Glosa jubilar y sinodal de Mt 16, 17-19. Cada iglesia es Pedro, cada cristiano es Pedro
Mateo ha insertado en el relato de de la confesión de Pedro (que dice a Jesús tu eres el Cristo: Mc 8, 27-30), sin cambiar nada, un glosa especial que ha marcado la interpretación y vida posterior de la iglesia católica (y del cristianismo).
De ella quiero hablar, completando lo que puse ayer sobre Pedro en Lc 5, 1-11 y Jn 21, situándome en el principio de la Iglesia, que ha de ser siempre sinodal y jubilar, siendo de los Doce y de Pedro, de las mujeres y los zebedeos, de Jacobo, de Pablo y del Discípulo amado.
| Xabier Pikaza

Glosa petrina de Mt 16, 17-20 (en cursiva)
13Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?». 14Ellos contestaron: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas». 15Él les preguntó: «Y vosotros, ¿Quién decís que soy yo?». 16Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo».
17Jesús le respondió: «¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. 18Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. 19Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».
Contexto

Da la impresión de que con esta glosa Mateo ha querido vincular (no unificar) las grandes tradiciones ya indicadas: la de Santiago (de fidelidad estricta a la ley judía) y la de Pablo (de apertura universal del evangelio) y la del mismo Pedro, que aparece aquí como garante, “rabino”, de la apertura universal” de Jesús, a diferencia de otras tradiciones, aunque sin negarlas, como he dicho.
Para ello, partiendo del texto de Marcos (que él conserva fielmente), recrea la figura de Pedro a quién, sin separarle del resto de los discípulos, concede ahora una función muy importante: la de interpretar la Ley judía iniciar una misión universal cristiana, apareciendo así como piedra base de la iglesia universal del y portador de las llaves del Reino. Leído así, el evangelio de Mateo ofrece unas posibles "contradicciones" interiores (simbolizadas por Santiago y Pablo), que, a su juicio, no son tales, pues han quedado asumidas y reinterpretadas por Pedro que es, al mismo tiempo, testigo de la misión universal de Jesús (línea de Pablo) y garante de la ley judía (como Santiago).

Es evidente que Mateo no «inventa» esa función de Pedro, sino que interpreta y ratifica lo que ha sido su tarea ya cumplida al servicio de la iglesia, cuando asumió la misión universal de los helenistas y de Pablo y la vinculó con la misión israelita de los judeocristianos, garantizando así (desde la tradición de Jesús) la unidad de las iglesias, que se funda en la confesión de Jesús como «Cristo, Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16) y en la apertura a los gentiles (cd. Hch 15). En contra de lo que sucede en Mc 8, 29, el Jesús pascual de Mateo asume esta confesión de Pedro (tú eres el Cristo, Hijo de Dios vivo) y la ratifica (recrea), no en contra de Pablo y Santiago, sino uniendo la visión de los dos:
- Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás,
- porque no te lo ha revelado carne y sangre, sino mi Padre de los cielos.
- Y yo te digo: Tú eres Pedro y sobre esta «piedra» edificaré mi iglesia,
- y las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella.
- Y te daré las llaves del Reino de los cielos:
- lo que atares en la tierra será atado en los cielos,
- y lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos (Mt 16, 17-19).
Estas palabra no quieren ir en contra de la misión y teología de Pablo, ni de Santiago, sino integrarlas en la confesión y ministerio de Pedro. Éstas son palabras pascuales, formuladas por una iglesia “petrina” en torno al año 70/80 d.C., cuando los tres líderes cristianos (Pablo, Pedro y Santiago), integrando (vinculando) las tradiciones de Pablo y Santiago con la de Pedro. Así lo he puesto de relieve, con cierta extensión, en mi comentario de Mateo, vinculando desde Pedro las tradiciones de la iglesia (Pablo, Santiago, Discípulo amado) con la de Pedro)
Este ha sido la respuesta de una comunidad cristiana que, habiendo estado por un tiempo más ligada a Santiago, ha asumido después una interpretación más universal del evangelio, en la línea de Pablo, apoyándose para ello en el recuerdo y la misión mediadora de Pedro, quien ha sido capaz de abrir con la llave de Jesús las puertas de la ley (para que los gentiles puedan entrar en Reino de los cielos).
