"Me atrevería a pedir a Francisco que canonice a todos los niños muertos en Gaza" Año santo: ¿Reconciliación o farsa?
El artículo que sigue no es de hoy. Escrito hace cincuenta años para el año santo de 1975, se publicó en Hechos y Dichos y está recogido en el libro Teología de cada día (1976). La primera parte da una explicación histórica del origen de los años santos que sirve para situarnos hoy. El último apartado sugería unas reflexiones (en algunas de ellas se percibe todavía la existencia del franquismo), que si entonces giraron en torno a la reconciliación, este año han sido puestas en torno a que “la esperanza no defrauda”, para que no desesperemos aunque todavía quede mucho por reconciliar: pues ahí yace la fuente de todo júbilo (“jubileo”).
El lector podrá preguntarse cuáles de aquellas esperanzas de hace 50 años se han cumplido y cuáles deberíamos poner hoy más de relieve. Francisco que inauguró este año santo el pasado martes 24, ha hablado ya del perdón de una deuda impagable de los países pobres y del holocausto de Gaza.
Ya entonces me avisaron de que el título resultaba muy duro, pero lo mantuve porque lo de farsa no alude a ninguna institución o autoridad eclesiástica, sino a nosotros mismos, el pueblo de Dios que deberíamos ser los autores de esa reconciliación y que a veces apelamos a nuestra dignidad absoluta más para reclamar que para aportar y construir
Ya entonces me avisaron de que el título resultaba muy duro, pero lo mantuve porque lo de farsa no alude a ninguna institución o autoridad eclesiástica, sino a nosotros mismos, el pueblo de Dios que deberíamos ser los autores de esa reconciliación y que a veces apelamos a nuestra dignidad absoluta más para reclamar que para aportar y construir
“No entiendo cómo se puede hablar de reconciliación ante el mundo y el sistema en que vivimos, más aún temo que esta palabra sirva como cortina de humo para disimular lo que realmente ocurre. Lo que ocurre, por lo que toca a la convivencia social es, básicamente, que una minoría de privilegiados explota —perdón, explotamos— a una gran mayoría de oprimidos, bajo amenaza o uso de la fuerza. ¿A qué viene hablar entonces de «reconciliación», que es algo que se hace por dos partes? Para que el oprimido se reconcilie con el opresor hace falta que éste deje de oprimir, ni más ni menos. Pero éste no lo va a hacer y en cambio pretende hacer creer que todo se arreglará con un “cambio de corazón” y con que todos nos miremos como hermanos, y recemos el rosario juntos en público; quitándole al pobre incluso su conciencia de agresión, su derecho a «clamar al cielo», su sagrada ira… En una palabra: me parece lamentable que la Iglesia con su lema de reconciliación contribuya al hábil confusionismo del sistema capitalista mundial, del que somos partes y beneficiarios, pero que a algunos se nos atraganta a veces, sobre todo cuando se viste de cristiano” (José Mª Valverde en El Ciervo, 3 [1974] 245-46).
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Quienes vivieron con un poco de uso de razón aquel último año Santo de 1950 y han asistido con ojos abiertos a todos los cambios que se han producido en nuestra sociedad y en nuestro mundo (y hasta en España), pensaban que ya nunca más volvería a haber algo así como un “año santo” y que esto, como la tiara, el latín litúrgico o los dinosaurios, entrarían a formar parte de las especies extinguidas.
Semejantes planteamientos son tan obvios que hasta llegaron a Roma. Parece ser que allí se los tomó en serio. Pero la decisión adoptada fue esta otra: en lugar de suprimir el «año santo», se intentaría devolverle su prístino sentido retrotrayéndolo a las fuentes de las que naciera: los años jubilares de la Biblia y ese «año de gracia de Yahvé» que Jesús, según declaración propia (Lc 4, 19), venía a anunciar. La contraseña de “año de la reconciliación” que nos envue1ve, ha querido expresar este deseo.
Y los católicos empezaremos el año bajo esta apuesta apasionante: a ver si algún Gatopardo romano hizo suya aquella fórmula inteligente del marqués de Lampedusa: «que cambie todo lo necesario para que todo siga ¡gual», o a ver sí es que el Espíritu ha soplado donde ha querido y estamos todos dispuestos a entrar en situación de conversión. Porque la reconciliación es una cosa muy arriesgada. Y hablar de entronque con los años jubilares bíblicos y con el “año de graciade Yahvé”, supone una audacia a la que Roma no nos tenía acostumbrados.
