A vueltas con el misal preconciliar y los rigores de los tradicionalistas Francisco y Benedicto: dos decisiones enfrentadas para el mismo conflicto
"La figura del papa emérito Benedicto XVI se descubrió ante mí como un hombre de Dios. Digo esto de entrada; como se dice, para curarme en salud. Mi aprecio y admiración por él es indiscutible"
"Esta ha sido la actitud del papa Ratzinger frente a las pretensiones de los seguidores de Lefebvre y de otros grupos tradicionalistas, descontentos con la nueva liturgia. Una actitud complaciente y benévola, abierta al encuentro y al diálogo reconciliador; pero inoportuna y escasamente eficaz. Ahora vamos a tomar nota del tono discordante y decidido del Papa Francisco en su reacción ante el mismo problema"
"Las decisiones de “Traditionis custodes” representan algo así como la contrapartida y la desautorización de las disposiciones de “Summorum Pontificum”"
"Las decisiones de “Traditionis custodes” representan algo así como la contrapartida y la desautorización de las disposiciones de “Summorum Pontificum”"
“Te amo, Señor”. Estas palabras las pronunció el papa emérito en el momento de expirar. Reconozco que me conmovieron. Me hicieron descubrir el alma de un cristiano profundo, que vivía con intensidad el contacto íntimo con Dios, que amaba a Cristo y vivía con cariño su amistad con él. La figura del papa emérito Benedicto XVI se descubrió ante mí como un hombre de Dios. Digo esto de entrada; como se dice, para curarme en salud. Mi aprecio y admiración por él es indiscutible.
El conflicto, al que me refiero, lo provocó el arzobispo Lefebvre. Su actitud discordante desencadenó en la Iglesia una ola de resentimiento despechado en contra del Concilio Vaticano II y de sus decisiones más significativas. Su enfrentamiento a los planteamientos renovadores conciliares polarizó de forma contundente en una aversión rabiosa al nuevo misal romano. Los seguidores de Lefebvre expresaron tercamente su nostalgia de la vieja liturgia tridentina, de sus usos y ceremonias, del canto gregoriano, optando por seguir usando el viejo misal tridentino editado por Juan XXIII en 1962 y rechazando el uso del nuevo misal de Pablo VI.
Hay que dejar claro que, en el fondo, no se trataba de un problema de libros, ni de misales; en realidad, lo que se ventilaba era un problema de doctrina, de aceptación o no de la autoridad magisterial del Vaticano II. Las declaraciones de los líderes de estos grupos manifestaron sin titubeos su distanciamiento del Concilio y su disgusto frente a las declaraciones y decisiones del mismo. Esta postura quedó reflejada en su negativa a aceptar la nueva normativa litúrgica y en su discrepancia en lo referente a los temas de ecumenismo, libertad religiosa, magisterio, autoridad en la Iglesia y otros muchos temas. Los grupos de simpatizantes que siguieron al arzobispo Lefebvre adhiriéndose a su posición doctrinal y a su rechazo del Concilio, los debemos situar al margen de la ortodoxia católica y enmarcados en la discrepancia.
Expresado con crudeza, éste era el conflicto al que debieron enfrentarse tanto el papa Benedicto XVI como el papa Francisco. El papa Benedicto lo hizo siguiendo la línea complaciente iniciada por Juan Pablo II. Este ya había tomado cartas en el asunto, tanto a través de la circular “Quattuos abhinc annos”, emitida por la S. Congregación para el Culto (1984), y del Motu Proprio “Ecclesia Dei afflicta” (1988). En este documento se dio paso precisamente a la creación de la comisión “Ecclesia Dei”, que ha servido de escapatoria y receptáculo para numerosos grupos de nostálgicos.
