Trinidad en Ratzinger: No hay más Dios que la Palabra y el Amor (con Franz Sobotta)
Ante la fiesta de la Trinidad
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Quiero preparar esta fiesta de la Trinidad 2020, recordando un libro y unas conversaciones de hace 52 años (el 1968), cuando Ratzinger publicó su Introducción al Cristianismo, con un famosísimo capítulo sobre la Trinidad.
Pasé aquel verano como "ayudante" de Franz Sobotta SJ, que acababa de publicar su tesis sobre el poder salvador de la Palabra (Heilswirsamkeit des Wortes), es decir, sobre el Dios que es Salvador (Trinidad) por la Palabra ofrecida y dialogada... El me decía que Dios es Trinidad por ser Diálogo de amor abierto al mundo entero, pues, añadía: no hay nada en Dios, ni en cielo ni en tierra,más allá de la Palabra. Él lo sabía bien, porque venía (como Ratzinger) de la gran imposición de la palabra falsa, asesina, antidivina, de la guerra de los nazis.
Sobotta me dio su libro (Die Heilswirksamkeit der Predigt in der theologischen Diskussion der Gegenwart, Trierer Theologische Studien 21, Trier 1968)...y me dijo: Mira, aquí trato de Dios como Palabra Predicada, pero sobre todo, como palabra dialogal, diciendo en el fondo que Dios es Trinidad por ser Palabra.
Y me compró el libro de su colega Ratzinger (Introducción al Cristianismo: Einführung in das Christentum) recién publicada, ese mismo año 1968, diciéndome: Habla bien de Dios, pero quizá le pone más allá de la palabra, como un tipo de poder que puede volverse dictatorial.
Nos hicimos amigos, y así leímos juntos el libro de Rarzinger. Fue para mí una gran experiencia, sobre todo el capítulo dedicado a la Trinidad. Por eso quiero hoy presentarlo a mis lectores, como preparación para la fiesta del domingo. Ratzinger era entonces una joven promesa teológica, y algunas tesis de su libro han sido después muy influyentes en su vida y en la vida de la Iglesia.
Sobotta me indicó: "Mira aquí: Ratzinger tiene en este capítulo frase esencial para definir a las personas de la Trinidad: las «tres Personas» que hay en Dios son la realidad de la palabra y el amor en su más íntima dirección a los demás.Éstas son las palabras centrales de su texto, pero quizá él no las ha desarrollado del todo.
Pero, la visión que él ofrecía del Dios Trinidad (Poder y Palabra) ha sido suficientemente contrastada después, ni por él ni por otros, cosa que de haberse hecho podría haber cambiado la teología de Ratzinger y la la vida posterior de la Iglesia.
Así me lo dijo ya Sobotta, colega de guerra de Ratzinger. Mira, Xabier, lo que dice Ratzinger es cierto, pero deja quizá un tipo de Poder de Dios más allá de la Palabra, y eso es peligrosísimo... Eso, al fin, es Hitler, es dictadura de Dios... Dios es siempre y sólo palabra en la vida, desde abajo, desde los niños, desde los pobres, desde los excluidos...
También Hitler puede apelar a la palabra y al amor..., pero a la palabra y el amor desde arriba, desde su visión de Alemania, una palabra-amor que excluye a otros, a los no alemanes, a los judíos, a los locos, a los enfermos...Eso es lo contrario a Jesús, que es palabra-amor desde abajo, desde los más pobres, desde los excluidos... No Palabra-Amor que se impone desde alguna instancia superior, para "bien" de la gente, en una especie de "protectorado" espiritual..., sino Palabra-Amor desde la misma vida de las personas, de todas...
Hablamos mucho de eso, a lo largo de dos meses...Quiero recordar y recrear hoy aquellas conversaciones. Esta postal constará de dos partes:
- El texto de Ratzinger sobre la Trinidad, un texto magistral pero peligroso, que cito y presento a partir de de Enquiridion Trinitatis (pag. 668-673), donde recojo el capítulo 7.No me atrevo a comentarlo ni a criticarlo, lo dejo así como está. Sirvan de comentario para quien quiere ir más allá los capítulos finales de mi Enquiridion, que son en parte un diálogo con el pensamiento de Ratzinger.
- Mi conversación con Sobotta SJ, colega de guerra y de estudio de Ratzinger, que me dijo: "Vete más allá de Ratzinger; busca y encuentra la Trinidad en la palabra salvadora, no más allá. No busques ningún Dios ni ningún poder más allá de la Palabra.
