Testimonio de Carmen Casanova Tomás, un valioso legado espiritual Vivir y creer en horizontal

Vivir y ceer en horizontal
Vivir y ceer en horizontal

"Conviene recordar que la mayoría de nosotros pasamos, prácticamente, un tercio de nuestra vida en horizontal; y que no todos lo hacemos de la misma manera ni igualmente"

"Hoy hablaremos de alguien que vivió, no un tercio, ni la mitad, sino prácticamente toda su vida y todas sus relaciones en horizontal, tumbada boca abajo sobre una camilla de ruedas: Carmen Casanova Tomás"

"Murió hace unos meses, a los 81 años, en su casa natal. Muchos no la conocéis por supuesto, pero merece la pena acercarse a su historia"

Desde que la evolución nos condujo hasta el homo erectus la humanidad ha caminado erguida y en pie pendiente de la verticalidad, siempre en “ascensión”. Pero una vez alcanzado el homo sapiens, no parece ser lo más inteligente pretender progresar a cualquier precio y en rivalidad con el otro. Quizá sea importante una vuelta a la realidad horizontal que también forma parte integrante de nuestra identidad biológica y espiritual. Llegar a ser verdaderamente homo sapiens (no solo anatómicamente) es un desafío permanente si queremos llegar a ser hombres y mujeres hondamente humanos y verdaderamente sabios. Un desafío que exige mantener algunos equilibrios esenciales.

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En este sentido conviene recordar que la mayoría de nosotros pasamos, prácticamente, un tercio de nuestra vida en horizontal; y que no todos lo hacemos de la misma manera ni igualmente: unos, los privilegiados en el reparto injusto de los recursos de esta tierra de todos, lo hacemos durmiendo plácidamente sobre un espléndido colchón, en la cama y en una vivienda digna. Millones de empobrecidos por las injusticias y las desigualdades, lo hacen en el suelo, bajo el cielo raso o en una improvisada chabola. También otras experiencias las vivimos en horizontal: recostados en el sofá para descansar, leer, conversar o reflexionar; o tendidos para ser explorados por un sanitario en algún hospital; o quizá para relatar nuestra angustiosa y estresante existencia tumbados sobre el diván de algún psiquiatra de turno. Y finalmente un día yaceremos todos, también de manera desigual: con alguna ceremonia más o menos convencional algunos, no pocos en los campos de batalla de tantas guerras asesinas y destructivas. 

Carmen
Carmen

Testimonio

Hoy hablaremos de alguien que vivió, no un tercio, ni la mitad, sino prácticamente toda su vida y todas sus relaciones en horizontal, tumbada boca abajo sobre una camilla de ruedas: Carmen Casanova Tomás. Nació en un pueblo pequeño de la provincia de Castellón (La Pobla Tornesa), en el seno de una familia de campesinos. Murió hace unos meses, a los 81 años, en su casa natal. Muchos no la conocéis por supuesto, pero merece la pena acercarse a su historia. 

En la aurora llegó la oscuridad

Sucedió mientras el pueblo participaba en el Rosario de la aurora. Así lo contaba ella el vigésimo aniversario de la tragedia:

De pronto, inesperadamente, como ocurren siempre estas cosas, un accidente cambiaba totalmente el curso de mi vida. Se derrumba una vieja casa del pueblo en el preciso momento en que sus gentes orábamos en procesión, sepultándonos a un grupo bajo un montón de escombros. Desde ese momento no he podido caminar más, ya que mi médula quedó fracturada”. (Testimonio, Boletin Frater, 1980, número 144)

Algunas personas murieron, otras mal heridas lograron sobrevivir. El pueblo entero quedó inmerso en la desolación y la impotencia. Sucedió exactamente como expresa La aurora, uno de los poemas de Federico García Lorca: un huracán de negras palomas frustraron el amanecer, la luz fue sepultada por cadenas y ruidos… y allí no hubo mañana ni esperanza posible. 

Carmen sobrevivió, tenía aquel fatídico día 16 años. Sus piernas quedaran para siempre inmóviles, rígidas y sin sensibilidad. Aquella madrugada piadosa hirió gravemente su cuerpo frágil y en desarrollo; pero también su alma quedó profundamente herida: su fe, su “piedad”, la devoción y Dios, ya no serán tampoco lo mismo. Volvamos a su testimonio:

Pasé algún tiempo entre la vida y la muerte internada en un hospital, no me daba cuenta de lo que me pasaba… Mi escasa cultura contribuía a que se me pudiera engañar fácilmente, con el agravante de que no concebía la vida acostada en una cama o en una camilla de ruedas”.

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Carrera de obstáculos

Sobreviviente, tendrá por delante largos años de peregrinación y peregrinaciones en silla de ruedas, hasta que finalmente la rigidez de sus piernas la obligó a vivir tumbada boca abajo, sobre una camilla de ruedas. El sueño de volver a andar será la primera prioridad. Sueño que nunca llegará a ser realidad.

