Hagan juego, señores. No rompan las cartas (J. Masiá y la Virgen María)

El prof. Juan Masiá ha puesto las cartas en la mesa de su blog, en el “juego” y tarea de pensar e imaginar la fe, siguiendo la mejor tradición de la Iglesia (San Anselmo: ¡fides quaerens intellectum!), en gesto de libertad, de comunión y de evangelio. Se ha centrado de un modo especial en María, la Madre de Jesús, figura excelsa de la fe cristiana, icono de humanidad fecunda. Pero otros autores de blog cuyo nombre no quiero citar (pues están en la boca de todas y todos) quieren acusarle y llevarle a la Congregación de la Doctrina de la Fe, para que le expulsen de la Iglesia cristiana o, por lo menos, de su pretendida jerarquía (que no le dejen ser jesuita o presbítero). El asunto me ha dado inmensa pena, no por Masiá, sino por ellos, por los acusadores y por el asunto en cuestión, que es misterio de fe y de vida humana, no delito para posibles tribunales. Por eso, dejando esta mañana mi pequeña batalla cotidiana (Dimas y Gestas, imaginarios y razones, canónicos y apócrifo…), quiero reflexionar un poco sobre el tema.

Un blog es un campo de buen juego, no un tribunal

Me da vergüenza que unos compañeros de blog se atrevan a condenar a otros compañeros, rompiendo la baraja del diálogo. El que tiene argumentos dialoga, el que nos los tiene llama al gendarme, sin necesidad alguna. El que tiene la mente sana mira con salud a los demás, no va hurgando debajo de la alfombra para inventarles herejías. El creyente cree en Dios y en los demás y se alegra de que exista vida y vida en abundancia, no da vueltas para maniatar a los demás y obligarles a creer a su manera, diciendo después que es la manera de la Santa Madre Iglesia. Por favor, la Iglesia es madre y es grande, no la manchen y achiquen de esa forma. Me cuesta mucho no pensar que detrás de toda esta caza de brujas ilusorias no haya un tipo de enfermedad….
Se trata, además, de un gesto inútil y yo les rogaría a los hermanos de blog que no molesten a los responsables de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que bastantes asuntos importantes tienen y no están para escuchar cualquier tipo de quejas. Cando la fe es santa (y pienso que los directivos de la Congregación de la Doctrina de la Fe son gente sana)… la fe ilusiona y crea espacios de imaginación y abre caminos de pensamiento. Abre y no cierra. Por eso habría que dar un premio a los que como Juan Masia tantean, imaginan, razonan… en vez de ponerles grilletes, como hacen los policías con los delincuentes (¿).
Siempre he pensado que un blog es un buen campo de juego de opiniones, con respeto, con razones e imaginaciones…, un lugar donde se emplean cartas limpias, sin que ninguno, de pronto, las rompa y apele, como he dicho, al gendarme de turno. Son éstos los que convierten al Vaticano en policía. Si tienen razones que las muestren, que analicen textos de la Biblia, que hagan hermenéutica de los credos, que valoren los contextos de la fe, lo prioritario y lo circunstancial, que no confundan el dogma (¡brillo, emoción, inmensa doxa de Dios!) y lo que es un condicionamiento social o cultural… Nada de eso han hecho. Y estoy convencido de que actuando de esa forma están haciendo un daño inmenso a la fe, pues la convierten en asunto de imposición. Éstos, que a la primera de cambio tilden de herejes a los otros (y en esta caso a Juan Masiá), son de los que más daño están haciendo a la larga (y a la corta) a la Iglesia.

¿Qué dice la exégesis? Un autor citado por el Papa


Éstos que así, de barato, acusan a J. Masiá de herejía, por no defender un tipo de comprensión de la maternidad “virginal” de María (por obra del Espíritu Santo), harían bien en leer los libros que lee y recomienda el Papa Benedicto XVI, en su libro sobre Jesús de Nazaret. El Papa cita a J. P. Meier como máximo estudioso, profesor católico y sacerdote, de una universidad católica, que, después de haber analizado todos los datos sobre la concepción de Jesús, dice:

“El resultado final de este análisis habrá de parecer pobre y decepcionante tanto a los defensores como a los oponentes de la doctrina de la concepción virginal. Por sí sola la investigación histórico – crítica carece simplemente de las fuentes y los medios necesarios para llegar a una conclusión definitiva sobre la historicidad de la concepción virginal como la narran Mateo y Lucas. La aceptación o el rechazo de la doctrina estarán condicionados por las ideas filosóficas y teológicas de que se parta, así como por el peso que se conceda a la enseñanza de la Iglesia. Una vez más se nos recuerdan las limitaciones inherentes a la crítica histórica. Esta es una buena herramienta con tal que no esperemos demasiado de ella” (Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico. Tomo I, EVD, Estella 1998, p.136).