Quien quiera puede empezar leyendo está postal como está, primero lo de Ratzinger, luego mi conversación con Sobotta. Quizá para algunos sea mejor pasar por algo la primera parte, empezar con Sobotta y el poder salvador de la Palabra, para leer luego y recrear el texto de Ratzinger, un texto genial pero peligrosísimo sobre la Trinidad, pues parece situar a Dios más allá de la palabra, de la conversaión... como un poder más allá de la palabra y la política, que puede volverse dictatorial, siendo evidentemente bueno..
1. RATZINGER, CAPÍTULO SOBRE LA TRINIDAD (INTRODUCCIÓN AL CRISTIANISMO, 1968 )[1].
Trinidad, manifestación de Dios
Dios es como se manifiesta. Dios no se manifiesta como no es. En esta expresión radica la relación cristiana con Dios; en ella está incluida la doctrina trinitaria, más aún, es esa misma doctrina. ¿Cómo se llegó a esa decisión? Fundamentalmente, por tres caminos.
(1) La inmediatez divina del hombre. Es decir, quien se encuentra con Cristo en la co-humanidad de Jesús, accesible a él como co-hombre, encuentra también a Dios mismo, no a una esencia bastarda que se metería de por medio.
(2) La inamovible permanencia en la decisión fuertemente monoteísta, en la profesión de que sólo existe un Dios.
(3) La preocupación por tomar en serio la historia de Dios con el hombre. Esto quiere decir que Dios, al presentarse como Hijo que dice «tú« al Padre, no representa ante los hombres una obra de teatro ni se pone una máscara para salir al escenario de la historia humana; todo esto es, por el contrario, expresión de la realidad.
(Contra monarquianismo y modalismo).
Einführung in das Christentum: Vorlesungen über das Apostolische Glaubensbekenntnis 1 enero 1968
Los monarquianos de la primitiva Iglesia dieron expresión a la idea de una representación teatral por parte de Dios, donde las tres Personas serían los tres papeles en los que Dios ha aparecido en el curso de la historia. Observemos que la palabra «persona» y su correspondiente griega prosopon están tomadas del lenguaje teatral; así se llamaba la máscara que se ponía el actor para encarnar su personaje. La palabra pasó pronto al lenguaje de la fe y así inició por sí misma una lucha tan dura que dio origen a la idea de persona, extraña a los antiguos.
Pero otros, los modalistas, afirmaban que las tres figuras eran modi, modos en los que nuestra conciencia aprehende a Dios y se explica a sí misma. Aunque esto implica que a Dios sólo le conocemos en el reflejo de nuestro propio pensar humano, la fe cristiana se afianzó más y más en la idea de que incluso en este reflejo le conocemos. Nosotros no podemos salir de la estrechez de nuestra conciencia, pero Dios puede entrar y revelarse en ella; por eso no hay que negar que los monarquianos y modalistas dieron un impulso digno de tenerse en cuenta a la idea de Dios. La fe aceptó al fin el lenguaje y la terminología que ellos habían elaborado; su terminología sigue operante todavía hoy en la profesión de fe en las tres Personas divinas. Es cierto que la palabra prosopon-persona no expresa todo lo que hay que decir, pero la culpa no es suya.
(Soluciones sin salida).
Toda la lucha antigua de la primitiva Iglesia nos lleva, a la luz de lo que hemos dicho, a la aporía de dos caminos que cada vez se muestran más como no-caminos: subordinacionismo y monarquianismo. Ambas soluciones parecen lógicas y ambas perturban el todo con sus seductoras simplificaciones. La doctrina eclesial, expresada en la fe en Dios uno y trino, significa fundamentalmente la renuncia a encontrar un camino y el estancamiento en el misterio que el hombre no puede abarcar; en realidad esta profesión es la renuncia real a la presunción del saber limitado que, en su falsa limitación, nos seduce con sus soluciones categóricas.
El llamado subordinacionismo elimina el dilema al afirmar que Dios mismo es único. Cristo no es Dios, sino una esencia especialmente cercana a Dios; así se elimina el obstáculo, pero, como ya hemos explicado detalladamente, se llega a la conclusión de que el hombre, separado de Dios, queda encerrado en lo provisional. Dios sería un monarca constitucional y la fe nada tendría que ver con él, sino con sus ministros.