Aquí no se habla de lo que Pedro debe realizar en el futuro, sino de aquello que ha realizado ya en las comunidades, asumiendo y ratificando la función de otros misioneros, justificando y avalando la apertura universal del evangelio, asumiendo el testimonio de Santiago, con la teología y misión de los helenistas y Pablo, como supone Mt 28, 16-20.
Para las comunidades que están al fondo de Mateo, el gesto de Pedro ha resultado fundamental en su visión del evangelio. Esta ha sido según comunidades la «segunda oportunidad» de Pedro y él la ha cumplido. La primera fue al comienzo de la experiencia cristiana, al principio de la pascua, cuando, al lado de las mujeres y a la cabeza de los Doce, inició una misión cristiana dirigida a las ovejas perdidas de Israel (cf, Mt 10, 6).
Esta es la segunda, cuando, avanzado ya el camino de la iglesia, iniciada la disputa entre los más legalistas (partidarios de un cristianismo judío) y los más universales (partidarios de un cristianismo abierto a todos los pueblos), hacia el 80-100 d.C., Pedro asume y defiende la misión universal de la iglesia, ofreciéndole unas bases cristianas (el testimonio de Jesús) y unas justificaciones israelitas (desde la línea de la Ley) a la misión de Pablo. De esa forma, él aparece como el auténtico «rabino cristiano», con llaves que ·«abren y cierran», abriendo de hecho y permitiendo que entren en la iglesia los excluidos de la sociedad, los pobres de Jesús, sin necesidad de cumplir la ley nacional judía, con las iglesias de Pablo.
Esta iglesia de Mateo ha tenido la audacia de introducir en el evangelio del Jesús histórico unas palabras posteriores del Jesús pascual, ratificando la misión patrina. No todos los grupos cristianos tenían necesidad de un testimonio como éste, pero la comunidad de Mateo lo necesitaba y lo acogió, vinculando de esa forma la misión universal de la iglesia con el mensaje de la vida de Jesús, a partir del testimonio de Pedro, cuya vida y misión recoge este pasaje (que puede tomarse como una continuación petrina de la confesión pascual de Pablo en 1 Cor, 15. 3-8).
Jesús mismo ha ofrecido a Pedro las «llaves del Reino», para que lo siga abriendo a los pobres y expulsados de Israel y al mismo tiempo a los gentiles. Estas palabras han sido esenciales para que una determinada iglesia, que había tendido a cerrarse en el nacionalismo de sus orígenes judíos, pueda abrirse a los gentiles, vinculando los caminos de Santiago y de Pablo. Esta es una palabra pascual de Jesús que más que contra Pablo (con su misión a los gentiles) va en contra de un posible Santiago que corre el riesgo de cerrar el evangelio dentro de los límites de un judaísmo legal :
Esas palabras de Jesús ratifican lo que Pedro ha realizado ya para siempre. Hubo un momento en que las diversas comunidades corrieron el riesgo de escindirse, por su forma de entender la ley judía. Fue necesaria la aportación de mediadores y, sobre todo, la de Pedro a quien hallamos diciendo su palabra en el momentos fundante de la iglesia (cf. Hech 15), apareciendo como garante de la nueva identidad supra-judía de la iglesia. Eso significa que Mt 16, 16-19 debe entenderse desde su contexto histórico: los autores y lectores de Mateo provienen de una iglesia judeo-cristiana cercana a la de Santiago a quien tomaron en un tiempo como intérprete del mensaje y de la obra de Jesús. Pues bien, en un momento dado, sin negar el valor de lo anterior, ellos asumieron la perspectiva de Pedro y vieron que la iglesia no se puede fundar sólo en una ley nacional judía (Santiago), ni en una experiencia pascual como la que algunos atribuyen falsamente a Pablo (como si él hubiera creado una iglesia sin Jesús histórico), sino en un hombre como Pedro, que había conocido a Jesús y que supo vincular las diversas tendencias eclesiales.