Estas reflexiones intentan simplemente aclarar esas fórmulas bíblicas (año jubilar, o año de gracia) para facilitarnos la inteligencia de lo que puede ser -de lo que debe ser— un año de la reconciliación. No tienen nada de original y el lector las podrá encontrar también –con ligeras variantes — en infinidad de libros de teología bíblica o en muchos de los artículos que ya se han escrito[1] sobre el año Santo. Pero puede ser útil repetirlas porque siempre queda algún rezagado jornalero de última hora. O mejor: en este tema de la conversión todossomos jornaleros de la última hora.
Del año santo al año de gracia
La expresión «año de gracia de Yahvé», que es la más significativa para el significado de un “año santo de la reconciliación” procede de Lc 4,19. Jesús ha entrado en la sinagoga; lee un pasaje de Isaías en el que aparece dicha expresión, y declara a sus oyentes que aquel pasaje acaba de cumplirse. Según Lucas, esto acontece al comienzo mismo de la vida pública de Jesús. Pero si comparamos con los lugares paralelos de los otros evangelistas (Mt 13, 56-58 y Mc 6, 1-6), se nota enseguida que Lucas parece haber guisado la cronología a su gusto. Y el propio Lucas lo confirma, dándonos a entender que no era ésta la primera vez que Jesús hablaba en la sinagoga (cf. 4, 16: entró en la sinagoga según su costumbre).
¿Por qué ha hecho Lucas este arreglo? Por unas razones teológicas bien simples: porque quiere que este episodio de la sinagoga sea la clave de lectura o el subtítulo que da sentido a toda la vida pública de Jesús que va a narrar a continuación. El pasaje de Isaías («el Espíritu del Señor sobre mí... para anunciar la buena noticia a los pobres y la libertad a los cautivos…, para liberar a los oprimidos y proclamar el año de gracia de Yahvé») constituye, para Lucas, la interpretación auténtica de la vida de Jesús. Esa vida es el cumplimiento de aquel anuncio de Isaías. De ahí la importancia de este episodio de la sinagoga[2].
Y ¿qué significa ese “año de gracia de Yahvé”? Las restantes expresiones del pasaje de Isaías ya nos dan una primera pista para su intelección.Pero aún tenemos un acceso a ella más cómodo, porque la expresión del “año de gracia” ha sufrido una larga historia a lo largo de la vida del pueblo escogido. Y es exacto decir que la expresión designa toda la lucha de Israel por una justicia social estructural. Intentemos reseguir los pasos de esta historia.
Del Éxodo al año de gracia
1.- En su origen la expresión empalma con la teología del sábado. El sábado fue a la vez una institución cúltica y una institución social (ahí estaba su gracia precisamente): también el esclavo descansaba ese día y hasta el más miserable quedaba el sábado a cubierto de atropellos. El sábado actualizaba la Alianza y, por eso, al hacer al hombre libre ante Dios, lo dejaba también libre ante (o de) los otros. Así lo expresaba el Éxodo: el séptimo es un día de descanso dedicado al Señor tu Dios” y, precisamente por eso, no solo no trabajarás tú sino “ni tu esclavo ni tu esclava, ni el forastero que viva en tus ciudades” (EX 20,10).
2.- Más tarde, y como reacción contra la concentración de la riqueza en pocas manos, la visión del sábado se trasladó al terreno de los años. Y así, cada siete años se celebrará un “año sabático” que debe ser (además de un año de descanso para las tierras) un año de liberación para los esclavos.
“Durante seis años trabajarás y recogerás la cosecha. Pero el séptimo año la dejarás en barbecho. Dejarás que coman los pobres de tu pueblo… Lo mismo harás con tu viña y tu olivar. Durante seis días harás tus faenas pero el séptimo día descansarás… para que se repongan el hijo de tu esclava y el forastero. Cuando te compres un esclavo hebreo te servirá seis años y el séptimo marchará libre sin pagar nada (Ex 23 10-12 y 21,2)[3].
3.- Pese a que tenían mucho más de reformistas que de revolucionarios, estos propósitos fracasaron también. Tras el establecimiento definitivo en Israel, la transformación de la economía nómada en ciudadana llevó a una nueva opresión de los campesinos por la ciudad. El Deuteronomio, procedente de esta época trata de remediar esta situación y, para ello, recurre otra vez, significativamente, al concepto de año sabático. Éste será ahora un año de completa remisión de toda clase de deudas. Al rico opresor, que debía perdonarla, se le recordará que también él no es más que un deudor perdonado por Yahvé:
“Cada seis años harás la remisión. Así dice la ley sobre la remisión: todo acreedor condonará la deuda del préstamo hecho a su prójimo: no lo apremiará porque ha sido proclamada la remisión del Señor… Te bendecirá el Señor para que no haya pobres entre los tuyos… Si tu hermano se ha vendido te servirá solo seis años y al séptimo lo dejarás ir en libertad. Cuando lo dejes ir no lo despidas con las manos vacías: cárgale de regalos de tu ganado, de tu era y de tu lagar… Recuerda que también tú fuiste esclavo en Egipto y que el Señor tu Dios te liberó. Por eso yo te mando hoy esta ley” (Dt 15, 1-4; 12-15)[4].
