Aclamaciones y saludos cantados
He participado, sin embargo, en algunas celebraciones fuera de nuestro país en las que he apreciado melodías sencillas, pegadizas, de singular belleza, del todo ajenas al rancio sonsonete clerical, fácilmente asequibles por los celebrantes, y que se prestan admirablemente para saludar a la asamblea, invitarla a la plegaria y para establecer, llegado el caso, una sugerente alternancia de aclamaciones breves y vigorosas. Este tipo de saludos, diálogos y aclamaciones, previstos para momentos diferentes a lo largo de la celebración, aseguran un clima litúrgico más festivo y alegre. Los momentos a que me refiero pueden ser el saludo inicial, la invitación y aclamaciones del acto penitencial, la colecta, el saludo que precede a la proclamación del evangelio, una posible aclamación vibrante al final del evangelio y las respuestas de la asamblea a la oración de los fieles que pueden idearse en forma de aclamaciones o de oración litánica.
En esa misma línea me gustaría referirme al canto de la plegaria eucarística. Hay varios momentos en los que resultaría aconsejable el uso del canto. Pienso en el diálogo inicial, dotado quizás de una melodía más festiva y libre de resabios, en la aclamación que sigue a las palabras del relato y en la doxología final. Son momentos que deberían asegurar las grandes intervenciones de la asamblea y su presencia activa en la celebración. En un segundo nivel seguramente situaría yo la importancia del canto del prefacio y, en las fiestas más importantes, el canto, muy sencillo y elemental en este caso, de las palabras de la consagración.
El resultado de la interpretación cantada de este conjunto de intervenciones y plegarias dará con toda seguridad a la celebración un aire de mayor solemnidad y quizás, hasta de mayor belleza. Para conseguir este resultado hace falta que el celebrante interprete esmeradamente y con gusto los textos musicalizados. Será necesario, además, que las altas instancias litúrgicas de nuestro país faciliten melodías sencillas y de mayor calidad. También cabría la posibilidad, a mi juicio, de que a nivel local o diocesano, las delegaciones diocesanas de liturgia estudien la posibilidad de contactar con expertos capaces de crear este nuevo tipo de melodías. Es una clara apuesta por la promoción de iniciativas renovadoras y por una sana creatividad.