Yo soy Eso. Interioridad Hindú

Yo me identifico en mi hondura radical con lo absoluto, en una línea que podemos llamar pan-hénica (todo es úno, no hay dualidad verdadera). De eso tratará la primera reflexión del próximo sábado, según programa.
Al romper las barreras de su individualidad, llegando al manantial donde emerge su auténtico sí mismo (Atmán), el humano es todo (Brahman), tanto en clave diacrónica (sucesión de vidas ) como sincrónica (soy Todo abarcador universal, divino).
La finalidad de la experiencia religiosa no consiste en esperar la revelación de una palabra que nos viene desde fuera y nos sorprende, sino liberar la vida interna del humano esclavizado, llevándola a un estado de transcendimiento donde el alma se engolfa en el ser absoluto.
Los caminos que ha tomado esta mística pan-hénica son variados pero la meta es siempre semejante: hacer que el alma, sierva en un cosmos de sufrimiento repetido y constante dispersión o muerte, penetre en su morada original que es lo divino. Especulación religiosa y mística intimista se han unido: en su profundidad el Atmán es lo Brahmán; tal es la confesión de fe hinduista. De eso empezaremos tratando el próximo sábado
UNA VISIÓN GENERAL
El hinduismo clásico (de los siglos VII al II AEC) se expresa en unos textos sagrados llamados Upanishadas, que presentan la salvación en términos de ejercicio ascético o (y) búsqueda contemplativa. Normalmente, esa salvación se encuentra reservada a los brahmanes solitarios, que culminan su existencia en un gesto de profunda entrega religiosa. Ellos, varones de casta superior, han sido los portadores de la religión clásica de la India, que por eso se ha llamado a veces brahmanismo. Desde ese fondo podemos distinguir dos tipos de personas.
Los que están sometidos a las obligaciones del mundo. Son los miembros de las castas inferiores (y las mujeres), dominados por las necesidades del eterno retorno de la vida (trabajo, familia, ocupaciones sociales); así cumplen con su dharma, esperando la posibilidad de una reencarnación más alta. Continúan apegados a las cosas de este mundo; no se pueden liberar directamente, no ha llegado para ellos el momento de quebrar la cadena de vidas de la tierra (reencarnaciones).
Los liberados para liberarse. Normalmente, solo los miembros de la casta superior de los brahmanes tenían libertad, tiempo y condiciones para asumir el camino que puede llevarles a la liberación final. En principio son sólo varones de edad madura. Durante la primera mitad de su vida han cumplido los deberes de estado de ese mundo (trabajar, casarse, educar a los hijos); pero, realizada esa función, abandonan casa y posesiones, bienes y familia, para centrarse en el cultivo de su propia salvación, superando así la rueda de las reencarnaciones.
Los miembros de las castas inferiores (vaysas arios y, sobre todo, sudras y parias) y las mujeres deben organizar este mundo lo mejor posible, conforme a las propias normas estamentales (codificadas en la Ley de Manu, que ratifica las jerarquías sociales). Sólo los varones de las clases superiores (especialmente los brahmanes y, en algún sentido los ksatriyas) pueden buscar y trazar ya en el mundo el camino de liberación definitiva, en gesto más ascético o más contemplativo, según los casos:. Sólo así, y sólo ellos, pueden romper ya desde ahora la cadena de re-encarnaciones, quebrando por dentro la estructura de este mundo viejo y habitando ya en un ámbito de moksa (más allá del samsara cósmico).
Esta ruptura liberadora no puede interpretarse como una gracia exterior, esto es, como don amoroso de un Dios personal independiente de mí. Lo divino es la fuente de mi propia vida: cada uno se libera por sí mismo de manera que la salvación es consecuencia de la misma acción del hombre, que tiene la posibilidad de superar el nivel del mundo viejo (de reencarnaciones). Pero, al mismo tiempo, en virtud de la paradoja que está al fondo de toda la experiencia religiosa, la liberación es gracia pura: capacidad de vivir y moverse más allá de la ley, en la plenitud divina, acción ni reacción, sin ninguna forma de encadenamiento cósmico o social. Desde ese fondo se entienden los dos momentos del camino.
