Feminismo, ¿hacia donde?

Ayer asistí a una charla pronunciada por Marifé Ramos, una teóloga madrileña que ejerce de profesora y de madre de familia con hijos. Así se presenta ella misma en su blog: “madre, doctora, teóloga, profesora, amiga y creyente”. Ahí es nada. Lo suyo no sé si fue una conferencia o, más bien, un delicioso chorreo de sugerencias, reflexiones, insinuaciones y soliloquios. Nunca un discurso académico, esquemático y rigurosamente armado. En todo caso un encanto de discurso. Para que uno pueda pensar, meditar y soñar. Esto debo agradecérselo al grupo de “mujeres y teología” de Logroño.

La presentadora del acto,Pilar Criado, que también nos describió el perfil de la conferenciante, nos la ofreció como una mujer cercana al mundo de las instituciones eclesiásticas y religiosas, bien equipada de títulos académicos y de armadura teológica solvente. Doctora en Teología Dogmática y Fundamental (Comillas), Licenciada en Ciencias Religiosas (Lovaina) y en Teología Pastoral (Salamanca). Es profesora en ejercicio en el Instituto Teológico de Vida Religiosa, Escuela Regina Apostolorum, de Madrid. Además dicta conferencias, dirige talleres de estudio, escribe libros y hasta imparte retiros y ejercicios espirituales a grupos de religiosos y religiosas. Seguro que cualquier eclesiástico madrileño apostaría orgulloso por estar investido de tales títulos y de mover semejante actividad.

Ahora viene mi reflexión. Me gusta el perfil de Marifé Ramos y aplaudo su capacidad para simultanear sus responsabilidades de teóloga y de madre, Yo la felicito. Pero aquí justamente engancha mi preocupación. Tengo el presentimiento de que muchas mujeres, inmersas en la lucha por reivindicar los derechos de la mujer en la Iglesia y en la sociedad, a mi juicio, no están dirigiendo su ofensiva en la dirección justa. Tengo la impresión de que muchas mujeres, en su justa aspiración por asumir cargos de responsabilidad en la Iglesia, actúan como si desearan desbancar a los clérigos de sus puestos para ser ellas quienes los ocupen; para ser ellas quienes dirijan la catequesis, quienes prediquen, quienes presidan las eucaristías y consagren, quienes confiesen y administren los sacramentos. El mimetismo clerical llega al colmo cuando, en esta febril escalada de responsabilidades, las mujeres no tienen empacho en colocarse el alzacuello y, en el caso de las obispas anglicanas, cubrirse con la mitra y demás atuendos episcopales. El espectáculo, mirado con serenidad, no deja de ser sorprendente.

Mi apuesta es por una teología feminista, elaborada desde la sensibilidad de la mujer, desde su agudeza y finura intelectual, desde su rica experiencia espiritual, desde su afectividad afianzada en la comunidad fraterna; una teología construida desde una lectura femenina de la Biblia, capaz de descubrir perfiles y horizontes que los teólogos varones apenas son capaces de vislumbrar; una lectura de la Biblia capaz de descubrir el plan de Dios en toda su hondura y proyección, capaz sobre todo de descubrir el nuevo rostro de Dios, padre y madre, desbordante de amor y ternura. De la mujer esperamos, al fin, una teología menos encorsetada por los cánones y más sensible a los nuevos soplos del Espíritu.

Mi apuesta es también por un acercamiento de la mujer al ministerio; no para que ellas se conviertan en una nueva forma de clerecía sagrada, sino para que se incorporen al equipo de cooperadores que ayudan a los líderes de las iglesias en la guía y animación del pueblo de Dios. Ese sería su puesto. Por ahí tendríamos que empezar, abriendo camino, asumiendo responsabilidades. Lo importante no es vestirse una casulla y colocarse en el altar para decir misa y consagrar. La responsabilidad primera es entregarse a la comunidad del pueblo de Dios, convertirse en guías y testigos de Jesús, ser los o las primeras en su seguimiento, en la caridad fraterna y en la solidaridad. Solo los primeros en la caridad podrán reunirse con el pueblo para presidir la eucaristía.
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