estos últimos decenios, entendemos la liberación como elemento central del evangelio.

  1. El evangelio de liberación cristiana

Hay en el A T muchas formas de aludir a la presencia y al influjo de Dios en los hombres, con caminos y proyectos de liberación abiertos, que se expresan de un modo ejemplar en la tradiciones del éxodo de Egipto y de la liberación de las cautivos de Babilonia, un tema central de los libros de Isaías, Jeremías y Ezequiel y de las leyes de liberación de huérfanos, viudas y extranjeros, que están en el centro del mensaje y proyecto de la ley israelita (Pentateuco).

Allí se habla de pacto y ley, de sacrificio y plegaria, de éxodo y promesa, etc. Pero la palabra primordial que Jesús ha retomado del AT es evangelio. Evangelio es lo que anuncian y promueven 1s 40-56 e 1s 57-66 cuando presentan un mebasser o evangelizador que sufre con los cautivos e inicia con ellos un camino de salvación (cf Is 40-)6). El evangelizador es un profeta que cura las heridas del pueblo maltratado, enseñándole a vivir en libertad y celebrando ya con los cautivos la gran fiesta de la gracia y esperanza de Dios sobre la tierra (Is 57-66). Estos son los rasgos y momentos principales de la acción de Jesucristo: se presenta como gran evangelista, "euangelidsomenos" de Dios, y ofrece sobre el mundo las señales del reino y de la paz que está llegando.

 Jesús no ha venido a resolver por fuerza los problemas: no ha curado a todos los enfermos ni ha enseñado la palabra de gracia y libertad a todos los que estaban oprimidos por la vida. Pero ha iniciado con ellos (con los pobres-cautivos y con los liberadores) un camino de gracia que se abre hacia el reino de Dios. Por eso, cuando los discípulos de Juan preguntan si es ya el que había de venir responde: "los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son curados, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados" (cf Mt 11,2-6). Esta es su palabra más profunda: allí donde el mensajero de Dios enriquece a los pobres y cura a los enfermos, puede hablarse de resurrección de entre los muertos. Tres son aquí los males (enfermedad, pobreza, muerte). Tres serán las notas donde viene a explicitarse el evangelio: curar al enfermo, ofrecer esperanza al pobre y dirigir a todos hacia el gran misterio de la resurrección de entre los muertos.

De esa forma se unifican el aspecto corporal y espiritual de la existencia: sólo allí donde se ayuda de verdad al hombre (pobre, enfermo) puede hablarse ya de reino de los cielos (resurrección). La experiencia más pascual de la oración que anticipa de algún modo el gozo del encuentro con Dios resulta en esta forma inseparable del gesto de servicio humano: sólo podemos encontrar a Dios (resurrección) cuando le amamos y ayudamos en los otros (evangelización). Jesús ha predicado en Nazaret estos momentos de su obra misionera, añadiendo dos aspectos nuevos.

Ciertamente, Jesús dice que ha venido a cura a los enfermos y evangeliza a los pobres; pero añade que ha venido también a liberar, y especialmente, a liberar a los cautivos, proclamando con ellos y para ellos también la gran celebración de la fiesta de Dios sobre la tierra (Lc 4,18-19). No existe evangelio sin libertad, sin el gozo del hombre que se sabe dueño de sí mismo y puede entonar desde la tierra el canto de la redención para los hombres. En esta misma perspectiva nos sitúa Mt 25,31-46, aunque no emplea el término evangelio: la gracia de Dios se hace presente donde un hombre libera (alimenta, acoge, visita) a sus hermanos más necesitados.

El mismo Hijo de Dios, raíz del evangelio, se ha hecho pobre (hambriento, exilado, desnudo, cautivo o enfermo) en los pobres de la tierra. Descubrirle y ayudarle en ellos: ese principio y sentido de toda salvación es camino que conduce hacia la vida eterna. Estos son los textos que recoge y elabora el Magisterio más reciente de la Iglesia. Ellos nos muestran que gloria de Dios lleva a la vida de los hombres; por eso, sólo allí donde se ayuda (se redime) al hombre puede darse verdadera liturgia y alabanza.

