19.1.25. Bodas de Caná. Celebración de la vida (Jn 2, 1-12, Dom 2 TO)
Las bodas siguen siendo campo discutido en la iglesia:
(a) Si son sólo de hombre-mujer, o de dos seres humanos, varones o mujeres. Si hay sólo bodas o también divorcio.
(b) ¿Qué significa invitar que se hagan bodas por amor de Jesús, en oración, en un tiempo como éste, año 2025, cuando muchos viven en pareja sin casarse por la iglesia, llamando como testigo a Jesús o a la Virgen.
El tema es serio y así lo ha sentido el cuarto evangelio. Por eso, tras hablar de Juan Bautista (Jn 1), es decir, de los temas penitenciales y del agua del bautismo pasa a las bodas, un tema importante para este tiempo en que la gente sigue viviendo en pareja, pero quizá sin boda de Iglesia, esto es, sin invitar a Jesús. ¿Qué sentido tiene invitar o no invitar a Jesús ? ¿Qué sentido tiene la oración de bodas.
(b) ¿Qué significa invitar que se hagan bodas por amor de Jesús, en oración, en un tiempo como éste, año 2025, cuando muchos viven en pareja sin casarse por la iglesia, llamando como testigo a Jesús o a la Virgen.
El tema es serio y así lo ha sentido el cuarto evangelio. Por eso, tras hablar de Juan Bautista (Jn 1), es decir, de los temas penitenciales y del agua del bautismo pasa a las bodas, un tema importante para este tiempo en que la gente sigue viviendo en pareja, pero quizá sin boda de Iglesia, esto es, sin invitar a Jesús. ¿Qué sentido tiene invitar o no invitar a Jesús ? ¿Qué sentido tiene la oración de bodas.
| Xabier Pikaza
No puedo responder a las preguntas anteriores sino comentar el texto de Jn 2, 1-12, evocando la celebración de unas bodas de buena Biblia, con la madre de Jesús presente como iniciadora y la transformación del agua de la Ley en vino del Reino, pasando así de las purificaciones legales a la experiencia Mesiánica del Reino de Dios que es buenas bodas (cf. Ap 20‒21).
Los temas de fondo son éstos:
La gente se casa y descasa, pero falta vino de vida y de fiesta en las bodas humanas
La Virgen y Jesús parecen más aguafiestas de mala ley que portadores de fiesta, impulsores de amor en libertad y en gozo de vino
La mayoría de los cristianos de antiguas iglesias no llaman a Jesús ni su madre a las bodas.
¿Tiene algo que decir sobre ese tema el Evangelio? Siga quien quiera plantear quizá mejor el tema (con imagen y comentario de N. Pikaza, Tristán e Isolda)
1A los tres días había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. 2Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.3Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice: «No tienen vino». 4Jesús le dice: «Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora». 5Su madre dice a los sirvientes: «Haced lo que él os diga».
6Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. 7Jesús les dice: «Llenad las tinajas de agua». Y las llenaron hasta arriba. 8Entonces les dice: «Sacad ahora y llevadlo al mayordomo». Ellos se lo llevaron.
9El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llama al esposo 10y le dice: Todo el mundo pone primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora (Jn 2, 1-10).
No tienen vino
Había una boda en Caná de Galileay la Madre de Jesús se hallaba allí (Jn 2,1). Esta anotación causa cierta sorpresa. Podía parecer en el principio que, según el evangelio de Juan Jesús carecía de padres de la tierra, pues había provenido como Palabra de Dios (Jn 1, 1-18). Después se nos ha dicho casi de pasada que era el hijo de José de Nazaret, en afirmación cuyo sentido no quedaba claro (1, 45; cf. 6, 42). Pero el texto añade: La madre de Jesús estaba allí.
La Madre es importante, se la conoce por su título (cf. Jn 19, 25-27). Ella pertenece al espacio y tiempo de las bodas. No era necesario invitarla: ¡Estaba allí! Las bodas eran para ella un espacio normal (natural), forman parte de su preocupación y de su historia. No está fuera, como invitada, en actitud pasiva; está muy dentro, actuando como supervisora, atenta a lo que pasa y diciendo a Jesús: “No tienen vino·.
Jesús, en cambio, empieza siendo un invitado, viene de fuera, no pertenece al espacio de bodas antiguas: Él y sus discípulos son de un mundo aparte, están como de paso. Lógicamente, no se preocupan de los temas de organización, al menos en un primer momento. Esta es la paradoja de la escena: Jesús viene como por casualidad, pero luego actúa como guía y autor (proveedor) de vino de bodas.