4.- También volvió a fracasar esta tentativa. La pobreza reaparecía como problema no resuelto y traía consigo la esclavitud de la gente que se vendía por no tener otra forma de satisfacer sus deudas. En este contexto debe situarse la predicación de aquella gran figura que fue Jeremías (aproximadamente a partir del 628 a. C,): Dios ha enviado este año sabático que los hombres no quieren realizar. Y ese año sabático ha sido la cautividad en Babilonia, por cuanto ha abolido toda propiedad y toda diferencia de clases. El año de reconciliación se convierte así en año de aniquilación; el desquite no es contra los enemigos de Israel sino contra los ricos de Israel y en favor de los oprimidos:
“Jeremías recibió del Señor estas palabras después que el rey Sedecías pactó con el pueblo de Israel para proclamar una remisión: que cada cual manumitiese a su esclavo hebreo y a su esclava, de modo que ningún judío fuese esclavo de un hermano suyo.Todos los príncipes y el pueblo habían aceptado este pacto de dejar libres a sus esclavos y esclavas, de modo que ninguno siguiera en esclavitud. Obedecieron y los pusieron en libertad. Pero después se volvieron atrás: cogieron a los esclavos y esclavas que habían dejado libres y los obligaron a la esclavitud. Entonces vino a Jerusalén la palabra del Señor: Así dice el Señor Dios de Israel: yo pacté con vuestros padres cuando los saqué de Egipto, de la casa de esclavitud, diciendo: al cabo de siete años todos dejarán libre a su hermano que hayan comprado y lo despedirán en libertad. Pero vuestros padres no me escucharon ni me hicieron caso… Por eso así dice el Señor: vosotros no me obedecisteis proclamando cada cual la remisión para su prójimo y su hermano. Pues mirad: Yo proclamo la remisión (dice el Señor) para la espada, el hambre y la peste. Y os haré escarmiento de todos los reyes de la tierra. A los hombres que quebrantaron mi pacto no cumpliendo las estipulaciones del pacto que hicieron ante mí, los trataré como al novillo que cortaron en dos para pasar entre las dos mitades… Y a Sedecías rey de Judá, con sus príncipes, los entregaré en manos de sus enemigos que los persiguen a muerte: en manos del ejército del rey de Babilonia que acaba de retirarse” (Jer 24, 8. 14.17, 18,21)
5.- A la vuelta del exilio volvió a plantearse un enorme problema de pobreza, típico en toda situación de posguerra y en todo país por rehacer; hasta el punto que algunos trataron de escapar de él a costa del tráfico de esclavos, incluso de la propia familia[5]. Entonces aparece la legislación del Levítico (del códice sacerdotal) y en ella un nuevo intento de reinterpretación del año sabático: se reinstaura, cada siete años, la conmemoración de la liberación de Egipto (cf. Lev 25, 1-7). Pero además se establece para cada siete veces siete años (y en el séptimo mes) una figura nueva y más radical: la del año jubilar. En dicho año cesa toda propiedad privada y todos recobran las posesiones vendidas. Persiste la liberación de las deudas y, con ella, la promesa de que Dios perdona a os hombres en ese año de gracia. De este modo, en nombre de la tradición y la familia se relativiza el “sagrado derecho de propiedad”[6]. Solo Dios es verdadero Señor de la tierra:
“Haz el cómputo de siete semanas de años… o sea 49 años. Al toque de trompeta darás un bando por todo el país el día 10 del séptimo mes… Santificaréis el año cincuenta y promulgaréis manumisión en el país para todos sus moradores. Celebraréis jubileo: cada uno recobrará su propiedad y retornará a su familia. El año cincuenta es para vosotros jubilar y, por eso, lo consideraréis año santo… En este año jubilar cada uno recobrará su propiedad. Cuando realices operaciones de compra y venta..., lo que compras a uno de tu pueblo se tasa según el número de años transcurridos después del jubileo (Lev 25, 8-15).