Este es el principio y sentido del evangelio: dar esperanza y libertad a enfermos y cautivos, acompañar en la vida a los a pobres y oprimidos, iniciando sobre el mundo aquella fiesta de la redención que tiende hasta la vida eterna (la resurrección de los muertos). Así lo ha recogido el Vaticano II cuando trata de las esclavitudes de este mundo y añade que debemos ofrecer una esperanza activa, o buena nueva que es el evangelio (cf GS 4, 29, 41, etc.). El centro de la vida cristiana no es el juicio de Dios, ni la ley, ni la estructura de la Iglesia, sino el gesto de Jesús que ahora queremos expresar y actualizar como evangelio: la buena nueva de liberación para todos los pobres afligidos y cautivos de la tierra. Desarrollando esa línea, Pablo VI precisó los principios de la evangelización cristiana en su Evangelii Nuntiandi:

 "la Iglesia ... tiene el deber de anunciar la liberación de millones de seres humanos, entre los cuales hay muchos hijos suyos; el deber de ayudar a que nazca esta liberación, de dar testimonio de la misma, de hacer que sea total. Todo esto no es extraño a la evangelización" (EN 30). El evangelio de Jesús es, por lo tanto, anuncio y germen de liberación universal, que ha de expresarse por la Iglesia. Ella "trata de suscitar cada vez más numerosos cristianos que se dediquen a la liberación de los demás. A estos cristianos "liberadores" les da una inspiración de fe, una motivación de amor fraterno, una doctrina social a la que el verdadero cristiano no sólo debe prestar atención sino que debe ponerla como base de su prudencia y de su experiencia para traducirla concretamente en categorías de acción, de participación, de compromiso" (EN 38).

Destaquemos esas últimas palabras: acción, participación y compromiso, que tienden a "lograr estructuras que salvaguarden la libertad humana". Por eso, los evangelizadores deben empeñarse en superar las opresiones sistemáticas, de forma que puedan respetarse los derechos de la persona humana (EN 39). Sólo así cobran sentido aquellos tres valores o momentos que Pablo VI proponía como clave de evangelización eclesial:

  1. a) Evangelizar es anunciar la buena nueva. En el principio hallamos la "palabra", el mensaje que proclama a todos los hombres su dignidad de hijos de Dios, ofreciéndoles la gracia de su reino. Por eso, no existe evangelio sin palabra que se anuncia y acoge, abriendo así un espacio de respuesta entre los hombres. La cautividad más grande es la carencia de palabra: están más oprimidos aquellos que no pueden ni siquiera conocer su cautiverio, ni exponer sus esperanzas, ni asumir en libertad el camino de su vida. Por eso, en el principio de la evangelización liberadora hallamos la palabra: queremos que todos conozcan su dignidad, asumiendo el don de Dios y procurando que ellos mismos se liberen (EN 9).
  2. b) Evangelizar es liberar. Pablo VI reformula el proyecto de Jesús y, actualizando el viejo esquema de palabra y obra, añade que no existe verdadero evangelio allí donde el anuncio (la palabra) no se expresa como gesto de ayuda concreta a los necesitados, en camino de asistencia, promoción y cambio de estructuras. Sin este amor activo hacia los hombres, sin este compromiso en favor de los pequeños no se puede hablar de gracia de Dios, no hay evangelio.
  3. c) Finalmente, evangelizar es celebrar en clave de oración individual y de liturgia eclesial, comunitaria. De esa forma, su mensaje se vuelve palabra de gratitud que dirigimos hacia el Padre, por medio de Jesús, en el Espíritu; es, al mismo tiempo, fiesta de los hombres que se alegran por la vida y cantan, en tensión de gozo integral, en las dificultades y dolores de la tierra. Este es el esquema que emplea Pablo VI, vinculando nuevamente aquellas tres funciones de la Iglesia que la tradición destaca desde tiempo antiguo: tiene un poder profético (ofrece la palabra), real (extiende los principios de la fraternidad) y sacerdotal (celebra ya la fiesta de Cristo sobre el mundo). Pablo VI aplica en forma nueva los antiguos principios de la Iglesia. Esta labor evangelizadora ha de apoyarse en el misterio de Pentecostés.

 El Espíritu Santo es el agente principal de la evangelización: El Espíritu Santo es quien impulsa a cada uno a anunciar el Evangelio. Pero se puede decir igualmente que el Espíritu Santo es el término de la evangelización: solamente se suscita la nueva creación, la humanidad nueva a la que la evangelización debe conducir, mediante la unidad en la variedad que la misma evangelización querría provocar en la comunidad cristiana (EN 75).