Y faltando el vino le dijo la madre de Jesús: ¡No tienen vino! (2,3). Situemos los rasgos de esta frase. Lo primero es la carencia:¡faltando el vino! Todas las explicaciones puramente historicistas de ese dato quedan cortas: los novios serían pobres, se habrían descuidado en la hora del aprovisionamiento, habrían llegado (con los discípulos de Jesús) demasiados invitados, diestros bebedores... El mensaje y conjunto de la escena es demasiado importante como para contarlo a ese nivel. El tema es que hay bodas de y que falta vino.
Esa carencia es un elemento constitutivo de la escena en aquella situación de bodas. Hombres y mujeres se casan, celebran bodas, tienen hijos… Pero la madre de Jesús sabe que falta vino, gozo de fiesta, celebración, abundancia feliz. Hombres y mujeres se casan, forman casas, se relacionan, pero no son felices, de manera que pasan por la vida sin saberlo, sin saberse (saborearse), conocerse y comunicarse de un modo radical, como ha mostrado la parte anterior de este libro al tratar de la eucaristía de Jesús y del vino de las fiestas de la vida humana
Como si supera que su hijo es especialista en vida humana (eucaristía, comunión), la madre dice a Jesús “no tienen vino”, falta vida de evangelio. Esto es lo que sabe y dice la madre. Si Jesús no hubiera esta allí, si no hubiera sido invitado, no se hubiera notado a falta: ¡Por siglos y siglos los hombres se habían arreglado sin (buen) vino! Sólo ahora, cuando llega Jesús, se nota la carencia, la ruptura entre lo antiguo (bodas sin vino) y lo nuevo (vino de Cristo).
Daba la impresión de que nadie había descubierto esa carencia. Jesús está de incógnito. Rueda normalmente la vida y, al no tener más referencia, los esposos (y todos los invitados) se contentan con poco. Sólo la madre (estando Jesús allí) nota la falta, en gesto de vidente o profetisa, en una línea que se puede comparar con la de Juan Bautista. María pertenece al mundo antiguo, de bodas sin vino, pero sabe que su hijo forma parte de un mundo distinto con vino de boda en las bodas.
En esa línea, ella se puede comparar con Juan Bautista, que había descubierto y destacado la carencia de perdón a la vera del Jordán (río de purificaciones), para decir a todos que la respuesta era Jesús: ¡Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo! (Jn 1, 29). Avanzando en esa línea, la Madre de Jesús ha descubierto que en las bodas falta vino (2, 3). Pero ella no ha empezado diciendo eso a los hombres; se lo dice a Cristo en palabra de riquísima advertencia, oración iluminación y velada petición (queriendo que Jesús remedie la carencia).
Para decir ¡no tienen vino! ha de estar (¡y está!) en las fronteras de la vida, en el lugar donde se pasa del día sexto de la creación antigua (bodas sin vino) al séptimo de la plenitud, del día segundo de la muerte al tercero de la resurrección. Por un lado, la Madre de Jesús es mujer del mundo antiguo, de las bodas sin vino, pero ella conoce y comparte los problemas y preocupaciones de aquellos que no logran gozar el verdadero matrimonio de la vida, el lugar donde debiera desplegarse el vino de las bodas. Ella sabe lo que falta y no lo puede conceder por sí misma, pero sabe que su hijo puede y le dice “no tienen vino.
Siendo mujer del mundo antiguo, ella es, al mismo tiempo, mujer del mundo nuevo: pues sabe que hay un vino distinto de bodas y sabe quién puede concederlo y así se lo dice. La impaciencia del Reino de Dios late en su vida y tiene que expresarla, diciendo a Jesús reverente: ¡no tienen vino! Esas palabras de oración condensan todas las formas de necesidad humana (incluyendo las que vio y destacó Buda en la India unos siglos antes: Hombres y mujeres enferman, envejecen y mueren sufriendo. ¿Cómo responder? ¿Hacerse monjes, casarse por un tiempo?). Buda se hizo monje y siguió caminando hasta la higuera de Benarés (junto al Ganges). Jesús ha ido a las bodas de Caná, donde está su madre, que sabe que en la sala del banquete hay seis vasijas de piedra para el agua de las purificaciones, pero que no hay vino[1].