Hay una ascesis, vinculada a la propia acción del hombre que se esfuerza por superar el nivel de las necesidades cósmicas, a través de un control de sus deseos. El asceta quiere dominar sus ritmos vitales (alimento y pensamiento, respiración y deseos erótico etc), para volverse sobre el mundo un ser liberado. Ciertamente come y respira, pero lo hace sin estar atado a ello, viviendo desde un nivel más alto, donde todo es gratuidad y ya no existen necesidades ni leyes. Se encuentra inmerso en los ritmos de la tierra, pero ellos no le determinan ni definan. Nada quiere, en nada se detiene, nada le esclaviza. Es un liberado del samsara.
Hay una mística, que suele interpretarse como meditación, esto es, como presencia de la otra dimensión (del moksa) en los mismos cauces y momentos de esta vida. Los aspectos ascéticos anteriores son sólo preparatorios; lo que al hombre le desliga de la vida externa no es su esfuerzo, sino la negación del pensamiento. Por siglos y siglos, los hombres han ido creando y transmitiendo diversos universos mentales, vinculados a la gran cadena de reencarnaciones. Pues bien, esos universos les dominan y encadenan a la vida de la tierra. Por eso es necesario superar ese nivel (dejar de pensar, no desear), para que en el vacío de la mente y voluntad venga a expresarse el moksa, lo divino.
Ascesis y contemplación son dos aspectos de un mismo proceso de superación cósmica: a través de ellos, el hombre religioso llega a las raíces de su propio ser, allí donde la vida se transmuta en una Supra-vida: cesa la multiplicidad de las figuras, la lucha entre opuestos, la cadena de reencarnaciones. Queda la verdad del hombre en lo divino. En este contexto, la religión se identifica con un tipo de yoga, de ejercicio y experiencia de meditación, que consta de cuatro momentos:
1. Plano corporal. Hay posturas de meditación, que consisten en dejar que el cuerpo repose sobre sí mismo, sin estar forzado de ninguna manera. La posición más significativa es quizá la del “loto”: dejar al tronco en quietud, sobre sí mismo, liberándole de tensiones musculares, casi en actitud de feto cósmico, en unidad con todo lo que existe.
2. Plano de la respiración. El contacto primero y constante del hombre con el mundo es la respiración, de manera que se dice que morir es ex-pirar (dejar de mantenerse en simbiosis con el aire). Por eso, el segundo ejercicio del yoga es un respiración integrada y rítmica, desde el hondo del cuerpo, en tranquilidad total, sino ninguna excitación o violencia, que se expresa normalmente por la respiración.
3. Plano mental: superación del deseo y pensamiento. El hombre se encuentra atado al ciclo de la vida por sus pensamientos y deseos. Por eso, la forma suprema de victoria sobre el mundo es dejar de pensarlo y desearlo. La verdad del hombre no es algo que se hace o se piensa, algo que se proyecta y busca, porque todas esas experiencias y procesos nos siguen atando a los procesos de la vida en esta realidad, que es eterno retorno de muerte. Este ejercicio de superación es paradójico, pues no se puede realizar al modo humano (de este mundo), que sólo conoce pensamientos y deseos, sino que nos arranca de este mundo y nos sitúa en un nivel de realidad, en el que no pensamos (sino que el Absoluto nos piensa, es en nosotros, sin ideas ni representaciones).
4. Revelación de la Realidad más allá de toda realidad. Los momentos anteriores del yoga pertenecen al hombre y pueden (deben) planearse en ejercicio metódico de concentración. Pero el momento final ya no el del hombres, sólo es posible como expresión de una Presencia superior, que se apodera del hombre, de manera que hablando en perspectiva mundana, debemos afirmar que el yoguin (quien realiza el yoga) está ya fuera del mundo, más allá de las leyes del eterno retorno, en un nivel de Experiencia sin experiencia, de Totalidad sin totalidad, de Amor sin amores.
Mirado, por tanto, desde el fondo de sí mismo, el contemplativo o yoguin ha superado las leyes cósmicas, pero, desde una perspectiva mundana, su ejercicio requiere adiestramiento y tiempo, de manera que sólo pueden practicarlo de un modo consecuente los miembros de las castas liberadas, los brahmanes, después que han dejado las restantes tareas de la vida y se especializan de manera programada en ese ejercicio “noble”, elitista, de meditación trascendental. Suelen ser hombres maduros, que han realizado en su juventud muchos ejercicios de adiestramiento, que han cumplido los debemos de la vida cósmica (se han casado, han cuidado a los hijos, han visto a sus nietos...), de manera que pueden, al fin, liberarse totalmente, sin más tarea que la pura contemplación (que antiguamente se realizaba habitando en el bosque). Sólo ellos pueden cultivar de forma decidida esa mística de identificación orante, esa experiencia de unidad pan-hênica, es decir, de identificación con la realidad de lo divino, en la que todo es uno (pan-hên), superando las formas, figuras y deseos particulares del mundo y de la historia.