Ciertamente hay leyes que dirigen nuestra historia en plano humano y resulta necesario conocerlas para transformar el mundo, en clave de justicia. Pero no podemos olvidar que hay una "ley" mucho más honda: la gracia de Dios que es el Espíritu de Cristo. Como bellamente ha dicho Pablo VI, el Espíritu es principio, es centro y meta de todo el proceso misionero. Esta es la buena nueva que la iglesia de Jesús acoge con gozo agradecido y testimonia sobre el mundo: Dios ha perdonado nuestras culpas, nos ha dado su Espíritu de vida. En ese aspecto todo es gracia, don inmerecido que nosotros debemos recibir con gozo. Pero, al mismo tiempo, el Espíritu de Cristo nos convierte en servidores y ministros de su gracia. Dios ha querido así que todo dependa de nosotros, haciéndonos testigos de su amor y su evangelio sobre el mundo. Pablo VI declaraba que nos encontramos en un "momento privilegiado del Espíritu" (EN 75).

Es como si volviera a comenzar la historia de la Iglesia, siendo nosotros responsables de su avance sobre el mundo. De esa forma piensan los dos grandes textos de las asambleas del CELAM de la Iglesia latinoamericana: Medellín (1968) y Puebla (1979). Medellín quería "alentar una nueva evangelización" en la línea de la transparencia eclesial (Mensaje). Buscaba así una verdadera reevangelización en un continente mayoritariamente cristiano; promovía el surgimiento de grupos cristianos conscientes de su fe y comprometidos en apertura hacia los pobres, en un mundo que cambia sin cesar (Medellín 6,8; 14,7-10; 2,22-23).

Medellín suscitó un movimiento de renovación muy fuerte en América Latina, animando así un proceso evangelizador que se expresa no sólo en forma teórica (Teología de la liberación) sino también y sobre todo en el surgimiento de comunidades eclesiales de base (CEB), empeñadas en actualizar de forma personal el evangelio y traducirlo luego en clave social, en favor de los marginados. Puebla asumió de forma coherente y unitaria ese proceso eclesial, interpretándolo en términos de comunión y participación, que de algún modo recogen los conceptos de acción, participación y compromiso de EN 38. 

  1. Participación. Dios mismo nos ha dado la gracia de su amor en Cristo; por eso debemos compartir también los bienes y tareas de la tierra, en diálogo en que todos tengan voz, en apertura hacia los más necesitados.
  2. Comunión. De manera consecuente debemos celebrar también la vida (en clave de palabra, afecto y bienes materiales). Lógicamente, la unidad culmina en la gran fiesta de la Eucaristía, que es anuncio y anticipo pascual de la gloria (en el misterio trinitario). La participación liberadora a que se alude en este esquema ha de expresarse en dos niveles.

  Hay un plano de ayuda personal o de asistencia inmediata y cercana a los que están necesitados. Viene después la transformación estructural, que es "el conjunto de procesos que miran a procurar y garantizar las condiciones requeridas para el ejercicio de una auténtica libertad humana" (LC 31). Ciertamente, la liberación social (económica, política o jurídica) no basta porque el hombre sólo es libre, en el sentido más profundo, cuando asume en forma personal su propia vida, actuando como dueño de sí mismo y responsable de sus actos. Pero, dicho eso, debemos añadir que la liberación social hace posible el surgimiento y despliegue de la verdadera libertad de la persona: el verdadero creyente ayuda a los demás (nivel socia!), para que ellos mismos puedan realizarse de manera personal (en clave interna). Este esquema sustenta el magisterio de Juan Pablo II, centrado en la "nueva evangelización".

El Papa piensa que estamos ante un tiempo de cambios radicales, ante una nueva y más honda oportunidad de gracia. Allí donde el pecado abunda y es fuerte la contradicción y cautiverio para millones de personas, se desvela de manera todavía más intensa el paso o pascua de la gracia. Cuatro son, a su entender, los espacios donde debe expresarse esa nueva evangelización: América Latina, el Primer Mundo, los antiguos países comunistas y, finalmente, las naciones de África y de Asia que no han sido todavía evangelizadas de manera consecuente. Es claro que aquí no podemos estudiar uno por uno esos espacios de la nueva evangelización. Sólo queremos estudiar sus rasgos generales partiendo de la Redemptoris Missio (1990).