Haced lo que él os diga (Jn 2, 5)La Madre conoce el problema, pero no puede resolverlo, no puede conceder por sí misma lo que Dios había querido conceder a los hombres, ahora que culmina el día séptimo de la creación!). Ella sabe que su hijo ha venido a traer plenitud al mundo y por eso le confía reverente ¡no tienen vino! (el vino de la Pascua del día 3º, cf. Jn 15: Yo soy la vid). Recordemos que Jesús no es novio, en contra de una perspectiva que muy pronto (cf. Ef 5) se hará común en el conjunto de la iglesia. Su Madre tampoco es esposa, es sólo iniciadora mesiánica del Cristo. Los esposos son dos desconocidos cuyo nombre no interesa recordar, dos cualquiera, todos los humanos, judíos y gentiles, que al buscarse y al casarse (para vivir) están buscando plenitud, felicidad, sobre la tierra.
Iniciadora mesiánica. Ella ha vivido, ha sufrido, conoce, Dios le ha confiado el encargo de educar al Hijo eterno en la vida de los hombres, y esa educación culmina precisamente ahora: desde su misma madurez, en el momento primero y más solemne de su iniciación, en el centro de la crisis y pecado (carencia) de la historia, tiene que enseñar y enseña al Cristo, su Hijo, aquello que los hombres necesitan (vino de bodas), algo que Jesús no pudo aprender en el templo (cf. Lc 2, 41-52).
María enseña a Jesús y parece que Jesús empieza protestando (no necesita que nadie le enseñe, ni su madre ni la mujer siro-fenicia de Mc 7), de manera que parece distanciarse de ella: ¿Qué hay entre yo y tú, mujer? ¡Aún no ha llegado mi Hora! (Jn 2, 4): ¡Qué nos importa a ti y a mí! ¿Qué tenemos en común nosotros?... Es normal que en una situación como ésta Jesús se distancie de su madre a quien llama, de forma significativa, mujer. Parece distanciarse, pero en realidad escucha, aprende y cumple lo que ella le pide:
- Se distancia de ella para marcar su propia su autonomía mesiánica: ¡El Hijo de Dios no depende de una madre de la tierra! Él tiene su propio tiempo y verdad, como aparece en el texto convergente de la sirofenicia (Mc 7, 27; cf. también Mc 3, 31-35). En un determinado nivel, la madre pertenece aún al pueblo israelita y Jesús tiene que romper con ella y superarla para ser auténtico mesías.
- Jesús la llama ¡Mujer! en palabra que, aludiendo al principio de la creación (Gén 1-3), ilumina y encuadra el sentido de la escena. La madre de Jesús es la verdadera Mujer/Eva de este día séptimo de la creación pascual; por eso, ella no puede apoderarse de la voluntad de Dios, ni encauzar la vida de su Hijo, pero su Hijo tiene que es escucharse, si es Hijo del Dios que escucha las peticiones de los hombres, como he puesto de relieve en la parte anterior de este libro, al centrarme en ese tema (oraciones de petición).
La alusión queda velada y debe interpretarse (recrearse) desde el fondo de lo que sigue. Estamos, sin duda, en un momento de suspense. El lector normal no habría esperado esta respuesta de Jesús; es más, la encuentra escandalosa. Pues bien, sólo penetrando en ese escándalo (que en perspectiva teológica resulta necesario)se entiende lo que sigue.
He situado este pasaje en el trasfondo de Mc 7, 24-30 donde Jesús y la madre pagana dialogan y aprenden (van cambiando) uno del otro, en diálogo también escandaloso: Jesús rechaza primer a la mujer, para escuchar y realizar después, en un nivel más alto, lo que ella le pedía, como Dios que escucha las peticiones de los hombres.
-Parece que Jesús rechaza aquello que su madre le ha pedido, marcando su propia independencia mesiánica, distanciándose de ella con palabras que parecen marcadas de dureza: ¿Qué tenemos que ver nosotros? (2,4)
- La madre a quien Jesús llama ¡mujer! acepta su respuesta y cambia de actitud. No puede exigir nada, no argumenta ni polemiza, pero tiene a su lado a los servidores, diáconos de las bodas, y como primera de todos los ministros de la iglesia les dice: ¡Haced lo que él os diga! (2, 5).
