Del Dios venganza al Dios amor (1) Tragedia griega y "justicia" bíblica

El evangelio del pasado domingo (Lc 4, 17-18) omitía la venganza, hablaba sólo del Dios Perdón y Gracia. Pero en este momento  de política inter-estatal y de economía capitalista se practica más la venganza (con nombre falso de justicia) que el perdón.

Éste es un tema clave, "dogma" principal del cristianismo. Me ha parecido oportuno plantearlo

Beato de Liébana | Arte religioso, Libro de artista, Arte medieval

DEL DIOS VENGADOR AL DIOS AMOR 

          El Dios del talión, que domina en una parte considerable de la Biblia, se manifiesta  como un Dios de venganza dentro de un equilibrio entre la acción y la reacción. Así se puede afirmar que Dios se venga (restablece un tipo de justicia) dentro del orden de conjunto de la realidad, en línea de retribución.

          Esa venganza justiciera de Dios se ejercía en un plano a través del «goel» o defensor (vengador) de la sangre: un miembro especial de la familia o del clan que está encargado de restablecer la justicia. Pero, en un momento posterior, la Biblia dice que la venganza pertenece a la ciudad o al estado, superando así el nivel de la justicia privada de la familia o tribu, para terminar diciendo que el orden de Dios no se expresa a través de un talión de venganza, sino por la instauración de una justicia que acaba siendo amor.

          En esa línea, la Biblia ha intentado superar la venganza, en un camino que lleva al perdón gratuito, expresado en forma de reconciliación y amor al enemigo, que aparece ya en algunos estratos del Antiguo Testamento, y que se despliega de un modo consecuente en el Nuevo Testamento. De esa forma se establece el amor de Dios (concretado en forma de perdón y amor al prójimo) en los textos fundamentales del evangelio y de Pablo (cf. Mt 5, 38-48; Rom 12, 19).

          El Apocalipsis ha reelaborado en forma radical el tema de la venganza, y en esa línea afirma que los asesinados de la historia no pueden aceptar falsos equilibrios moralistas, en los que al fin todo parece dar lo mismo; por eso añade que las voces de los asesinados se escuchan en el fondo del altar, pidiendo a Dios que se vengue de asesinos (Ap 6, 10; cf. 19, 2). Es evidente que Dios acepta en un nivel su grito, aunque la respuesta que ofrece (a través el Cordero degollado) desborda el nivel de la venganza histórica donde ellos han empezado a moverse, para situarnos en un plano de victoria gratuita de Dios, que abre su paraíso de paz y perdón a todos los vivientes que quieran recibirlo (Ap 20-21).

         Así podemos hablar de una historia del Dios que nos lleva de la venganza, que sería una forma de restablecer la justicia a través de la violencia legítima para mantener el orden impositivo del mundo y de la sociedad, a la revelación amor creador, que supera esa violencia punitiva en forma de compromiso al servicio de la vida de todos, transformando la misma venganza en amor “redentor” (si es que se puede utilizar esa palabra)[1]. 

Sicut Thomas: Beato de Liébana - Acerca del Libro Apocalipsis

  1. De la tragedia griega a la revelación bíblica

          En un sentido, se puede afirmar que la historia de la Biblia nos conduce del Dios del destino (necesidad) o de la venganza más o menos legalizada y limitada (talión) al Dios de la libertad y del amor. Pero éste no es un desarrollo recto y progresivo, sino que tiene rasgos y momentos de fuerte tensión y retroceso, como puede verse en nuestro mundo (año 2025) donde muchos afirman que estamos volviendo al Dios vengador frente al Dios-Amor: Al Dios de los poderosos, que imponen su dominio, con una especie de nueva venganza frente al Dios que es regalo de vida[2]. 

Tragedia. Racionalización de la venganza. Éste es un tema que había sido planteado ya por la cultura griega   al afirmar que el hombre está inmerso en un mundo conflictivo, donde las mismas raíces divinas de la realidad están cargadas de enfrentamiento y venganza insuperable: por encima de dioses y hombres planea la necesidad superior del destino que siempre se venga, estableciendo un tipo de orden a través de la violencia. Hay lo que hay, no existe más salida que aceptar la lucha y dolor de la existencia, dentro de la gran rueda de la fortuna en que estamos encerrados.

La tragedia griega ha logrado expresar con gran hondura la reacción del ser humano ante el destino de la rueda cósmica, como han visto también, de un modo casi paralelo, aunque en otro plano los grandes pensadores y místicos de la india, especialmente los budistas. En el fondo de la vida hay un destino, una especie de ley superior que se impone de igual forma y hombres.  El budista iluminado quiere negarse al destino, superando todo deseo, buscando (descubriendo) un plano superior de vida, más allá de la ley de la venganza. Por su parte, el héroe trágico griego se mantiene erguido ante el destino, para caer derrotado en el intento. En un momento dado parece que ha conquistado la libertad, que puede romper la rueda del destino, de la fatalidad, de la venganza. Pero eso es sólo un espejismo; la rueda fatal sigue inexorable y cumple su designio.