El monarquianismo, con sus soluciones antes mencionadas, disuelve el dilema por otro camino. También él afirma la unidad de Dios, pero dice que Dios al acercarse a nosotros cambia; se presenta primero como Creador y Padre, luego como Hijo y Redentor en Cristo y, por fin, como Espíritu; pero estas tres figuras son sólo las máscaras de Dios que nos habla sobre nosotros mismos, no sobre él.
(Pervivencia del monarquianismo en la filosofía moderna).
La solución es seductora pero, al fin nos lleva a la conclusión de que el hombre gira siempre en torno a sí mismo y de que nunca penetra en lo propio de Dios. El pensar moderno, en el que de nuevo se repite el monarquianismo, nos lo confirma. Hegel y Schelling quisieron explicar el cristianismo filosóficamente, y la filosofía cristianamente. Se unían así en este esfuerzo primitivo por construir una filosofía del cristianismo; esperaban hacer comprensible y útil la doctrina trinitaria, y convertirla dentro de su puro sentido en la clave de la comprensión del ser. El punto de partida de todo eso sigue siendo la idea de que la doctrina trinitaria es la expresión del lado histórico de Dios, es decir, del modo como Dios se revela.
Hegel, y a su modo también Schelling, llevaron esta idea hasta sus últimas consecuencias y concluyeron así que el proceso de la autopresentación histórica de Dios no se diferencia del Dios que, permaneciendo en sí mismo, está detrás de la historia; el proceso de la historia hay que comprenderlo como el proceso de Dios mismo. Por lo tanto, la figura histórica de Dios es la progresiva autoformación de lo divino; la historia es el proceso del Logos como proceso real de la historia. Con otras palabras podemos afirmar que, según Hegel, el Logos «la inteligencia de todo ser» se engendra progresivamente a sí mismo en el curso de la historia.
La historicización de la doctrina trinitaria, realizada en el monarquianismo, se convierte en historicización de Dios... La historia del monarquianismo manifiesta aun otro aspecto que vamos a describir brevemente. Tiene una nota política tanto en su forma cristiana como en su renovación mediante Hegel y Marx: es «teología política». En la primitiva Iglesia sirvió para cimentar teológicamente la monarquía imperial; con Hegel se convirtió en apoteosis del estado prusiano; con Marx en el programa de acción que la humanidad debe realizar en el futuro.
Por el contrario, en la primitiva Iglesia la lucha de la fe en la Trinidad en contra del monarquianismo significó la lucha en contra del uso político de la teología: la fe trinitaria eclesial superó un modelo útil a la política, eliminó la teología como mito político y negó que la predicación pudiese justificar una situación política...
Tesis Primera:
La paradoja «una esencia en tres personas» está subordinada al problema del sentido primordial de la unidad y de la multiplicidad. Una ojeada al trasfondo del pensamiento precristiano y griego, de donde surgió la fe en el Dios uno y trino, nos explicará muy bien el sentido del enunciado. Los antiguos creían que sólo la unidad era divina; la multiplicidad, en cambio, les parecía algo secundario, el desmoronamiento de la unidad. Según ellos, la multiplicidad nace de la ruina y tiende a ella.
La profesión cristiana en Dios uno y trino, en aquel que es al mismo tiempo el monas y el trias, la unidad y la multiplicidad por antonomasia, expresa la convicción de que la divinidad cae más allá de nuestras categorías de unidad y multiplicidad. Para nosotros, para lo no-divino, la divinidad en tanto es una y única, lo divino contrapuesto a lo no-divino, en cuanto que es en sí misma verdadera plenitud y multiplicidad, de tal manera que la unidad y la multiplicidad de las criaturas es imagen de lo divino y participación en ello. No sólo la unidad es divina; también la multiplicidad es algo original y tiene en Dios su fundamento íntimo.
La multiplicidad no es puro desmoronamiento; también ella cae dentro de lo divino; no nace por el puro entrometerse del dyas, de la disgregación. No es el resultado del dualismo de los poderes contrarios, sino que responde a la plenitud creadora de Dios que supera y comprende la unidad y la multiplicidad. La fe trinitaria, que admite el plural en la unidad de Dios, es fundamentalmente la definitiva exclusión del dualismo como principio de explicación de la multiplicidad junto a la unidad. Por la fe trinitaria se consolida definitivamente la positiva valoración de lo múltiple.