- Por su parte, Jesús, que parecía haberse distanciado de su madre, cumple luego, de modo distinto, por su propia voluntad, que lo que ella le pedía: ¡Ofrece vino abundante y muy bueno a los invitados de bodas! Así realiza y desborda el deseo más profundo de María (2, 6-10)
De manera paradójica, desde el mutuo movimiento de gestos y palabras, debe interpretarse la escena, como descubrimiento y más honda apertura de María. Precisamente allí donde pudiera parecer que la madre quiere dominar al Hijo (¡no tienen vino!) ella viene a presentarse como servidora de ese Hijo, pidiendo a los servidores de la boda que escuchen a Jesús y cumplan su voluntad (como en el Padre-Nuestro: Hágase tu voluntad).La palabra de María (¡haced lo que él os diga!) nos sitúa dentro de la teología de la alianza, conforme a la cual los antiguos judíos se comprometían a cumplir la voluntad de Dios (¡haremos todo lo que manda el Señor!: Ex 24, 3).
Ha culminado la historia antigua, ha llegado el tiempo de la alianza nueva del vino de Jesús (cf. Lc 22, 20; 1 Cor 11,25), el tiempo de las bodas que vinculan para siempre a Dios con los hombres, y a los hombres y mujeres entre sí, en celebración y fiesta de vino. Pues bien, como ministro (diácono entre diáconos) de esa alianza está María, Madre mesiánica, ocupando el lugar que en tiempo antiguo, ante el monte Sinaí, tenía Moisés (Ex 24)..
María ha debido renunciar a la palabra directa, que podría sonar a imposición (¡no tienen vino!), para mostrar su voluntad de manera suplicante, indirecta, más profunda. Había empezado educando a Jesús (es su Madre); pero ahora debe hacerse educadora de los servidores de las bodas, pedagoga de los hombres, en la fiesta de la nueva alianza:
- Renuncia dominar a Jesús después de haberle engendrado (siendo como es su Madre). Renuncia a imponerse y dirigirle, como si Jesús no supiera lo que debe hacer, como si ignorara que a los hombres falta el vino.
-No domina porque confía en él: escucha gustosa su respuesta (qué hay entre nosotros?) y en amor total acepta lo que él haga. Ha llegado la hora de Jesús, ella queda atrás, está tranquila.
- Por eso se vuelve servidora de la obra de su hijo, pidiendo a los ministros de las bodas que cumplan lo que él diga. Así viene a presentarse como el personaje primero y más valioso de aquellos que preparan las bodas mesiánicas del Cristo sobre el mundo.
Ella no es Eva caída, como serpiente que, conforme a una interpretación extendida (poco fiable) de Gen 2-3) ha tentado al primer hombre (Adán), separándole de Dios. En contra de un tipo de “eva”, pero como Eva verdadera, ella es la mujer que sabe educar a los humanos (varones y mujeres) para el descubrimiento mesiánico del Cristo, es decir, para las bodas. No teme al Cristo de las bodas, ni tiene miedo al vino (con el riesgo que puede suponer). No quiere a un Cristo de ley (con seis tinajas de aguas penitenciales), sino al Cristo de las bodas). Sabe hablar y habla con responsables de esta fiesta. Sabe organizar y organiza la tarea de los servidores, diciéndoles que pongan lo que tienen (lo que saben) para que Jesús realice su tarea mesiánica.
No es mujer silenciosa que calla en la asamblea sino al contrario: es la que tiene más voz y palabra en el banquete, preparando de esa forma a los novios de Caná (que sólo tienen agua de purificaciones) para el vino de la boda universal del Cristo. El texto nos conduce de esa forma al lugar de Lc 2, 34-35 (los siete dolores de la madre), pero Lucas resaltaba el rasgo doloroso (espada de la división israelita), Juan en cambio acentúa la transformación gozosa (el agua convertida en vino).
Celebración de la vida. Del agua de purificaciones al vino de la fiesta.
Había seis ánforas de piedra, colocadas para las purificaciones de los judíos (2, 6). Eran necesarias y debían encontrarse llenas de agua, para que los fieles de la ley se purificaran conforme al ritual de lavatorios y abluciones. Pues bien, el tiempo de esas ánforas (¡son seis! ¡el judaísmo entero!) ha terminado cuando llega el día séptimo de las bodas con Cristo.