También este intento triunfó solo a medias. La justicia se le aparece al hombre como una realidad asintótica, en la lucha por la cual cada paso que da el hombre abre problemas nuevos. Israel mantuvo en pie cada vez el esfuerzo por luchar contra la injusticia. Y fue el afán indomable de ese esfuerzo el que abrió camino a la idea del año jubilar como una meta escatológica a la que el hombre no puede llegar por sí solo: como un año de gracia de Yahvé. En este contexto escribe el Tritoisaías (Is 61, 1ss) y en este contexto entienden la expresión los oyentes de Jesús cuando Él se aplica ese texto y afirma que el espíritu de Dios le ha ungido para proclamar el año de gracia de Yahvé.
Del “año de gracia” a nosotros
Nosotros ya no podemos seguir por esta línea ni por las cuestiones que suscita. Pero una rápida reflexión sobre los datos presentados nos permite formular las siguientes conclusiones sobre lo que debe ser un año santo, revitalizado por su sentido auténtico al emparentarlo con los años de gracia de Yahvé:
Proclamar un año de reconciliación es un algo muy serio porque es exponerse a que Yahvé lo convierta –si el hombre no lo cumple- en un “año de escarmiento”, en un año de “reconciliación para la espada” como decía Jeremías. Esos cristianos tan bien instalados y tan propensos a reconocer al mismo Satán en cualquier aleteo revolucionario un poco turbio, deberían preguntarse al menos, ya que no son capaces de reconocer al espíritu de Dios que aletea sobre el caos (Gen 1, 3), si las situaciones que ellos anatematizan no son quizás uno de esos años sabáticos de Yahvé, como el que predicaba Jeremías, en vez de ser una encarnación de las fuerzas del mal absoluto.
La reconciliación del año jubilar no se predica indistintamente a todos sino a los reyes, a los príncipes, a los ricos, a los propietarios y a los señores. No todos se ven afectados por el principio reconciliador de la misma manera: los señores se despojan de lo que obstaculiza la reconciliación; los esclavos reciben lo que les impedía reconciliarse.
Y esto es así porque la reconciliación (pese a las escasas posibilidades de una sociedad primitiva de hace 25 siglos) cuenta primariamente al nivel estructural, comunitario, y no exclusivamente al nivel personal. Las acciones reconciliadoras no son meras palabras amables y apretones de manos desde el mismo sitio de siempre, sino entrega de tierras, libertad de esclavos, amnistía y supresión de deudas. Un judío como Zaqueo se lo tenía esto tan bien aprendido que, en cuanto compendió que la gracia de Dios lo visitaba inesperadamente en la acogida de Jesús, ya supo lo que tenía que hacer, sin esperar que ningún documento episcopal se lo indicara[7].
Una espiritualidad tan tradicionalmente sacramental como ha sido la católica, debería estar capacitada para comprender esto mejor que nadie: del mismo modo que una eucaristía sin reconciliación previa total (no solo verbal o ritual) es una farsa porque no expresa lo que está significando, así también un “año de reconciliación” sin la búsqueda de una situación reconciliada, en la que esa reconciliación se exprese y se encarne, resulta otra farsa bastante irreverente.
La iglesia de hoy, a Dios gracias, no cuenta con el poder temporal de un estado como el judío para llevar a cabo esa reconciliación, ni debe pensar en recurrir a él. Y a los creyentes de hoy, además, nos falta aquella imaginación que hacía buscar fórmulas siempre renovadas a los hombres del Primer Testamento. Pero si una conversión auténtica nos hiciera poner en juego el poder espiritual de la Iglesia, y el poder de imaginación de quien desea una cosa de veras, a lo mejor hasta ocurría algo. ¿Sería tan absurdo -o sería una forma auténtica de celebrar un año de reconciliación- que el magisterio de la Iglesia declarase por fin que, hoy por hoy –y prescindiendo de lo que pudiera ser en el pasado- la propiedad privada de los medios de producción se ha convertido ya en inmoral e ilegítima y, en las estructuras actuales no puede salvaguardar ya la función social de la propiedad que es esencial a ésta, según la doctrina social de la Iglesia?...
¿Sería tan absurdo (o sería una forma auténtica de celebrar un año de la reconciliación) que un obispo declarase excomulgados en su diócesis a todos aquellos que tienen personal no inscrito y no asegurado? ¿O a todas aquellas personas que practiquen, verbigracia, la tortura?; ¿no es bien tradicional ese tipo de recursos, que en algunas diócesis estuvo en vigor hasta hace poco, contra los que incendiaban mieses, prescindiendo de quiénes iban a ser? No pensamos que esto evitara demasiados atropellos, pero sí que aclararía muchas cosas.
