Mc 7, 31-37. Sordomudo decapolitano: ¿Quién nos enseñará a hablar (8.9.24, Dom 23 TO)

  Somos aquel sordomudo. Nos han quitado la palabra, la hemos olvidado, nos la han robado. ¿Quién abrirá nuestros oídos, quién soltará nuestra lengua? Sigamos leyendo, meditemos, hablemos.

Evangelio de Marcos - Editorial Verbo Divino

Situar el texto

Éste es el último relato de la primera sección de los panes  (6, 34−7, 37), que había comenzado con  la multiplicación (6, 34-44) y el paso por el mar (6, 45-56), para centrarse en la disputa de Jesús con los fariseos sobre la cuestión de las comida (7, 1-23), hasta el descubrimiento de que el pan mesiánico ha de ofrecerse también a los gentiles (7, 24-30). Pues bien, todo eso exige un cambio radical: hombres y mujeres han de aprender a escuchar y hablar de un modo distinto. Así lo muestra este relato final, con la curación de un sordomudo decapolitano (quizá  pagano, como el geraseno de 5, 1-20), a quien Jesús abre los oídos y desata la lengua para que pueda proclamar la nueva palabra de comunión universal:

(a. Presentación) 31 Y de nuevo, saliendo de las fronteras de Tiro, llegó, a través de Sidón, al mar de Galilea, a través de las fronteras de la Decápolis. 32 Y  le llevaron un hombre que era sordo y tartamudo y le suplicaban que le impusiera la mano;

            (b. Milagro) 33 y separándolo de la gente y, a solas con él, le metió los dedos en los oídos y escupiendo tocó la lengua con saliva. 34 Luego, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: Effatha (que significa: ábrete).35 Y al momento se le abrieron sus oídos, se le soltó la traba de la lengua y comenzó a hablar correctamente.

(c. Conclusión) 36El les mandó que no se lo dijeran a nadie, pero cuanto más insistía, más lo pregonaban. 37 Y en el colmo de la admiración decían: Todo lo ha hecho bien. Hace oír a los sordos y hablar a los mudos[1].

             Con este relato termina la primer desarrollo de la sección de los panes; es un texto de carácter sacramental, que recoge una especie de “iniciación catequética” (vinculada quizá con el bautismo). El cristiano es un hombre o mujer al que Jesús abre los oídos y desata la lengua, para que pueda escuchar y proclamar una palabra distinta, abierta a todos los seres humanos. Como de costumbre, siguiendo la lógica de Marcos, hemos dividido el relato en tres partes[2].

 7, 31-32. Presentación.

31 Y de nuevo, saliendo de las fronteras de Tiro, llegó, a través de Sidón, al mar de Galilea, a través de las fronteras de la Decápolis. 32 Y  le llevaron un hombre que era sordo y tartamudo y le suplicaban que le impusiera la mano

Jesús está recorriendo un camino que lleva de Tiro, al noroeste de Galilea, a través de Sidón (más al norte) al Mar de Galilea (lugar de encuentro de los diversos pueblos), pasando  a través de la Decápolis, que está básicamente al oriente, al otro lado de ese  mar de Galilea. Es un camino en zigzag, difícil de fijar en el mapa, al menos de un modo rectilíneo, pues el relato tiene un sentido y una finalidad más teológica y pastoral que geográfica. Además, como sabemos por 6, 45-53, los caminos de Jesús pueden hallarse llenos de sorpresas, pues parecen dirigirse a un sitio y acaba llegando a otro.

Todo nos permite afirmar que este trazado no es producto de la ignorancia geográfica de Marcos, sino de la misma identidad del proyecto  y tarea de Jesús, que tiene dos partes. (a) En la primera parte,  se dice que Jesús anuncia el Reino en Galilea, abriéndose a un entorno, formado de un modo especial por la región de Tiro y Sión (cf. 3, 8), a la que ahora se une la Decápolis. Según eso, la misión a los paganos del entorno se enraíza en la misma historia de Jesús del mensaje de Jesús en Galilea (1, 14−8, 26). (b) En la segunda parte, Marcos narra la subida de Jesús a Jerusalén, retomando los motivos básicamente israelitas, pero después de haber dicho que Jesús ha “pasado” por los bordes paganos de la tierra de Israel  (8, 27−1, 47)[3].