Los judíos continúan manteniendo el agua, el rito de purificación en que se hallaba inmerso Juan Bautista (cf Jn 1, 26). La Madre de Jesús había descubierto la necesidad de vino, superando la clausura legal (nacional) del antiguo judaísmo reflejada por el agua. Finalmente, cumpliendo la palabra de Jesús (que anuncia y anticipa el misterio de su Pascua), los ministros de las bodas ofrecen a los comensales el vino bueno de la vida convertida en fiesta.
En este comienzo eclesial, expresado en el primero de los signos de Jesús, está presente a influye su Madre, como iniciadora paradójica y certera de su obra. Ella, la mujer auténtica, sabe aquello que los otros desconocen, como servidora de la Iglesia mesiánica que dice a los restantes servidores de las bodas: ¡haced lo que él os diga! Como mediadora de la alianza, ella pide a los servidores hombres que cumplan lo que Cristo les enseña. Ella ocupa de algún modo el lugar del Dios de la Transfiguración, cuando decía desde la nube a los seguidores de Jesús: ¡Éste es mi Hijo querido, escuchadle! (Mc 9,7 par).
¡No tienen vino! (2, 3). Esta es una palabra central del NT y del conjunto de la Biblia. La Madre se la dice en primer lugar al Hijo, pero luego la podemos y debemos aplicar a nuestra historia. ¡No tienen libertad, están cautivos! ¡No tienen salud, están enfermos! ¡No tienen pan, están hambrientos! ¡No tienen familia, están abandonados! ¡No tienen paz, están, enfrentados!
Nosotros podemos sentirnos ajenos a esa boda judía, que no es todavía la del Cristo de Dios: ¿Qué nos importa a ti y a mí? ¡No es nuestra hora! Pero la Madre conoce a Jesús nos conoce, y sabe que nos falta vino y que sólo Jesús puede resolver nuestra carencia. Y en ese contexto se escucha la palabra de María: ¡Haced lo que él os diga! (2, 5). Esta es la hora marcada por la sabiduría de la Madre de Jesús. Se ha dicho a veces que ella nos separa del auténtico evangelio, que nos lleva a una región de devociones intimistas y evasiones. Pues bien, en contra de eso, ella nos sigue diciendo lo que dijo a Jesús y a los servidores de la historia humana: No tienen vino, haced lo que Jesús os diga. En ese contexto. La palabras de la Madre de Jesús es un manifiesto de espiritualidad cristiana en ocho momentos:
- Un presente estéril. La iglesia/sociedad actual se encuentra en la misma situación de los novios y los invitados de la escena: No tenemos vino. Anunciamos con trompetas nuestra fiesta, pero lo ofrecemos nada. Sólo la apariencia de unas bodas, fiesta externa, incluso músicos pagados, pero nos falta vino. Y sin vino ni los novios pueden pronunciar su palabra de amor, ni los amigos compartirla y celebrarla. Para ellos ha escrito Juan evangelio.
- Toma de conciencia, la Madre de Jesús…Lo primero es conocer la situación... Nadie se daba cuenta de ella. Los convidados hablan, quizá discuten, pero no logran comprender que su fiesta está vacía. Han preparado seis grandísimas tinajas de agua (leyes, normas para purificaciones, sólo eso: Normas, leyes, prohibiciones, purificaciones y nuevas purificaciones, con leyes nuevas… Una vuelta obsesiva a las normas de poder, simbolizadas por el agua de una liturgia vacía. Sin fiesta de vino, la boda no es boda
- Resistencia, no ha llegado mi hora, mi vino no es tu vino. ¿Quién le dice a Jesús que falta vino? ¿Quién puede decirle ¡es tu hora!? El evangelio concede ese “oficio” a la madre de Jesús, que es el signo de las promesas del judaísmo. No es tiempo de purificaciones, tinajas de normas y normas, y ella se lo dice Jesús parece resistirse, y dejarnos con el agua de los ritos, como si nada hubiera pasado (con templos externos, rituales vacíos, aguas de prohibiciones). Es como si nos hubiera abandonado, dejándonos en manos de nuestros cenáculos vacíos, de bodas que no son bodas, de vino que no es vino… Parte de la Iglesia actual parece resistirse, diciendo que no es todavía la hora.