Ahora debo referirme al Motu Proprio “Summorum Pontificum” de Benedicto XVI (2007). Este documento representó sin paliativos una mano tendida a los postores de la liturgia tridentina. Para dejar las cosas claras hay que señalar que, en este escrito, el papa declaraba abiertamente que el misal tridentino, reeditado por Juan XXIII en 1962, no había sido derogado y que, por tanto, seguía estando en vigor; y, además, que cualquier sacerdote podía usarlo para celebrar la misa.
En esa línea de acercamiento bondadoso a los disidentes, el papa Benedicto XVI afirmaba con contundencia que el rito romano seguía siendo uno e indivisible; pero, al mismo tiempo, disponía de un uso ordinario y otro extraordinario del mismo. De este modo se establecía un uso ordinario del misal de Pablo VI, el renovado por la reforma litúrgica conciliar; y un uso extraordinario del misal tridentino. Lo sacerdotes podían servirse indistintamente de uno u otro misal. Ambos seguían estando en vigor.
Se abría la mano con largueza inusitada para facilitar la existencia de grupos nostálgicos, de aficionados a la vieja liturgia tridentina; se daba la posibilidad de normalizar la celebración de misas con el viejo misal y se decidía que todos los libros litúrgicos anteriores a la reforma litúrgica seguían estando en vigor y podían ser considerados la expresión extraordinaria de la lex orandi de la Iglesia. Daba la impresión de que, con estas disposiciones, se estaba tomando en serio la sugerencia ocurrente del Cardenal Sarah de proceder a la “reforma de la reforma litúrgica”.
Esta ha sido la actitud del papa Ratzinger frente a las pretensiones de los seguidores de Lefebvre y de otros grupos tradicionalistas, descontentos con la nueva liturgia. Una actitud complaciente y benévola, abierta al encuentro y al diálogo reconciliador; pero inoportuna y escasamente eficaz. Ahora vamos a tomar nota del tono discordante y decidido del Papa Francisco en su reacción ante el mismo problema.
Nos remitimos al Motu Proprio “Traditionis custodes” emitido por el papa Francisco en el mes de julio de 2021. No voy a extenderme. Solo voy a fijarme en los puntos más relevantes. Su decisión más contundente, a mi juicio, queda plasmada en su declaración de que la única expresión legítima de la lex orandi de la Iglesia romana está constituida por el misal romano de Pablo VI y por los libros litúrgicos editados a raíz de la reforma litúrgica conciliar. Los libros litúrgicos tridentinos no son hoy la expresión legítima de la lex orandi de la Iglesia, ni pueden ser considerados como libros litúrgicos autorizados.
La distinción entre uso ordinario y extraordinario del misal romano desaparece y queda deslegitimada. Ya no tiene sentido. Desaparece la comisión Ecclesia Dei como habitáculo de los nostálgicos. Por otra parte, a fin de evitar su incremento, los grupos de cristianos tradicionalistas, enfrentados a la renovación conciliar, quedan claramente desactivados y privados del anclaje estructural del que disponían.
Hay que reconocer, para terminar, que la postura del papa argentino se aparta sin titubeos de la adoptada por el papa Benedicto. Hasta el punto de que las decisiones de “Traditionis custodes” representan algo así como la contrapartida y la desautorización de las disposiciones de “Summorum Pontificum”. Con todo, debemos recordar aquí con amargura el testimonio de Mons. Gänswein, cuando asegura que todo esto le provocó “dolor en el corazón” al papa emérito. Lo ocurrido aquí es el resultado de la bondad desmedida, de concesiones ingenuas y de gestión imprudente.
Nota. Sobre este asunto vengo escribiendo desde hace tiempo; El Papa Francisco afianza la reforma litúrgica del Vaticano II, «Phase», 361, 2021, 381-395; El indulto de Benedicto XVI a los nostálgicos de la liturgia tridentina, «Teología Espiritual», LVII/170, 2013, 165-202; Mano tendida a la vieja liturgia tridentina, «Vida Nueva», junio de 2011, n. 2.757, pp. 23-30.