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Sea como fuere, Jesús, que en 7, 24 estaba en el territorio de Tiro, sube hacia el norte (por la zona de Sidón), abarcando de esa forma el conjunto de Felicia, zona importante en la historia más antigua de Israel (en especial en los relatos de Elías y Eliseo) y también al comienzo de la Iglesia, como he dicho en la introducción de este libro. Pues bien, en vez  de dirigirse después directamente hacia el sudeste, al mar de Galilea, Marcos dice que Jesús dio un gran rodeo, pasando por la Decápolis (=Las Diez Ciudades), un ancho territorio de metrópolis siro-helenistas (entre las que se hallaban Damasco y Gerasa),  alnorte y al este del Mar de Galilea.

Es muy posible que Marcos esté evocando en este viaje los lugares de presencia cristiana en los que se arraiga su evangelio, fuera de Israel, en el entorno de Fenicia, Siria y Decápolis (con un centro en Damasco, como hemos destacado). Según eso, no sabemos dónde está Jesús al realizar el milagro que sigue (7, 33-35), aunque todo nos permite suponer que, tanto ahora como en el relato de la segunda multiplicación, se encuentra fuera de la tierra de Israel, en alguna zona de la Decápolis, pues sólo llegará a Galilea (a Dalmanuza) en 8,10. Ciertamente, según eso, el sordo-tartamudo de este relato puede ser judío (pues hay muchos judíos en la zona), pero puede igualmente ser pagano, tema que, en este contexto de la narración, a Marcos ya no le importa.

Desde ese fondo se entiende la razón por la que Marcos ha situado aquí este milagro de Jesús, como  signo de un cambio, esto es, de un giro o transformaciónde paradigma. En este momento de su relato, él nos dice que lo más importante es aprender a escuchar y hablar de manera personal. Por eso insiste en la exigencia de abrir los oídos y escuchar la nueva palabra (como él mismo ha escuchado la palabra de la siro-fenicia) para así poder hablar (el texto paralelo de la segunda sección de los panes, expandirá ese motivo, desde la perspectiva de los ojos, aprender a ver: 8, 22-26). Lógicamente, para visualizar este cambio de paradigma ha ofrecido este milagro.

Le traen a un hombre que sordo (no es capaz de escuchar la palabra) y tartamudo (mogilalon: tiene la lengua impedida), de manera que apenas puede expresarse. Es un enfermo de comunicación: no puede hablar correctamente, ni expresarse con soltura, no puede escucha la voz de Dios, ni comunicarse de verdad con los demás. En el fondo es un esclavo de su propia sordera y tartamudez: no logra entender lo que dicen, no puede expresarse. Por eso vive encerrado en la doble distorsión de su lenguaje, como un hombre incapaz de escuchar y hablar, sin poder conversar con los demás. Así puede entenderse como signo de aquellos que no entienden: prefieren mantenerse en sus esquemas viejos, escuchando sólo sus palabras y razones, que en este caso son razones de los fariseos, que Jesús ha querido superar en Mc 7, 1-23. No saben oír, no sabe hablar, a no ser que Jesús les cure[4].

 7, 33-35. Milagro. Abrir los oídos, soltar la boca.

33 y separándolo de la gente y, a solas con él, le metió los dedos en los oídos y escupiendo tocó la lengua con saliva. 34 Luego, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: Effatha (que significa: ábrete).35 Y al momento se le abrieron sus oídos, se le soltó la traba de la lengua y comenzó a hablar correctamente.

Este “milagro” de curación se encuentra estratégicamente situado, al final del primer desarrollo de los panes. Para que este enfermo entienda y diga el evangelio (es decir, la buena noticia de la salvación) ha de haber alguien que le abra los oídos y le suelte la lengua. Jesús lo hace, siguiendo probablemente un ritual de catequesis e iniciación sacramental, en la que se refleja la práctica cristiana de la iglesia de Marcos. Para ello,  toma al enfermo en privado, separándolo de la muchedumbre (7, 33), a fin de mantener un contacto directo con él y realizar un signo sacramental, que puede interpretarse de un modo mágico (si sólo nos fijamos en el gesto externo) o como simbolización ritual, dirigida al desarrollo personal del “enfermo” (o, quizá mejor, del catecúmeno, por emplear una palabra posterior de la Iglesia).