- Sobre esta piedra fundaré mi iglesia. Pedro está en la base de un edificio que sustituye al Templo de Jerusalén, el edificio de aquellos que creen en Jesús y que forman el «cuerpo mesiánico de Dios». A diferencia de Marcos, Mateo supone que Pedro ha cumplido ya su tarea y así le presenta como intérprete cristiano de la Ley judía y como primera piedra de la iglesia. Por eso, Jesús acepta su confesión (¡Tú eres el Cristo!: Mt 16, 17), añadiendo, sin negar la reprensión de Jesús (que le llamaba “Satanás: Mt 16, 23), que Dios mismo ha revelado la identidad mesiánico y filial de Jesús. Jesús resucitado proclama aí , de un modo solemne, pasados tres o cuatro decenios de historia cristiana, desde el interior del evangelio, estas palabras esenciales: «Y yo te digo: ¡Tú eres Pedro y sobre esta Piedra edificaré mi iglesia y los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella!». La comunidad mesiánica se funda sobre el testimonio de la fe de Pedro y de aquellos que asumen su camino, afirmando que Jesús no es sólo el Cristo de Israel, sino el Hijo de Dios para todas las naciones (a pesar de tener, al mismo tiempo, comportamientos “satánicos”, pues en un tiempo se opuso al camino de Jesús, como entrega de vida hasta la muerte).
- Te daré las llaves las llaves del Reino de los cielos. La función de Pedro como roca o base resulta inseparable de su tarea de «escriba experto en el Reino de los cielos» (cf. Mt 13, 51), capaz de vincular las palabras de la antigua ley israelita y la experiencia nueva de Jesús, que le ha ofrecido las llaves del Reino de los cielos que son las llaves de Dios en la historia de los hombres. Pedro ha sabido emplearlas, ratificando la interpretación verdadera del evangelio, que vincula la fidelidad a la ley (propia de Santiago; cf. Mt 5, 17-20) y la misión universal (destacada por Pablo; cf. Mt 28, 16-20). Así lo ha hecho de una vez y para siempre: «Te daré las llaves del Reino de los Cielos, y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos» (16, 19). Tampoco aquí se dice lo que Pedro ha de hacer, sino lo que ha hecho ya, abriendo para siempre las puertas de Israel y de Jesús (las de Israel por medio de Jesús) a todos los pueblos de la tierra. Una tradición posterior de Roma ha referido estas palabras a cada uno de los papas, como si ellos siguieran teniendo la misma autoridad fundadora (¡piedra!) y doctrinal (¡atar y desatar!) que tuvo Pedro, cuando interpretó el judaísmo (línea de Santiago) de una forma universal (línea de Pablo). Ciertamente, esa aplicación es posible, pero no se deduce sin más del texto de Mateo, un evangelio que, por otra parte, parece más dirigido hacia oriente que hacia Roma (cf. Mt 2). Lógicamente, el texto final de la misión, abierta a todos los pueblos, no ha concedido un lugar especial (romano o no romano) a Pedro (cf. Mt 28, 16-20), pues la apertura universal de la iglesia se encuentra ya asegurada.
Otras líneas cristianas (la de Marcos o Pablo, la de Santiago o el Apocalipsis, la del Discípulo Amado y la y las pastorales) no han sentido la necesidad de apelar a un pasaje como este. De todas formas, una vez que ha sido acogido por el Nuevo Testamento, puede recibir un valor y suscitar una dinámica (una historia de la recepción) muy especial, como la que ha ido mostrando la historia posterior de las iglesias, hasta el día de; tanto cristianos ortodoxos como protestantes matizan e interpretan de forma algo distinta estas palabras de Jesús a Pedro. Por otra parte, ellas deben entenderse en el conjunto del evangelio de Mt, donde hay otros tres pasajes que matizan e interpretan la función de Pedro.
Ampliación Cada comunidad es Pedro, cada cristiano es Pedro(Mt 18, 15-20).
