Evangelizar no es hacer proselitismo
Lo ha dicho el papa Francisco en un discurso dirigido a los miembros del Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras (PIME) el pasado día 20 de mayo de 2019. Sus palabras resultan claras y contundentes: «Hay un peligro que se repite -parecía anticuado, pero se repite-: confundir la evangelización con el proselitismo». Y continúa el papa mencionando a Benedicto XVI: : «La evangelización es el testimonio de Jesucristo, muerto y resucitado. Es Él quien atrae. Por eso la Iglesia crece por atracción y no por proselitismo, dijo Benedicto XVI. Pero esta confusión nace de una concepción político-económica de la 'evangelización', que no es evangelización. […] No se trata de buscar nuevos socios para esta sociedad católica; se trata de mostrar a Jesús: Él se muestra en mi persona, en mi comportamiento. […] Esto es evangelizar». (La cursiva es mía)
En la misma línea se expresó el Presidente de la Conferencia Episcopal Española, Monseñor Blazquez, en el discurso inaugural de la 111 Asamblea Plenaria de la CEE, el pasado 16 de abril de 2018, al hablar de la grave crisis de vocaciones sacerdotales y religiosas en nuestro país: «La evangelización no es proselitismo, sino anuncio «de la alegría del Evangelio que llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús» (Evangelii gaudium, n. 1). Los cristianos no debemos ser proselitistas que «recorren mar y tierra» en busca de adeptos (cf. Mt 23, 15); tampoco somos en la pastoral vocacional reclutadores de personal para nuestras obras. El Señor llama porque quiere y nos lleva en el corazón. Cada persona, en el diálogo con Jesús, el único competente para invitar, verá adonde es llamado. La vocación nace del amor del Señor y se responde por amor».
Esta apreciación siente el mismo aliento espiritual que inspiran las palabras de Pablo VI en la encíclica Evangelii nuntiandi (1975), a la que alude insistentemente el papa Francisco: «Las técnicas de evangelización son buenas, pero ni las más perfeccionadas podrían reemplazar la acción discreta del Espíritu. La preparación más refinada del evangelizador no consigue absolutamente nada sin él. Sin él, la dialéctica más convincente es impotente sobre el espíritu de los hombres. Sin él, los esquemas más elaborados sobre bases sociológicas o sicológicas se revelan pronto desprovistos de todo valor» (n. 75).
Porque, en última instancia, en la tarea evangelizadora el Espíritu es el protagonista, el que impulsa y confiere eficacia a la acción de los evangelizadores: «Ahora bien, si el Espíritu de Dios ocupa un puesto eminente en la vida de la Iglesia, actúa todavía mucho más en su misión evangelizadora. No es una casualidad que el gran comienzo de la evangelización tuviera lugar la mañana de Pentecostés, bajo el soplo del Espíritu. Puede decirse que el Espíritu Santo es el agente principal de la evangelización: él es quien impulsa a cada uno a anunciar el Evangelio y quien, en lo hondo de las conciencias, hace aceptar y comprender la Palabra de salvación» (n.. 75).
Estos testimonios son el punto de partida de mi escrito. Mi apuesta no es el resultado de ocurrencias caprichosas ni responde a un planteamiento arbitrario. Pienso, además, que el recurso a sistemas proselitistas es real; no son pocos quienes, en la actividad misionera y evangelizadora, piensan más en reclutar adeptos para la causa que en suscitar el reconocimiento personal y libre de Jesús, como Señor y Salvador. El afán proselitista recurre a veces a estrategias que respetan escasamente una respuesta libre y reflexionada de adhesión a la persona y al mensaje de Jesús; funciona como si la respuesta de fe y de conversión dependiera principalmente del poder y la eficacia de las estrategias empleadas; olvida sensiblemente que la adhesión de fe es un don de Dios y no el resultado de sistemas artificiosos. El anuncio del Evangelio no se apoya en campañas de promoción, ni en discursos enardecidos basados en sofisticados sistemas de persuasión, ni en el uso de pancartas ni de eslóganes publicitarios. El anuncio misionero escapa a las leyes del marketing. La evangelización no tiene nada que ver con la estrategia de unos comicios electorales.
La clave positiva para un enfoque correcto de la evangelización nos la ofrecen las palabras de Pablo VI en la Evangelii nuntiandi. Arranca de la clara convicción de que, por encima de todo, es la acción poderosa del Espíritu Santo la que anima y potencia toda la labor misionera. Él pone en los labios de los evangelizadores las palabras persuasivas y eficaces capaces de alertar el corazón de los oyentes; capaces también de provocar la conversión y el reconocimiento libre y personal de Jesús, de su mensaje provocador, del testimonio de su vida, de aquel que «pasó haciendo el bien» (Hch 10, 38).
La evangelización no va dirigida prioritariamente a crear adeptos que ese incorporen a la Iglesia, que se enrolen en sus filas y puedan inscribirse en los libros parroquiales; que enriquezcan las estadísticas de los que se declaran creyentes o practicantes. Eso no es lo prioritario; lo prioritario es, al anuncio del mensaje, tomar conciencia de la llamada y pronunciar un sí de adhesión a la persona y al mensaje de Jesús. Eso es lo que busca el evangelizador. Lo busca mediante la palabra, mediante el anuncio misionero. Pero también mediante el testimonio arrollador de su vida comprometida, entregada al servicio de los hermanos. La palabra y el testimonio de la vida constituyen el resorte del que Dios se sirve para suscitar la fe y la conversión de los hermanos. Y la oración; la oración inquietante y esperanzada, que confía en el poder amoroso del Dios de Jesús, que llama y espera.
También son necesarios los recursos, las estrategias. Es incuestionable. Por eso estamos urgidos a poner toda la carne en el asador, como diría el castizo. Pero, por encima de todo, se destaca la confianza en el Dios, Padre bueno, que quiere que todos se salven. Porque, en última instancia, la llamada y nuestra respuesta de fe es un don divino, algo que se nos da gratuitamente; que no es el resultado de nuestros esfuerzos, ni de nuestra inteligencia, ni de nuestras estrategias humanas. Porque, frente al proyecto salvador y liberador del Dios de Jesús, las estrategias proselitistas se perfilan como un recurso de escaso valor.