El aspirar el aire, eso es Dios
No es que nosotros respiremos simplemente en Dios, sino que Él respira en nosotros, y así nos damos vida mutuamente.
El mundo no es un simple objeto que Dios ha hecho, sino Dios mismo, haciéndose en nosotros y así se manifiesta, de un modo especial, en el aire compartido, como Francisco ha destacado, de manera que la ecología es un elemento integrante de la teología.
Por eso, la contaminación del aire... es contaminación del mismo Dios, pues no le podemos respirar tal cual es
Así lo muestra este canto 39, que recoge los temas y motivos anteriores, desde la meta de la historia, que es presencia sin fin de un amor culminado, un amor que busca y quiere eternidad, es decir, divinidad, como sabía el Cantar de la Biblia (cf. Ct 8, 6-7).
Estos versos despliegan los signos del mundo "cumplido", como don que los amados (Dios y el Hombre) se ofrecen y comparten, en la gran naturaleza hecha espacio-tiempo de comunión sin fin. Así aparecen los signos de Dios, su presencia: el aire compartido, que es beso de amantes, canto de eternidad, soto de cielo, en la noche iluminada por la llama de los ojos y las manos de Dios.
De esto hablé ayer en el coloquio Raspanti de Morón, Buenos Aire, que hoy ha terminado. Buen día a todos.
(Imagen: Dios no es como el aire que respiro, sino el mismo aire que respiro)
CB 39:
el aspirar el aire,
el canto de la dulce filomena,
el soto y su donaire
en la noche serena,
con llama que consume y no da pena .
El gozo anterior de la mirada (vámonos a ver en tu hermosura) se vuelve eternidad de aire compartido (beso final), noche de vida en llama de nuevo nacimiento. Los amantes han penetrado en las cavernas de la Piedra (CB 37) y repiten sin fin los placeres del primer encuentro (CB 38), cantando a la Vida (en vida ya resucitada).
1. El aspirar el aire.
La vida del hombre es un beso de Dos, aliento cósmico/divino, que sustenta y unifica a todos los vivientes . Ciertamente, han existido y existen otros signos de vida universal, que también se han vinculado o pueden vincularse a Dios: la tierra madre, de la que nacemos, el agua que alimenta a plantas y animales, la sangre de las venas, las ondas del cerebro y las neuronas... Pero el más importante ha sido y sigue siendo, en un plano simbólico, el aliento de manera que morir se identifica con expirar (no respirar, no tomar ya más aire) .
Del aliento de Dios hemos nacido (Gen 2, 7), y así vivimos compartiendo la respiración de Dios, el aire de la vida, signo de amor. Por eso, el aire nos vincula y sostiene, sobre todas las restantes distinciones. En este contexto ha desarrollado SJC la más honda teología del aliento de Dios, suponiendo que los hombres respiran en Dios, pues reciben y comparten la vida de su Espíritu como un aspirar del aire:
El aspirar del aire es una habilidad que el alma dice que
le dará allí Dios, en la comunicación del Espíritu Santo,
el cual, a manera de aspirar,
con aquella su aspiración divina,
muy subidamente levanta el alma y la informa y habilita
para que ella aspire en Dios la misma aspiración de amor
que el Padre aspira en el Hijo y el Hijo en el Padre,
que es el mismo Espíritu Santo,
que a ella (al alma) la aspira en el Padre y en el Hijo
en la dicha transformación, para unirla consigo.
Porque no sería verdadera y total transformación
si no se trasformase el alma en las tres Personas
de la Santidad Trinidad en revelado y manifiesto grado.
Y esta tal aspiración del Espíritu Santo en el alma
con que Dios la transforma en sí,
le es a ella de tan subido y delicado y profundo deleite
que no hay que decirlo por lengua mortal...
Porque el alma, unida y transformada en Dios,
aspira en Dios a Dios
la misma aspiración divina
que Dios – estando ella en Él transformada –
aspira en sí mismo a ella
(Coment 39, 3).
El aspirar del aire es la comunicación del Espíritu Santo, de manera que el hombre se halla inmerso en la misma aspiración (respiración) de Dios, recibiendo su aliento (Espíritu de vida) y respondiendo: dando a Dios su aspiración divina. Esta audaz formulación trinitaria deriva de todo lo indicado en los comentarios anteriores: el hombre que ama se encuentra introducido en Dios y así recibe y comparte (comunica) el mismo ser divino, entendido como “aire” o "espíritu" santo.
Esta aspiración pasa, por tanto, “de Dios al alma y del alma a Dios” (Coment 39, 4), de manera que por ella el alma se vuelve deiforme, transformada en las tres personas “en potencia y sabiduría y amor”. Por eso, los santos (es decir, los creyentes y amantes) son “una cosa (con Dios), por unidad y transformación de amor”, no por esencia natural, sino por don divino.
