Cuaresma y utopia
La historia del Éxodo arrastra experiencias de opresión y de sufrimiento, de rebelión y resistencia, de promesa y esperanza, de huida y peregrinación. Hay que ponerse en camino, hay que confiar en la promesa y hay que fijar la mirada en esa tierra prometida en la que manan leche y miel. Este camino es una huida y, al mismo tiempo, una rebelión, es una experiencia liberadora y de emancipación. En el horizonte una meta de libertad y de felicidad. Es la gran utopía mesiánica, la que alienta la esperanza del pueblo y alimenta todas sus expectativas. No hay certezas absolutas ni cálculos matemáticos. Solo la fe, la confianza incondicional en la promesa de Yahvé. Ahí encuentra su apoyo seguro la esperanza.
Nuestra cuaresma es también un caminar en la esperanza. Partimos de una experiencia de opresión y de resistencia. Vivimos en una sociedad atormentada, machacada por los sobresaltos, las opresiones de todo tipo; nos amenaza el peligro de la pobreza inmisericorde, la angostura de la supervivencia, el miedo a los locos ataques del fundamentalismo terrorista. Nos sentimos víctimas de los egoísmos y las injusticias de los poderosos, de sus maniobras corruptas, de sus políticas abusivas. De ahí partimos. Como los israelitas, también nosotros acabamos huyendo del despotismo de la injusticia y la opresión. Este es nuestro éxodo cuaresmal.
Toda nuestra vida, a lo largo de todo el año, es una gran cuaresma, un éxodo liberador
Toda nuestra vida es un gran éxodo, una gran marcha hacia la utopía pascual. Quiere decir que nuestra vida camina amasada de resistencia, con protestas y denuncias de todo lo injusto, de todo lo corrupto; nuestro éxodo camina cuajado de infidelidades y lealtades, de luchas por la libertad. Vamos caminando en la esperanza y en la confianza; porque la palabra que nos anima y conduce es una promesa segura, reconfortante. Porque esa palabra, prometedora y segura, apunta siempre a la meta. Porque esa palabra convierte nuestro éxodo en una apasionante utopía.