Al romper las barreras de su individualidad, llegando al manantial donde emerge su auténtico sí mismo (Atmán), los humanos superiores se descubren identificados con el Todo (Brahman), superando el paso del tiempo (en su alma desemboca el alma o vida de miles de vidas anteriores) y la ruptura de la distancia (el individuo es la parte de un Todo abarcador universal, divino). Infinitas veces repetida, configurada en mil maneras, esta experiencia de identificación con la totalidad constituye el sustrato radical de la religiosidad hindú. Ella no exige más riqueza que la inmersión de la vida particular en el Todo divino, ni más jerarquía que aquella que viene dada con la práctica personal de meditación.
De esa forma, el contemplativo transciende los círculos del cosmos. No vaga ya perdido entre las cosas, no se quiebra o se diluye entre el sol y las estrellas, la tierra y el agua, la vida y la muerte, pues sabe que su vida interior es lo divino y allí busca a Dios, que es Brahmán, en lo más hondo de su misma realidad humana, que es Atmán. Esta identidad de Atmán y Brahmán es el dogma originario de la conciencia religiosa de la India: lo divino se desvela en un camino de interior. Teofa¬nía y antropofanía se encuentran y coinciden: por un lado podemos afirmar que Dios se expresa en nuestra búsqueda interior (de tal manera que somos avatar o manifestación de lo divino); por otro añadimos que nosotros, los humanos, nos volvemos trasparencia de Dios
Aquel que conoce a Brahmán, que es la verdad, el conocimiento, el infinito,
el que mora en un lugar secreto, en el cielo supremo, alcanza todos sus deseos,conjuntamente con Brahmán omnisciente (Taitriya-Upanishad 2, 1).
La religión se identifica, según eso, con la propia concien¬cia de infinito. Lo divino se muestra allí donde los humanos se encuentran y descansan en su propia realidad supramundana. Lo divino es el Todo de la vida interna, conciencia de todas las conciencias, Realidad que está siempre presente y sin embargo nunca aparece (como ha destacado el budismo primitivo). De esa forma, la trascendencia de Dios se identifica con la propia inmanencia del hombre, liberado de sus pensamientos y deseos particulares. Quien ha llegado a este nivel ya no espera nada, vive desde ahora como Todo, engolfado en lo Absoluto. Los caminos que llevan a esa mística pan-hênica, de unificación con la Realidad supra-mental, son variados, pero la meta es siempre una: que el alma, antes perdida en un cosmos de repetición y muerte, penetre en su morada original de lo divino. Tal es el objeto de la especulación de las Upanishadas, el camino y la meta del Yoga.
Yoga hindú, contemplación cristiana.
La experiencia cristiana está vinculada a la vida e historia de Jesús; por eso siguen siendo esenciales sus palabras y sus gestos de comunión (pan compartido, diálogo fraterno). Por el contrario, la meditación mística del yoga, con la superación de todos los deseos y palabras, implica una entrada en el silencio puro, más allá de todas las formas y figuras de la rueda de la historia.
¿Pueden liberarse esclavos, intocables y mujeres? El cristianismo afirma que ellos son los privilegiados del Dios de Jesús, destinatarios de su gracia salvadora; eso significa que Dios lo ha liberado ya en Cristo. Para el hinduismo eso es imposible. Ciertamente, en principio, ellos no están excluidos. Pero de hecho, dentro de la condición actual del mundo, en la que deben ocuparse de las "cosas materiales", resulta imposible o muy difícil que pueden realizar esta "experiencia superior de liberación". Por eso, para mantener su esperanza, y no perder su orientación en el camino, tanto mujeres como varones de castas inferiores, tienen que esperar una nueva encarnación más elevada. Eso significa que para el hinduismo no existen las personas en cuanto tales. Estrictamente hablando, ni los ricos ni los pobres, ni los brahmanes más espirituales ni los sudras más hundidos en la materia son personas, sino sólo momentos o eslabones de un proceso de vida (de liberación) que les desborda. Por eso, aunque el varón en cuanto tal se encuentra más cerca de la liberación, al fin no habrá varón ni mujer; sino sólo la verdad sagrada del atmán (lo humano en su raíz) identificado con lo brahmán, lo divino originario