Hablando en términos cristianos, en el fondo de la tragedia griega se esconde la desesperación: ella señala una esclavitud, pero no sabe superarla; indica un pecado, pero no puede transcenderlo; por eso, el héroe trágico pierde toda esperanza y muere protestando contra un destino de venganza, simbolizado por Némesis, diosa justiciera, signo de la justicia vindicativa, que se impone la fuerza, para mantener de esa manera el equilibrio roto…Conforme a esa visión, todo lo que existe es parte de una realidad superior hecha de acción y reacción a la que no podemos oponernos. Hay lo que hay, no existe más salida que aceptar la lucha y dolor de la existencia.

 −La tragedia griega ha logrado expresar con gran hondura la reacción del ser humano ante la fatalidad de los dioses cósmicos. En el fondo de la vida ella descubre el destino, una especie de ley superior que se impone de igual forma sobre dioses y mortales, haciéndoles sentir su fuerza, su necesidad ineludible.

−Héroe trágico es aquel que se mantiene erguido ante el destino, para caer derrotado en el intento. En un momento dado parece que ha conquistado la libertad, que emerge poderosamente creador y decidido, para realizar algo distinto, para romper la rueda del destino. Pero eso es sólo un espejismo; la rueda fatal sigue inexorable y cumple su designio.

 El trágico griego ha sospechado de algún modo la ambigüedad del mito cósmico, su limitación, sus rasgos destructores. Por eso emerge poderoso y eleva su voz en gesto de protesta, elevando así su desafío en contra el destino. Pero ese desafío es impotente, es protesta sin sentido. Hablando en términos cristianos, la tragedia griega es signo y resultado de una desesperación: ella señala una esclavitud, pero no sabe superarla; indica un pecado, pero no puede transcenderlo, a no ser imponiendo una justicia impersonal, como indica Esquilo en la Orestíada, donde expone el paso del poder de las Erinias(diosas de la venganza) a las Eumenides (que son representantes de la justicia, es decir, de la Dike.

         Recordemos la trama. Orestes ha matado a su madre (porque ella ha matado a su vez a Agamenón, su padre), y de forma normal le persiguen las Erinias, que son la venganza, protectoras en este caso de la memoria de la madre asesinada. Pero el desarrollo del texto nos hace pasar  de as Erinias a las Euménides, símbolo de la justicia que se establece en el tribunal de Atenas, bajo el signo de Atenea, la Diosa de la justicia

         Esta paso de la venganza a la justicia, entendida como “diosa”, signo originario de la realidad (Dike-dikaiosne de Grecia, Ius-iustitia de Roma) marca el nacimiento de la racionalidad occidental Somos herederos de esa tradición, que quiere sustituir la venganza como castigo por la justicia, como orden sagrado de la realidad, para defensa de la sociedad en su conjunto. Pero ese “paso” no es quizá tal, porque nos sigue manteniendo en un plano de acción y reacción pues, en su sentido más hondo, esa justicia no parece más que una racionalización estatal (judicial) de la venganza.

Revelación bíblica. Dios Goel: vengador de los enemigos, protector del pueblo.  El goel era el pariente en quien, por cercanía o importancia, recaía la obligación de defender y representar en el plano económico, social y criminal a los restantes miembros de la familia, dentro de una sociedad en la que el Estado no tenía capacidad o posibilidades de hacerlo. La palabra goel viene del verbo gaal, que expresa las diversas formas de ayuda y solidaridad entre los miembros de una familia, pero básicamente en forma de venganza. Conforme a la visión del Antiguo Testamento, el goel tiene cuatro deberes o funciones básicas.

 ‒-El Goel es vengador de sangre en un contexto de justicia familiar, aquel en quien recaía el deber de restablecer la justicia en un nivel de pequeño grupo o tribu, entendida casi siempre el claves de talión, castigando de forma correspondiente a los culpables. Moisés aparece así como goel de un obrero israelita a quien un capataz egipcio había ultrajado (cf. Ex 2, 11-15). Joab, mata a Abner para vengar la sangre de su hermano Asahel (cf. 2 Sam 2, 18-28; 3, 22-30; 1 Re 2, 5-6).

Tiene la obligación de rescatar las tierras de los parientes, que las han vendido o enajenado por necesidad, tal como lo ha codificado la ley del jubileo (Lv 25, 25). Sobre esta ley y obligación se funda el libro de Rut, donde un pariente de su marido actúa como goel.