Este pasaje vuelve a situarnos ante el tema de las llaves y concede a cada comunidad cristiana «las mismas llaves» de Pedro: «todo lo que atéis en la tierra será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra será desatado en el cielo» (Mt 18, 18). Desde ese fondo podemos recordar y mirar de un modo conjunto los tres textos de Mateo sobre el tema de las llaves.
(1) Las llaves de los escribas y fariseos (Mt 23, 13-14). Ellos no han de entenderse aquí como representantes de una autoridad ajena a la iglesia (en la línea del judaísmo rabínico posterior), sino como cristianos de línea farisea, cuya existencia e influjo ha destacado Hechos (cf. Hech. 15, 5). Mateo no critica por tanto a unos «judíos de fuera», sino a unos escribas y fariseos de la iglesia, que han querido tomar el poder de las llaves, para utilizarlas de un modo legalista, cerrando el Reino de Dios a los otros (es decir, a los que no cumplen sus normas, a los pobres de Jesús, a los impuros). Al actuar así, esos cristiano-fariseos no entran en el Reino (pues no aceptan la apertura de Jesús a los pobres), ni dejan entrar a los demás (pues les cierran el camino de la iglesia, que es portadora de ese Reino).
(2) Las llaves de Pedro (Mt 16, 17-19) sirven para abrir el reino a los pobres. Pedro las utilizó una vez y para siempre, en el momento clave de la iglesia, como clavero supremo, abriendo con esas llaves de Dios el mismo Reino de Dios para los pobres y expulsados de la ley judía, de manera que nosotros seguimos asentados sobre la roca de su fe, esto es, sobre su interpretación liberadora de Jesús.
(3) Las llaves de cada comunidad (18, 15-20). Este pasaje omite la primera función de Pedro (ser "roca"), quizá suponiendo que ella no puede repetirse, y atribuye la segunda, vinculada a las llaves de Dios (atar y desatar, cerrar y abrir), a cada comunidad, que aparece así como verdadero Pedro (auténtico Papa). De una forma que resulta lógica en la línea del judaísmo y cristianismo antiguo, pero que va en contra de una visión jerárquica posterior de la iglesia, el Jesús de Mateo no atribuye las llaves de Dios (atar–desatar) a un obispo o patriarca (ni siquiera al Papa o a un “concilio” de obispos), sino a cada una de las comunidades cristianas (donde estén dos o tres reunidos en mi nombre...). Lo que hizo Pedro en su tiempo, de una vez por siempre, para el conjunto de la Iglesia (entendida de modo universal), pueden y deben hacerlo después los creyentes reunidos de cada iglesia particular, que así aparecen como herederos de su función constituyente o magisterial (que en el fondo es la misma).
(4)No llaméis a nadie Padre. Sólo hay un Padre que es Dios (Mt 23, 1-12). Desde el contexto anterior se entiende la autoridad comunitaria de las iglesias, de manera que la autidad fundamental es la de todos los creyentes, que son hermanos e iguales ante el Padre universal (Dios) y ante el Guía-Maestro de todos, que es Cristo (cf. Mt 23, 8-12). Cada una de las comunidades, formadas por hermanos (sin diferencia de varones y mujeres), ha recibido «las llaves de Pedro», esto es, su capacidad de discernimiento al servicio del Reino de Dios. Ciertamente, había en las comunidades profetas, sabios y escribas (cf. Mt 23, 34); incluso podría haber ministros eclesiales en la línea de los obispos y presbíteros posteriores; pero el texto no habla de ellos, ni les concede autonomía, pues la autoridad de la iglesia se identifica con el discernimiento y diálogo fraterno de la comunidad.
Desde este fondo puede entenderse la crítica de Mt 23, 1-12 contra aquellos que buscan las «prôtokathedrias» o primeras cátedras (de honor y enseñanza) en las iglesias, pues todos los creyentes son hermanos y ninguno debe elevarse como padre, maestro o director sobre los otros. Más aún, en esa misma línea deben entenderse las afirmaciones programáticas donde (siguiendo en la línea de Mc 9, 35-38; 10, 13-13. 35-45) Mateo ha puesto de relieve la autoridad de los pobres y pequeños, que aparecen así como verdaderos «papas de la iglesia». «¿Quién es el mayor en el reino de los cielos? Jesús, llamando a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: En verdad os digo: si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 18, 1-3).
