Celebración penitencial en San Pedro
Ya habíamos visto, hace años, al santo papa Juan Pablo II entrar en un confesionario de la basílica vaticana para escuchar las confesiones de los fieles. Aquel gesto nos conmovió y nos llenó de admiración. Ahora, en cambio, vemos al papa Francisco acercarse al confesionario, también en la basílica vaticana, y arrodillarse humildemente para confesar sus pecados ante el sacerdote y recibir la absolución sacramental. En esta ocasión él mismo ha presidido la celebración comunitaria de la reconciliación, sin protocolos especiales, ajustándose a un formato celebrativo sencillo, cercano y austero; ha pronunciado las oraciones, ha escuchado la palabra de Dios y ha predicado la homilía a toda la asamblea.
No puedo pasar por alto el mensaje ofrecido por el papa Francisco en su homilía, sencilla y humilde. Una homilía corta, cercana. Nos ha recordado que la cuaresma es un llamamiento a la conversión, a cambiar de vida; nos ha invitado a reconocer nuestros pecados, recordándonos con san Juan que «si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es Él para perdonarnos» (1Jn 1, 8-9).
De modo especial, adentrándonos ya en la mística de la pascua, nos ha invitado a revestirnos del hombre nuevo, a vivir más profundamente la vida nueva, a abandonar los comportamientos del pecado y asumir los comportamientos de bondad y de verdad. Nos recuerda el papa Francisco que «del corazón del hombe renovado según Dios provienen los comportamientos buenos: hablar siempre con la verdad y evitar toda mentira. No robar… no ceder a la ira, al rencor y a la venganza, sino ser mansos, magnánimos y dispuestos al perdón; esto es revestirse del hombre nuevo, adoptando actitudes nuevas».
El papa nos invita finalmente a permanecer en el amor, en el amor que nos ayuda a vencer el pecado y a recomenzar nuestra vida de fe. Al final de la celebración estaremos en condiciones de transmitir a los hermanos la alegría del perdón; porque, en labios del papa, celebrar la reconciliación es celebrar «una fiesta», una fiesta gozosa y alegre. Es celebrar el encuentro reconciliador con el Padre que nos ama, nos acoge y nos abraza. Ahondar en esta dimensión festiva del perdón enriquece sobremanera el sentido profundo de la penitencia y nos abre un horizonte nuevo, de alto calado teológico y espiritual, para una pastoral renovada del sacramento del perdón.