San German
Antes de seguir, he de señalar que mi comentario está basado en lo que puedo ver a través de la pequeña pantalla. Y yo veo, no precisamente lo que interesa a un liturgista, sino lo que decide el regista que controla la emisión. Lo digo para curarme en salud; para poner un poco de sordina a mis apreciaciones.
Hoy he quedada altamente satisfecho. Hoy he visto a la gente fuertemente integrada en la celebración, atenta, concentrada en los gestos y las palabras. Hoy se palpaba el impacto. Yo mismo he sentido el impulso de adentrarme en el misterio. Han presidido la celebración los mismos que presiden la vida de la comunidad parroquial: el párroco, los dos vicarios y un invitado. No había obispos o curas de adorno.
El espacio celebrativo me ha resultado escueto, sobrio, preciso. La sede, en un lugar preferente, visible; el ambón, destacado sobre el conjunto, para dar resonancia a la palabra de Dios. El altar, centrado, severo, acaparando el centro geográfico y el punto neurálgico de interés; de dimensiones escuetas, equilibradas; ajeno a las proporciones gigantes que ostentan otros altares.
Ha sido una liturgia rica en símbolos y en elementos rituales significativos. Se ha hecho uso del incienso en los momentos oportunos, sin escrúpulos. Las velas del altar eran velas auténticas, sin artilugios artificiales. Las lecturas han sido anunciadas vigorosamente, no con voz gangosa y aburrida; los lectores las han leído como quien proclama algo importante. En un esfuerzo de moderación, se ha omitido, a mi juicio acertadamente, la procesión de ofrendas; los acólitos se han limitado a acercar al altar los dones de pan y de vino.
No deseo ahondar en el contenido de la homilía; pero, si tuviera que comentar algo, señalaría el buen hacer del predicador; ha sido razonablemente breve, las referencias a los textos bíblicos han sido las justas, no han faltado las alusiones al contexto litúrgico de la celebración, enmarcada hoy en el domingo cuarto de cuaresma, el domingo “laetare”, caracterizado tradicionalmente por un toque de alegría. Por eso precisamente los ministros vestían ornamentos de color rosa y el altar estaba adornado con unas flores.
Pero, junto a estos elogios, voy a poner unos “peros”. No soy partidario de que un grupo de cantores se adueñe de algo que corresponde a toda la asamblea. Los cantos eran adecuados, tanto por la letra como por la musicalización. A mi juicio han estado muy bien ejecutados. A pesar de todo, yo hubiera preferido el uso del órgano y una participación más significativa de la asamblea. Junto a esto, felicito al organista por embellecer el canto de las oraciones del celebrante acompañándolo con una discreta música de fondo. Finalmente, felicito a los responsables por haber introducido las letanías de los santos, maravillosamente adaptadas, como canto de entrada.
Termino expresando mi satisfacción a los sacerdotes de San German y felicitándoles por su buen sentido de la liturgia.