El tema queda abierto para el estudio, para la reflexión, para la oración. Lo mismo dice R. E. Brown, el otro mayor exegeta católico de los últimos tiempos (ya fallecido)… Es esa lína se donde se ha situado J. Masiá. Parece que sus oponentes no quieren situarse en ese plano, sino en el los juicio preestablecidos y las condenas tajantes.

Para segir pensando. Todos somos la Virgen (siendo ella María)

A veces se ha pensado que hombres y mujeres engendraban sólo biológicamente, por impulso natural del sexo y de las fuerzas de la vida, entendidas con frecuencia de manera negativa (como portadoras de pecado). En esa línea se ha llegado a decir que los niños nacían de una carne interpretada en forma negativa, pecaminosa, opuesta a un Espíritu des-encarnado. En contra de eso, debemos afirmar los niños han nacido siempre del amor y la palabra, del Espíritu de Dios que va expresándose a través de la unión sexual y personal, afectiva y cultural de unos padres, a diferencia de los animales, que nacen por presión biológica (vital) de la especie y de la vida cósmica. El puro proceso sexual, entendido en forma biológica, es incapaz de engendrar a una persona, pues el hombre en cuanto persona sólo nace de verdad y sólo crece en el útero más amplio del amor de unos padres (o educadores), que le acogen y con-vocan a la Vida en su espacio de palabra y amor dialogal. Sólo de esa forma, el hombre puede escuchar y escucha la Palabra, de manera que cada niño puede crecer en la Vida como Hijo de Dios, siendo hijo de unos padres humanos.

En este campo ha surgido y crecido en nuestro tiempo una nueva conciencia que resulta providencial: hombres y mujeres han descubierto su libertad afectiva y se sienten capaces de expresarla, en plano individual y social. Conocen mejor que antes los mecanismos biológicos (ciclos vitales, anticonceptivos...) y eso les permiten separar la unión sexual, pero también el amor, como encuentro y gozo vital, del engendramiento propiamente dicho. Esto implica riesgos, como saben los moralistas, que critican la libertad de costumbres sexuales, y, de un modo especial, los biólogos y médicos, que hablan de una posible manipulación genética. Pero ofrece también unas posibilidades de libertad, amor y engendramiento que antes parecían imposibles.
Por un lado, hombres y mujeres se pueden amar por el simple gozo de ser, comunicándose entre sí, en intimidad carnal y espiritual, sin que ello implique inmediatamente engendramiento de otra vida. Por otro lado, ellos pueden descubrir que su poder generador pertenece al mismo Dios (o se vincula a lo divino), de manera que ellos (ambos: madre y padre) engendran por el Espíritu Santo. En ese fondo se entiende la novedad de María que, según Lc 1, 26-38, concibió por gracia de Dios, en libertad dialogal, y ofreció libremente su vida por el hijo.

Dios nos ha dado en libertad la Vida y libremente debemos asumirla, de un modo especial en la generación, si es que nos sentimos capaces de entrar en este nuevo continente de creatividad humana, transparencia comunicativa y amor generoso, superando los miedos moralistas y los riesgos de manipulación genética, de manera que los hijos del futuro puedan ser y sean hijos del amor, engendrados en libertad dialogal, por el Espíritu de Dios. Quizá pudiéramos añadir que la primera forma de creer en Dios Padre es asumir de un modo comprometido el proceso de engendramiento humano, poniendo nuestra vida al servicio del despliegue amoroso de su Vida, tal como se muestra en Cristo. Todos los niños son concebidos por obra del Espíritu (Vida) de Dios y deberían nacer de una madre virgen, esto es, de una mujer que pone su vida y se pone (a ser posible en comunión de amor con un varón) al servicio total de la Vida de Dios, que se expresa y actúa por ella (por ellos).