Dios supera el singular y el plural. Esto tiene una consecuencia importante. Para quien cree en el Dios uno y trino la suprema unidad no es la unidad de la vidriosa monotonía. El modelo de la unidad, al que hemos de aspirar, no es, en consecuencia, la indivisibilidad del átomo que ya no puede dividirse en una unidad más pequeña; la forma suprema y normativa de la unidad es la unidad que suscita el amor. La unidad de muchos creada por el amor es unidad más radical y verdadera que la del «átomo».
Tesis Segunda:
La paradoja «una essentia, tres personae» está en función del concepto de persona, y ha de comprenderse como íntima implicación del mismo.
La fe cristiana profesa que Dios, la inteligencia creadora, es persona, conocimiento, palabra y amor. Con todo, la profesión de fe en Dios como persona incluye necesariamente la confesión de fe en Dios como relación, como comunicabilidad, como fecundidad. Lo simplemente único, lo que no tiene ni puede tener relaciones, no puede ser persona. No existe la persona en la absoluta singularidad, lo muestran las palabras en las que se ha desarrollado el concepto de persona: la palabra griega prosopon significa «respecto»; la partícula pros significa «a, hacia», e incluye la relación como constitutivo de la persona. Lo mismo sucede con la palabra latina persona: «resonar a través de», donde la partícula per (=a, hacia) indica relación, pero esta vez como comunicabilidad. En otros términos: si lo absoluto es persona, no es lo singular absoluto. Por tanto, el concepto de persona supera necesariamente lo singular. Afirmar que Dios es persona a modo de triple personalidad destruye el concepto simplista y antropomórfico de persona. Implícitamente nos dice que la personalidad de Dios supera infinitamente el ser-persona del hombre; por eso el concepto de persona ilumina, pero al mismo tiempo encubre como parábola insuficiente la personalidad de Dios.
Tesis Tercera:
La paradoja «una essentia, tres personae» está subordinada al problema de lo absoluto y de lo relativo, y manifiesta lo absoluto de lo relativo.
(a) El dogma como regulación terminológica. Las reflexiones siguientes intentan un acercamiento a lo que hemos indicado. Cuando a partir del siglo IV la fe expresó la unidad trina de Dios con la fórmula una essentia, tres personae, tuvo lugar una división de conceptos que se convirtió en adelante en «regulación terminológica». Tenía que salir a la luz el elemento de la unidad, el de la trinidad y la simultaneidad de ambos en el incomprensible predominio de aquella. Como dijimos antes, es en cierto sentido accidental el hecho de que esto se dividiese en los conceptos de sustancia y persona; en último término ambos elementos son claros, ninguno queda abandonado a la arbitrariedad del individuo que podría volatilizar o destruir la cosa misma con las palabras propias de su tiempo. Teniendo en cuenta esta observación, podemos concluir que la idea sólo podía expresarse conceptualmente así; con esto reconocemos el carácter negativo del lenguaje de la doctrina de Dios, los balbuceos de la locución.
(b). El concepto de persona. Por otra parte, esta regulación terminológica significa mucho más que un detenerse en la letra. En el lenguaje, por muy inadecuado que sea, se toca la realidad misma; por eso el interés por el lenguaje de la profesión de fe muestra la preocupación por la cosa misma. La historia del espíritu nos dice que aquí, por vez primera, se comprendió plenamente la realidad de «persona». El concepto y la idea de «persona» surgieron en el espíritu humano cuando buscó la imagen cristiana de Dios y explicó la figura de Jesús de Nazaret. Habida cuenta de estas reservas, vamos a explicar nuestras fórmulas en su justa medida, pero antes se nos imponen dos observaciones: Dios, considerado como absoluto, es uno; no se da la multiplicidad de principios divinos. Una vez afirmado esto, es también claro que la unidad cae en el plano de la sustancia; en consecuencia la Trinidad, de la que también hay que hablar, no hemos de buscarla aquí; tiene que estar en otro plano, en el de la relación, en el de lo «relativo».
A la misma conclusión nos lleva una lectura de la Biblia...
El hallazgo de un diálogo en el ser íntimo de Dios nos lleva a admitir en Dios un yo y un tú, un elemento de relación, de diferencia y de afinidad. Por su forma, el concepto «persona» parece apto para expresar tal elemento; con esto el concepto, superando su significado teatral y literario, profundizó más en la realidad sin perder lo fluctuante que lo adaptaba a tal uso. Al observar que Dios considerado absolutamente es uno, y que sin embargo en él se da también en fenómeno de lo dialógico, de la distinción y de la relación del diálogo, la categoría de la relación adquiere en el pensamiento cristiano un significado completamente nuevo; Aristóteles la coloca entre los «accidentes», entre los efectos accidentales del ser, separables de la sustancia; forma de lo real que soporta todo.