El Papa ha destacado el carácter misionero de toda la Iglesia, pero pone de relieve el compromiso de los religiosos que han de hacerse plenamente disponibles para "servir a los hombres y a la sociedad", siguiendo el ejemplo de Cristo (RM 69). Tres son sus (las) fronteras de misión privilegiadas:

  1. Hay fronteras geográficasque deben ser evangelizadas, en la línea de la tradición más antigua de la Iglesia: los enviados de Jesús han de anunciar su reino entre los pueblos donde todavía no existe una Iglesia madura. Por eso, es necesario que los fieles de Jesús estén dispuestos a dejar sus lugares de origen para establecerse en otras tierras y culturas, ofreciendo allí los signos y palabras de Dios entre los hombres. La Iglesia es, por principio, universal (católica) y, sólo de esta forma, saliendo de sí misma y ofreciendo su tesoro en otros pueblos, se hace fiel al evangelio.
  2. Hay fronteras sociales de ruptura humana y cautiverio que han convertido a nuestros viejos pueblos cristianos en países nuevos de misión. El Papa cita, de un modo especial, los suburbios de las grandes ciudades, los grupos cada vez más grandes de emigrados y exilados, de pobres y marginados que existen a nuestro lado. "El anuncio de Cristo y del Reino de Dios debe llegar a ser instrumento de rescate humano para estas poblaciones" (RM 37, b): sin rescatar y elevar la vida económico-social, cultural y personal de los nuevos cautivos resulta muy difícil poderles ofrecer el evangelio integral de Jesús.
  3. Hay fronteras culturales que resultan cada vez más importantes.Quizá en otro tiempo se había expandido el evangelio en moldes de cultura impositiva (latina, siempre occidental). Ha llegado el momento en que los fieles de Jesús han de encarnarse en las culturas y lenguas de la tierra, dejando que los mismos nativos (los nuevos cristianos) expresen y expliciten de muy diversos modos el único evangelio. Estamos además ante el gran reto de un nuevo surgimiento cultura. La Iglesia debe subir a los "areópagos" o centros de diálogo interhumano para ofrecer allí su evangelio, en actitud de escucha y creatividad cristiana (RM 37).

 Por la importancia que ha tenido y sigue teniendo en el proyecto de nueva evangelización destacaremos el último apartado. Pablo VI hablaba ya de evangelización de la cultura, mostrando así que el único Evangelio de Jesús ha de encarnarse en las múltiples culturas de la vida (EN 20). Así lo había resaltado Puebla (núm. 385-444), promoviendo un camino de nueva educación abierta a los valores de solidaridad y justicia, donde dialogaran todos los hombres y los pueblos de la tierra. La evangelización antigua había corrido a veces el riesgo de imponer a los cristianos un tipo de cultura occidental y dominante; no dejaba que los pueblos expresaran su fe con formas propias, tanto en el plano personal como social. Teniendo eso en cuente,, Juan Pablo II "ha pedido a los nuevos misioneros que se inserten en el mundo sociocultural de aquellos a quienes son enviados, superando los condicionamientos del propio ambiente de origen" (RM 53).

En esa misma línea, el Documento de consulta de la IVa Conferencia del CELA M (Santo Domingo, 1992) quiere promover un fuerte movimiento de "inculturación", buscando así que cada pueblo o cultura exprese de manera creadora el evangelio. Deben conjugarse, según esto, dos aspectos:

a) Hay un principio de encarnación. La Iglesia respeta la cultura de todos, especialmente de los pobres, los últimos del mundo, y al mismo tiempo eleva todas las culturas existentes, en proceso de creatividad constante. Eso significa que ella no soporta soluciones hechas. No se puede presentar a ese nivel como maestra. Todo lo contrario: ha de sentarse en la escuela de las culturas, dialogando con ellas y acogiendo lo que pueden ofrecerle en línea de liberación humana y esperanza escatológica.

b) Hay un principio de universalización. Uniéndose a los diversos pueblos, la Iglesia quiere ofrecerles una cultura o civilización de amor en la que todos puedan entenderse. Sólo de esa forma, haciéndose nativa en todas partes, ella podrá ser católica de verdad, ofreciendo espacio de diálogo, enriquecimiento mutuo y de celebración compartida a todos los pueblos de la tierra.