La oscuridad se verá acrecentada por la falta de recursos y por la situación social y económica de aquellos años de post guerra. Una profunda depresión económica, con el consiguiente deterioro de las condiciones de vida, sin atención sanitaria suficiente, ni leyes, ni programas de atención a las personas con discapacidad…, invitaban a los peores augurios. En esta situación, Carmen cuenta únicamente con el cariño de sus padres y con la fuerza interior (todavía desconocida) para hacer frente a la adversidad y superar las diversas barreras que se adivinan en el horizonte de su existencia.

Delante una disyuntiva: dejarse empujar por el desánimo y hundirse en la desgracia aislándose entre lamentaciones y reproches; o por el contrario armarse hondamente de voluntad y coraje. Esta fue su decisión: ¡vivir! Y, efectivamente se convirtió en un ejemplar de persona humana sobresaliente en el arte de “ascender”: limitaciones y fracasos irán dando paso a sorprendentes oportunidades. La ilusión y la alegría de vivir volverán a instalarse en su corazón para no abandonarlo nunca. Pero no fue nada fácil.

Como si de una carrera de obstáculos se tratara, tendrá que liberarse, en un primer momento, de los presagios y pronósticos que contaminaban su cerebro: unos con intervenciones quirúrgicas fallidas, otros sentenciándola a muerte (no sobrevirirá, será toda su vida una desgraciada, inútil, una carga para su familia); no pocos transportándola a las nubes (Dios hará un milagro, la reliquia de algún que otro santo o la mismísima Virgen la curará…).

"Carmen pudo soportar este ambiente de competencia pseudo-religiosa entre devotos y congregaciones, más preocupadas por añadir al currículum de sus reliquias un nuevo milagro, que por los sentimientos y las verdaderas necesidades de la joven y de su familia"

La mentalidad de la época y el excesivo celo de quienes se acercan a los enfermos sin escuchar, empeñados en la solución prodigiosa, la empujaban al caos interior. La llevaron en varias ocasiones hasta el Santuario de Lourdes (en alguna ocasión con zapatos nuevos en el equipaje y envuelta entre estampitas). Resulta admirable comprobar cómo Carmen pudo soportar este ambiente de competencia pseudo-religiosa entre devotos y congregaciones, más preocupadas por añadir al currículum de sus reliquias un nuevo milagro, que por los sentimientos y las verdaderas necesidades de la joven y de su familia. Impresiona su sinceridad cuando habla de aquella época en el Testimonio que estamos citando:

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La gente que había a mi alrededor me consideraba una elegida de Dios, una afortunada por la prueba que estaba pasando, siempre con la idea de que era pasajera mi situación. Pero yo me rebotaba contra Dios (…) Así pasé algunos años, viviendo en una continua farsa: con todos era amable, nunca me quejaba, mi comportamiento era ejemplar, todo el mundo me admiraba; pero no era tanta mi conformidad y mi paz, pues yo, sin querer, odiaba a todos incluyendo a Dios. Estas consideraciones me ahogaban, me anulaban, siempre quería huir de mí misma, como solución la muerte”.

"Yo, sin querer, odiaba a todos incluyendo a Dios"

Hoy bien entrado el siglo XXI, resulta todavía más incomprensible que sigan vigentes este tipo de prácticas, propias de épocas ancestrales, de cosmovisiones mitológicas (de Dios y de la naturaleza) y claramente contraculturales. No sé cuándo nos libraremos en esta Iglesia nuestra de esa necesidad de ver y tocar cosas sagradas para creer…  con lo fácil que resultan de entender las palabras de Jesús: ¡Dichosos los que crean sin haber visto! (Juan 20, 39). Afortunadamente Carmen consiguió que, ni los agoreros de la muerte le quitasen las ganas de vivir, ni los ridículos santones terminasen empujándola hacia el victimismo o la increencia.

"Afortunadamente Carmen consiguió que, ni los agoreros de la muerte le quitasen las ganas de vivir, ni los ridículos santones terminasen empujándola hacia el victimismo o la increencia"

Estos episodios de los primeros años de la vida de Carmen vividos en horizontal, me trasladan al relato de la Hija de Jairo (Marcos 5, 41-43): unos lloriqueaban dándola por muerta, otros buscaban al chamán que curaría a la niña; ella mientras tanto esperaba en silencio poder vivir. Y llegó Jesús, primero hizo callar a los primeros; a los segundos, les mandó alimentarla y Él, se acercó, la tomó de la mano, y finalmente y le dijo: ¡Levántate! Talitha qumi. 

Contemplo la historia de Carmen hondamente, y descubro en ella un itinerario espiritual casi idéntico al que plantea el relato de Marcos: cuando desaparecieron las lamentaciones y los falsos augurios de oscuridad y de muerte, despertó, encontró a Jesús, escuchó talitha qumi y se levantó. Una y mil veces repetiría Carmen estas mismas palabras, años después a muchos de sus compañeros fraternos con graves discapacidades y situaciones similares a la suya. Palabras del Evangelio que tienen una fuerza increíble si se pronuncian por alguien dispuesto a acompañar, servir y sacar del ostracismo y la exclusión.