Al darnos cuenta de que Dios es dialógico, de que Dios no sólo es Logos, sino «diálogo», no sólo idea e inteligencia, sino diálogo y palabra unidos en el que habla, queda superada la antigua división de la realidad en sustancia (lo auténtico), y accidentes (lo puramente casual). Es pues claro, que junto con la sustancia están el diálogo y la relación como forma igualmente original del ser.
Ahí estaba contenida ya fundamentalmente la terminología del dogma. Sale a la luz la idea de que Dios es simplemente uno como sustancia, como «esencia»; pero al querer hablar de Dios en la categoría de trinidad lo que hacemos no es multiplicar la sustancia, sino afirmar que en Dios uno e indivisible se da el fenómeno del diálogo, de la unión de la palabra y el amor.
Esto significa que las «tres Personas» que hay en Dios son la realidad de la palabra y el amor en su más íntima dirección a los demás. No son sustancias o personalidades en el moderno sentido de la palabra, sino relación cuya actualidad pura («paquetes de ondas») no elimina la unidad de la esencia superior, sino que la constituye... En esas palabras se oculta la imagen revolucionaria del mundo: el omnímodo dominio del pensar sustancial queda destruido; la relación se concibe como una forma primigenia de lo real, del mismo rango que la sustancia; con esto se nos revela un nuevo plano del ser. Probablemente pueda afirmarse que el cometido del pensar filosófico originado por estas observaciones no se ha realizado todavía lo suficiente; el pensar moderno depende en gran parte de las posibilidades aquí mencionadas, sin ellas no podría siquiera concebirse ( (Introducción al cristianismo, cap 7).
2.CONVERSACIÓN CON SOBOTTA. EL RIESGO DE UNA TRINIDAD MÁS ALLÁ DE LA PALABRA, UN PODER QUIZÁ BUENO, PERO IRRACIONAL.
Así me dijo Sobotta: Ni Ratzinger ni yo hemos superado el trauma de la guerra... Hemos vivido en el horror. Podemos pensar, él puede hacer quizá buena teología, pero no podemos asumir responsabilidades en este mundo. Sería una locura...
No puedo entrar en lo que fue el proceso interior de J. Ratzinger, cómo vivió el fin de la guerra, cómo respondió a la paz…, aunque he leído algunos de sus libros de “memorias”. Es evidente que hay un secreto que sólo el conoce, una herida que resulta difícil de curar, a pesar del paso de los años.
Sobotta, mi amigo, tenía la misma edad de Ratzinger, pasó por los mismos trances, se hizo también sacerdote y jesuita, acaba de defender la tesis sobre la palabra creadora, la palabra salvadora... la Heilswirsamkeit, que es no sólo la predicación al estilo de cierto protestantismo, sino la conversaición, la verdad, el logos trasparente de la vida, del Dios la Palabra... Eso quería ser , portador de una palabra liberadora, por encima de la guerra.Sobotta era tímido, yo corto en buen alemán. Pero pronto coincidimos en muchas cosas: Paseamos en barco por el Elba con los niños de la catequesis, comimos helados (¡cómo le gustaban!), dirigimos catequesis de niños, hicimos teatro (yo como ayudante suyo, casi le mato, pues el truco que planeó con una cuerda que le debía apretar el curllo no le salió)… y hablamos.
Él me repetía que era Alemán y niño de la guerra. Debía haber nacido el mismo año que Ratzinger (1927), de una familia alemana, pero de ascendencia eslava, como tantas otras.
Había sido un buen estudiante, amaba a Alemania, y pensó que era lógico que le llevaran a la guerra, durante dos largos años, como auxiliar en una división de tanques… Pero al acabar la guerra sintió que todo era una locura, que le habían engañado, que no merecía la pena vivir.... La mayor parte de su familia había muerto, asesinada, bombardeada... A él sólo le quedaba la curación por la palabra. Entró jesuita: Había que resolver el problema que había causado la guerra, la violencia, el horror, lo sabido y lo reprimido, todo.
Como el curriculum de los jesuitas es más largo y había pasado por medio la guerra (sin recuperar cursos, como había echo Ratzinger), estaba terminando entonces su carrera, con 41 años (yo era algo más joven). Entró jesuita tras la guerra, con necesidad de ordenar su vida y de ofrecer su contribución al mundo nuevo a través de la Heilwirksamkeit de la palabra...