Y ¿sería tan absurdo (o sería una manera auténtica de celebrar el año de la reconciliación) el que los moralistas se pusieran de acuerdo para decirnos que el ganar una determinada cantidad (por ejemplo y a boleo: el décuplo de la renta nacional por habitante, que ya está bien, o un determinado múltiplo del salario mínimo legal) constituye sin más un pecado mortal porque transgrede la función social de la propiedad? ¿No tuvieron buen cuidado los moralistas de antaño de precisar la cantidad mínima cuyo robo constituía un pecado mortal? Pues la verdad es que no son casos tan diferentes.
Y ¿sería tan absurdo (o sería una forma bíblica de celebrar el año de la reconciliación) que el obispo de Roma prohibiera durante este año todas las peregrinaciones a Roma –que naturalmente no serán hechas por los endeudados ni por los esclavos ni por los que trabajan sin seguros- y tratase de construir con su importe algún fondo de solidaridad para ayudar a las víctimas de la crisis económica que ha venido a coincidir como aviso del cielo, con el año santo? Y ¿sería tan absurdo que un empresario hiciese la experiencia de vivir todo el año con el mínimo de los salarios que él paga? ¿O sería una forma práctica de vivir el año santo de la reconciliación?
Por supuesto que no esperamos de propuestas semejantes la solución de todos o de algún problema. Pero esto no quita para que sean necesarias. Y esto lo sabe muy bien la Iglesia, porque tampoco ella ha esperado nunca que los sacramentos eliminaran todos los problemas de la vida espiritual de la persona; pero sin embargo los ha considerado con razón necesarios, por la estructura encarnatoria de la salvación y de la persona humana. Y por esa mima estructura es por lo que no cabe ningún tipo de reconciliación meramente interior. El dilema de nuestro título no es una simple bravata, sino el callejón sin salida al que estamos abocados los que nos llamamos cristianos: o reconciliación también estructural o farsa. Con todos los perdones que ustedes quieran.
Si ninguna de esas propuestas se cumpliera nos quedaría el consuelo de dirigirnos al “Hermano Lobo” con una nueva pregunta para su lista: ¿cuándo vamos a tener de veras un año de la reconciliación?
“¿El año que viene, si Dios quiere?”…
Hasta aquí en 1975. Postdata en 2025.-
Yo me atrevería a pedir a Francisco que canonice a todos los niños muertos en Gaza y los incluya en la fiesta litúrgica del 28 de diciembre, víctimas de aquel otro Herodes. A los claretianos que activen la causa de canonización de Pedro Casaldáliga. Y a todos nosotros que no nos deje dormir el saber que en este 2024 han muerto cerca de 30 migrantes diarios solo en los viajes a Canarias…
[1] Cf. por ejemplo J. Ratzinger, Christologie, (apuntes de clase ciclostilados), Tübingen 1966-67, a quien sigo en la clasificación de los períodos.
[2] Importancia que se traduce inmediatamente en el conocido sentido social del evangelio de Lucas. Ahora no podemos entrar en la teología subyacente. Pero basta con recordar los siguientes pasajes, todos ellos exclusivos del tercer evangelista: la definición de Dios que da el Magnificat (1, 52.53), la versión lucana de la primera bienaventuranza y la maldición a los ricos (6, 20-24), las parábolas del buen samaritano (10, 30ss), del rico insensato (12, 13ss), de Epulón y Lázaro (16, 19ss), la discusión sobe la riqueza con los fariseos (16, 9-15). Más las conocidas pinturas de los Hechos sobre la comunidad de bienes de la iglesia primera.
[3] Esos textos proceden de la fuente elohista que es la que suele tener un aire más moralizador y profético; y pertenecen al llamado “código de la alianza” que puede ser lo más antiguo de dicha fuente y quizá, según algunos, se remonta al mismo Moisés, pues desconoce la institución de los reyes, no reclama la unidad del santuario y parece presuponer una economía más bien nómada por la importancia de la bestia sobre la agricultura.
[4] Este motivo continúa vivo en la mente de Jesús, tanto en la parábola del mayordomo infiel (Mt 18, 23ss) como en el Padrenuestro donde el pecado a perdonar se alinea con las deudas.
[5] Huellas de eso tenemos, por ejemplo, en Neh 5,2: “nuestros hijos e hijas son muy numerosos, vendámoslos y compremos con su precio trigo para poder comer y beber”.
[6] Como se ve, es exactamente lo contrario de lo que quisiera ese pintoresco movimiento que se autointitula “tradición, familia y propiedad” (con acento en la última, por supuesto).
[7] “Doy a los pobres la mitad de mis bienes y devuelvo el cuádruplo a todos los que he estafado” (Lc 19,8).
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