Navidad en el kilómetro cinco de Centroáfrica Prohibido aceptar regalos de Navidad... con excepciones
Los dos líderes de un grupo de jóvenes -cristianos y musulmanes- al que hemos apoyado durante este año me han llamado para que les encontrara “para un asunto importante”. Cuando he llegado, ambos me esperaban con dos hermosos pollos, que me han dado como regalo para la Navidad. Hacia anos que no me sentia tan contento por estas fechas.
| Jose Carlos Rodriguez Soto
“Ante la proximidad de la celebración de las fiestas de Navidad, en las que es habitual el ofrecimiento de regalos, se recuerda a todo el personal la obligación de conformarse estrictamente a la política en vigor sobre esta costumbre…” Todos los anos, a primeros de diciembre, los que trabajamos en alguna de las oficinas de Naciones Unidas recibimos un correo que empieza con un párrafo redactado en estos o parecidos términos. No es ninguna sorpresa. En el curso sobre ética que tenemos que hacer de forma obligatoria antes de incorporarnos a un nuevo trabajo, se subraya por activa y por pasiva una de las normas de la casa: está prohibido aceptar regalos, y punto.
La razón siempre me ha parecido muy justa. En el país donde le toque trabajar, un funcionario de la ONU suele relacionarse de forma habitual con personas como ministros, directores generales, alcaldes, oficiales militares y otras autoridades. Aceptar un regalo procedente de personas de alguna de estas categorías -ya sea dinero, invitaciones a cenas en ambientes lujosos, tickets para lugares de vacaciones o cualquier otro objeto o servicio de valor- puede suponer un serio riesgo de perder la independencia, y mucho más si esto sucede en un país que atraviesa una crisis política o un conflicto serio, como es el caso en el lugar donde trabajo, la República Centroafricana, donde la ONU tiene una fuerza de mantenimiento de la paz.
Recuerdo una ocasión en la que acompañé a un Representante Especial en una misión diplomática bastante delicada en un país africano. Al final de su estancia en el hotel de la capital donde se hospedo durante una semana, el buen hombre se negó en redondo a aceptar que fuera la oficina del Presidente del país quien le pagara la factura. “Una de las cosas que tengo que decirle claramente es que tiene que ser más transparente en la gestión de fondos públicos”, me dijo, lo que en el lenguaje diplomático viene a ser algo así como: deje usted de robar. “Si acepto que me pague el hotel, ¿te imaginas con qué autoridad moral voy a poder hacerle esta observación?”
Durante las últimas semanas no me han faltado ocasiones en las que me ha venido a la cabeza esta política de no aceptación de regalos, que -como todo en la vida- tiene alguna excepción. Si que está permitido intercambiar regalos entre compañeros de trabajo, así como aceptar cosas de poco valor que no comprometan mucho, sobre todo cuando rechazarlas en público podría suponer una humillación para el que las ofrece. En este último caso es aconsejable informar a los jefes, para curarse en salud.
En mi caso, no suelo tratar mucho con grandes personalidades. A lo sumo, con jefes de barrio, consejeros municipales, líderes religiosos… prácticamente siempre en zonas de Bangui que han sufrido enfrentamientos violentos, destrucción y desplazamiento. No es habitual que alguna de estas personas te haga un regalo, y -durante estas fechas navideñas- en todo caso lo más habitual es que seas tu el que hagas el regalo. Puede ser para que una familia pueda llegar a final de mes, una viuda pueda mandar a sus hijos al colegio o una víctima de un ataque pueda pagarse el tratamiento en el hospital. Y también, por qué no, para que dos curas que se desviven en una parroquia en un lugar conflictivo puedan disfrutar de un buen vino tras la misa de Nochebuena, que muy merecido se lo tienen.
Esta mañana, me he encontrado con una situación que no me esperaba. Los dos líderes de un grupo de jóvenes -cristianos y musulmanes- al que hemos apoyado durante este año me han llamado para que les encontrara “para un asunto importante”. Cuando he llegado, ambos me esperaban con dos hermosos pollos, que me han dado como regalo para la Navidad. Son parte de un proyecto de cría de aves que, al parecer, les ha ido bastante bien. Confieso que, por un momento, no he sabido muy bien cómo reaccionar, aunque al final me he imaginado que probablemente no estoy en una situación en la que vaya a perder mi independencia ni nada parecido. Como mucho, lo único que podre perder es el poco progreso que había realizado durante las últimas semanas con un régimen para perder peso.
He vuelto a la oficina, no sabiendo donde guardar los pollos, mientras me he cruzado con ríos de gente que van a comprar al gran mercado del Kilometro Cinco. La mayor parte de ellos, se conformarán con adquirir algún peluche -casi siempre de segunda mano- para sus niños. Yo, tan contento con mis dos pollos como si me acabara de encontrar con los pastores y yo me dirigiera al portal de Belén. Espero que nadie me abra expediente por aceptar este regalo. Feliz Navidad a todos.