Estas palabras forman la introducción y ofrecen el sentido de conjunto del discurso eclesial de Mateo (Mt 18). Normalmente se han interpretado en un sentido parenético, como simple invitación piadosa (mientras que Mt 16, 17-19) se ha tematizado en forma canónica, apareciendo como base del poder de los papas. Pues bien, esa distinción resulta totalmente insatisfactoria: sólo si los niños (que después aparecen como pequeños-pecadores) constituyen el centro y «papa» verdadero de la iglesia puede hablarse de evangelio, como veremos en la tercera parte de este libro.
(4) Haced discípulos a todas las naciones. La autoridad de la iglesia es la misión, al servicio de ella está su identidad (Mt 28, 16-20). A diferencia del texto inspirador y paralelo de final canónico de Mc, Mt 28 ha omitido toda referencia a Pedro, de manera que las mujeres del sepulcro vacío deben dirigirse a los «discípulos» de Jesús, es decir, a sus «hermanos», para que vayan a Galilea (cf. Mt 28, 7.10). Cumplida la misión de Pedro quedan con las mujeres los discípulos-hermanos, que se reúnen con Jesús en la Montaña de Galilea, desde donde él les envía: «Id y haced discípulos a todos los pueblos...» (28, 19). Pedro ha realizado, sin duda, su tarea: ha participado en el comienzo de la iglesia, ha trazado el buen camino, ha ofrecido la recta interpretación del mensaje de Jesús.
Pero en el momento clave, cuando empieza la misión universal no tiene ya tarea exclusiva, ni aparece como separado (y mucho menos por encima) de los otros hermanos de Jesús. La expansión del discipulado cristiano (lo mismo que la organización eclesial en Mt 18) pertenece a todos los enviados de Jesús, que inician su misión desde la Montaña de Galilea y no desde Jerusalén (como supone Lucas).
El mismo signo de los Doce ha desaparecido de manera que los discípulos primeros se definen simplemente como "once" (cf. Mt 28, 16), un número de fracaso, convertido en principio de misión universal cristiana. La Iglesia entera es la que debe ofrecer su discipulado a (y compartirlo con) todos los pueblos de la tierra.
Conclusión
En contra del judaísmo o iglesia nacional (y de la iglesia de Santiago), el principio y centro de unidad de la iglesia no está ya Jerusalén, sino en la misión universal, iniciada simbólicamente en Galilea (como sabía ya Mc 16, 1-8), donde puede hallarse Pedro como uno entre otros, de manera que no ha sido preciso nombrarle. La misma función que Pedro ha realizado en el principio, abriendo con sus llaves el Reino a los gentiles y a los pobres-impuros de Israel, la tienen ahora todos los creyentes de la iglesia, en comunión misionera .
Jesús ha ofrecido a sus enviados pascuales (a todos los creyentes) su autoridad o exousia, no para imponerse sobre los demás, ni para organizar unas iglesias que sean valiosas en sí mismas, sino para ofrecer a todos el bautismo de Dios y el mensaje del Sermón de la Montaña. Esa misión la realizan "los once" (no los Doce), pues el tiempo de Israel como pueblo aparte ha terminado y se inicia el tiempo de una misión universal.
En un sentido, que Pedro tuvo que hacer ya lo hizo, lo que tuvo que ser ya lo ha sido. Por eso, lo importante no es Pedro en singular (como primer clavero), ni siquiera las comunidades posteriores (en cuanto aisladas, aunque tengan el poder de las llaves). Lo que importa es que se abran las puertas de la iglesia, hacia todas las direcciones de los pueblos, como muestra el signo poderoso de Ap 21, 12-15. En este sentido, todos los cristianos somos (hemos de ser) Pedro, en comunión con todas las iglesias, tanto las iglesias de mujeres (Mc 16, 1-8) como las de los hermanos judíos de Jesús (Jacobo), las de Pablo y las del Discípulo Amado.