             Tomado en sí mismo, el evangelio es gracia de Dios y no una forma de cultura de los hombres. Por eso puede predicarse en todas las lenguas y tradiciones humanas de la tierra, sin necesidad de que los fieles deban ya "circuncidarse" (aceptando la cultura religiosa de Israel u otra cultura de la tierra). Por eso no hay una, sino muchas iglesias de Jesús, que habitan en los varios países de este mundo. Pero, al mismo tiempo, la Iglesia es una y es católica: ofrece a todos su experiencia de solidaridad, haciendo así posible que las varias culturas de la tierra se vinculen en un tipo de más alta civilización del amor. Por eso, los cristianos han de ser promotores y testigos de una cultura universal no impositiva que se centra en el perdón, la ayuda mutua y la palabra dialogal de todos.

A partir de ahí, la evangelización ha de entenderse como testimonio y obrea de amor liberador. Sólo ese amor es signo vivo de Dios sobre la tierra. "Incluso el trabajo por la paz, la justicia, los derechos del hombre, la promoción humana, es un testimonio del Evangelio, si es un signo de atención a las personas y está ordenado al desarrollo integral del hombre" (RM 42).

En esta línea ha de entenderse la entrega de la vida: "la prueba suprema es el don de la vida, hasta aceptar la muerte para testimoniar la fe en Jesucristo. Como siempre, en la historia cristiana los mártires, es decir, los testigos son numerosos e indispensables para el camino del evangelio" (RM 45). Sólo conoce de verdad a Dios quien sabe que su vida vale en la medida en que se entrega de manera gratuita por los otros, al servicio de la dignidad de la persona.

Todos los cristianos se encuentran empeñados en promover la dignidad de la persona, a la luz del evangelio, como indica Juan Pablo II cuando dice que "toda violación de la dignidad personal del ser humano grita venganza delante de Dios y se configura como ofensa al Creador del hombre" (ChL 37). Por eso, sólo allí donde se ayuda al hombre, restableciéndole en su libertad, puede hablarse de evangelio. En esta línea se sitúa el Documento de Consulta de Ia Conferencia del CELAM (Santo Domingo, 1992) cuando afirma que el camino de evangelización ha de expresarse en gesto fuerte de ayuda y promoción humana; así puede superarse "la violencia y todas aquellas realidades opresivas que llevan al signo de la muerte y que son, en sí mismas, agresiones de unos hombres contra otros" (Núm. 495).

Así redescubrimos algo que siempre ha sabido el cristianismo, aunque a veces haya quedado un poco en la penumbra: no existe teoría sin acción; no se puede hablar de encuentro con Dios si su misterio no se expresa en forma de apertura creadora hacia los hombres. Estamos precisamente en el lugar donde, conforme a la tradición evangélica, se encuentran y vinculan en el cristianismo amor a Dios y amor al prójimo, es decir, oración y liberación. Y con esto pasamos al último apartado

NOTAS

[1] Anunciar la libertad a los cautivos. Palabra de Dios y catequesis (Sígueme, Salamanca, 1985), Camino de liberación. El modelo mercedario (Verbo Divino, Estella, 1977) y Hermanos de Jesús y servidores de los más pequeños (Mt 25,31-46) (Sígueme, Salamanca, 1984).

[2] Cf. He publicado un trabajo sobre La Merced en el Magisterio del Papa Francisco (https://www.religiondigital.org/el_blog_de_x-_pikaza/Merced-Teologia-redentora-Papa-Francisco_7_2380631925.html )

[3] Para citar los documentos eclesiales utilizo estas siglas:

CA, Centesimus Annus, 1991;

ChL, Christifideles Laici, 1989; CE, Los caminos del evangelio, 1990;

EN, PABLO VI: Evangelii Nuntiandi, 1975;

GS, Vaticano II, Gaudium et Spes, 1965;

LG, Vaticano II, Lumen Gentium, 1964; LE, JUAN PABLO JI, Laborem Exercens, 1990;

SRS,Juan Pablo II,  Sollicitudo Rei Socialis, 1988

[4] Sobre Mammón como ídolo anti-dios he escrito un libro titulado No podeís servir a Dios y al dinero. Economía de la Biblia, Sal Terrae, Santander/España, 2019.

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