‒En el caso de Rut, la ley del goelato se vincula a la del levirato (de levir, que significa en latín cuñado): en caso de que un hombre muriera sin hijos, su hermano principal debía casarse con la viuda, para protegerla y para dar descendencia a su hermano, asegurando así la permanencia de las tierras en manos de la familia (cf. Dt 25, 5-10; Mc 12, 18-28 par).

‒El goel tiene la obligación de defender y rescatar a sus parientes más próximos, en el caso de que hayan sido vendidos como esclavos (cf. Gen 14, 1-24). Esta ley del rescate se encuentra vinculada a la ley del año sabático, en la que se declara que los esclavos israelitas quedan libres después de haber servido durante siete años (cf. también Lev 25, 47-49). La institución del goelato pone de relieve la firmeza de la familiar, en su nivel pequeño, de grupo autosuficiente en el plano económico y legal.

            Este tipo de goel familiar (de tribu) pierde su función a medida que el Estado toma a su cargo la protección del conjunto de la población. Sin embargo, esa institución del goelato sigue teniendo, sin embargo, una gran importancia simbólica, sobre todo en su sentido teológico: a lo largo de la historia de Israel, el mismo Dios Yahvé aparece como el pariente más cercano, como el defensor y liberador de su pueblo.

          En ese sentido se puede hablar de un Dios Goel, esto es, vengador que, por un lado castiga a los contrarios (destruye a los egipcios por las plagas y en el agua del Mar Rojo) y por otro libera a los hebreos, sacándoles de Egipto (libro del Éxodo). Este Dios Goel cumple pues una doble función: Por un lado se venga de sus enemigos (los enemigos de su pueblo) y les destruye; y por otro libera a israelitas. Así aparece, con su faz bifronte de condena y salvación, de ira-venganza y de amor-solidario en los grandes textos de condena de los profetas, desde Amós hasta Ezequiel.

          De un modo especial, aparece como goel-defensor de los pobres de su pueblo en los textos del Segundo y Tercer Isaías donde viene a presentarse como el auténtico liberador de los exilados y los pobres (Is 41, 14; 43, 1.14; 44, 6.22-23; 47, 4; 48, 17.20; 49, 26; 51, 10; 52, 9; 54, 5; 60, 16). Pero, al mismo tiempo, sigue siendo vengador de los “malvados”, como aparece a lo largo de la experiencia bíblica de Dios, tal como culmina, según el Nuevo Testamento, en Mt 25, 31-46.

Dios de Israel, guerra santa y venganza

                   No es “todo” el Dios de Israel, pero es un momento de su revelación. Dejo a un lado pues elementos fuertes de revelación amorosa del Dios de la Biblia (con muchos pasajes de los Salmos y de los libros proféticos, especialmente del Segundo Isaías), para poner de relieve su elemento de venganza, que también es importante.

Guerra santa, el Dios de la venganza. Los “conquistadores” de Yahvé (que ocuparon con violencia la tierra de Canaán) no parecen sólo pacíficos pastores trashumantes ni sencillos campesinos marginales, sometidos al control de las ciudades cananeas, sino que ellos tenían una conciencia peculiar de su poder, como lo muestran algunos pasajes centrales de la Biblia, como Dt 7 y 20, 11-18; Ex 23, 20-33; 34, l0 ss; Jue 2, 1-5[3].

En todos ellos parece reflejarse un mismo “pacto de conquista”: Dios se compromete a introducir al grupo armado hasta la tierra palestina, destruyendo allí a los pueblos que la habitan. Esa ayuda de Dios, que se explicita como pacto o juramento, exige una respuesta decidida de sus fieles, que se comprometen a arrasar el culto cananeo, matando a los antiguos habitantes de la tierra:

 He aquí que envío un ángel ante ti, para que te defienda en el camino y te haga entrar en la tierra que te he preparado. Acátale, escucha su voz, no le resistas. Si escuchas su voz, haciendo cuanto te digo, seré enemigo de tus enemigos y oprimiré a tus opresores. Cuando marche mi ángel delante de ti y te introduzca en la tierra del amorreo, hitita... que yo exterminaré no adores a sus dioses ni les sirvas, que debes destruir sus lugares de culto y derribar sus piedras sagradas… (Ex 23, 20-25).

          La entrada en Canaán se interpreta aquí a manera de guerra de conquista. Dios mismo es quien combate con sus fieles, enviando su terror y destruyendo (en guerra santa de venganza) a los antiguos habitantes de la tierra; él es quien dirige a sus devotos en combate a muerte, exigiéndoles que maten a los enemigos, destruyendo sus signos religiosos. De esta forma, se establece el «pacto de la guerra», que es promesa y garantía de conquista militar de Palestina (cf. Ex 34, 10-11). Conforme a ese motivo, que ha influido en gran parte de los libros del Antiguo Testamento, parece claro que hubo un grupo de proto-israelitas que veneraron a Yahvé como señor celoso y guerrero que se vengaba de sus enemigos.