Estamos en una situación privilegiada. De ahora en adelante, de forma cada vez más clara, hombres y mujeres podrán asumir la aventura creadora de concebir, gestar y educar hijos en libertad gozosa, amorosa y responsable. Muchos pueblos antiguos sabían que el proceso de amor y generación constituye un sacramento divino, pero lo entendían de un modo casi biologista, desde una experiencia de maternidad cósmica, teniendo los hijos que la “naturaleza” o la fortuna les concedía. Nosotros lo sabemos por experiencia, pues podemos planear y escoger de forma dialogada el número de hijos, superando (sin negarla) la sacralidad vital del cosmos. Esta es nuestra tarea: reconocer a los hijos de los hombres como hijos de Dios (revelación de su Vida) y ofrecer a todos (en cualquier país o situación) las mejores posibilidades de existencia. El futuro de la humanidad depende de nuestra manera de engendrar y educar personas. Muchos buscan su seguridad en otros poderes y cosas (de tipo técnico y económico, militar y administrativo), pero a fin de cuentas lo que importa es compartir y transmitir la vida en libertad de amor.
En este contexto se sitúan y entienden mejor los relatos de la concepción y nacimiento virginal: lo que sucedió en Jesús puede y debe suceder en cada nacimiento humano; por eso es importante que todos los niños nazcan por libre amor de los padres, por el Espíritu de Dios que actúa a través de la unión personal (sexual, humana) de un varón y una mujer y por todo el proceso posterior de gestación, nacimiento, acogida y educación. Esta es nuestra primera tarea: aprender a ser padres-madres, transmisores de una Vida que es Dios, no fatalidad o destino, pecado o maldición, como han supuesto algunas religiones orientales.

Entendida en ese fondo, la maternidad virginal de María forma parte de la piedad de los cristianos, que han sido capaces de saber en ella y por ella que el amor humano es vehículo y presencia del amor divino. En otro tiempo, para superar un patriarcalismo legal israelita y por exigencia de un espiritualismo griego, contrario a la carne, había resultado conveniente interpretar su virginidad en forma negativa, como ausencia biológica o genital de relaciones humanas. Pues bien, para destacar la acción de Dios en el nacimiento de Jesús, resulta hoy mejor que volvamos a la experiencia original del Nuevo Testamento, diciendo que Jesús, Hijo eterno de Dios, ha nacido del amor humano. Esta formulación ha causado ciertas dificultades, por razones de mentalidad y entorno espiritual. Algunos han pensado que la aportación de José y los hermanos carnales de Jesús, contribuía a la destrucción del cristianismo, como si el evangelio se pudiera derrumbar con ese dato. Otros han supuesto que la negación del carácter biológico de la virginidad de María destruía su función salvadora. Pero, ni la fe se prueba o refuta a ese nivel, ni la devoción mariana se sostiene en esa base. Más aún, estoy convencido de que ha llegado el momento en que se debe invertir esa situación, mostrando el carácter evangélico y católico de la encarnación de Dios a través de un amor humano y familiar.

El milagro no consiste en que Jesús haya nacido sin semen masculino, rompiendo el orden de la genealogía biológica, separado por principio de sus restantes familiares, sino en que habiendo nacido y crecido de forma generosa y arriesgada, gratificante y personal, desbordado el patriarcalismo y violencia del entorno, la exclusión nacionalista y la lucha mutua, para abrirse y abrirnos a un nivel de gratuidad y encuentro personal, donde la vida se crea regalando vida y la muerte se supera muriendo por los otros. Así podemos afirmar que Dios se ofrece y revela donde unos seres humanos se aman y amando engendran vida. Toda concepción y nacimiento humano es virginal, obra del Espíritu: don o gracia de Dios, regalo de amor por el cual y en el cual se expresa la Vida divina, superando sin negarla, la pura biología. Desde ese fondo se entiende el nacimiento y pascua de Jesús, Hijo de Dios.
Desde antiguo se ha venido comparando nacimiento virginal y pascua y se ha dicho que Dios desborda en ambos casos, las leyes observables de la naturaleza, ratificando su presencia de forma generosa. La ausencia del semen masculino sería su sello en la concepción; la desaparición física del cadáver sería su signo en la resurrección. Ciertamente, ambos casos nos sitúan ante el misterio más hondo de presencia divina y creación, ante lo que San Ignacio de Antioquía llamaba el silencio clamoroso de Dios (¡la música callada…!).
Pero el milagro no consiste en una negación biológica en el plano físico (un hueco físico, un “menos”, una simple partenogénesis), sino que implica un “más”, un mucho más, un muchísimo más, un inmensamente más….Un desbordamiento de nivel, la revelación y despliegue de una dimensión de realidad más alta, que podemos llamar mutación humana y (re-)nacimiento personal. ¡Viva el Dios que nace en nuestra vida humana! Así lo decía ya hace tiempo en beato R. E. Brown, The Virginal Conception and Bodily Resurrection of Jesus, Chapman, London 1973. Así quiero decirlos con las inmaculadas de la tradición barroco: ¡La gracia es más grande que la pura naturaleza, pero no la destruye! Gratia non tollit naturam… De esto sabe un rato nuestro Papa Benedicto XVI y de esto habló en su libro Introducción al Cristianismo, cuando dijo, de una vez y para todas, que el misterio del nacimiento de Jesús no puede situarse en un nivel biologista.
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