Marcos supone que este enfermo, aunque tiene amigos que le llevan al lugar donde está Jesús,  no ha recibido todavía una atención personal. Pues bien, Jesús se la ofrece, por primera vez, respondiendo al deseo de aquellos que le han traído:  se acerca, le toma consigo y le trata como hermano/amigo, iniciando una terapia de cercanía y conversación simbólica, en una línea de humanidad básica (¡que pueda oír, que pueda hablar!), no de catequesis expresa, pues Jesús no le enseña ni impone ninguna doctrina en concreto. Esta terapia consta de tres momentos:

 --Tocar. Jesús empieza metiendo sus dedos en los oídos del enfermo (7, 33b), en gesto que dramatiza una experiencia personal de limpieza auditiva y de liberación, como diciéndole al sordo que no tema las voces que llegan, que no rechace la palabra que viene, que no encierre su vida en el miedo de un silencio amargado, de una norma ya fijada. Hay una sociedad hecha de mentiras y ocultamientos, propia de una sociedad donde sólo algunos pueden escuchar y saber de esa manera lo que pasa, mientras otros, todos los restantes, se encuentran condenados al silencio o al ocultamiento, recibiendo solamente aquello que el sistema les impone. Evidentemente, el sordomudo es miembro de esa sociedad enferma, sin acceso a la palabra.

 Pues bien, Jesús abre con el dedo sus oídos, para que pueda escuchar la palabra, realizando así un gesto de transformación integral de la persona (judía o pagana, da lo mismo), que se vuelve así capaz de escuchar y acoger la palabra de Dios (el mensaje mesiánico). Ante el tema de la sordera y tartamudez no hay distinción de judíos y paganos.

 --Ungir. Jesús no le aplica ningún remedio exterior (ningún tipo de aceite o medicina), sino que le  toca (le unge) mojando con su propia saliva saliva humana la lengua del enfermo (7, 33c). Parece que escupe en la mano, para después mojar la punta del dedo y ungir así, con su dedo ensalivado, la lengua impedida del mudo, que es incapaz de comunicarse con los otros. La saliva es  el signo íntimo de la fuerza personal del ser humano, de la presencia que cura, del beso que une y vincula a los amantes.

Los comentarios de Marcos han puesto de  relieve el poder curativo que la medicina antigua atribuía a la saliva. Es evidente que Jesús puede compartir y comparte esa visión cultural. Pero el gesto de Jesús tiene un sentido peculiar, ligado a su mensaje y a su proyecto de Reino: al ungir con su saliva la lengua del sordo/tartamudo, Jesús está queriendo transmitirle su propia, haciéndole consciente del poder que él mismo tiene para comunicarse con los demás. De esa forma le ofrece su más hondo mensaje: que no tenga miedo, que escuche y confíe en los otros[5].

 --Orar. Finalmente, Jesús mira hacia el Cielo, suspira y dice ¡Ephatha! (que significa: ¡Qué se abra!) (7, 34). La tradición ha conservado esa palabra aramea, que significa abrirse (de patah). Jesús pide, evidentemente, que se abra el Cielo (esto es, Dios), para que actúe sobre el enfermo, y para que se abran (como el mismo texto indica luego: 7, 35) sus oídos y lengua cerrada.

Los dos gestos anteriores, de tipo más sacramental externo (tocar el oído, ungir la boca con salida son visualizaciones sanadoras) se condensa y culminan en este ruego de Jesús que actúa en realidad como creador de vida (en la línea de Gen 1), haciendo así posible que el enfermo pueda oír y hablar, diciéndole: ¡Ephatha! (ábrase). Esta palabra de Jesus retoma el motivo básico del “mandato” de la creación de Dios que, según Gen 1, decía: ¡hágase![6].

 Mirado externamente, este gesto puede parecernos magia, como he señalado ya, pero en el fondo puede y debe interpretarse como un ritual de comunicación,  un signo de despliegue personal. El enfermo es la expresión de una humanidad que no ha tenido acceso a la palabra: las leyes del judaísmo le han impedido entender y hablar, haciéndole puro espectador en un sistema donde otros piensan y deciden en su nombre, sin dejarle escuchar la voz de Dios, sino manteniéndole encerrado en sí mismo. Pero Jesús (profeta de los panes compartidos) abre sus oídos para que escucha la Palabra y su lengua para que la proclame.

Este milagro forma parte del ciclo de los panes compartidos, es decir, de la comunicación integral. Los escribas judíos impartían su enseñanza en largas sesiones elitistas que a la postre dejaban a este pobre sin "palabra". Jesús le cura para que pueda tener acceso a la Palabra y para que pueda vivir en diálogo fecundo con los otros (compartiendo con ellos la vida). Siendo lugar donde se comunican los panes, la comunidad de Jesús aparece al mismo tiempo como espacio donde los humanos pueden acceder a la palabra, superando la fosa que separa no sólo a judíos y gentiles, sino también a unos hombres que quieren hacerse dueños de la palabra y a otros que no pueden acceder a ella[7].