Esto significa que somos Dios por gracia (no por mérito), en comunicación personal, y el amor que nos tenemos, al dar y compartir la vida (al aspirar el aire), es el mismo amor divino (cf. Coment 39, 5-6). Estamos inmersos en Dios, comunión personal (trinitaria), de tal manera que Dios mismo es quien alienta allí donde unos hombres comparten aliento y existencia (se besan). Esta es la meta del ser, la consumación de amor perdurable, que al fin de este canto aparece en el signo de la llama. Este es el Espíritu divino, fuego y aire, amor compartido, inspiración, aspiración, conspiración divina y humana:
1. In-spiración divina. Dios Padre-Madre no se cierra en sí, como círculo en torno de su centro, sino que se difunde, ofreciendo aliento y vida a los hombres. Por eso decimos que ellos brotan de la respiración de Dios y en ella moran. En este contexto solemos hablar de in-spiración, para indicar que la vida más honda nos llega de fuera, nos viene de arriba, de tal modo que somos porque Dios nos in-forma (nos ama). Así podemos añadir que el mismo Dios está in-spirando su Vida en nuestra vida, de manera que somos (sentimos, entendemos y pensamos) en su aliento .
2. Aspiración humana. El hombre no es un simple ser pasivo, que se limita a recibir el aliento de Dios (como una flauta, una vasija), sino un Hijo que acoge de tal forma ese aliento que lo hacer suyo (propio) y puede responder al mismo Dios, devolviéndole su aliento, de manera que Dios sea divino (todo en todos). Se completa así el ciclo de re-spiración del hombre que es in-piración (acogida) y ad-spiración (respuesta), de manera que mora al interior de Dios, dialogando con él. En este contexto, JSC afirma que el hombre recibe, por don divino, el poder de “aspirar al mismo Dios”, es decir, de compartir con Dios el misterio del amor originario .
3. Conspiración mutua. Esa respiración dialogal (inspiración y aspiración) se expande y amplía en forma de con-spiración, de manera que son dos los que respiran en común (el hombre y Dios, los hombres que se aman y buscan en común su dicha) En las estrofas anteriores, los amantes habían entrado en las cavernas de la peña, en duro ascenso de amor (Coment 37). Ahora parecen haber vuelto a un mundo externo y se instalan para siempre en el lugar tranquilo, en el soto donde canta el ave-ruiseñor (filomena). Allí respiran en común y de esa forma son uno en el otro, conspirando en comunión de amor y en despliegue personal (dual) que la tradición ha vinculado con el Espíritu Santo, para bien de toda la humanidad .
En esta respiración común culmina el canto, se cumple y completa la belleza del amor, que es el sentido de la vida. Han quedado atrás otros momentos del camino. Sólo el amor, que es belleza eterna, hermosura de visión, respiración común, permanece para siempre y aparece como principio creador, en línea de con-spiración.
2. El canto de la dulce filomena.
Filomena o filomela es el ruiseñor que, conforme al antiguo simbolismo griego, canta una melodía de cielo, vinculada al aspirar del aire, silbo amoroso (cf. CB 14) qu nos arroba y reconcilia con la vida. Cuando todo culmina y el amor se cumple, llegando la vida a su cielo, canta el ruiseñor en la noche:
(Esta es)... la dulce voz de su Amado a ella,
en la cual ella hace a él su sabrosa jubilación;
y lo uno y lo otro llama aquí canto de filomena;
porque, así como el canto de filomena, que es el ruiseñor, se oye en la primavera,
pasados ya los fríos, lluvias y variedades del invierno...
así en esta actual comunicación y transformación de amor
que tiene ya la esposa... amparada ya y libre
de todas las turbaciones y variedades temporales,
y desnuda y purgada de las imperfecciones, penalidades
y nieblas, así del sentido como del espíritu,
siente nueva primavera en libertad y alegría de espíritu, en la cual siente
la dulce voz del Esposo, que es la Dulce filomena... (Coment 39, 8).
Esta es una voz compartida: voz del Amado a su esposa y de la esposa a su Amado: cada uno canta en (y con) el otro, en dúo de música infinita, de manera que se escucha la melodía del ave de Dios, tonada de gozo del cielo. De esa forma se cantan uno al otro, uno en el otro, con voz de jubilación que nunca acaba: él le canta a ella, para que ella le cante a él, en boda eterna (pues las canciones de cuna han terminado). De esa forma, la paloma de la paz, tórtola de amor (de CB 34-35), se vuelve cantora de cielo, en la noche final de la realidad .
3. El soto y su donaire, en la noche serena. Soto era el lugar donde viven los amantes, resguardados, para siempre, en las riberas verdes de las tórtolas (cf. CB 34), en el collado de aguas puras de Dios (CB 36), en un mundo convertido en cielo. Cuando el amor sea pleno, el cielo de Dios bajará a la tierra de los hombres, como novia engalanada, en amor perdurable (cf. Ap 21, 2). No bajará para subir luego y abandonar así la tierra, sino para convertir cielo y tierra en paraíso, en una noche eterna de luz, sin sol ni luna externa, porque el mismo Dios y su Cordero la iluminará por siempre (cf. Ap 22, 1-5).