- Llenad las tinajas… Jesús escuchó en otro plano a la madre y pone en movimiento mesiánico el vino. Por eso pide a los servidores que llenen hasta arriba las tinajas, rebosantes… para que el agua del antiguo rito (purificación, gloria vacía…) se convierta en vino de fiesta. Éste es oficio de todos, de los servidores de la boda y del architriclino. Sólo este paso del agua que nunca limpia del todo al vino del renacimiento a la vida se expresa la novedad de Jesús
- Celebración. Es vino de “novios”, para celebrar la fiesta de su vida, para beber juntos de una misma copa el vino del amor que crece y crece… Es la fiesta de todos los invitados, entre ellos los discípulos, que deben transformar el mundo a base de buen vino. Cuando abunda el vino, y se aprende a beber en comunión de gozo, la vida renace (Jn 15). Este es el motivo central de la fiesta de los casados por Jesús, hombres y mujeres, invitados al banquete de bodas, sin que nadie quede excluido, sin que nadie lo acapare. Es tiempo de pasar del vino malo al buen vino de fiesta, amor generoso, e bodas de vino para todos, superando las viejas leyes y las purificaciones, para ponernos al servicio de la vida.
- Expansión: discípulos. El evangelio dice que ellos creyeron y le acompañaron, poniéndose en marcha. Pues bien, también los nuevos ministros han de creer y convertirse en servidores de la fiesta del vino, ellos, los que ahora existen y muchos nuevos. Por eso ha de darse un cambio radical. Ciertamente, muchos ministros de las iglesias (varones y mujeres) siguen siendo portadores de vida. Pero muchos parecen cerrados en leyes de purificaciones, en normas ya antiguas a diferencia de aquello que empezó a realizar Jesús en Caná de Galilea.
- Compromiso gozoso, siempre vino. Las tinajas de las purificaciones no son algo del pasado, forman parte del presente de una Iglesia, hecha de ritos, envidias, cansancios, normativas… que no dejan que el vino se expanda y que corra por todos los sarmientos y cepas de Iglesia y de savia de Jesús (cf. Jn 15).
- Transformar el templo. La escena estrictamente dicha de Caná (2, 1-11) termina con un breve comentario sobre el sentido del signo (2, 11) y una indicación sobre la estancia “eclesial” de Jesús en Cafarnaúm (con madre, hermanos y discípulos: 2, 12). Luego, sin ninguna preparación, se añade que era Pascua de los Judíos y que Jesús subió a Jerusalén, para expulsar a los compradores y vendedores, en escena de dura polémica y fuerte simbolismo, referido a su muerte y resurrección (2, 13-22). Las dos narraciones (bodas de Caná y signo del templo de Jerusalén) forman un doblete: dicen lo mismo en perspectivas diferentes; ambas se completan, ofreciendo una preciosa introducción al ministerio de Jesús.
Las bodas de Caná presentan el cambio de Jesús en perspectiva positiva: cumpliendo de un modo más alto el deseo de su madre: Que sea tiempo vino para todos, tiempo de bodas La “parificación” del templo nos sitúa de nuevo ante el agua de los ritos (negocios de templo), ante la necesidad de una transformación social, religiosa, personal (orante) de todos los judíos; se trata de purificar el templo (de cambiar la forma de vida de los hombres y mujeres, su más honda vocación) para que puedan darse bodas de amor. De esa forma, el evangelio de Juan ha trazado una línea que lleva del vino de Caná al amor supremo de Jesús en la cruz donde dará su sangre como alimento de reino (comparar Jn 19, 34, con 6, 52-59) y hablará nuevamente con su madre, diciéndole, refiriéndose al discípulo amado, ése es tu hijo (19, 25-27). Al decirle a Jesús ¡no tienen vino! ella misma le ha colocado en camino de cruz[2].
Notas
[1] Las bodas humanas con agua de purificaciones constituyen una promesa de futuro,, libertad y cielo, pero al fin nos dejan en un mundo de opresiones, recelos, envidias y muerte.
[2] Éste ha sido el evangelio de bodas y por eso en el fondo de todo sigue estando la alegría de un varón y una mujer que se vinculan en amor y quieren que ese amor se expanda y que llegue a todos, expresado en el vino de fiesta y plenitud gozosa de la vida. El judaísmo era religión de purificaciones y ayunos (cf Mc 2, 18 par); por eso necesitaba agua de abluciones. Pues bien, en contra de eso, el evangelio empieza siendo (unir Jn 2, 1-12 con Mc 2, 18-22) experiencia mesiánica de fiesta. En medio de ella, como animadora y guía, como hermana y amiga, hemos encontrado a la Madre de Jesús.