 7, 36-37. Todo lo ha hecho bien

36 Y les mandó que no se lo dijeran a nadie, pero cuanto más insistía, más lo pregonaban. 37 Y en el colmo de la admiración decían: Todo lo ha hecho bien. Hace oír a los sordos y hablar a los mudos

  Jesús cura al enfermo, que empieza a hablar correctamente, de manera que puede y debe suponerse que él quiere que “hable”, que viva a nivel de comunicación, compartiendo su experiencia y su conocimiento con los demás, ya que para eso le ha curado. Pues bien, significativamente, el texto añade que Jesús  “les mando” (a sus acompañantes, a los que iban con él y a los que trajeron al enfermo) que no dijeran nada a nadie.

Nos encontramos así nuevamente ante el tema del “secreto” mesiánico  (del Hijo de Dios),  un secreto que Jesús ha pedido ya en otras ocasiones (especialmente al leproso de 1, 39-45 y a los endemoniados: 3, 12). Es como si tuviera que ocultar un tipo de poder, de manera que él quiere que los mudos (¡los antes mudos!) hablen, recuperando la palabra, pero que no hablen de él, pues  no quiere fundar su mesianismo en milagros externos. Pero cuanto más pide que callen (que guarden silencio los que han visto), ellos hablan con más fuerza, alzando la voz y proclamando una alabanza, que condensa el sentido de su vida: «Todo lo ha hecho bien. Hace oír a los sordos y hablar a los mudos», conforme a un motivo que puede compararse a la de Hech 10, 38: «Pasó haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él».  

 Se trata, sin duda, de una alabanza que recoge, una opinión popular sobre Jesús, a quien se presenta como hombre capaz de crear espacios y medios de comunicación humana, tal como se centra en el nivel de la palabra (oír, hablar). En ese sentido podemos afirmar que el Jesús de Marcos es “hombre de la palabra” (como lo hemos visto en el tema de las parábolas: Mc 4). Más que por las cosas que dice (es decir, más que sus ideas), Jesús es importante el hecho de que él crea espacios de comunicación universal, desbordando el nivel israelita.

En esa línea se puede afirmar que el Jesús de Marcos anuncia e inicia con su vida (es decir, con sus milagros) la llegada del reino de Dios que se expresa en forma de comunicación escatológica, haciendo a los hombres y mujeres capaces de oír y de hablar. Por eso se puede afirmar que “todo lo ha hecho bien” (panta kalôs pepoiêken), porque el bien supremo del hombre (y de la mujer) consiste en en el despliegue de un tipo comunicación, por la que se refleja el mismo poder de comunicación (de transmisión de vida) de Dios. Quizá tengamos que afirmar que la fe en Dios se identifica con el despliegue de la comunión personal, gratuita y gratificadora, entre los hombres, superando el plano de comunicación privada de un judaísmo que tendía a cerrarse en sí mismo.

Por medio de sus gestos y palabra (por su vida entera) Jesús ha puesto en marcha un proceso definitivo de comunicación, sembrando “la palabra” (4, 14), esto es, haciendo que los hombres y mujeres pueden oír y hablar, pues en esto consiste el hacerlo todo bien. Jesús no impone a los sordo-mudos un tipo de palabra (no les obliga a pensar y hablar de una manera), sino que hace algo mucho más profundo: les ofrece una posibilidad de comunicación, para que sean ellos mismos los que hablen, los que digan.

Aquello que los hombres y mujeres tengan que escuchar y hablar en concreto es secundario; lo que importa es la comunicación, esto es, que puedan compartir la vida como Palabra. Jesús asume y realiza de esa forma aquello que los israelitas en general esperaban para el fin del tiempo, traduciendo ya aquí, en este mismo mundo, la Palabra (amor universal) de Dios en forma de comunicación interhumana. Ciertamente, es Jesús el que actúa. Pero los que interpretan su acción diciendo que “todo lo ha hecho bien” son los que expresan el sentido mesiánico de su gesto.

Notas

 [1] Milagro de comunicación. Es como un ritual o sacramento de iniciación a la palabra. Para entender lo anterior y acompañar a Jesús en el camino que se iniciará en 8, 27, es necesario abrir oídos y lengua, aprendiendo a escuchar y decir. Este es un milagro que la iglesia ha expandido en forma de sacramento, en un contexto bautismal.

[2] Sigo destacando, desde perspectivas distintas, la aportación de tres comentarios, los Marcus, Navarro y Pesch, que acentúan el aspecto más, eclesial, psicológico e histórico del “milagro”. Sobre el carácter específico de  las acciones de Jesús cf. H. C. Kee, Medicina, milagro y magia en tiempos del NT, Almendro, Córdoba 1992, 14.