Este es el tiempo de la noche serena, de la contemplación ya clara y tranquila de Dios, noche sosegada, abierta a los “levantes de la aurora” (CB 15) que se expande en el día eterno de la transformación del Amado y de la amada. No necesitan sol ni luna, porque ellos mismos son la claridad gozosa y plena, el uno para el otro. Son noche de visión perfecta, más allá de todas las razones y leyes que definen la historia precedente, vieja, de los hombres.
4. Con llama que consume y no da pena.
Ellos mismos eran luz, ellos son llama: se van consumiendo uno en otro y de esa forma se consuman. La más honda realidad de Dios se vuelve fuego: los restantes símbolos quedan trascendidos y asumidos de algún modo en este fuego-luz, en la noche serena, que es hogar de respiración dialogal, llama de vida que existe al darse y se consuma al consumirse sin fin.
Porque, habiendo llegado al fuego,
está el alma en tan conforme y suave amor con Dios, que,
con ser Dios, como Dice Moisés, fuego consumidor,
ya no lo sea, sino consumador y refeccionador.
Que no es ya como la transformación
que tenía en esta vida el alma,
que, aunque era muy perfecta y consumadora en amor,
todavía le era algo consumidora y detractiva,
a manera del fuego en el ascua...
(Cf. Dt 4, 24. Coment 39, 14).
El fuego de este mundo consume y da pena, duele. El fuego del cielo consuma sin consumir ni consumirse: es fuego de luz, vida amorosa que se expande, sin perder fuerza ni perderse. En ese contexto la vida eterna es llama de luz en la noche internamente iluminada, canto de existencia superior, himno de Pascua, vida que triunfa y existe por la muerte.
En este contexto, recogiendo de un modo unitario las ideas de esta estrofa y de la precedente, podemos citar unos pasajes de Llama de Amor Viva, donde de SJC ha evocado la culminación de su experiencia amorosa, por la qu el mismo mundo (la respiración) aparece como realidad de Dios.
El texto de Llama no habla de los temas que acabamos de evocar (aspiración, melodía común, llama compartida), pero evoca y despliega de un modo consecuente la misma experiencia, al entender la realidad como regalo de bondad, que Dios ofrece al hombre y que el hombre regala nuevamente a Dios, en comunión de amantes. En este contexto, SJC dice que el alma “da a Dios en Dios la misma bondad y ser de Dios, porque no lo ha recibido sino para darlo...” (cf. Llama 78). Así expresa la más honda metafísica, así habla de Dios. No le presenta como Esencia Suma, ni como Infinitud Radical Aseidad o Auto-conocimiento, sino como amor que se expande y comparte, vida divina que el hombre recibe al regalar su vida:
(El alma) está dando en su Querido esa misma luz y calor
que está recibiendo de su Querido.
Porque, estando ella aquí hecha una misma cosa en él,
en cierta manera es ella Dios por participación...
Y a este talle, siendo ella
por medio de esta sustancial transformación sombra de Dios,
hace ella en Dios por Dios lo que Él hace en ella por sí mismo,
al modo que lo hace, porque la voluntad de los dos es una,
y así la operación de Dios y de ella es una.
De donde, como Dios se le está dando con libre y graciosa voluntad,
así también ella, teniendo la voluntad tanto más libre y generosa
cuanto más unida en Dios, está dando a Dios al mismo Dios en Dios
y es verdadera y entera dávida del alma a Dios.
Porque allí ve el alma que verdaderamente Dios es suyo
y que ella le posee con posesión hereditaria... (Llama 78).
Existiendo en Dios (por gracia divina), el hombre puede devolver y regalar a Dios lo que de Dios ha recibido, es decir, su mismo ser, queriendo y actuando. De esa forma se puede afirmar que el alma (= hombre) hace en Dios, por puro don divino, lo que Dios hace en ella, de manera que estando uno en otro realizan la misma operación, pues el despliegue del amor divino es el mismo amor humano. En ese contexto se debe hablar de un recíproco amor activo, por el que Dios regala (concede) al hombre el ser humano y el hombre regala a Dios su mismo ser divino (“el alma está dando a Dios al mismo Dios en Dios”) . Uno al otro se regalan, Dios al hombre y el hombre a Dios:
Y así entre Dios y el alma está actualmente formado un amor recíproco
en conformidad de la unión y entrega matrimonial,
en que los bienes de entrambos, que son la divina esencia,
poniéndolos cada uno libremente
por razón de la entrega voluntaria del uno al otro,
los poseen entrambos juntos, diciendo el uno al otro
lo que el Hijo de Dios dijo al Padre por san Juan:
todos mis bienes son tuyos, y tus bienes míos...
(Cf. Jn 17, 10. Llama 79)
Este es el modelo final donde el amor engendrador (de Padre-Madre hacia el Hijo) se convierte en amor de desposorios. Por un lado, todo es don, proceso engendrador, que brota y se despliega desde el Padre-Madre. Por otro lado, todo es encuentro de amor del Padre con el Hijo en el Espíritu, comunicación matrimonial de esencia. Así decimos que el hombre es humano viviendo al interior del ser divino, en un mundo que es Dios hecho presente .