Nuevo amanecer

Como afirma Octavio Paz, El mundo cambia si dos se miran y se reconocen. Carmen no necesitó milagros para recuperar sus piernas, necesitó corazones hermanos dispuestos a mirarla, reconocerla y caminar con ella. Fue Frater quien se los regaló, quien la condujo poco a poco a abrazarse de nuevo a Jesucristo y a reencontrarse con la Iglesia del Evangelio. Frater es un Movimiento eclesial de laicos de Acción Católica, profundamente sinodal. Sus miembros viven la fe en convivencia pacífica con la fragilidad de sus cuerpos, como ciudadanos unos de otros.

Conocí la Fraternidad, con el contacto personal y el testimonio de otras personas con discapacidad, me sentía a gusto con los amigos, empecé a calmarme, como una lluvia suave que poco a poco iba soltando de mí y arrastrando fuera todos esos sentimientos de culpabilidad, odio, rencor, desconcierto etc. A medida que iba conociendo la Fraternidad aumentaba mi ilusión por vivir y hacer vivir a otras personas, enfermas o sanas, que estaban cerca de mí”.

En contacto con jóvenes con discapacidad miembros de Frater, sanó muchas de sus heridas. Se inició al Movimiento, empezó a valorar su propia existencia más allá de cualquier limitación. Conquistó su libertad interior, supo lo que quería y con fortaleza se puso a caminar con la camilla a cuestas: visitas a domicilio, conversaciones en el hospital, convivencias, colonias y finalmente un Equipo de Vida y Formación son algunas de las experiencias donde Carmen encontró verdaderas amistades, formación y compromiso apostólico. Atrás quedó la centralidad del “yo” y prioridad por la salud corporal para buscar, junto a otros la promoción humana integral de todas las personas con discapacidad. La justicia social, la lucha por los derechos humanos, la solidaridad y el servicio a las personas con discapacidad fueron el nuevo rosario de su fe y de su piedad. 

Recorrió miles de kilómetros, viajando en horizontal, en coche o furgoneta, para participar activamente en la vida del Movimiento, asumió responsabilidades diocesanas, de zona y nacionales, inició a otros y acompañó a los equipos; y lo hizo con una fe adulta y profunda. Su nuevo renacer desmintió a quienes pronosticaban su inactividad de por vida o su muerte y desautorizó a quienes buscaban la solución en la intervención sobrenatural de un Dios arbitrario con la salud de las personas y las leyes de la naturaleza.

De la horizontalidad a lo más alto

Con su vida horizontal, nos deja un valiosísimo legado espiritual, que celebramos y agradecemos quienes hemos compartido su vida y su fe. Legado profundamente evangélico que tiene también dimensión universal.

No es fácil alcanzar niveles de serenidad y felicidad sobresalientes haciendo frente al desafío de vivir en compañía de graves episodios de enfermedades y diversas limitaciones, conviviendo día a día con una paraplejia que mantiene inerte gran parte de su cuerpo y compartiendo el dolor y el sufrimiento de muchos de sus amigos, de igual gravedad o mayor que la suya. Carmen dejó de ser la mujer “minor” que se dibujaba para ella, para llegar a ser una persona “maior. Tampoco es previsible imaginar que, a ras del suelo, con el rostro hacia abajo, se pueda llegar a lo más alto que un ser humano puede llegar a alcanzar. Carmen la de La Pobla, lo consiguió porque supo alzar la mirada, para desplegar las posibilidades más sublimes que habitaban en su interior y ponerlas al servicio de la justicia y la fraternidad. Precisamente en ser para los demás consiste la espiritualidad cristiana. 

Carmen, en horizontal, con su discapacidad a cuestas, vivió enamorada del proyecto de Jesús, de sus gestos y sus palabras; como muchas de sus amigas/os y compañera/os de Frater, finalmente encontró el tesoro escondido del que habla el Evangelio y desde entonces, todo lo demás pasó a un segundo plano. Los hechos de vida, la experiencia espiritual y el compromiso humanizador de su fe, pueden iluminarnos a muchos; especialmente si buscamos vivir y crecer desde lo profundo, sin detenernos en las limitaciones, las apariencias y las conquistas materiales. 

Como señalábamos al iniciar este artículo, vivir en posición apaisada es más común y necesario de lo que imaginamos. Lo importante no es, pues, la posición física corporal en la que transcurren nuestras horas y nuestros días, lo importante será evitar vivir sin sentido o en el absurdo que no pocas veces nos amenaza cuando seguimos la ruta marcada por nuestros planes egocéntricos y deshumanizantes; sino por el contrario vivir, con significadoy hondamente, cada experiencia, y muy especialmente nuestras relaciones. 

EL SENTIDO DE LA VIDA» VIKTOR FRANKL - COPPS Psicólogos en Valencia.

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