Franz Sobotta, Die Heilswirksamkeit der Predigt in der theologischen Diskussion der Gegenwart (Trierer Theologische Studien. Band 21, Trier 1968)
Sin embargo, Ratzinger, con su misma edad, casi como niño prodigio, tras la guerra había hecho una carrera meteórica: Profesor de Teología en Bonn…, consultor del Vaticano II, luego profesor en Tubinga, donde acababa de impartir un curso famoso sobre el cristianismo, para alumnos de todas las facultad, en el Semestre de verano (Sommersemester) del año 1967 (semestre que va del 1 de abril al 30 de septiembre de ese año).Las anotacoines para ese curso formaban el texto base” del libro que estábamos leyendo: Introducción (Einführung) al Cristianismo.
El primer día que fuimos al centro Hamburg, en la librería teológica de la calle Jungferstrasse, se empeñó en comprarme el libro. Lo tengo todavía aquí, en las manos. Lo tengo todavía aquí, en mis manos. Es la reedición del 2 de julio de ese mismo año (1968), con una tirada de 7000 ehenokaresm 21 al 27 mil. ¡Un éxito increíble! Veintisiete mil ejemplares vendidos en menos de medio año.
Así perfeccioné mi alemán, leyendo a Ratzinger y dialogando con su “colega” Franz Sobotta, cuya tesis apenas acabé de leer, aunque hablamos mucho de ella. Iba en la línea de la Teología de la Palabra (de la Escuela de Innsbruck) y retomaba motivos de la disputa jesuítica del siglo XVI-XVII, sobre el tipo de causalidad formal y material (de palabra y de gesto) de los sacramentos....y sobre todo de la causalidad personal de la Palabra, que es,me decía, la esencia de Dios.
Ratzinger, Sobotta , Dios y la Guerra
Sobotta estaba orgulloso de Ratzinger, que era como él, de los niños de la guerra, y se había convertido en la promesa de la nueva teología católica alemana, un hombre ya famoso, con 41 años, a pesar de que le hubiera constado reaccionar ante los problemas de ese año (estábamos en julio-agosto, Ratzinger venía de mayo del 68) en la Universidad de Tübingen donde la palabra no le pareció suficiente para arreglar los problemas de los estudiantes....
Así me dijo: Mira, lee aquí donde Ratzinger dice: Esto significa que las «tres Personas» que hay en Dios son la realidad de la palabra y el amor en su más íntima dirección a los demás. Leímos juntos la frase... Sobotta me dijo:
Yo le decía que quizá entendía… que el tema de la guerra estaba en la Biblia (yo acababa de hacer un trabajo sobre el Apocalipsis, con A. Vanhoye, hoy Cardenal de la Iglesia). Le decía, además, que también yo era un hijo de la guerra española, que había estado desterrado de niño, con mi madre sancionada, por ser mujer de palabra (maestra...).
Pero me decía que era distinto. Que mi guerra no había sido mía, sino de mis padres… Que no había nacido, que no había estado, que no había tenido que escoger…Yo respondía que no, que él no tenía la culpa de nada, que había sido sólo un adolescente obligado… Que todo había pasado.Me respondió que no era así. Que él, y otros como él (incluido su colega Ratzinger) no habían sido nazis, pero que en el fondo sabían lo que estaba pasando, y de algún modo colaboraron, de algún modo les pudo el peso de la Gran Alemania de Hitler y se dejaron engañar.
No, no habían sido nazis, pero buscaban la Gran Alemania… y pensaban que en el fondo lo de los nazis podría ser un pequeño episodio… al servicio de la Gran Alemania, de un Dios Bueno, pero de imposición, sobre todo el universal. Terminarían los nazis, seguiría Alemania como el Gran Imperio, por encima del comunismo de Rusia y del capitalismo de los ingleses y americanos… Ellos, la gran Alemania serían el futuro de la humanidad. Teníamos que habernos opuesto de alguna manera, y no lo hicimos… Nos obligaron, pero nos dejamos llevar y, de alguna manera, colaboramos
Así me seguís diciendo: Éramos unos engañados, eso es cierto, fuimos manipulados, pero no fuimos inocentes. Hubo algo que nos impidió ver, sentir, sufrir con los mendigos, los judíos, los locos, los pobres de otros pueblos... es decir, con la gente de gente de Jesús, la gente de la Trinidad, los pobres, impuros, extranjeros y locos de Galilea en el siglo I.