[3] Los nombres que aquí aparecen (Tiro, Sidón, Decápolis) han de entenderse a la luz de 3,7-8, donde se alude allí a las tierras de origen de las gentes que “vienen” a escuchar a Jesús (aunque ahora se añade la Decàpolis). Pero ahora es el mismo Jesús el que “sale”, rompiendo las fronteras de Israel, en viaje misionero que le lleva al entorno de Tiro-Sidón y del mar de Galilea. Jesús no proclama el Reino en una zona cerrada. Desde el principio le hemos visto caminando, llamando a sus discípulos y abriendo su doctrina desde las orillas de un mar de Galilea donde, al menos simbólicamente, vienen a juntarse diferentes países de judíos y paganos. En el entorno de ese mar ha situado Marcos (cf. 4,35-41 y 6,46-52) la tarea de la Iglesia, que los discípulos de Jesús deberán retomar según 16, 6-7, volviendo así al origen del anuncio evangélico.

Desde ese fondo ha de entenderse el hecho de que, en una especie de ficción geográfica que, por otra parte, resulta muy comprensible, nuestro texto (7,31) suponga que al final del camino que pasa por Tiro-Sidón y la Decapolis se llegue mar de Galilea. Entre las obras generales sobre la “geografía” en Marco, cf. Calle, Situación; Fander, Stelllung 63-84; Lohmeyer,  Galiläa. De un modo especial, cf. J. F. Baudoz, Mc 7, 31-37 et Mc 8, 22-26. Géographie et théologie: RB102 (1995) 560-569; R G. Lang,“Über Sidon Mitten ins Gebiet der Dekapolis”. Geographie und Theologie in Markus 7, 31: ZDPV 94 (1978) 145-60.

[4] Parece condenado al aislamiento, pero no está completamente sólo: tiene a su lado personas que le llevan (como los camilleros del paralítico en 2, 1-12) y que ruegan a Jesús, para que le imponga las manos, en gesto de autoridad (que se repite con los niños en 10,16) y de curación. Está enfermo de sordera, pero lo reconoce, y se deja llevar, en contra de los fariseos que se sienten sanos, pero de tal forma que escuchan y dicen lo que no conviene. Está enfermo, pero vive en una comunidad humana que quiere ayudarle.  

[5] Sobre la utilización de saliva y otros medios de curación, cf. Gnilka, Marcos I, 346-347; Marcus, Marcos 1-8, 553-566; Pesch, Marco I, 612-616; Taylor, Marcos, 417-420 y de un modo especial J. M. Hull, Hellenistic Magic and the Synoptic Tradition (SBT 28), SCM, London 1974, 76-78, que ha mostrado la relación de 7, 33 y 8, 23 con la cultura del ambiente. 

[6]  Esta palabra de Jesús aparece así como palabra de Dios, que sigue actuando en la vida de los hombres. El redactor comenta que al momento se le abrieron sus oídos, se le soltó la traba de la lengua y comenzó a hablar correctamente (7, 35). Éste es el milagro: que un hombre que antes eras sordo-mudo pueda escuchar y hablar, que pueda conversar. Este sordomudo de la Decápolis, judío o pagano (para el caso es ya lo mismo), era reflejo y consecuencia de una sociedad que le encerraba en su silencio, no pudiendo escuchar y decir, esto es, comunicarse; de esa forma hombre vivía en soledad enferma, como todos aquellos que resultan incapaces de acceder a la palabra (sobre todo, por presión social). Por eso, el milagro es en principio un gesto de creatividad integral, en una línea humana: Jesús quiere que todos puedan acceder a la palabra (que la escuchen, que la digan, que la compartan), como creaturas de Dios y por eso realiza ese gesto de dramatización sanadora con este sordomudo. Sobre el sentido de la palabra, cf. I. Rabinowitz,‘Be Opened' = EPHPHATHA (Mark 7, 34): Did Jesus Speak Hebrew?: ZNW 53 (1962) 229-238.

[7] El signo de los fariseos era la comida ritual entre judíos limpios, de manera que muchos oyentes de Jesús quedaban fuera de ese espacio de comunión; por el contrario, al signo de Jesús son los panes compartidos, desde el don de la palabra; por eso, la iglesia ha de ir abrir los oídos y la lengua a los humanos. Sigue siendo útil K. Lammers, Oír, ver y creer según el NT,  Sígueme, Salamanca 1967, 27-38.

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