Esta visión de la guerra de los “buenos” israelitas contra los “perversos” cananeos (guerra de venganza de Dios) forma parte de una visión del Dios celoso, Señor de los Ejércitos. Esta es una visión que ha sido en parte invertida por los profetas de la paz escatológica (como indican algunos textos de Isaías) o proyectada hacia el final del juicio de Dios que destruirá a sus enemigos. Esta es una visión que será reformulada de un modo radical por el Nuevo Testamento, partiendo del mensaje de Jesús y de la experiencia de su Pascua, como seguiremos indicando.

Apocalíptica. Daniel: Dios del juicio y la venganza[4]. El libro apocalíptico “duro” más famoso es 1 Henoc, que no ha sido aceptado en el canon de la Biblia, en el que Dios se venga de los “ángeles culpables” y de sus servidores, los demonios, y los hombres corrompidos por ellos, a los que no quiere perdonar (1 Hen 15, 2-16, 4).  Aquí aparece un Dios que actúa como juez más poderoso (no más tierno o misericordioso) que los jueces humanos y así condena sin posible gracia (por puro talión de venganza) a los culpables. 

Pero las imágenes que más han influido en la visión cristiana del juicio final están tomadas del libro de Daniel. Sus capítulos más apocalípticos (Dan 7-12), escritos entre el 167 y 164 a. de C., en tiempos de gran crisis judía, expresan la más fuerte condena de los poderes del mundo, a los que sólo Dios puede vencer en un despliegue de fuerza que tiene dos momentos fundamentales: la venida del Hijo del hombre y la división final. En este contexto el Dios de Daniel demoniza a los contrarios (les mira como bestias, poderes satánicos), dictando contra ellos un juicio de destrucción, como venganza por sus pecados, pero revestido de elementos “forenses”, es decir, de administración de justicia, conforme a unas leyes “de libro”:

 El Tribunal tomó asiento y se abrieron los libros...Yo seguí mirando, en mi visión nocturna, y he aquí un como Hijo del Hombre viniendo en las nubes del cielo, llego hasta el Anciano de Días y se acercó a su presencia. Y a él se le dijo dominio y gloria y reino y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su dominio será dominio eterno, no cesará, su reino no será destruido (Dan 7, 2-14).

          Frente a la historia perversa, representada por las cuatro bestias, que son los imperios destructores, emerge el Anciano de días, que es el Dios de Justicia que viene para sentarse en el trono y juzgar a los imperios. Se abre la sesión suprema del Supremo Tribunal; se abren los libros. No hay guerra, ni violencia militar; todo se realiza conforme a los esquemas forenses de aquel tiempo, pero Dios destruye con su fuerza superior a los imperios perversos del mundo, destinados sin remedio a la destrucción. En esa línea avanza Dan 12. Este nuevo pasaje ofrece la visión del juicio del fin de la historia:

 En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo; y será tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces; pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen escritos en el Libro. Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua. Los sabios resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad (Dan 12, 1-3)

 Éste es un juicio de Miguel (con balanza en la mano  y con libros de derecho…), pero en el fondo sigue estando la imagen del Miguel guerrero, con la espada de Dios, destruyendo en guerra de venganza superior a todos los “príncipes” adversos, al Diablo y sus demonios, conforme a un tema que pervive en el NT (Ap 7-9: Guerra de Daniel, la venganza de Dios), pero que ha sido inmediatamente corregido por la visión contraria del Dios que ama a los hombres y les salva por la “sangre” (vida) del Cordero (Ap 12, 10-12).

La tradición cristiana posterior suele presentar a Miguel a veces con la espada, destruyendo a los perversos y otras con la balanza, pesando las obras de los hombres (conforme a la ley Libro).  Este pasaje (Dan 12,1-3) nos sitúa ante un juicio simétrico, con doble sentencia: Por un lado la venganza de Dios (infierno) y por otro su salvación. 

NOTAS

[1] Sobre la venganza en   cf. Apocalipsis, GLNT, Estella 2005.

[2] He desarrollado el tema en El fenómeno religioso, Madrid 1999 y Antropología de la Biblia, Salamanca 2005.

[3] He desarrollado el tema El Señor de los ejércitos, Madrid 1996 y en Violencia y religión en la historia de occidente,  Valencia 2006.

[4] Para este tema y el que sigue, cf. Biblia judía, Biblia cristiana, Estella 1997.

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